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3.054. El Puerto del XIX. Caoba y plata.

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La casa conocida con ese nombre, Palacio Winthuysen, en calle Larga número 11, ahora con la cara limpia en su fachada (porque todo lo demás no existe ya) después de décadas cubierta por un infame andamiaje metálico era propiedad, mediado el siglo XIX del rico hacendado guatemalteco y empresario vinícola, Julián Urruela. Dejando aparte su trayectoria como político y sus logros como empresario, para conocer otras facetas de su personalidad, de su estilo de vida y el de la familia, utilizaremos un barómetro que, en esa época, marcaba la temperatura socioeconómica: caoba y plata.

En la imagen, perspectiva del patio y distribuidor de la finca. Al fondo, la galería acristalada de acceso al jardín. A sendos lados del arco trilobulado dos esbeltos macetones sobre pedestales de mármol y sobre ellos una muestra de la amplia colección de pinturas que decoran toda la casa. Presiden la fotografía tres estatuas de mármol blanco, sobre pedestales del mismo material integrantes de un conjunto que representaba las cuatro estaciones. (Todos estos elemento están incluidos en el inventario de bienes de la testamentaría de Julian Urruela, documento fechado en 1848). (Foto: 20 de enero de 1972).

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La mansión con la cara limpia en su fachada --porque todo lo demás no existe ya-- después de décadas cubierta por un infame andamiaje metálico, desde 1995, como apreciamos mas abajo.

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Podemos hacer un pequeño recorrido por su casa, que era un palacio por lo espacioso de sus patios y salones, la inmensidad de su jardín y el lujo de su mobiliario. En una especie de antesala o distribuidor con arquería escarzana cuatro bellas estatuas de mármol blanco representan las cuatro estaciones y otras dos, del mismo material, ataviadas como madonas clásicas, elevadas todas ellas sobre níveos pedestales, junto con dos soberbios macetones, también de mármol al igual que sus pedestales, suponen un complemento perfecto para el elemento que figura en lugar destacado y es motivo de orgullo para don Julián, que lo muestra a cuantos visitan su casa: Una piedra sepulcral romana con una antigüedad de diecisiete siglos.

Dando un paseo por diversas dependencias vemos hasta cuatro espléndidas mesas de caoba, unas rectangulares, con tapas de piedras roja dos de ellas, negra otra y blanca una cuarta, que es redonda y más pequeña. Contamos hasta ocho docenas de sillas distribuidas por las dos plantas de la mansión y el porche, de las cuales dos son de caoba, igual que quince sillones forrados de damasco, dos sofás, cuatro cómodas, un costurero, jaboneras, la mesa del escritorio, que tiene esa graciosa barandilla que la bordea para que no se vuelen los papeles al suelo y una escribanía de metal amarillo que contrasta con el marrón obscuro de la mesa y las papeleras. Con tanta caoba que nos embelesa a los que sólo vemos y palpamos conglomerado diariamente, casi nos pasa desapercibido un piano, una mesa de billar, los bellos floreros de rinconera cuajados de flores naturales, un se-ñorial gran espejo de marco dorado, la chimenea de már-mol con su reloj de sobremesa de metal dorado, un navío de marfil en una repisa, como no, de caoba y el barómetro y reloj de pared, imprescindible en cualquiera de los bajos cercano al río para saber en todo momento el grado de humedad y prevenir sus consecuencias. Más caoba en los dormitorios. La media docena de camas que utilizaba la familia y hasta los catres del servicio eran de caoba. ¡Incluso el bidet!

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En la imagen, escudo de armas de la famillia De Urruela, Bárcena, Valle y Fernández del Campo.

La espléndida mesa del comedor es de cedro, adornada con dos parejas de candelabros de plata labrada, y en las estanterías, que tenían dos espejos y varios cajones y son de madera de nogal, se exhibe una lujosa y antigua vajilla, juego de cristalería y bandejas, bateas, jarras y copillas de plata maciza. Nos interesaba mirar en los cajones, donde se guardaban los objetos de plata. Allí, bruñidos y relucientes hay 42 tenedores y otras tantas cucharas grandes, una doce-na de tenedores y cucharitas de postre, 30 cucharillas con cabo de plata para el chocolate, café o té, un trinchante, varios cucharones, vinagreras, porta saleros, tenazas para el azúcar, palillero y un cucharón de los utilizados para el ponche, al que tan aficionados eran nuestros abuelos. (El ponche es un cóctel de alcohol y frutas, que se servía en fiestas y celebraciones familiares. Existía una gran variedad. Los cinco componentes clásicos eran: aguardiente u otra bebida alcohólica, azúcar, limón, agua y té.)

