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4.780. Historias de Danielón (III). Los tendederos

Con un paquete de leche en polvo en cada brazo y el baby azul me paré en el Ave Maria a comerme un par de dátiles y unas cuantas mecitas. Emprendí el regreso a casa y, al paso por calle Durango me paró ‘el Peluca’ y me dice: «—Dani, voy pa Urbaluz, A los tendederos, te viene?» «—No se quillo, ahora te digo, suelto esto y salgo». Mi madre estaba planchando las ropas de los seminaristas de San Luis, que antes había lavado a mano. «—Mira mamá, leche en polvo nos han traído los americanos».» «—Huy, pues me va a venir muy bien, déjalo dentro del mueble de la cocina; fuera no, que están saliendo ratas del pozo, Dani. A ver si Antonio quiere poner 4 o 5 trampas». «—Mamá, me voy a jugar a la Fábrica de Harina». «—Espera, espera, sin merendar no te vayas». Me dio un trozo de pan con chocolate y salí embalao. «Y no te pierdas, Danielito que, como salga a llamarte y no estés, el babuchazo no te lo quita ni tu abuela».

Ya en la puerta me estaba esperando ‘el Peluca’, le di media onza de chocolate y un trozo de pan y salimos corriendo sin parar hasta el Cementerio. Cruzamos la vía con la barrera echada y Marín, el guardagujas,  nos mandó un par de piropos con el consabido «—A vuestras madres se lo voy a decir mancha de sinvergüenzas». «Enga Marín, si el tren va más lento que tú, jajaja». Nos metimos por Las Carrales [los secarrales].

La primera chabola era del Coco y Rafaela; y allí estaba ella tendiendo ropa en un alambre de palo a palo de la luz y ayudándole su hija Mercedes, la gitanita de la que todos estábamos enamorados, descalza, con el pelo suelto libre y salvaje como la tierra. La más guapa del mundo. «—Hola Rafaela, ¿esta ahí su hijo Juan?». «—No, no está, ha ido con el padre a llevar dos sacos de cáscara de ostiones a venderlas al Guano. Y además, no venir a buscarlo que na mas lo metéis en líos. Venís de por ahí a dar por culo y la culpa siempre a los gitanos de Las Carrales.

| Las Carrales, casas y matadero. 1970. | Archivo Municipal.

Seguimos cruzando por las chabolas y, la verdad, que si no estabas acostumbrado, daba un poco de jindama. Vaya caras que recuerdo… jajaja. En otra de las chabolas, más grande, que era la de ‘el Alpiste’, nos paramos con ‘el Feo’, que estaba intentando arreglar una bicicleta y su hermana, la Salud, lavando en un baño de cinc; la madre echando achicoria de una cafetera, del tirón nos puso un vaso y un trozo pan con manteca colorá. «—Ojú, gracias señora, pero ya hemos merendado». «Venga y comerse y beberse eso; de mi casa no se va nadie sin comer».

«—Quillo, ¿donde vais por aquí?», nos pregunto ‘el Feo’ soltando la bici de mala gana. «—Tengo que empezar mañana a escardar remolacha al cortijo la negra y esta bici no tiene arreglo». «—Nosotros vamos pa Urbaluz por ropa». «—Entonces me voy con ustedes y me traigo una nueva. Al carajo, ésta ya pa chatarra». «—Feo, ¿donde vas ahora?», le dijo la madre «—Que te tengo dicho que no te junte con estos payos que son unos ruineros». «—Con quien mejor que con nosotros, señora y es más, como siga la Salud así de guapa, un día me la llevo a la Salud». Se, dio la vuelta y le dijo: «—No tiene que comer tu garbanzo pa que yo me vaya contigo ‘Peluca’ y menos con un payo, jajaja».

Subimos por el camino de tierra y de vallaos de tuna hasta la altura de donde vivían los infinidades. El Jesús y el Paco,  que quería ser torero. Nos  metimos pa los bloques, dimos un par de vueltas para reconocer el terreno y, en uno de ellos allí estaba: parecía que lo habían puesto para nosotros: dos tendederos llenos de pantalones vaqueros y dos bicis de las, que frenaban patrás: tiradas en el suelo.

«—Quillo, primero las ropas las guardamos en el camino y volvemos por las bicis, pero espera. hay a llamar primero a pedir agua por si hay alguien. Ve tu Dani, que eres más chico». Me acerqué, llamé a la puerta, esperé un par de minutos y volví a llamar. Nadie contestaba. Ya, la adrenalina me estaba subiendo; mire por las ventanas y volví a llamar. No espere más, me fui pal tendedero y empecé a coger ropa: primero los vaqueros y al momento ‘el Peluqui’ y ‘el Feo’ ya los tenía a mi vera. Cuando el tendedero estaba vacío salimos corriendo y nos metimos por las retamas.

«—Quédate tu aquí Dani, nosotros vamos por las bicis, En cinco minutos ya los vi venir cada uno con una. Me recogieron yo me subí en el manillar con ‘el Peluca’ y emprendimos el camino de regreso con la adrenalina por las nubes. Nos despedimos de ‘el Feo’ a la, altura de Santa Clara y nosotros seguimos calle Cruces. Mis ropas se las llevo ‘el Peluca’. Hacia poco se le murió la madre y su padre no andaba muy bien de la cabeza.

«—Donde te has metió Danielito, que ha ido dos veces tu abuela a buscarte y to los niños jugando en la fábrica, menos tu». Perdí la cuenta de los babuchazos que me lleve ese día. | Texto: Daniel Marín Galvez.

2 comentarios en “4.780. Historias de Danielón (III). Los tendederos

  1. Jose Luis

    Qué gracioso ¿no? En qué capítulo contarás los tirones de cadenas, relojes y pendientes a chavalillos en la calle Ricardo Alcon y alrededores para malvenderlos y sacar para un pico, allá por los años 80.
    Tu y tu “primo” Carlos, el rubio, en esa calle le arrancasteis de cuajo a mi prima Carmen la medalla que mis tíos le regalaron en su comunión, pagándosela a un ditero poco a poco. Por suerte solo sufrió un arañazo, pero si le pilla la carótida se queda en el sitio ¿Cuantas chupas de cuero robasteis?¿Cuantos trapicheos en los futbolines del Fili, al lado del parque?
    ¿Quien coño te crees que eres, el Lute?¿El Lazarillo de Tormes? Fuimos muchos los que firmamos para tu indulto, porque todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad, pero de ahí a convertirte en un héroe de la clase obrera hay un abismo. Fuiste un yonki y un atracador que junto a unos cuantos más que bien conoces tenías atemorizados a los adolescentes que por aquella época empezaba a salir por la zona de la plaza de la Herrería.
    Yo me alegro de ver que llevas una vida normal y que en el Facebook a veces dices cosas positivas, pero por donde tendrías que empezar es por pedir perdón a todas esas familias de gente normal a las que hiciste tanto daño, despojando a sus hijos de relojes, cadenas, pendientes, chamarretas, etc., metiéndoles el miedo en el cuerpo y la tristeza de no volver a ver más aquellas cosas que para ellos tenían mucho significado y recuerdos. Para ti sólo era la forma rápida de conseguir un pico.
    Y de remate, sale el Chuchi Gago, el que era practicante en Pinillo, diciendo “grandeza de alma”.

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