Hace cosa de un año, mi amigo Angelito Bohorquez Carreiras me enseñó en su finca "El Machorro", en Medina Sidonia, la ganadería de burros que estaba formando. Hace poco, no sé qué director de qué organismo público se quejaba en TV. de que los burros estaban en trance de perderse. El caso es que, ahora, que abundan los de dos patas, se teme que se acaben los de cuatro. /En la imagen, Feria de Ganado. Año 1960.
Me viene a la memoria un hecho verídico. Sucedió en Sevilla; se rotularon las calles, en el tiempo en que fue alcalde el Marqués del Contadero, pero en el mismo rótulo, se conservó, con la nueva, la antigua denominación. Un buen día amaneció flamantemente rotulada la calle "Alfonso X El Sabio, antes Burro". Y es que, antes y ahora, siempre ha habido burros. Y la especie, aunque se proclame lo contrario, no se extingue.
Arrieros en la playa de La Puntilla.
Uno, que ha visto por las calles ordeñar a las burras; y las recuas ir y venir de la playa con arena; y transportar los materiales de construcción en burros; y acarrear el carbón con burros; y llevar el agua con burros; y salir de sus casas y volver de sus ranchos a los mayetos montados en burros; uno, que, después de todo eso, ha terminado por ver al hombre en la luna, no sabe de qué espantarse a estas alturas.
Pero es que el otro día iba yo por la calle de las Cruces y casi tropiezo con una vieja que espetó --hablando en alto, sola, como hablan las viejas--, a uno que pasaba, con pinta de grifota, que tenía más pelos y más greñas que el Cristo de Torrijos: "Anda, que te debía de coger Margarito".
Carro delante de la carbonería existente en la calle de las Cruces, en el Palacio de Purullena, con la calzada empedrada de chinos y las aceras con losa de Tarifa. /Foto: Centro Municipal de Patrimonio Histórico.
Pues me sobresalté. Y eso que ya he dicho que no sé de qué espantarme a estas alturas. Hacía tiempo que yo no oía citar el nombre de tan ilustre varón: Margarito.
Si Vd. es de El Puerto, es imperdonable que no haya conocido a Margarito, o que no haya tenido una madre o un padre que le hablaran de Margarito; o, acaso, un abuelo o una abuela que le refirieran alguna proeza de Margarito.
Esquiladores. /Foto: Cándido Ansade.
Margarito era esquilador y, cono Vd. deducirá, de raza gitana. Porque, si Vd. es un hombre curioso, debe saber que el oficio de esquilador era practicado exclusivamente por sujetos de esa raza. Vaya al Archivo Municipal, coja, por ejemplo, el Catastro de Ensenada y verá a cuántos esquiladores había en esta Ciudad en el siglo XVIII; coja la Contribución Industrial y comprobará la de esquiladores que existían; coja los censos de los gitanos portuenses que, en 1717, ordenó Felipe V y que, en 1783, mandó Carlos III y se convencerá de la cantidad de esquiladores gitanos que se ganaban el sustento en este Puerto, Puerto de Santa María.
Pues heredero y fiduciario de todos ellos fue Margarito. Margarito vestía impecablemente, con su pantalón de pana, con su faja, con su blusa y su "fresquilla" con tirilla abrochada y su sombrero ancho. En la mano siempre llevaba sus tijeras, las "cachas", grandes, bien cargadas de hierro, anchas de hojas, la una, plana y, la otra, cóncava y helicoidal (la que bornéa o muerde), y los "ojos", forrados de badana para que no lastimen los dedos. Sus tijeras las tenía reliadas en un hule negro, una larguísima tira de hule que, al desenliarse, aún no las mostraba. Luego, aparecía el fundón de bayeta pajiza y, por último, una amplia tira de muselina morena embadurnada en aceite de oliva en el que se habían frito ajos, que, dicho sea de paso, nunca he podido saber qué misterio encerraba aquello de los ajos. Algunos significados mágicos debieron tener, porque Margarito suministraba a los "semovientes" unos collares de cadena de hierro, con una argolla, que hacía en su fragua Diego "El Gurrino", en donde colgaba una punta de cuerna de venado, amuleto indicadísimo contra el "mal de ojo" en los borricos.
Margarito siempre tenía la petera de que sus tijeras estuvieran templadas, vaciadas y afiladas como para afeitarse con ellas y, sobre todo, que picaran "a punta de lezna", descasparan "al refilón", atusaran sin entramparse, y que no mascaran, sino que mordieran por parejo.
Así que a las tijeras les tenía más interés que a su propia mujer, una gitana, por cierto, muy guapa, muy escamondada y con el traje siempre almidonado y muy planchado.
A Margarito, lo mismo se le daba bien el esquileo de un burro, que de un mulo, que hacerle las cuartillas, las orejas o el tupé a un jaco, que atusar a un potro o a una yegua. Pero abominaba a las ovejas y hacía ascos a los perros.
José de los Reyes 'el Negro'. /Dibujo: Molina.
