Las casas que Alberti habitó en El Puerto
Se cumplen hoy 123 años de su nacimiento.

| Texto: Enrique Pérez Fernández
17 de diciembre de 1902, un día después de nacer Rafael Alberti. En el Teatro Principal de la calle Luna, tras la actuación de Antonio Flores, “célebre transformista rival de Frégoli”, la compañía que dirigía el actor Manuel Correjel representó la comedia en un acto y en verso Marinos en tierra, del roteño José Sanz Pérez (1818-1870), estrenada en 1868 en el madrileño Teatro de la Zarzuela e impresa aquel año. En 1924 el joven Rafael Alberti terminó su primer poemario, Mar y Tierra, que al año siguiente, tras recibir el Premio Nacional de Literatura, se publicó con el título Marinero en tierra (nótula 6.276). ¿Casualidad en la semejanza de ambas obras? Pues sí, pero bien parece un presagio. Tuve la ocasión de contarle a Rafael la anécdota en su casa de Las Viñas, donde éramos vecinos, y vi su mirada sorprendida y la sonrisa.

Palacios
Rafael Alberti Merello nació en el número 46 de la calle Palacios, entonces nombrada José Navarrete en homenaje al militar y escritor portuense que meses antes falleció en Niza, también nacido en esta calle, esquina a Micaela Aramburu, en la que fue Aduana de los duques de Medinaceli. Año el de 1902 en que murió en Madrid otro escritor portuense, sainetista de éxito en su época, Javier de Burgos, al tiempo que Dionisio Pérez publicó La Juncalera, novela que en calles y personajes refleja el ambiente de la ciudad de entonces.

Los padres de Rafael, Vicente Alberti Sánchez-Bustamante, de 40 años y entonces comerciante de vinos de la bodega familiar, y María Merello Gómez, de 33, nacieron en inmuebles contiguos de la calle Fernán Caballero, núms. 7 y 9. Rafael fue el quinto hijo: Vicente tenía 6, María 4, Agustín 2 y Milagros un año. En diciembre de 1905 nacería Josefa, ‘Pipi’. Convivía con ellos la sirvienta Josefa Álvarez Balduino, viuda de 63 años. La familia comenzó a residir en la casa de Palacios en 1900.

El domingo 21 fue bautizado en la Iglesia Mayor, siendo los padrinos sus tíos Agustín Merello y Milagros Alberti. “Concluida la ceremonia -contó la Revista Portuense- fue llevado el pequeño al camarín de Nuestra Amantísima Patrona, y colocado bajo su real manto. De la iglesia se trasladaron todos los concurrentes al domicilio de los señores de Alberti, donde fueron espléndidamente obsequiados con selectos vinos, fiambres, pastas y dulces”.
En el nº54 de Palacios vivía Paquillo, aquel amigo de la primera juventud de Rafael a quien recordara en sus memorias, La arboleda perdida -“compañero de pecado”- y en el poema ‘Retornos de una tarde de lluvia’: “Saldría yo con Agustín, con José Ignacio / y con Paquillo, el hijo del cochero, / a buscar caracoles por las tapias / y entre los jaramagos de las tumbas, / o por la entretramada arboleda perdida / a lidiar becerrillos todavía con sustos / de alegres colegiales sorprendidos de pronto”. Fue Paquillo -fallecido a comienzos de los años 90- el hijo menor de Vicenta Simeón y José Manuel Buhigas, el cochero de José Merello --tío de Rafael-- y recadero en casa de su tío-abuelo Vicente Merello Alberti, en la calle Pagador nº1.

Más arriba de Palacios (nº60) estaba la segunda escuela a la que asistió Rafael, la de Nuestra Señora de Guadalupe, inmueble propio de las hermanas Gumersinda y Antonia García Guilloto que regentaba aquella señora de la que sentenció: “…mi madre me mandó al colegio de doña Concha, de la que recuerdo más que nada su odio a las Carmelitas y demás escuelas de párvulos, por considerar esta vieja señora, muy económicamente pensando, que todos los niños del Puerto debían ser sus alumnos”.
Santo Domingo
Poco tiempo vivió Rafael en su casa natal pues en 1904 la familia se mudó de Palacios al número 21 de la calle Santo Domingo, hoy sede de la Fundación Rafael Alberti.

