El Vaporcito surcaba la bahía más pájaro que barco. Flotaba antiguo sobre las olas como esas viejas gaviotas sabias que apenas tienen que mover las alas para volar. El Vaporcito traía de Cádiz risas de Carnaval y se llevaba a la Caleta el aroma embriagador de los vinos de El Puerto de Santa María. El Vaporcito nos embarcaba a un viaje a Cuba de andar por casa y a la vuelta nos traía en el alma un recuerdo de habaneras. El Vaporcito, que durante tantos años fue el símbolo marino de El Puerto, se nos pudre a la orilla de la nada con la proa aún erguida, pero con el alma rota.
Paso a tu lado y recuerdo al verte cuánto nos envejece la ingratitud y el olvido. Porque hay cosas que no se merecen el abandono, que son más tú que tú mismo. Como esa vieja medallita de oro de un santo, un cristo o una virgen, que sigues llevando en el cuello aunque la vida te matara a dios hace muchos años. Como ese antiguo reloj que sigues guardando aunque marque las horas perdidas de un pasado que no volverá. Como ese disco rallado y polvoriento que conservas aunque haga tres mudanzas que el tocadiscos salió de tu vida.
Como esa foto que te recuerda su sonrisa antigua, sus besos tímidos, su melena de niña y que te provoca escalofríos de ternura cada vez que aparece en esa cajita en la que guardamos el olvido. Como las páginas amarillentas de ese libro del que no podemos deshacernos y que ya nunca abrimos por temor a que sus páginas desencoladas salgan volando y se caigan al suelo y se pierda lo que somos y lo que fuimos. Como esa agenda pequeña y básica, de cuándo entonces, con los teléfonos de los amigos muertos que ya nunca llamarán y a los que ya no puedes llamar.
Ahora te veo, Vaporcito, como una ballena de madera y hierro muerta de pena en una jaula. Sin que te escore el levante, sin que te arrebate el poniente, ni te lama el pecho la espuma dulce de las olas. Varado en un frío lecho de cemento y siempre lejos de Cádiz y sus playas, anclado a la rivera de un río que te ignora, a ti que fuiste siempre tan marinero.
Vaporcito del Puerto a la orilla de la nada, a un paso del olvido, a la vera de la oscura negrura de una noche interminable. Tu naufragio nos naufraga un poco a todos. Eres la metáfora de una ciudad que ya no se recuerda, que pierde la memoria y pierde la vida sin saberlo. Que pierde el nombre y nos pierde a todos, como perdidos nos quedamos cuando nos quedamos sin recuerdos. | Texto: Ignacio Moreno Cuñat
...... "a la orilla de la nada". Este magnífico, poético, y terrible comentario ha tenido para mi un poder evocador de mis singladura o minitravesias en este "Vaporcito". Me servirá para releer a Luis Berenguer en su Sotavento y recordar un soneto de Rafael Juarez que al final dice: ¡Qué incendio pavoroso, más grave que la muerte, es el olvido!
He comentado este asunto varias veces :
El vapor Adriano III no tiene solución. Es un barco muy antiguo y remendado . cuya rehabilitación sería costosísima y no garantizaría la seguridad de los pasajeros.
Lo más práctico y menos costoso,a mi entender, en el supuesto que alguna persona o sociedad decidiera reemprender la actividad de transporte de viajeros por mar, sería construir un nuevo barco con el casco de fibra o de aluminio; con compartimentos estancos para garantizar su flotación en caso de accidente; y con un motor moderno. Lo que se llama "castillo", es decir, el puente de mando y la zona para pasajeros, que va sobre la cubierta, podría construirse en madera siguiendo modelos de vapores antiguos. Lógicamente llevaría una gran chimenea. Un ejemplo podría ser el "Real Fernando" que navega por el Guadalquivir desde Sanlúcar al Coto de Doñana.
Los actuales catamaranes no tienen por qué hacerle la competencia. Incluso podría integrarse en la flota de catamaranes como una oferta distinta. Sin ninguna duda los viajeros nostálgicos y sin prisa utilizarían este barco.
Todas las historias tienen un final y el olvido no lo es. El Vapor se merece un final digno, que puede ser tanto una rehabilitación que le permita presidir una glorieta amplia o su demolición, organizada y respetuosa. Cualquier solución es mejor que la vergonzosa agonía a la que asistimos.
Seamos realistas es un barco de madera construido en 1957 que estuvo con su motor mas de un mes en agua salada, sale mas barato un "vapor " nuevo que arreglar este,, por lo demás pepe y juan no lo han visto así, pues se nos marcharon antes, así que solo queda hacer una gran hoguera de san juan con lo que queda de su madera.
Saludos