No habían dado ni las ocho y desde mi ventana podía ver cómo la plaza se comenzaba a llenar de coches, el mío hacia tiempo que lo había sacado de la Plaza Elías Ahuja, era mejor prevenir. Poco a poco el calor se fue disipando, la noche se adueñó del paisaje, y un murmullo ensordecedor, mezcla de mil músicas inundó todo el ambiente. Por suerte, como ocurría siempre, justo cuando comenzaba el principio de aquel final, me marché. Apenas sentí molestias y la fiesta duró, pero al regresar sobre las tres de la mañana aquello era el mismo infierno, pero con mucha mas gente. Eran finales de los noventa, pero la fiesta duró hasta bien entrado el siglo XXI.| Foto: Francisco Bonilla.