De Esperanza, recuerdo ahora, que se me vienen sus recuerdos como un borbotón, el viaje que hicimos, de vuelta, desde Almería a El Puerto, luego de haber dado yo una conferencia en la Universidad de Almería. A la ida, me fui en mi coche y, como el trayecto era largo, me busqué a un chófer de toreros, que conocía todos los caminos. A llegar me encontré con que allí estaban Antonio Gil de Reboleño, Milagros Roselló, su mujer, y Esperanza. Esperanza, me urgió para que despidiera al chófer y que al día siguiente, ella en su coche, nos llevaría a los tres a El Puerto. Y así fue. Salimos a eso de las diez de la mañana y llegamos como a las dos de la madrugada del día siguiente.
Paramos en todos los pueblos del trayecto, conocimos a infinidad de gente, costumbres e incluso “museos” pueblerinos con los más variados e impensables cachivaches. Entre las muchas paradas estuvo el pueblo de Fuentevaqueros, en cuya entrada estaba un cartel: “La cuna de García Lorca”. Pues Esperanza a todo el que veía le preguntaba que dónde estaba la cuna, que la quería ver: -Mire usted, que tengo una curiosidad, que vengo desde El Puerto de Santa María para ver la cuna de García Lorca y nadie me da norte de ella. Y la verdad es que nadie le dio norte, pero las explicaciones que oímos fueron de antología.
Comimos en Fuentevaqueros, en una venta en que todo era color albero: los manteles, las cortinas, las servilletas, los mandiles de los camareros, pero de la misma tela, gruesa, basta, tan burda que al pasarse la servilleta por los labios, decía Esperanza, le había producido una sobadura. Y lo de las servilletas de la venta de Fuentevaqueros fue la constante de muchos comentarios, cada vez que nos veíamos. Y pueblo, tras pueblo, porque nos salíamos de la autovía, a cada paso, para conocer mundo, llegamos a El Puerto, por fin. Pues desde la salida de Almería, hasta nuestra llegada, yo no me he reído más en mi vida que con las ocurrencias de Esperanza.
Todos los años, Esperanza hacía un viaje por el mundo mundial, así que se conocía todos los rincones de todos los países habidos y por haber. Su pasión era saber cómo vivía la gente, sus costumbres, además de conocer los monumentos y museos. Así que, a la vuelta, con su gráfica y amenísima prosa oral, Esperanza, te ponía al corriente de lo que pasaba en cualquier parte, con pelos y señales. Te tomabas un café con ella en “El Nuevo Portuense” y ya estabas al tanto de esto o de lo otro o de lo de más allá que hubiera ocurrido en tal o cual país del que había regresado. Cuando Esperanza partió para Brasil, en su último viaje, con José Luis, su hermano y Margarita, su cuñada, seguramente quiso contarnos la vida en las favelas de Río.
Y se internó en una con un chófer y un guía, con tan mala fortuna que una bala de la policía militar, le alcanzó de muerte. Dice la policía que se saltaron un control, pero los testigos dicen que no que no se saltaron control alguno. Ya se sabe lo que pasa en esos países, que hay un “exceso de celo” con la excusa del narcotráfico y tienen mucho gusto en darle al gatillo.; que la vida para ellos no vale nada. Pero en este caso han matado a la esperanza, a Esperanza, que estaba yo deseando tomarme un café con ella en “El Nuevo Portuense” para que me contara por menor y con detalle su viaje.
Han matado a Esperanza, una mujer nada vulgar, que no esperaba yo verla morir de viejecita en una cama de un hospital llena de tubos, porque ella no era tan común. Pero no me la imaginaba yo abatida por una bala, en un país lejano. Tres días de luto se han acordado en El Puerto, con las banderas a media asta. Todas las televisiones, todas las radios, todos los periódicos se han hecho eco de la noticia: “Una turista…” Esperanza no era un turista. Esperanza era una ciudadana del mundo mundial. Además, Esperanza no ha muerto, la han matado. Que el crimen no quede impune. Al parecer, han detenido al policía que disparó. Pero a Esperanza le han detenido el aliento de vida, que tenía mucho, y su simpatía, su alegría. Y a sus amigos nos han detenido el habla. No hay palabras. Como un mazazo, talmente como un mazazo | Texto: Luis Suárez Ávila
Luis, mi tía era tal cual has escrito. Gracias. Ignacio Gago Fornells
Precioso texto, se nota el cariño de D.Luis hacia ella.Era una mujer simpática y vital, que destacaba por donde iba.Una infamia que haya muerto así.Mi más sentido pésame a su familia y amigos. D.E.P.
Si en Brasil ,en la zona de turistas te pueden matar sin motivo, imagínate dentro de una fabela.
posiblemente fueron engañados por el guía turístico en cuanto a la peligrosidad de sitio,,
descanse en paz.