De los ritos infantiles de obligado cumplimiento ninguno me resultaba tan fastidioso como el de guardar la digestión. Qué indigestos los mayores con la digestión. Si algún día salgo con Proust en busca del tiempo perdido, tendré que pasarme sin falta por La Puntilla para recuperar el rastrillo rojo que perdí una tarde nublada de agosto y desenterrar aquellas horas muertas de la sobremesa. Los jugos gástricos, que debían ser unos cuantos, tardaban mucho más en embadurnar el bocadillo de tortilla que mi madre en embadurnarnos a todos de Nivea (madre entonces solo había una).
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