Casa que parcialmente describió en 1959, en La arboleda: “Vivíamos por estos años en una de la calle Santo Domingo, con un patio de losas encarnadas y un gran naranjo en el centro. Tan alto era, que siempre le conocí podadas sus ramas superiores. Así, el toldo contra el sol del verano no sufría, al extenderse, sus desgarraduras. El pie del tronco lo abrazaban varios círculos de macetas, todas de aspidistras oscuras y jugosas. Bajo la escalera que arrancaba del patio y subía al primer piso, se agachaba la carbonera, el cuarto lóbrego de los primeros castigos y terrores. Enfrente, pero siempre cerrado, estaba el del Nacimiento, que sólo podía abrirlo unos días antes de Navidad quien guardaba durante todo el año la llave: Federico.” Personajes populares como éste, arrumbador en la bodega familiar, Paca Moy, la nueva sirvienta y confidente, Pepilla la lavandera, la gitana Milagros Maya, costurera de la familia, María la cocinera o Andrés ‘el Beato’, compartieron con el joven Rafael vivencias cotidianas entre los muros de la casa de Santo Domingo, algunas revividas en sus memorias.

Luna 40 y 52
De nuevo los Alberti cambiaron pronto de casa, a la vez que los negocios y el dinero iban menguando, trasladándose en 1911 a la calle Luna. Así, en La arboleda perdida escribió: “…he pasado por mi casa de la calle de la Luna, y he recordado el gran Teatro Principal, ya desaparecido. La parte alta del teatro, la de las buhardillas, daba a unas ventanas que caían sobre la azotea de mi casa. Desde allí se veía todo, y muchas veces, cuando niño, mis hermanos y yo subíamos a escuchar a los actores, cuyas voces nos llegaban clarísimas desde el escenario”. El edificio, sobrio y elegante, fue derribado hacia 1970. Su fachada había sido reconstruida en 1859 por su entonces propietario, Críspulo Martínez, que también lo era del Teatro Principal.

Según los padrones vecinales que consulté en el Archivo Municipal (desde 1906 solo se han conservado por estos años los de 1911 y 1916), el inmueble, el nº40, pertenecía en 1916 a Isabel Ribera López, viuda que vivía con sus hijas. Una de ellas, María, se encuentra en el padrón de 1920 viviendo aquí con sus once hijos y su marido, Jesús Merello Gómez, tío de Rafael. En ella volvió a alojarse unas semanas durante la visita que Rafael giró a la ciudad en 1928.
El padrón de 1911 dice que Rafael y su familia se hallaban establecidos en la casa número 52 de Luna, indicando al margen que para la confección del empadronamiento de 1912 constara que ya no residirían en ella. Es de suponer que sería entonces cuando se mudaron a la casa de los Merello, la lindera al Teatro. Le pregunté a Rafael sobre esta segunda casa de Luna, y no la recordaba.
Pero los documentos dicen que al menos durante unos meses de 1911 (recoge el padrón que la casa de Santo Domingo se encontraba ya vacía) la familia Alberti-Merello vivió en Luna 52. Hoy el inmueble se encuentra completamente reformado.

En Luna transcurrió una de las vivencias que jalonan La arboleda perdida, que evocó en junio de 1993 en el discurso que ofreció al nombrársele doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid: “Incluso recuerdo cómo Manolillo, el barbero de la calle Luna, llegó a dejarme crecer una coleta que con gran dificultad y orgullo torero llevé escondida bajo la gorra durante un tiempo”. Era la barbería de Manuel García Ramos, en el nº38, lindera a la casa de los Merello.
Nevería
Durante los últimos años de su estancia en El Puerto, la familia residió en el nº28 de la calle Nevería (frente al antiguo Centro de Acogida de la Cruz Roja), inmueble que se derribó en la década de los 90: “Mi padre seguía de viaje por el norte de España, y la familia, mamá con sus seis hijos y Paca Moy, nos habíamos mudado de casa y vivíamos ahora en una de la calle Nevería, calle de los helados y refrescos durante las noches de verano”.