Lo de Margarito era el arreglo de los "semovientes". ¿Sabe Vd. lo del "semoviente" de José de los Reyes "El Negro? Pues "El Negro" tenía un burro. A "El Negro" se le escapó un día su burro, tomó carretera adelante y una diligente pareja de la Guardia Civil caminera lo recogió y levantó un atestado. Y "El Negro", loquito por encontrar al burro, dando bandazos por todas partes, se encontró con uno que le dijo que "la pareja" se lo había llevado. Ni corto ni perezoso, "El Negro" se presentó en el cuartel de la Guardia Civil a preguntar por su burro, pero el guardia de puerta negaba, como San Pedro, que hubiera allí ningún burro, y que la "pareja" se hubiera encontrado alguno. Y "El Negro", venga a insistir. Y tanto insistió, que el guardia de puerta empezó a revolver papeles para ver si encontraba algún atestado sobre el particular. Pero no lo encontró. Tan sólo uno en que se recogía que la pareja de servicio había "hallado un semoviente del que se desconocía su dueño e iba suelto por la carretera".
Burros por la calle Ganado, camino de la calería.
Lo de Margarito, repito, era el arreglo de los "semovientes". Y a Margarito lo llamaban del cortijo de "La Negra", de "Baina" de "Blusqueta", de "Vintuí", del Rancho "Pernita", de las "Manoteras", de "Villarana" de "Los Santos Reyes" y de todos los cortijos habidos y por haber en el término y fuera de él --pues, dicho sea de paso, su fama era notoria en toda la comarca-- para atusar a las yeguas que iban a poner a trillar o a prepararlas para cubrirlas, porque --perdón por lo gráfico--, las cerdas del maslo de la cola cortan como una cuchilla, entorpecen la "natura" y semental ha habido con la verga destrozada por un corte, percance que --nuevamente perdón-- de sólo pensarlo --en mala comparación, salvando las distancias y las medidas-- me pone la carne de gallina.
A Margarito lo mismo lo requerían para arreglar las grupas de treinta yuntas de mulos leoneses que iban a empezar a arar, que para esquilar a los burros de Don Manuel el de la Calería.
La calle Cantarería, donde se aprecian perfectamente los chinos de la calzada y las aceras de losas de Tarifa. A la derecha un borrico, con los serones de esparto, posiblemente esquilado por Margarito. Al fondo, el campario de la Prioral.
Margarito, no solo atendía a domicilio, sino que tenía abierta consulta en el patio de su casa, en la calle Cantarería, donde puso dos argollas: una, para el que estaba atendiendo y, otra, para la "sala de espera". Por aquel patio, de chinos pelúos, pasó la flor y nata de los semovientes de esta Ciudad. Desde la burra de Nicolás el de las Manoteras (aquel que yo creía que estaba comiendo siempre una bola de anís, pero que, en verdad, tenía un quiste enorme en el cachete izquierdo) hasta el mulo de Navarro o la mula de Manuel Martínez Buzón; desde la recua del "Loco Paquiro", hasta el tiro de mulas de Abelardo Guindate; desde las yeguas y los potros de los hierros de "la palma", de "el bocado" y de "el rastrillo", hasta el famoso caballo de Manolito Ariza, el de "Coquinete", o el de "El Niño de la Generala"; desde las mulillas de la plaza de toros, propiedad de "Pacurri", hasta los mulos del carro de "El Rerre"...
Margarito cogía las tijeras, miraba al semoviente como Velázquez podía haber mirado un lienzo en blanco, trazaba "a punta tendida" la línea que separaba el cuello y la cruz, y el lomo y la panza, hasta la grupa, y comenzaba a crear. Toda esa superficie la dejaba como el terciopelo de Lión, pero, donde se esmeraba, era en la grupa: "esculpía" toda clase de espigas, flores, cuadrilongos, aspas, escalonaduras y, a veces letras con las iniciales del amo, el nombre del mulo, una leyenda, como "Viva mi dueño", o cualquier otra cosa parecida. Remataba la faena salpicando "palmas" en la tabla del cuello, atusando las crines y la cola, pelando las orejas y haciendo las cuartillas.
Pero con las letras, las siglas y las leyendas, Margarito pudo haber tenido un disgusto. Ocurrió que al final de la República, a Luis Rodríguez, el de los camiones, se le vino a la cabeza poner a su perro mixtolobo las siglas "U.H.P." ("Uníos, Hermanos Proletarios"). Lo llevó a Margarito y Margarito se las peló en el lomo. Al poco, estalla el Movimiento y ese Luis Rodríguez era una exhalación buscando, por el centro de la tierra, a Margarito para que, por la vía de urgencia, pelara a rape al perro. Y lo peló. Lo peló antes de que el comandante Martos se diera cuenta, que si no, hay purgante de aceite de ricino para Margarito, para Luis, para el perro y para la madre del perro.
Gitanos esquiladores. Grabado.
Lo de Margarito, como se ha visto, eran los "semovientes". Acaso por eso, por haberle visto cara de semoviente al grifota que pasaba por la calle de las Cruces, a la vieja no se le vinieron a la memoria los nombres de ilustres barberos como Barcala, Sieteculos, Natera, Rojitas o "Pichilín". Se le vino a la boca el nombre de Margarito. /Texto: Luis Suárez Ávila