| Texto: Luis Suárez Ávila.
Hoy, que es día de los Difuntos, me vinieron a la memoria Carmen Vila y mi tata Antonia. La primera por lo que más adelante diré; la segunda, porque traducía del latín aquello que ponía a la puerta --que hoy no- del Cementerio Campal de Santa Cruz de esta Ciudad: "Hodie mihi, cras tibi" (Hoy a mí mañana a tí), como "por aguantar un peo aquí me veo".
Carmen Vila, por otras razones, también funerarias, viene a esta galería. Carmen apareció por los años veinte y tantos del siglo pasado por esta Ciudad, procedente de Sanlúcar de Barrameda. Estaba separada de un tal Cantero, y era pariente lejana de aquella Doña Purificación Vila, Vda. de López-Spínola, Benefactora de los desvalidos e hija predilecta de Sanlúcar, tal como aparece en la lápida que existe en su casa de la calle Bolsa sanluqueña.
| En la imagen, el número 66 de la calle Larga, donde estuvo Acción Católica.
Tenía Carmen una niña llamada Milagritos y, con su retoño, fue colocada de portera en Acción Católica, en la casa de la calle Larga, hoy número 66, donde vivía en las habitaciones del fondo del patio. En esa misma casa estuvo el primer Colegio en España de las Madres de la Beata Virgen María, vulgo "Las Irlandesas", sobrenombre que le pusieron para siempre en El Puerto de Santa María, porque todas las primeras monjas estaban recién venidas de Irlanda.
Carmen Vila se ayudaba, en sus pequeños ingresos, con el reparto domiciliario de unas capillitas de la Virgen de la Medalla Milagrosa que tenían las monjas del Asilo de Huérfanas, hasta que decidió, creo que, en 1959, hacerlo con las suyas propias, de la Virgen de Fátima, a raíz de la venida de la imagen viajera a esta Ciudad, con gran expectación y afluencia de gentes en calles, balcones, ventanas y celosías.
| Una vecina cartajimeña con una capillita con la imagen.
En esa ocasión, por ver a la Virgen viajera, ocurrió la caída desde un balcón de la calle Larga, del de Doña Cruz Hernández, una niña, que no murió pero que quedó algo maltrecha.
Pero lo más notable de Carmen Vila, que por eso la traigo aquí, es que se murió por tres veces y con considerable espacio de tiempo entre una y otra vez. Ocurrió que la primera vez, estando en el ataúd, con el "gori, gori" y sobre todo con el agua bendita del hisopo del cura, que le dio en la cara, se despertó de su catalepsia, con espanto de todos. La segunda vez, sucedió lo mismo y aún produjo más conmoción. Pero la tercera vez, por los finales años sesenta del siglo pasado, quedó definitivamente muerta --que a la tercera va la vencida-- y ordenó que fuera velada por tres días, por si se le ocurría despertar, como las veces anteriores. Como que a mí eso de las incineraciones, a la vista de lo anterior, me da muy mala espina; que son costumbres paganas, traídas de otros países y, sobre todo, que no tienen vuelta, ni regreso.