Francisco Andrés Gallardo, durante su intervención en el Pregón de la Semana Santa 2010, celebrado en el Teatro Pedro Muñoz Seca. (Foto: Jorge Roa).
Todo quedó ayer consumado con el Pregón que Francisco Andrés Gallardo Alvarado regaló a El Puerto. Llegó la consagración de la primavera. Para los creyentes y para los que no lo son. Porque, además de ser un Pregón de Semana Santa, era un pregón de aunar voluntades en El Puerto, con su mijita de crítica y con sus propuestas de proyectos a medio y largo plazo. Comparando situaciones de la historia de El Puerto con su más reciente historia. Con sus lamentos y con sus recuerdos, de un Puerto que ya no es, pero con la confianza de preservar El Puerto que nos queda. Con el recuerdo a las madres y la mención a los costaleros, por sus nombres de tantas cuadrillas... Un Pregón donde se dieron cita cerca de 500 porteños para escuchar a este hijo de la calle Misericordia, de padres jerezanos, mujer gaditana e hija de El Puerto, para cerrar, otra vez el círculo.
En estos días podremos ver el Pregón en Internet, a través de Espacio Digital Cádiz y El Puerto Global, y con Diario de Cádiz se entregará, gratuitamente, un DVD en fecha que se avisará oportunamente.
Más información gráfica de los actos de la jornada de ayer del pregonero en la web www.elpregondesemanasanta.com
Por la mañana, el Pregonero vivió una apretada agenda previa a la lectura de su anuncio. En la imagen, ante la Patrona, el pregonero recibe una reproducción de Milagros, de manos de la Hermana Mayor de la Esclavitud, en presencia de la presidenta del Consejo de Hermandades, Mar Vázquez, el párroco de la Prioral, Diego Valle,. Asisten al acto los concejales Alfonso Candón y Raul Capdevila. (Foto: GdP).
Reproducimos aquí el fragmento del Pregón en el que Francisco Andrés recuerda a los a los mayores y a los que ya no están que arrancó una cerradísima ovación.
LA MEMORIA DE NUESTROS MAYORES
Ay, si os pudiera materializar esas imágenes que desbordan las evocaciones, que proyectan los recuerdos de forma nítida.
Fotos que impresiona la memoria en un tono sepia oscuro, del mismo color de las túnicas de estameña de aquellos cofrades con los maderos a cuestas que atravesaban como espíritus mudos el parque. El albero de las añejas veladas veraniegas y de los juegos infantiles de aquellos niños que nos criamos en El Molino, el parque de la Victoria. Con los patos recogidos en la gruta que diseñó Francisco Lameyer y con la luz amarillenta que despedía la ermita de los Caminantes, custodiada por los Álvarez Campana, repleta con los exvotos plateados que rodeaban a la imagen de Nuestra Señora de la Concepción. Qué pena del vergel de lo que fue el monasterio que custodiaba a la Señora de la Soledad y a la del Desconsuelo.
Qué queda de aquella alameda de los Mínimos, de aquel parque de la Victoria de nuestras nostalgias. Qué lástima con lo que le han hecho. Nunca mejor dicho, cómo lo han rematado.
Una de tantas cosas que dejaron de ser lo que fueron…
Como las espadañas de La Sangre y de Jesús de los Milagros, el aroma punzante de la bodeguilla de Misericordia o de Casa Lucas, la prolongada sirena de las Bodegas Terry, que marcaba la vida de las barriadas obreras levantadas por Rebollo…
la fragancia a periódicos y tebeos recién llegados a la Librería Cortés, los sobres de soldaditos del quiosco verde de la plaza del Castillo, los juanillos y torrijas de La Campana, los bilbaínos y penitentes de cartón de Los Ángeles, el café mañanero en el Central, el olorcillo de los filetes rusos de La Solera bañados en catsup de Conservas Sur, las cazuelitas del Tendido 4, el frescor del Manolo González en La Puntilla, las araucarias que descollaban por Peral, las risas infantiles de los domingos en el Moderno, los quejíos de Camarón en el Principal, las paredes almagras de La Angelita, las cunitas del parque, los burgaíllos recién mariscaos en La Colorá…