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2.458. El Teatro Romea. Y de Remplus jamás se supo.

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En agosto de 1919 se instaló en la plaza del Castillo un teatro de los de quita y pon, propio del industrial portuense Manuel García Rodríguez desde que lo construyó en 1909, cuando se estrenó en el paseo del Vergel con el nombre de ‘Salón-Teatro Variedades’.

 

remplus_2_puertosantamariaSegún el plano que de él se conserva en el Archivo Municipal, era un teatro bonito y de buenas hechuras: 37 m de largo por 12 de ancho; el escenario y las fachadas (con seis puertas laterales y la principal) de madera; la cubierta de toldos de lona y con capacidad para 960 espectadores: 620 asientos de tabla en las gradas y 340 sillas en el patio. /En la imagen de la izquierda, alzados y planta del teatro de Manuel García (1909), de la mano de José Romero. / Archivo Municipal de El Puerto.

De la decoración interior del teatro se encargó el artista portuense Manuel Sancho, destacando, según contó al modo de la época la Revista Portuense, las pinturas del proscenio: “en el frontispicio, las flores y las figuras forman bellísimo coronamiento, y en los lienzos laterales, dos ventanales moriscos rodeados de enredaderas y golondrinas, dejan ver hermosas perspectivas de cielos, nubes y jardines.

remplus_3_puertosantamariaEn 1909, cuando se estrenó en el paseo del Vergel, el teatro acogió, del 27 de junio al 17 de octubre, a dos compañías de teatro: una cómico-lírica de Guillermo Alba y José Gutiérrez, y la compañía cómico-dramática de José Vico, hijo del célebre actor jerezano Antonio Vico (máximo exponente del teatro en la España de su época, del que Antonio Machado dijo que era el mejor actor del mundo). Y con el teatro, las películas mudas del ‘cinematógrafo Alonso-Alcaide’./En la imagen de la izquierda, retrato del actor jerezano Antonio Vico y Pintos (1840-1902). 

Yo no sé de la vida que llevó el teatro a partir de entonces, salvo que en 1910 volvió a establecerse en el Vergel con renovado éxito y el regreso de la compañía de José Vico, y que en el verano de 1919 se instaló en la plaza del Castillo, arrendado al empresario artístico portuense Francisco Villarreal Cala (hermano de José, que en 1917 había inaugurado en la explanada de la Estación Los Kioskos, el posterior Bar Villarreal).

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Las puertas del teatro se abrieron el 28 de agosto y cerraron el 12 de octubre. Se bautizó al local con el nombre de otro célebre actor, de comedias y sainetes, el zaragozano Julián Romea Parra, también autor de libretos del ‘género chico’, como el de la zarzuela De Cádiz al Puerto (1883), en coautoría con Francisco Flores. /En la imagen de la izquierda, el actor maño Julián Romea (1848-1903), que dio nombre al teatro 

En esta temporada, por el escenario del Teatro Romea iban a desfilar 23 números de artistas de variedades: Seis de baile, de los que mencionaré a la bailarina portuense Carmen Bellido y la bailaora jerezana Manolita González. Siete canzonetistas (cantantes, voz italiana entonces en boga), entre ellas la portuense ‘Lulí’. Tres cantaores: el joven Juan Quintero ‘Terremoto’ con la guitarra de Francisco Ponce, ‘El Niño del Genil’ con la sonanta de ‘El Malagueñito’, su hijo de 10 años, y ‘Paquiqui’ con la guitarra de Pedro Pavón. Y también hubo ocasión de ver al prestidigitador de manos El Caballero Macías; o el número llamado ‘Charlot patinador’, inspirado, supongo, en la película de Chaplin así llamada (1916); o una exhibición de animales amaestrados: osos, monos, cabras, perros y camellos.

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Y por no faltar, no faltaron gamberradas dirigidas al teatro, como éstas que recogió la Revista Portuense: “…al exterior de los cuartos de los artistas, desde el comienzo hasta el final de las actuaciones un grupo de frescos hacen hueco en las maderas con navajas; se les llama al orden y se hacen los ‘lipendis’. Otros vandálicos apedrean el teatro, cayendo algunas dentro del escenario.

EL GRAN REMPLUS

Pero lo que yo quería era contarles una pequeña historia que ocurrió en el Teatro Romea de la plaza del Castillo con otro de los “artistas”, en septiembre del 19. Se hacía llamar Remplus, “gran ayunador que permanecerá cinco días enterrado vivo sin comer”, anunciaba la prensa. Así, el 27 de septiembre se encerró en una urna dispuesta en un local anejo al teatro que debía permanecer abierto todo el día para comprobar –decía la Revista- “la osadía de Remplus”. Tras las funciones de los números de variedades, el público, previo el pago de 25 céntimos por adulto y 15 por niño, podía entrar a verlo y charlar con él.

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El ayunador ‘Papuss’ en dibujo tomado en el madrileño Circo Colón en 1900

Lógicamente, tan peculiar función provocó el interés de la gente, más cuando la población atravesaba una acentuada crisis económica y de subsistencia. De los comentarios sarcásticos o abiertamente hilarantes que sobre la “hazaña” de Remplus se publicaron en la Revista Portuense, vaya este de ejemplo: “…muchos tendrán el gran cuidado de llevar a la parentela, a ver si por un milagro se les pega las mañas del gran ayunador”.

Pero como un mal día lo tiene cualquiera, al cuarto día de su voluntario encierro Remplus tuvo que abandonar el ayuno y salir de la urna, aquejado de unas inoportunas fiebres. De Remplus no consta ni se tiene noticias de que volviera a pisar El Puerto. Las sonrisas y la sorna de nuestros paisanos a su paso hubiesen sido insufribles.

LOS AYUNADORES PROFESIONALES

Más allá del chasco de Remplus, las ‘exhibiciones’ de los ayunadores que a ello se dedicaban profesionalmente se pusieron de moda y fueron muy populares en la Europa y América de fines del XIX y comienzos del XX. Los mejores especialistas prolongaban el voluntario encierro hasta permanecer más de 40 días sin probar bocado. Kafka, fascinado por tan extraña ocupación y singular entretenimiento, sobre ello escribió en 1922 un cuento corto, Un artista del hambre. Acaso los dos ayunadores más famosos de la época fueron el italiano Giovanni Succi y el francés ‘Papuss’.

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Éste de la imagen es ‘Papuss’ en un teatro en 1915, encerrado en una peculiar urna patrocinada por ‘Petróleo Gal’ (una loción alcohólica para el cuidado del cabello y la detención de la calvicie), donde estuvo encerrado ocho días.

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El italiano Giovanni Succi dentro de la caseta que acogía su “show”, en una imagen reproducida por el ‘New York Times’ en 1890.

Sucesores de nuestro Remplus continuaron existiendo al paso de los años. En 1963 apareció por Jerez Carlos Agüero Hernández, un periodista cubano aficionado a ayunar en público que pedía por la paz en Cuba. La afición le venía –se lo contó a un periodista de Jerez- de cuando estuvo encarcelado unos meses tras la victoria de la revolución de Fidel Castro del 59, donde lo acostumbraron a comer poco. Peculiar tipo al que, cuando le preguntaron por qué ayunaba, contestó con esta genialidad: “Para asegurarme la comida, ¿entiende? Es acostumbrarme a no comer para comer”. Como el gran Remplus, del que en El Puerto nunca más se supo.

¿Y qué fue de aquellos portuenses arriba citados… el industrial Manuel García, el empresario Francisco Villarreal, la bailarina Carmen Bellido, la cantante ‘Lulí’? / Texto: Enrique Pérez Fernández.

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