Enrique Pérez Fernández, nacido en Jerez en 1962 aunque vecino de El Puerto de Santa María no ocultaba su satisfacción hace justo dos años --en febrero de 2015-- tras publicar la segunda edición de ‘Tabernas y Bares con Solera. Una+historia de la hostelería en El Puerto de Santa María’ de Ediciones El Boletín. Un trabajo que continúa sus indagaciones sobre la Ciudad ya volcadas en textos como El Vergel del Conde y el Parque Calderón o El Puerto gaditano de Balbo. Ahora trabaja en una nueva publicación sobre los barcos de pasajeros que surcaban las aguas entre El Puerto y Cádiz desde el siglo XV hasta el Adriano III: faluchos, vapores y motonaves.
--¿Cómo surge la idea de este volumen, un trabajo de temática nada consuetudinaria?
--No hay un motivo especial. Lo cierto es que entre 1994 y 1995 publiqué en Diario de Cádiz diversos artículos sobre hostelería, que acabaron confluyendo en 1999 en un libro bajo el mecenazgo de Hospor, la entonces Asociación de Hosteleros Portuenses. Aquella edición, de mil ejemplares, se agotó. Compañeros de fatigas y ciudadanos me animaron a seguir y consideré que había lugar a una exploración más exhaustiva. Me he enfrentado a un ámbito quizá no muy considerado en la historiografía, más atenta a la política o la economía y menos al aliento de lo cotidiano.
--Y lo ha hecho con empeño. Más de 300 páginas para una investigación que se extiende de 1750 a 1975 en la que se refieren más de 500 establecimientos, con la información que aportan 217 fotografías.
--Durante 1993 y 1994 manejé miles de documentos en el Archivo Municipal. El libro empieza a mediados del siglo XVIII, cuando el casco urbano de El Puerto se configura como lo conocemos hoy. A partir de ese momento las fuentes documentales son amplias, permiten conocer el gremio con cierto rigor. También hay investigación a pie de calle, he preguntado a unos 150 portuenses, entrados ya en edad, profesionales o clientes de un sector sobre el que me han ofrecido referencias directas desde 1930. La idea general del trabajo es elegir una calle y recorrerla, deteniéndome en cada establecimiento hostelero. Hay catorce capítulos y tres son específicos: La Fuentecilla, el Bar Vicente y La Tienda de Rueda. El último se dedica a las ventas y ventorrillos.
--¿Qué elementos peculiares presenta aquella hostelería del siglo XVIII?
--A mediados de esa centuria llegan a El Puerto y la Bahía muchas personas provenientes de Santander y el entorno, en concreto los valles de Herrerías, Cabuérniga y Valdáliga. Por muy sorprendente que resulte la comparación con la actualidad, entonces nuestra zona era más rica que la suya. Por su relación con América El Puerto suponía una fortísima plaza comercial. En nuestra ciudad llegó a haber un centenar de tiendas de montañeses. Como avispados negociantes solían asentarse en las esquinas. Las tapas nacen en sus tiendas, donde ponían un poco de queso o de chorizo encima del vaso. Sus locales presentaban una mitad destinada a abacería y otra mitad a taberna, separadas por una mampara por orden legal. En El Puerto nunca hubo cien palacios, pero sí que hubo cien tabernas.
En la fotografía, que ilustra la portada del volumen, una taberna con solera: La Sacristía. Fue uno de los establecimientos hosteleros más populares con los que contó El Puerto. Se ubicaba arriba de la calle Luna, al fondo, entre las calles Santa María y Vicario, en un inmueble que se derribó en agosto de 1946 para dar más amplitud a Luna y crear la plaza Juan Gavala. El edificio (que lindaba con el que alojó a la Ferretería Zaragoza) era, como reza en los antiguos callejeros, el primero de la calle San Juan. /Foto: Colección Miguel Sánchez Lobato.
--Le propongo un viaje tabernario por el tiempo. Demos saltos de medio en medio siglo y párese a tomar algo donde le plazca, que está en su derecho.
--Sobre 1750 me detendría en la Taberna del Toro, en la esquina de Larga y Palacios, donde ahora se encuentra la farmacia de Viqueira. El entonces niño Federico Rubio vio desde su balcón cercano cómo sacaban al dueño muerto, degollado por un cliente. Con los años pensaría que si aquella circunstancia le hubiese cogido en la madurez quizá sus conocimientos le hubieran permitido salvarle la vida. En 1826 ya existía el Café de Apolo, donde hoy se halla el Bar Apolo, lo que hace de él el más antiguo de El Puerto. Hacia 1860 hay que citar La Burra, una taberna situada en la calle Cielo, muy cerca de la Plaza de Abastos, probablemente la más popular en todo el siglo XX. Sobre 1900 es obligado echar un ratito en el restaurante La Alegría, en Ricardo Alcón. Pasan los años y justo resulta almorzar en La Fuentecilla, uno de los mejores restaurantes de Andalucía en su época, ubicado en el tramo de la calle Larga delimitado por Ganado y Ricardo Alcón, donde operara Bankia. En la década de los 60 y 70 del pasado siglo fue muy popular el Bar Central, regentado por Maximino Sordo, radicado en Luna esquina a Larga, donde hoy se asienta el Banco Popular.
--Se nos va echando la hora encima. Escoja un sitio de confianza para tomar la penúltima.
--Soy mucho del Bar Vicente. He entrado allí de toda la vida.
--¿Y la copa penúltima siguiente?
--Antes de que termine este año me gustaría publicar un libro sobre los barcos de pasajeros que surcaban las aguas entre El Puerto y Cádiz desde el siglo XV hasta el Adriano III: faluchos, vapores y motonaves. /Texto: Francisco Lambea Bornay.