Hoy día, el libro nos sale al paso por doquier, hasta el punto de que ha llegado a ser, como tantas otras cosas, un verdadero objeto de consumo. Cuando Guttenberg comenzó a emplear los primeros tipos móviles estaba poniendo en marcha un proceso que ni él mismo podía imaginar, aunque lo intuyese oscuramente. Pero hubo un tiempo en que el libro era algo que distaba de estar al alcance de cualquiera. Cada libro era una pieza única, aún las tiradas de libros escolares que vendían los estacioneros de las universidades y escuelas, sencillamente porque eran libros manuscritos, hechos, con más o menos cuidado, uno a uno.
Retrato al óleo sobre lienzo. 1,14 x 0,92 m. de tamaño natural de un joven Alfonso X, obra de Joaquín Domínguez Bécquer. Se le representa bajo una arquitectura islámica, sedente, ostentando corona y manto adornado con castillos y leones, con el cetro en la mano derecha. En la otra porta un libro, que alude a su afición y protección a las letras y ciencias. Resulta curioso que la iconografía tradicional de este monarca lo represente joven, imberbe. El cuadro es copia de Alonso Cano. Domínguez Bécquer parece seguir el prototipo de este rey que encabeza el denominado Libro de los Dados. Patrimonio del Ayuntamiento de Sevilla.
En la historia del libro manuscrito español, el reinado de Alfonso X el Sabio (1252-1284) representa uno de sus momentos estelares. Si como político su actuación es discutible y presenta muchos puntos oscuros, como legislador, hombre de letras y "patrón" de las artes y de la cultura Alfonso X ha sido y es unánime y universalmente reconocido. Nos encontramos ante un caso excepcional no sólo en la historia de España sino, incluso, de toda Europa. Pocos monarcas pueden exhibir una amplitud de realizaciones culturales como las protagonizadas o impulsadas por el rey castellano a lo largo de todo su reinado, y en campos tan diversos como el derecho, la historia, la música, la poesía, las ciencias, la propia lengua castellana, que con él alcanza su mayoría de edad, las artes plásticas y hasta la misma arquitectura. Amante de los saberes, escodriñador de sciencias y requeridor de doctrinas, como dice de él un texto de la época, Alfonso X se nos presenta, en una Europa abierta a todo tipo de influencias, como un enamorado de la sabiduría, interesado tanto por los cálculos astronómicos como en hacerse traducir del árabe o del latín cuantos libros pudieran satisfacer su curiosidad universal.
Al servicio de estos intereses, la corte de Alfonso X fue un foco de actividad libraria, constituyéndose en ella un verdadero taller donde se redactaron y elaboraron libros asombrosos y bellísimos, muchos de los cuales han llegado afortunadamente hasta nosotros. Podrá discutirse si hubo o más scriptoria o talleres al servicio de Alfonso X --las de Toledo, Sevilla y Murcia--, pero no cabe la menor duda de que existió un Scriptorium con mayúscula al servicio de las empresas culturales del Rey Sabio.Hace muchos años que don Gonzalo Menéndez-Pidal describió cómo trabajaron las escuelas alfonsíes. Nos interesa más conocer quiénes trabajaron en ellas y cuáles fueron sus resultados.
Desde antes de iniciar su reinado, Alfonso X sintió una extraordinaria curiosidad por la ciencia árabe, especialmente por la astronomía y la astrología. Sabios traídos de todas partes y de todos los credos tradujeron para el rey obras de todo tipo, como el Lapidario (1250) y de Calila e Dimna (1251).
/Texto: Manuel González Jiménez