Más arriba de la calle, en el 44, en 1879 nació Pedro Muñoz Seca, donde vivía su hermano Francisco, médico, casado con Elisa Bela.
De su primer colegio, el de las hermanas Carmelitas de la Caridad, también radicado en Nevería, contaba Rafael: “De mi infancia en aquel colegio de monjas, recuerdo más que nada un jardín enchinado en el que había un retrete --diminuto lugar conocido por ‘el cuartito’-- a donde la preciosa hermana Jacoba y la finísima hermana Visitación llevaban a los niños más chicos, volviendo ambas muchas veces a la clase rociados de pis los feos zapatos”. Se apunta en el padrón de 1911 que eran Jacoba de Alba Martínez, vallisoletana de 39 años con seis de residencia en El Puerto, y Visitación López Elguezabal, madrileña de 30 años asentada en la ciudad hacía dos.

En mayo de 1917 Vicente Alberti, María Merello y sus seis hijos marcharon definitivamente a Madrid. De sus añoranzas portuenses a orilla del mar de Cádiz nació entre 1922 y 1924 Marinero en tierra, en la Sierra de Guadarrama, donde en los veranos se recuperaba de una afección pulmonar. Y alcanzó la fama como gran poeta de la Generación del 27, y estalló la guerra, y llegó el largo exilio en la Argentina y en Roma. Y un día regresó para quedarse.
Albarizas (Las Viñas)
Pasaron 75 años para que el anciano Alberti volviera a tener un hogar en El Puerto. Fue en 1992, cuando el ayuntamiento en pleno le cedió una casa en Las Viñas (construida en el 81 para que la habitara el secretario municipal), en el solar que hasta entonces ocupó la casa del último guarda del Coto de la Isleta y Valdelagrana, Manuel Orellana.
No le era extraño el entorno de su nueva casa porque en su niñez vivió en el Coto algunas de sus correrías infantiles, que evocó en La arboleda perdida, los terrenos que durante siglos fueron de los señores de El Puerto, que recordó así: “Aquellos bosques eran del duque de Medinaceli, como muchos palacios y casas del Puerto. ¡El duque de Medinaceli! ¡Qué misterio para nuestra imaginación en pañales!” Pinar que certeramente llamó “viejo bosque sucedido”, porque lo fue desde 1643, cuando se plantó por primera vez para fijar las arenas y evitar en lo posible la sempiterna barra del Guadalete.

De aquellos recuerdos suyos en el Coto reproduzco --por estos días que están al llegar-- éste: “Cuando se acercaba la Nochebuena, Federico, los ojos bien repicados por el jerez, acudía a casa para llevarnos a los bosques de la orilla del mar en busca del enebro, el pino y el lentisco que luego habían de arborear los montes y los valles empapelados por su fantasía. También nos acompañaba la Centella, una perrita negra, moruna, nacida el mismo día que yo en el rincón de una alberca sin agua. Aquellos bosques eran del duque de Medinaceli...”
Aquí pasó Rafael los últimos años de su vida, en la compañía de su esposa, María Asunción Mateo. De su vida en su última casa, hoy que se cumple el 123 aniversario de su nacimiento, extraigo estos fragmentos del último volumen de sus memorias: “Hoy contemplo mi mar desde un balcón de El Puerto de Santa María, en espera de poder trasladarme con María Asunción a una hermosa casa, con frondosos árboles, con seis chopos altos y prolongados como los mismos castellanos de Antonio Machado, un árbol de la pimienta igual que otro que se alzaba en el jardín de mi abuela aquí, en El Puerto, con sus ramas como tramados de encaje, pinos parasoles como los viejos del pinar de Valdelagrana […]

Nuestro gato Juan Gris ya ha hecho varias visitas a su próximo hogar, acaba de pasar de nuestra terraza madrileña al íntimo y umbroso jardín de la nueva casa. […] a nuestra casa de El Puerto queremos darle el mismo nombre que el escritor latino Avieno dio a su relato, Ora marítima, cuyas letras estoy dibujando en azules para que la maestra mano de Pepita Lena traslade a la cerámica […]

Todo es belleza a mi alrededor, lianas perfumadas me rodean y arrebatan de los aterradores y oscuros abismos de la vejez, de la muerte. Me voy con los ojos llenos de los acontecimientos de un siglo. Un siglo de horrores, de enfrentamientos, de dolorosísimas separaciones, de hechos que habitan en mis bosques interiores y en los que, casi a mis 94 años, aún puedo caminar sin perderme entre su frondosidad.”

Magnífica entrada. Amena, bien documentada y mejor escrita. Enhorabuena al autor y a Gente del Puerto.