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2.814. Fiebre asociativa en el último tercio del siglo XIX. (I)

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Entre los años 1868 y 1871 nacieron en El Puerto 18 asociaciones de carácter político, cultural, socio-económico, religioso y gremial. En el lustro que siguió a la Revolución de 1868, al amparo de las nuevas leyes y de la Constitución rescatada, proliferaron en nuestra ciudad asociaciones muy diversas, de efímera vida ciertamente, algunas de las cuales sorprenden por lo avanzado de sus planteamientos y propuestas, la filantropía de sus fines o las condiciones de admisión, reflejado todo ello en sus elaborados reglamentos. Algunos, primorosamente editados en letra impresa –joyas de la industria tipográfica local- y otros, redactados manualmente, con elegante caligrafía, generalmente, contemplan los fines perseguidos por cada asociación, las condiciones de participación en la misma y desarrollan a través de un extenso articulado las normas por las que se rigen.

Entresacando algunos datos de los numerosos expedientes de Policía Urbana de los años citados que se conservan en los fondos documentales del Archivo Histórico Municipal vemos, en un primer análisis, que estas asociaciones pueden ser agrupadas según el carácter de las mismas: gremiales y cooperativistas, culturales, políticas, asistenciales o religiosas.

Las asociaciones de carácter gremial son las más numerosas. Dos de ellas, fomentadas por los toneleros, tienen objetivos bien distintos. La más antigua, denominada “La Productiva”, creada por iniciativa de Manuel Márquez y otros oficiales toneleros, en realidad viene a ser una cooperativa de autogestión en el trabajo. Bien distinta a esta citada es la que funda Manuel Tardío, denominada “Segunda Cooperativa de Oficiales Toneleros” en la que sus asociados lo que pretenden es reunir fondos para poder percibir una ayuda económica al cesar en la actividad, en su jubilación.

Los maestros también tenían su asociación, presidida por José Mayoral, con el título de: “Los profesores de Instrucción Pública”, teniendo por principal objeto el desarrollo de la enseñanza en general, así como la convivencia y unión del profesorado. Finalmente, el gremio de panaderos creó una asociación denominada “La Fraternidad” con vocación cooperativista, exigiendo a sus socios a que fuesen “honrados y laboriosos” admitiendo igualmente en su seno solo a aquellos “que adolezcan del vicio de la bebida, para evitar los desórdenes y disgustos a que da lugar el que por tal motivo se priva de razón”.

“La Portuense” es la más antigua y elitista de las diversas cooperativas de consumo creadas en estos años. Para ser inscrito en esta sociedad era “cualidad indispensable ser cabeza de familia y de modo de vivir conocido”. Funcionaba como una central de compras, negociando buenas condiciones en la adquisición de artículos de primera necesidad con los que abastecer a sus socios, los cuales debían abonar una cuota de inscripción de 40 reales y una tasa mensual de 5. Tenía su sede social en la calle Zarza, aunque las reuniones y juntas se celebraban en un reñidero de gallos que había en la calle Caldevilla.  Un grupo de artesanos y trabajadores encabezados por Antonio Briasco Rey crean “La Constancia” con similares que la anterior, en este caso más bien se aproximaba a una especie de economato, fijando las mismas condiciones económicas a los socios participantes, a los que solo se les exigía que tuviesen más de 20 años de edad y no pertenecer a ninguna otra asociación similar.

José Barrera Sánchez funda “Los Labradores”, sociedad que ampliaba hasta 500 el número de socios, no exigía ninguna cuota de entrada y una modesta aportación mensual: dos reales y dos cuartos. Con estas cifras no debieron salir los números y un año después se transformó en la sociedad cooperativa “Igualdad y Buena Fe”, fijando las cuotas de entrada y mensuales en 20 y 4 reales, respectivamente, aunque todo parece indicar que tampoco funcionó pues este mismo personaje, José Barrera, en una segunda tentativa,  se convierte en uno de los promotores de una nueva cooperativa que podríamos denominar “de clase”, con el sugerente título: “La Fuerza de la Honradez”, cuya finalidad era la de reunir capital suficiente para establecer un horno y almacén de comestible. El primer artículo de su reglamento excluía a todo el que no perteneciera a la clase trabajadora. Finalmente, recogemos aquí a una cooperativa similar a las anteriores, aunque distinta en sus fines, ya que el capital que recaudasen sería destinado a realizar inversiones industriales, titulada “La Buena Unión”. Estuvo promovida por los hermanos José Joaquín y José María Barbarusa. La cuota de participación era de dos reales semanales. /Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz. A.C. Puertoguía.

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