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La viñeta de Alberto Castrelo. Cierra la panadería ‘La Pajarita’ #5.432

Pan para hoy, hambre de panaderos para mañana

| Viñeta y texto: Alberto Castrelo

El día 12 cierra la panadería La Pajarita, aunque muchos portuenses la seguimos llamando el Horno de las Cañas. Ha sido un siglo de saber hacer, trabajo, tradición y dedicación a un local único y un oficio cada vez más difícil de mantener y proyectar. Las nuevas generaciones no quieren saber nada del asunto, porque el sacrificio que se exige no estamos dispuestos a pagarlo.

Aquel pan que llevaran los marineros desde principios del siglo XX por sus maravillosas características para mantenerse en buenas condiciones incluso en altamar durante semanas, se perderá como se ha perdido la estampa de los marineros en nuestro puerto. Al menos ha mermado lo suficiente como para que ya no se nos considere a los portuenses marineros de ejercicio y derecho sino solo de historia y tradición.

Creemos que solo perdemos una panadería, un negocio local, algo que, a priori, puede que no tenga importancia. Nada más lejos de la realidad: con cada negocio local y centenario que El Puerto pierde perdemos también una parte de identidad, una parte de nuestra cultura, nuestra etnografía, miles de historia y vivencias de nuestro pueblo y su gente. ¿Qué sería de El Puerto sin el Bar Vicente Los Pepes, sin ultramarinos como Diana o La Giralda, sin las tejas de Cien Palacios, la harinera de El Vaporcito, la destilería de Cacao Pico, los Suspiros de La Divina Pastora, la tarta imperial de Pepe Mesa o los churros de Charo? Por poner algunos ejemplos. ¿Qué identidad tendremos cuando solo nos queden panaderías franquiciadas y tiendas de cadenas multinacionales? ¿Cuántas panaderías artesanales y centenarias quedan?

La culpa no es solo de las industriales; usted y yo también tenemos la culpa de que negocios como éste cierren. De hecho, posiblemente, tengamos más culpa que los productores industriales, porque somos nosotros los que decidimos a qué dedicamos nuestro tiempo y nuestro dinero y está claro que, en el sistema que estamos inmersos, la economía es el único juez que decide qué negocio sigue y cuál se hunde, independientemente de los valores añadidos, humanos y sociales que aporten dichos negocios. El Sistema impera, su ritmo condena y la factura la está pagando la parte humana del ser y la sociedad.

Todo esto sin entrar a valorar la diferencia que supone apostar por pan artesano o pan industrial, donde no se dan los mismos tiempos, los mismos procesos, los mismos ingredientes y, ni mucho menos, la misma calidad.

Lejos queda el premio de Patrimonio Histórico que recibiera la familia González Gómez hace más de una década. A la vista está que ni los premios ni las catalogaciones BIC tiene efecto (a la muestra el vapor, o lo que queda de él) blindan elementos de una ciudad que cada día se vende menos y peor, pero que está más vendida. No todo es malo en El Puerto, ni mucho menos, pero tengan presente que bueno que le queda a El Puerto no son solo ni los festivales de verano ni el sol y la playa, sino los elementos identitarios, patrimoniales y culturales que mantienen encendida la llama a duras penas; estoicas a pesar de como vengan los gobiernos y los ciudadanos y el mal llamado progreso, que no es otra cosa que una globalización deforme, rabiosa y malentendida.

Los manoletes, las teleras, las bobas y el pan de picadillo se irán con la historia de La Pajarita y la familia que ha dedicado una vida (con sus días y madrugadas) a mantener el calor de unos hornos que han arropado más de una comida y abrigado más de un estómago.

No se cierra solo un negocio, se cierra la puerta de un trocito de nuestra identidad y no nos preocupa lo más mínimo arrojar la llave al mar.

Respecto a la familia de aquel pionero, Felipe González de los Ríos: muchas gracias por haber estado con las manos en la masa un siglo, por vuestro sacrificio y por dar color y personalidad al número cinco de la calle Federico Rubio. Ojalá hubiera podido deciros ¡Por otros cien!

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