Salón principal del Palacio de Vilarreal y Purullena, cuando aún gozaba de todo su esplendor.
Expoliaron el Palacio. Sus dueños lo expoliaron. Se llevaron la plata, el bronce, la porcelana; arrancaron los muebles, los tapices y las pinturas; desmantelaron las puertas, los azulejos, las vigas; descolgaron las lámparas, las cornucopias y los tapaluces... Y se atrevieron hasta con los altares. Olía a podrido. Ciento y un gatos negros, rayados, pardos, nos miraban; nos miraba la diosa Ceres sentada en lo alto de su columnata; nos miraban veinte bustos de piedra por entre los pilares de la logia.
Dos secuencias de la destrucción de una de las crujías y galería y la logia, por culpa del abandono, la desidia y la incultura. (Fotos superior e inferior).
Pasto seco. Entre el pasto seco, rosas viejas, sin pétalos, geranios bravíos, zarzas y "tomatitos del diablo".. Miles de caracoles, como ensartados en sus tallos daban al lugar el tono de lo inhóspito. Una bicha, que había estado quieta, se esfumó como una saeta disparada por un borracho. Una caja de reloj, sin máquina, sin esfera, sin pesas, ni péndulo, sin tiempo siquiera, estaba tendida, arrojada al jardín, y yacía, junto a la fuente, con el mismo desatino que el ataúd de una tumba profanada.
Artesonado del techo de uno de los salones, con retratos de los reyes de España.
Bíblicas higueras maldecidas, urdiendo, penetrando, rasgando despiadadamente las llagas de las piedras concertadas. La yedra trepaba y ocultaba las vergüenzas y agravios que clamaban un escarmiento ejemplar a tanta punible omisión de socorro. La alta palmera, peligrosamente delgada, vibraba con el viento , al lado de la fuente sin agua, ocre y verde, negra de líquenes inmisericordes. La rodeaban cuatro bancos de piedra oradada, con profundas cangrejeras, que a saber qué posaderas regias habrían soportado.
Salón con el mobiliario y los cuadros.
Ciento y un gatos nos miraban; nos miraba la diosa Ceres; nos miraban veinte bustos de piedra; nos miraban... Todo abierto, de par en par, alevosamente abandonado. El gran patio de columnas italianas, el aljibe, la escalera imperial... José Luis los convocó con su voz de trueno: «--¡Isabel!, ¡Isabel!, ¡María Luisa!, ¡Francisco de Asís!, ¡Alfonso!, ¡España!». Nadie le respondió. Decididamente, no estaban allí. Pero allí habían estado.
Uno de los aposentos privados del Palacio.
Baules, papeles y el nombre escrito, reteescrito, reteteescrito, de Don Agustín Ramírez de Ortuño en legajos forrados con piel de cabra; un ros de artillero; trajes femeninos de tul, con encajes, sedas, cuentas y abalorios; el manto-hábito de un caballero calatravo; una montura inglesa de amazona con los fustes definitivamente rotos; polvo, polvo, polvo espeso que todo lo cubría.
Y musgo, redores de musgo húmedo, al pie de cada gotera; graffitis obscenos, excrementos; cernícalos, primillas y murciélagos revoloteaban, una y otra vez, el mismo recorrido, cansina, reiterada y hasta atormentadoramente. Nos cogía la tarde-noche y, por todas partes nos seguía la legión de gatos.
«--¡Un piano!, ¡Ha sonado un piano!»
Nos paramos. Se nos heló la sangre. Anduvimos. Decidimos irnos. Corrimos. Nos dimos, de sopetón con el piano. Allí estaba, real, grande y abierto. Olía a metal recién estremecido. A tientas, de un salón a otro, nos fuimos tropezando con puertas descuajeringadas, cristales rotos, dorados dinteles derribados, damascos arrancados a jirones. (En la imagen, puerta escamoteable con cuadro, de acceso a otra sala).
La luz todavía entraba por las grietas de las yeserías de los altos techos pintados, quebrados y abiertos como granadas. (En la imagen, Capilla del Palacio de Purullena, con imágenes y todo tipo de ornamentos, dispuesta para el culto).
Alegorías y reyes, ángeles y escudos pedían, sin voces, romperse, desprenderse, despedirse, acabarse.Anduvimos entre el desastre y la desolación. En la capilla, sin altares, ni Reyes, ni Roques, hallamos una corona funeraria de flores de lata y un lazo --en otro tiempo negro-- de terciopelo. «MURIÓ DE ALEVOSA MANO». «--Tal cual será», repuso José Luis, como en una profecía. Huimos, buscando la luz. Cuando estuvimos en la calle de las Cruces nos encaramos, de nuevo con la vida.
«--¿Por qué no se morirá todo esto de una vez? ¿Por qué prolongan su agonía?» preguntó José Luis, mirando hacia atrás la gran mole de la torre, rojo-violeta, con la luces del ocaso. Tristes por lo que habíamos visto, llenos de melancolía, cada cual marchó para su casa.
Antes, cuando pasábamos por la taberna de "El Golpe", rítmica, tremendamente, "El Sopas", borracho, terminaba su siguiriya verdadera:
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que pa viví como yo estoy viviendo,
es preferible morí.
