Como en esta tribuna digital no existen límites en el tiempo para dar a conocer a gentes de El Puerto, al menos desde Menestheo para acá, me atrevo a referir cosas de esta sociedad portuense de hace un cuarto de milenio. /El grabado que ilustra esta nótula, corresponde a una imagen de esta época de la Virgen de Consolación, patrona de Utrera. Es de suponer que la que se veneraba en la ermita junto al río, con esta misma advocación, también tuviese en su mano diestra un navío.
En el siglo XVIII la gran mayoría de las cofradías, hermandades y obras pías existentes ofrecían a sus hermanos asistencia médica y medicinas, ocupándose asimismo del entierro de sus adeptos. Generalmente, estas asociaciones de carácter religioso actuaban sin afán de lucro, gestionándose con las cuotas de los hermanos y afiliados que se contaban por centenares, personas pertenecientes a los estratos más modestos a las que cualquier contingencias de las reseñadas suponía como mínimo un trastorno en su economía y, en muchos casos, un gasto insoportable, imposible de atender. Era una labor social constante que mantenía viva a la hermandad durante todo el año, con independencia de los cultos religiosos que periódicamente realizasen y de su salida procesional, en el caso de las hermandades de penitencia.
Una aproximación a las actividades desarrolladas por estas asociaciones, inspiradas en el espíritu caritativo inherente a la religión cristiana nos la proporciona los datos obtenidos de una de ellas, vigente y activa en un año capicúa: 1771, desde hacía menos de una década. Se trata de la Cofradía de María Santísima de la Consolación de la que resulta difícil encontrar referencias bibliográficas, dicho sea de paso, que tenía su sede canónica en la ermita de ese mismo título situada a orillas del río, próxima al lugar donde estuvo ubicado el puente de hierro de San Alejandro, del que aún se conservan los sillares de piedra de los que partía. En esa fecha la cofradía poseía una casa en la Ribera, cercana a la ermita, procedente de la capellanía fundada por Lorenzo de Azcuedo y Constanza de Sotomayor que era utilizada como sede social de la misma. En el piso alto estaban las oficinas, salones de junta y otras dependencias y en el bajo una botica, atendida por el Maestro de dicha especialidad: don José de la Rosa, al que ayudaban dos mancebos, llamados también “Decanos”. El coste de este personal y los honorarios médicos suponía el cuarenta por ciento del presupuesto anual, las medicinas dispensadas el 42% y los gastos de entierros y funerales el 12%. El seis por ciento restante correspondía a comisiones del cobrador de los recibos de hermanos y afiliados.
Los hermanos de esta cofradía pagaban una cuota de dos cuartos semanales. El cuarto era una moneda de cobre, equivalente a 4 maravedíes, aunque también podría referirse a dos cuartos de real, es decir, medio real. En el primer supuesto la cuota sería de un real y en el segundo, de dos reales. Los dados de alta, a partir de un determinado periodo de tiempo pagando la cuota, (norma existente para protegerse de abusos tales como darse de alta estando enfermo, aunque también se excluían o vetaban a los que padecían enfermedades venéreas o los heridos en duelos o peleas con arma blanca o de fuego) ) etapa que solía ser tres meses, y estando sin atrasos notables en el pago de la cuota, disfrutaban de asistencia facultativa gratuita, igual que las medicinas o las sangrías que le fuesen recetadas. Cuando un hermano estaba enfermo de gravedad, postrado en cama, y solicitaba ser sacramentado, doce hermanos de la cofradía, portando cirios, acompañaban al sacerdote encargado de administrar la eucaristía y los Santos Oleos y a los acólitos que le precedían haciendo sonar sus campanillas para advertir a los transeúntes del paso de Su Divina Majestad, hasta el domicilio del doliente.
El póstumo servicio que realizaban a los cofrades era el de su entierro, denominado “de Beneficio” con palenque propio de la cofradía. Proporcionaban la caja mortuoria y la asistencia de un cortejo que acompañase a los amigos y deudos del difunto, compuesto por trece pobres y el estandarte de la cofradía, precedido de un guion funerario. Finalmente la cofradía organizaba misas, generalmente tres, rezadas, en sufragio de su alma.
En la exposición de cuentas de la cofradía correspondiente a la declaración de la Única Contribución del año antes mencionado declaran un déficit descubierto en la cuenta de la hermandad de 3.688 Reales de vellón, que correspondía a la diferencia entre los gastos soportados en ese ejercicio por los conceptos antes apuntados y los ingresos, que hemos calculado en 11.960 Rv. Suponiendo que esta última cantidad fuese exclusivamente producto de las cuotas de los cofrades, podemos establecer el número aproximado de hermanos o cofrades que integraban dicha asociación en esa fecha, dividiendo estos ingresos por doce meses, operación que arroja el resultado de 996 hermanos, si la cuota era de un real y 498, si eran dos.
Con diversas alternativas e incidencias varias hermandades locales mantuvieron estos servicios hasta 1868, año revolucionario, en el que prácticamente desaparecieron de la vida pública, cesando en sus actividades de carácter asistencial, cogiendo el relevo otras asociaciones de carácter civil, precursoras de las actuales compañías de seguros. (Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. PUERTOGUÍA).
!Antonio! ¿sabes algo mas sobre esa advocación en el Puerto? ¿la trajo algún utrerano?