Toda la vivienda estaba profusamente adornada con cuadros de diferentes tamaños, grabados enmarcados y miniaturas. En la visita imaginaria realizada al revisar el inventario conté hasta 136 de ellos colgados en las paredes. Pinturas sobre madera, cobre y en lienzos al óleo. Paisajes, marinas, escenas pastoriles, retratos de reyes, santos y diversas advocaciones marianas, entre las que destacaría una pintura sobre cobre de la “Virgen de Murillo” y algunas escenas bíblicas: “Adoración del becerro de oro” o “David con la cabeza de Goliat”, ambas en grandes lienzos y al óleo.

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Juan de Winthuyssen y Martínez de Baños.

Discretamente echamos un vistazo en el joyero que había en el tocador del dormitorio de doña Pastora, su esposa. Contenía varias cadenas, dijes, corales, juegos de pendientes, broches, alfileres, anillos y solitarios. Entre esta pequeña colección de joyas de oro, nos llamó la atención, especialmente, un par de zarcillos de brillantes con pendientes de perlas naturales, valorado en cuatro mil reales, aunque la pieza más valiosa que contenía no era esta, sino un collar de dos hilos de perlas antiguas con broche y solitario a juego, valorado en 20.000 reales. Los relojes de oro y plata y las lentes con montura de oro que estaban en la mesilla de noche de don Julián también podemos considerarlos como joyas.

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Gregorio Ignacio de Urruela y Angulo

En los anaqueles de la biblioteca de su gabinete se alineaban 370 libros. Muchos de ellos mantenían relación con su cargo de diputado; los tomos del “Diario” y los “Decretos” de las Cortes pasaban de la treintena, sin que faltase una cuidada edición de la Constitución de 1812. Su ejercicio del comercio se reflejaba, igualmente, en numerosos libros de carácter técnico: ordenanzas de diversos países, código de comercio, sistemas contables, sobre las letras de cambio, etc., y desde luego, varios volúmenes de carácter enciclo-pedista, tan indispensable en esa época como innecesarios ahora. Los autores clásicos españoles no faltaba en su biblioteca, encabezado por Cervantes con el Quijote y La Galatea. También figuraba un clásico de la picaresca: Guzmán de Alfarache, o la poesía bucólica que contenía los cinco tomos de “Diana Enamorada” de Gaspar Gil Polo, y todas las bellas fábulas en verso de Tomás de Iriarte, ni tampoco faltaba una representación de los clásicos de la antigüedad, con obras de Séneca y “La Eneida” de Virgilio. Debía conocer la lengua francesa pues figura un diccionario de este idioma y la obra “Voyages de Cook” y algún que otro en francés entre sus libros. Para finalizar nuestro análisis del conjunto de libros que formaban su biblioteca de trabajo y familiar, nos llamaron la atención diversos libros editados en Navarra y Bilbao sobre temas locales de aquellas regiones tan alejadas de Cádiz, y muy especialmente, uno titulado “Origen de la lengua vascongada” que viene a confirmarnos el interés por sus orígenes, pues su padre era alavés (sa babazorro en euskera) que emigró a Guatemala, donde se casó y donde nació él..

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Francisco Javier de Winthuyssen y Pineda.

El emprendedor y dinámico Julián Urruela falleció un tórrido día de agosto de 1845, tras guardar cama apenas una semana, dejando a medias sus últimas inversiones: la construcción de nuevas naves de bodega al final de la calle Valdés, esquina con la actual Avenida de la Bajamar. /Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz.

En ésta colaboración reproducimos un fragmento de texto de uno de los libros editados por PUERTOGUÍA, Asociación Cultural Independiente, de la serie o colección “Mansiones y Linajes de El Puerto de Santa María”, concretamente el volumen V, dedicado a “Los Winthuysen” del que estamos preparando una segunda edición en estos días.

2 comentarios en “3.054. El Puerto del XIX. Caoba y plata.

  1. isabel

    Yo de pequeña jugaba allí ...madre mía era impresionante...daba susto jajajaja m acuerdo de la piscina en ese gran jardín de los sillones....no os puedo decir porque íbamos a jugar pero nos dejaban....

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