Saltar al contenido

4.892. La maleta de Juan Gavala. Una vieja maleta entre objetos de subasta

Son ya casi las cinco de la tarde. Y era la hora de partir hacia Madrid, tas casi tres meses de trabajo en la ciudad fenicia del Castillo de la Sierra. Estábamos preparados. Las maletas, las cajas y carpetas reposaban en todos los ámbitos del coche, del maletero y de los asientos traseros. No había espacio para nadie ni nada más. Conducía yo y, a mi lado, Carmen, con bolsos y alguna caja pequeña.

Estábamos encajando, no sin dificultades, y en marcha por la calle Larga hacia la salida a Jerez, a la carretera nacional IV. La autovía era quizás un proyecto lejano. Faltaban años para 1992, cuando pudimos conducir sin pueblos ni semáforos. Y vimos en una casa, de la que no recuerdo nada, un cartel con letra grande y desigual en el que se leía “Subasta”. La curiosidad pudo más que el automóvil atestado. Nos miramos y le dije ¿entramos? Y lo hicimos por el afán que impulsa al arqueólogo a hurgar todo. El reclamo pudo más que la realidad y entramos sin saber por qué.

Sólo recuerdo que era una habitación grande y destartalada, con muchos objetos esparcidos sin orden ni sentido, que impedía fijarnos en nada. Libros, muchos libros, jarrones, algún mueble pequeño, papeles, quizás algún dibujo y objetos que no supimos distinguir. Lo que si nos llamó la atención es que un joven, quizás dos, decían que esos objetos habían pertenecido a Don Juan Gavala Laborde. Y prestamos más atención.

Su nombre lo conocíamos por sus escritos sobre cómo eran los paisajes de la zona hace miles de años y su libro famoso y leído entre los arqueólogos sobre Tartesos. No salíamos del asombro de ver acumulados tantos objetos. No vimos nada de interés. Y en un rincón olvidado, envejecida por el tiempo y el uso, vimos una pequeña maleta de viaje y una tarjeta en la que se leían Juan Gavala Laborde.

No lo pensé un momento. Pregunté por ella y su precio. 745 pesetas, que quedó en 500. La tuve en mis manos y la abrí por si había algo en su interior. Nada. Pensé que era mejor. Sólo la maleta era toda una vida, que habría estado en mil lugares y en mil hoteles, en mil pensiones. ¿Qué habría contenido? Lo más probable que lo preciso para unos días de viaje. Y el poder de esa maleta, su hechizo y su historia que no sabía, me trajeron muchos recuerdos del personaje, sus libros y de lo trisque que es que te olviden y vendan en una subasta sinsentido. Una subasta que no debió realizarse nunca.

Esta maleta que veis en la foto, que no he querido reparar, sólo limpiar el polvo, es la que veis en esa foto, en esas fotos que muestro, que llena el espacio en el que la tengo en mi casa. Y me recuerda las antiguas orillas del estuario del Guadalquivir, de la Bahía Gaditana, con otro río Guadalete, y su traducción de la Ora Marítima de R.F. Avieno y sus opiniones sobre Tartessos.

| Juan Gavala y Laborde.

Parece increíble que yo tenga esa maleta, que tanto ha vivido, por sólo leer en un letrero en el que se escribió “Subasta”, sentí una extraña sensación, nos bajamos como pudimos Carmen y yo en el anárquico salón. Y vimos la maleta de viaje de Juan Gavala y Laborde, que tiene una plaza en El Puerto. Pero dudo mucho que ese nombre y su obra signifique algo para muchos de los que por allí pasan y quizás lean un nombre y dos apellidos. | Texto: Prof. Dr. Diego Ruíz Mata. Arqueólogo. Lector y admirador de su obra.

Deja un comentario sobre esta nótula

- Al enviar este comentario estoy aceptando la totalidad de las codiciones de la POLITICA DE PRIVACIDAD Y AVISO LEGAL.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies