A lo largo de nuestra vida, a menudo nos cruzamos con personas a las que tildamos de “peculiares.” Unos te dan los buenos días con mucha educación. Son “policías con placas de juguete”; la discreción, son santo y seña de su identidad y es que ya son muchos los años de experiencia en el cuerpo y saben bien como disimular, si advierten un pequeño atisbo de ser descubiertos. (Ver nótula núm. 572 en GdP).
En la imagen, Vicente, Tonino, Enrique y Romualdo.
Otros te visten de improperios, sin saber bien por qué, supongo que se ponen nerviosos y descargan todo su extenso repertorio dejándote estupefacta y preguntándote «--¿Es a mi? ¿Y yo que le hice?». (Ver nótula núm. 051 en GdP). Otros te sonríen con timidez, siempre van aparentemente susurrando, en su galimatías, --apenas entendible-- se adivina desde un quebrado, al cuento de las mil y una noches. (Ver nótula núm. 139 en GdP). Hay quienes, unas veces increpándote y otras con una amplia sonrisa te dicen: «--¡Fea muérete ya!» y a la primera de cambio te pueden poner “perdida” eso sí, de agua fresquita. (Ver nótula núm. 1.310 en GdP).
Sin olvidar a los que si los coges en uno de esos momentos “malos” te podían arrear un bastonazo o con la caja del betún, si viniera al caso. Cómo no recordar a esos que cantaban con mucho arte, pero por desgracia el Dios Baco, fiel compañero de viaje. Daba gloria escucharlos. Habían nacido para el arte, eso era preclaro. Lástima que los avatares de la vida, les llevaran, no a aclarar la garganta con buen oloroso de nuestra tierra, sino en algunos casos, a regarles el alma.
Los había, que por deber debían de callar, al menos por un ratito, pero no, se empeñaban en enseñarnos, la hasta ese momento, hermosa senda, que llevaba al ‘Caminito Verde’. Ya lo del ‘Caminito Verde’, tenía tela, dirán ustedes ¿por qué? ¿Se imaginan a algún aficionado, mal encarado y con poco, o ningún acierto a la hora de entonar, dando un recital en la puerta de nuestro establecimiento, día tras día? No, no se lo imaginen, dormirán mejor, creánme.
Romualdo, reodeado por gente de La Placilla.
Y los que se bebían tu café hirviendo, sin siquiera parpadear y sin darte tiempo a salir del asombro. [¿Quien no recuerda de ‘el Cai’]
Mentiría, si no dijera, que algunos con su sola presencia, infundían ‘algo más que respeto’. Una de estas personas, al primer descuido intentaba averiguar si nuestro pelo era natural, y solo la presencia de su madre nos aseguraba el poder peinarnos al día siguiente. Lo que ya no podíamos recuperar era nuestras recién estrenadas muñecas, pues para cuando pudiéramos hacerlo, ya estaban destrozadas. Las acunaba como si de una criatura se tratara, pero terminaba totalmente desmembrada.
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