La colección numismática y los objetos etnográficos y científicos

| Texto: Enrique Pérez Fernández
La afición del II marqués de la Cañada Juan Tirry por el coleccionismo le vino a fines de la década de 1720, cuando vivía con su tío y suegro Guillermo la mejor época en sus actividades comerciales. En septiembre de 1729 Guillermo obtuvo el título de marqués de la Cañada, mientras su navío San Felipe navegaba rumbo a América. Por entonces Juan, a la edad de 32 años ya tenía en la residencia familiar de la gaditana calle San Francisco una buena colección numismática que con los años amplió y convirtió en una de las mejores de España. Y también reunió objetos de culturas lejanas y científicos, destacando una cámara oscura. Eran las aficiones de un hombre culto e ilustrado que heredó su hijo Guillermo.
El monetario
La fuente más antigua que menciona la colección numismática de Juan Tirry es de enero de 1729, una carta en la que Juan le informaba al coleccionista cordobés Pedro Leonardo de Villacevallos su interés por mandarle una lista con las monedas romanas que tenía duplicadas, para su intercambio: “…enviaré en el próximo Correo nómina de todas las dobles que tengo, que son muchas, raras y curiosísimas […] a costa de mucho dinero, empeño y trabajo adquirido copioso número de medallones y medallas […] y es imponderable el que tengo de corresponderme con persona que tenga inteligencia en ciencia tan curiosa, y aunque soy mozo me tengo por uno de los mejores anticuarios metálicos de estos contornos, y cuantos autores antiguos y modernos escribieron en esta ciencia que tengo en mi librería, que es bien copiosa.”
Al año siguiente, abril de 1730, un conocido de ambos coleccionistas, Martín de Guiral, le confirmaba desde Cádiz a Villacevallos que “es cierto que es especial el museo de D. Juan Tirry, pues tiene con primor toda la serie de emperadores en medallones y algunas monedas o medallas más pequeñas, tiene muchas de ellas de plata y oro […] Tiene también la serie de emperatrices completa con muchas monedas de oro y plata. Y muchas medallas de los cónsules antes que hubiera emperadores, de plata y oro. Y además tiene un saquillo de ellas que aunque dice ha nueve meses las tiene no las ha podido todavía ver, y además tiene un cajón lleno de ellas que también no las ha visto. Tiene cuarenta libros que hablan de ellas.”

Juan guardaba las monedas -parte de ellas- en un mueble de 24 gavetas (cajones corredizos) y 40 tablillas, que se lo regaló a Villacevallos en 1738, y lo sustituyó por otro más grande que adquirió en Inglaterra, de charol encarnado.
Poco después y por mediación del cordobés, Juan compró la colección numismática del canónigo de la catedral de Sevilla Francisco Lelio Levanto. Aumentó así notablemente el monetario de los Tirry, que llegaría a superar las 5000 monedas. Del gabinete de Levanto consiguió entonces la figurita del dios Bes (Guillermo lo identificó con el dios menor Crépito, que reprodujimos en la primera entrega) y un sello de ágata procedente del anfiteatro de Tarragona.
Tras fallecer el I marqués en 1745, el tiempo que le dedicaría Juan a las monedas debió reducirse aún más. Pero su hijo Guillermo, que heredó su afición, pronto se convirtió en otro consumado y reconocido numismático. En 1748 (cuando tenía 22 años) hizo un catálogo de las monedas romanas republicanas e imperiales de la colección y se lo envió a Villacevallos.