José Luis Tejada me llamó al día siguiente: «--Te he dedicado dos sonetos con una coda. Oye:
(En la imagen, escudo de la portada del Palacio).
DESPOJOS DEL PALACIO DE PURULLENA
I
No es tiempo aquí; parada está la vida.
Dos o tres tierras lleva ya parada
oliendo a rosa muerta, a flor de nada,
a perdición y a soledad podrida.
Un miriñaque asciende la raída
escala del minué. Turbia bandada
de cernícalos va, la balaustrada
resbalando hacia un túnel sin salida.
Isabel, Isabel, María Luisa,
Francisco, Alfonso, España, deteneos
en el cuadro de luz de esa sonrisa.
Mirad que viene el tiempo, camafeos,
porcelanas quebrando, negra brisa
trizando harapos vuestros por trofeos.
Vista desde las azoteas de la fachada del Palacio que da a Federico Rubio.
II
Si ya arrampló con todos los colores
y olores, con la seda y su armonía,
¿A que prolongar más esta agonía
de pedestal decapitado? Flores
fúnebres, falsas, de latón... Redores
de musgo desolado. Sacristía
sin ya nada sagrado. Monarquía
sin corona, monarcas ni esplendores.
¿Qué refinada adversidad sostiene
este equilibrio como si valiera
para más que la lágrima y la grima?
Y esa muerte total, ¿por qué no viene
a pasarle esa mano verdadera
del olvido, por siempre y por encima?
A continuación de los Jardines del Palacio, se accedía por los arcos que vemos cegados en la fotografía, al Huerto de Durango. En la imagen podemos ver el proceso de construcción de los conocidos como pisos de la Barriada de Durango. (foto Rafa).
III
Cunda la melancolía
y la pena.
La mansión que relucía
antaño, de Purullena;
ahora, de puro vacía.»
(Luis Suárez Ávila. Julio 1988).
FUNDACIÓN GOYTISOLO.
El edificio ha experimentado una importante reconstrucción. Por compras y herencias pasó a ser propiedad de la Familia Goytisolo y es hoy sede de la Fundación Goytisolo, participada por el Ayuntamiento de El Puerto. Dicha fundación celebra anualmente simposios sobre Narrativa Hispánica Contemporánea, que convocan a conferenciantes del mundo de las letras y la universidad de España y el extranjero. (En la imagen, el Palacio de Villareal y Purullena, en la actualidad).
Luis Goytisolo Gay nació el diecisiete de marzo de 1935, en Barcelona. Hijo menor de una familia de escritores, es hermano del poeta José Agustín y de Juan Goytisolo. Su gusto por la lectura y la escritura fue muy temprano y comenzó a escribir dos novelas a los once años, a partir de entonces fue su tío Luis el que le seleccionó las lecturas y le introdujo en la afición a la narrativa norteamericana. En 1953 inició sus estudios de Derecho.
En 1958 se inició formalmente su carrera literaria cuando ganó la primera edición del premio Biblioteca Breve con su novela Las afueras, aunque ya había sido galardonado en 1956 con el premio Sésamo de cuentos. Fue uno de los miembros más activos de la Escuela de Barcelona, núcleo básico y germen de la Generación del Cincuenta.
Su obra de cariz experimental y de una gran exigencia literaria no siempre ha tenido el apoyo merecido por parte de un amplio público lector, si bien sí ha disfrutado de un reconocimiento unánime por parte de la crítica.
ACADÉMICO DE LA LENGUA.
Su labor periodística se ha desarrollado tanto en la prensa nacional, es colaborador habitual de El País, como en la extranjera. Asimismo ha colaborado también con el medio televisivo y es autor de las series documentales producidas por TVE: Índico, y Mediterráneo. En 1994 fue elegido académico de la Real Española de la Lengua para ocupar la vacante, el sillón “C”, del poeta Luis Rosales. (En la imagen, Luis Goytisolo).
Magnífico el artículo, la evocación de lo que fue el palacio, y el recuerdo de la visita con José Luis Tejada. Dan ganas de visitarlo -ya muerto del todo como lo deseó el poeta- y vuelto resucitar forrado de mámoles pulidos.
Q pena, como se ha podido perder tanta belleza...
Hay que ver que cantidad de razones encontró D. José Luis, para esos deseos. Pero es lógico, quién, y durante cuanto tiempo es capaz de mirar algo mientras se muere, y no poder hacer nada de nada. A Purullena la mataron, la destruyeron, dejaron que se desmoronara. Nos dejo D. José Luis. Y nos dejo Purullena, han momificado su piel, pero dentro no hay mas que el serrín de sus despojos.
Ese ere mi recreo, mi patio, mi diversión y de todos los niños del barrio de durango que por alli por los 90, jugabamos allí y explorabamos el castillito ( así le llamabamos) era nuestro estadio de futbol, el mejor sitio para jugar al escondite y para merender frutas de su graná (enorme por cierto), los niños de aquella epoca nos conocemos el palacio al dedillo, el salon, los pozos ciegos, las bodegas era increible. Lo unico lo dejao que estaba y la cantidad de drogadicto que entraban. Habia padres del barrio que bajaban con guantes y bolsas a retirarnos las jeringuillas que dejaban por alli.
un saludo desde granada de un estudiante, que aun sueña con el castillito y el barrio