Guillermo y su padre también mantuvieron puntuales contactos durante la década de 1750 con el más célebre historiador y polígrafo de la época, el padre Enrique Flórez, a quien mandaron copias y originales de algunas de sus monedas más destacadas, que reprodujo en algunas de sus obras, y especialmente, decía Flórez en 1757, “El Señor Marqués de la Cañada me hizo el distinguido honor de traer desde Cádiz a Madrid todo su Gabinete de Colonias y municipios, para que pudiese disfrutar lo mucho con que está enriquecido.” Ahí estaban algunas monedas del fundador de nuestra ciudad, Balbo el Menor.
En 1751, a propuesta del padre Flórez, Guillermo fue nombrado académico honorario de la Real Academia de la Historia, como ya lo era de la valenciana y al siguiente lo sería de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Con la institución radicada en Madrid mantendría entre 1767-1771 una relación muy estrecha, conservándose hoy en su sede una copiosa documentación de cartas y catálogos de su monetario.
En 1767 remitió a la Academia 12 monedas andalusíes (1 de oro, 9 de plata y 2 de cobre) para su estudio y que les fueran devueltas o cambiadas por otras. Se dio la curiosa circunstancia de que el marqués mandó las monedas pegadas a la carta, habiéndose conservado en el papel las improntas de las doce monedas.

Una de las de plata se había hallado unos años antes junto a otras muchas de la misma serie dentro de una vasija, en los cimientos de una casa de la calle Nevería contigua al convento de la Concepción. Por los datos que sobre ellas aportó el historiador Ruiz de Cortázar (1764) y la identificación que nos dio el medievalista Virgilio Martínez Enamorado, era un medio dirham almohade con la leyenda al-hamd li-llâh rabbi al-'alamîn (la alabanza a Dios, señor de los mundos), verso de la primera sura del Corán. El hallazgo del tesorillo y su datación invita a sostener que su propietario ocultó la vasija llena de monedas bajo el suelo de su casa en 1266, cuando Alfonso X conquistó al-Qanatir.

En1768 la Academia le compró al marqués 500 monedas de los emperadores romanos en plata al precio de 5.500 reales. Y en 1769, 32 monedas de reyes griegos, 8 de ellas de oro.
Pero la gran operación la hizo Guillermo en el verano de 1770, cuando ofreció a la Academia para su venta toda su colección numismática. Sin duda, en ello fue determinante las fuertes deudas que tenía contraídas desde hacía años, incrementadas tras la muerte de su padre en 1763. Y el marqués envió a Madrid, a la atención del presidente de la Academia Pedro Rodríguez de Campomanes, dos cajones precintados que contenían 4.363 monedas guardadas en seis saquitos (tres de monedas antiguas y tres medievales y modernas). Todo un tesoro numismático…

El padre Enrique Flórez, viejo conocido de los marqueses y secretario de la Academia, se ocupó de reconocer las monedas y cotejarlas con el monetario de la institución. De las referidas 4.363 monedas enviadas (164 de oro, 892 de plata), la Academia compró 3.948, al precio total, después de un “regateo”, de 120.000 reales. Y el marqués les regaló 64. Entre ellas había 2.648 romanas (129 de oro), 11 de reyes visigodos, 131 de reyes de Castilla y León, 259 de papas (de 1714 a 1764), 102 de reyes de Francia, 500 de diversos soberanos, etc. Y con las monedas, 272 medallas conmemorativas: 60 de la historia de Roma, 74 de personajes ilustres de los siglos XVII y XVIII…

En la investigación que actualmente llevo en curso sobre las vidas y obras de los marqueses de la Cañada queda pendiente conocer si después de dos siglos y medio la espléndida colección numismática de Juan y Guillermo Tirry sigue guardada en la sede de la Real Academia de la Historia.

Objetos etnográficos y científicos
Son pocos los objetos científicos y etnográficos que conocemos de los que poseyeron los marqueses, pero interesantes. Los vio en Cádiz el citado amigo Martín de Guiral, y se lo contó a Villacevallos en dos cartas fechadas en abril y mayo de 1730. En lo que nos concierne, en ellas decía: “Tiene otros infinitos primores que es largo de contar, como son un sentido de goce con todas sus campanillas de un chino, y todas sus armas de flechas, arpón, [...] la moneda de ellos, etc.” [...] “Tiene también en su gabinete las armas de guerra de los chinos y de los indios y muchas piezas de diferentes orbes especiales.”

Las campanillas chinas (bianzhong) son un milenario instrumento musical empleado en los rituales religiosos, formado por campanas de bronce de distintos tamaños con bocas elípticas, agrupadas en dos o tres hileras que cuelgan de una estructura de madera y tañidas con un palo o maza pequeña. El instrumento pudo llegar en el navío del marqués Ntra. Sra. del Rosario y San Fco. Javier -alias El Terry- que arribó a Cádiz procedente de Nueva España el 22 de febrero de 1729, cinco años después de su partida (al quedarse retenido en aguas americanas por el conflicto bélico que enfrentó a España y Gran Bretaña). A su vez, las campanillas debieron llegar a Nueva España desde el puerto de Manila, donde se concentraba el comercio con China.
Mencionaba también Guiral en 1730 que Juan Tirry tenía --aquí está el marqués interesado por los avances de la ciencia de su tiempo-- “muchos microscopios de diferentes aumentos y disminución”. Y la que sin duda fue una de las más preciadas joyas del gabinete, solo al alcance de la élite económica y social: “un reloj de más de dos mil piezas con mucha música”. Tanto los microscopios como el reloj musical seguramente procedían de Inglaterra, donde el I marqués tenía fuertes lazos comerciales, siendo los ingleses los más avanzados en microscopía y relojería.

Y Guiral terminaba una de las cartas así: “Y en fin, tanto conjunto de primor que hizo menester tener allí papel y tinta e ir escribiendo. Lo que creo es que él nunca será aficionado en forma porque no tiene tiempo pues me confesó que hará más de dos meses que no había entrado en el museo.” Era el marqués Juan Tirry volcado en los negocios, tal como aprendió de su tío-suegro,

Conocemos otro objeto de los que tuvieron los Tirry por el testimonio de un peruano criollo, José Eusebio de Llano Zapata, un ilustrado amante de la ciencia y la historia que se asentó en Cádiz a comienzos de 1756, donde permaneció hasta que falleció en 1780. Con el entonces III marqués, Guillermo, mantuvo un amigable contacto y visitó repetidas veces el gabinete. De él destacó una pieza procedente de su Perú natal mencionada en sus Memorias, que concluyó en 1758. Por tanto, entre 1756-58 vio y se sorprendió de un gran imán de media libra de peso (226 gramos) del que el marqués le dijo que podía levantar hasta 23 libras (10,4 kilos) “como estuviese más limpio el acero que lo fajaba.”
Del Perú amerindio también procedían dos vasos de plata ceremoniales y nueve idolillos de plata y oro, probablemente traídos en el navío del marqués Ntra. Sra. de la Concepción que arribó a la bahía en septiembre de 1761.
La cámara oscura

Destacaba Guiral también en 1730 “una sala oscura en donde se presenta en una tabla blanca todos los objetos que apercibe un vidrio de graduación como son y como se mueven.” Una cámara oscura..., un antecedente de las actuales de la Torre Tavira de Cádiz y del Alcázar de Jerez que ya estaba dispuesta en la casa gaditana de los marqueses hace 295 años. Para muchos visitantes debió ser lo más atractivo y sorprendente del gabinete. En la residencia de El Puerto probablemente se ubicaría en la torre-mirador, acondicionada en una sala oscura con un orificio abierto en una de sus paredes –la que daba al río o a la ciudad, o en ambas según quisieran- por donde los rayos luminosos proyectarían sobre la tabla blanca las imágenes del exterior invertidas y en movimiento. Si bien el conocimiento del principio óptico que rige una cámara oscura se pierde en la noche de los tiempos, su empleo como distracción lúdica se nos antoja muy novedoso para el primer tercio del siglo XVIII.
La próxima entrega tratará de la espléndida biblioteca de los marqueses, de triste e incierto final, Por ahí anduvo haciendo de las suyas el inquisidor Pedro Sánchez. (Continuará)
Anteriormente:
1. En casa de los Marqueses de la Cañada #6.236
Evocación de un rico patrimonio atesorado a orilla del Guadalete
2. En casa de los Marqueses de la Cañada (2) #6.250
Guillermo Tirry y Tirry, del esplendor a la quiebra
3. En casa de los Marqueses de la Cañada (3) #6.264
Las estatuillas de Hércules y Neptuno de Sancti Petri
4. En casa de los Marqueses de la Cañada (4) #6.276
El sarcófago romano de Medina Sidonia