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José Luis de la Cuesta y Aldaz. Empresario y alcalde #5.065

TEXTO: ANTONIO GUTIÉRRE RUIZ [*]
Una vida plena en los negocios, de mala suerte ante los precoces fallecimientos de sus hijos, y un grave conflicto en el último año de su vida que los historiadores sabrán reconstruir como merece el personaje de José Luis de la Cuesta Aldaz, quien fuera alcalde de El Puerto de Santa María en dos periodos del primer tercio del siglo pasado.

Aunque respondía a un patrón-tipo, de los emprendedores locales de principios del siglo XX, nuestro protagonista añadió una faceta, paralela a la anterior: una importante actividad política y asociativa a escala regional, en la que destacó especialmente, sin que por ello la firma bodeguera que su padre había levantado con tanto esfuerzo y cariño, menguase, sino todo lo contrario, pues alcanzó un mayor nivel y proyección en todos los ámbitos.

De la Cuesta estaba en las mismas líneas de actuación empresarial y comportamiento social que distinguía a los mayores empresarios bodegueros locales de principios del siglo XX, todos ellos bajo el manto protector de los jesuitas y que eran, fundamentalmente, la dedicación plena a sus negocios e industrias y una acentuada religiosidad, en algunos casos rayana en la beatería.

En esta imagen, directivos del Tiro de Pichón en 1916. De izquierda a derecha, José Luis de la Cuesta Aldaz, bodeguero, Eduardo Guerrero de la Escosura, Registrador de El Puerto, Roberto Pitman, bodeguero, Fernando Terry, bodeguero y Juan Osborne Guezala, bodeguero | Foto: Colección Vicente González Lechuga.

Nuestro protagonista casó con María de los Milagros Gómez-González Rull. Los Gómez Rull eran una familia originaria de Huelva. El patriarca de ella, y su suegro, fue Nicolás Gómez-González y Pérez, importante prócer y bodeguero onubense, natural de Ayamonte, senador por la provincia de Huelva entre 1877 y 1880, y diputado por la misma en numerosas ocasiones.

Emparentado con los Merello y Alberti

Cuñada de nuestro bodeguero fue Mª Salvadora Gómez Rull, casada con el portuense Agustín Merello Alberti, con dos apellidos de clara ascendencia italiana, pues era el segundo de los cinco hijos, todos ellos varones, del matrimonio celebrado en nuestra actual Basílica en 1839 entre el genovés Julio Vicente Merello Cherisola y la gaditana Catalina Alberti Ravina.

| La casa de José Luis de la Cuesta Aldaz, en calle Santo Domingo, 1, esquina y vuelta con calle Larga. Pasó a manos de Luis Caballero Noguera por un suceso que relatamos al final de esta nótula, apenas 8 meses antes del fallecimiento de De la Cuesta.

La familia que formó. Su hija Pepita

El matrimonio de la Cuesta Gómez tuvo cuatro hijos que, inusualmente, fallecieron todos antes que sus progenitores, en circunstancias diferentes. La mayor, María Josefa, llamada familiarmente “Pepita” no tengo certeza de si sobrevivió a sus progenitores. En mi fichero tengo registrada la defunción de Josefa de la Cuesta (hay otras personas con este mismo apellido) en Madrid, en 1937, cuando aún estaba la capital en manos republicanas, desconociendo si su fallecimiento fue de muerte natural o como consecuencia de alguno de los episodios bélicos que tuvieron lugar en aquellas fechas. Y, por otra parte, todo apunta a que en esa fecha residía en Barcelona. Por tanto, lo citamos, indicando la duda que, de momento no hemos resolver.  Recién casada con su paisano Joaquín Ruiz Golluri marchó a Canarias donde su marido trabajaba como delegado de la compañía Marconi Española. Tardaría unos años en obtener fruto el matrimonio y, finalmente, sobre 1923 nacería en Cádiz, donde ejercía como director de la Estación Radiotelegráfica, el que sería su único hijo, bautizado con los nombres de pila de sus dos abuelos: José Joaquín.

José Joaquín Ruiz de la Cuesta, veraneos portuenses

En época reciente, José Joaquín Ruiz de la Cuesta, siendo un anciano octogenario continuaba pasando algunos días de cada verano, recordando su época infantil y juvenil,  en la que acompañaba a su madre que venía cada verano a saludar a familiares y conocidos, prolongando su estancia hasta después de la festividad de la patrona, la Virgen de los Milagros, que se celebra el 8 de septiembre, como era y es costumbre extendida entre los aquí nacidos que se encuentran residiendo en otros puntos geográficos lejanos.

Fallecen tres hijos en plena juventud

Verdaderamente dramático para esta familia resultaría el largo lustro transcurrido entre septiembre de 1917 y mayo de 1923, en el que nada menos que tres de sus cinco hijos perdieron la vida en plena juventud. Esta macabra secuencia se inició poco después de acabar la octava de la Patrona, a la que tanta devoción tenía toda la familia. Una de las dos hijas solteras, precisamente de nombre María de los Milagros, falleció el 19 de septiembre de 1917. Tenía tan solo 23 años. Y poco más de un año después, el 10 de diciembre de 1918, probablemente afectada por la grave epidemia de gripe que asoló especialmente esta zona del sur y las islas Canarias, fallecía su hermana María Luisa, también muy joven, con 22 años, que no podría resistir la virulencia de la enfermedad, debatiéndose sin éxito varios angustiosos días entre la vida y la muerte.

En la “Revista Portuense” y también en “El Correo de Cádiz” publicaron una reseña del sepelio que tuvo lugar el siguiente día de óbito, en la que informan que, a muy temprana hora, las ocho y media de la mañana fue conducido el cadáver por empleados de la casa comercial en un féretro de color blanco, cubierto con el paño de la asociación “Esclavas de N. Sra. de los Milagros”, precedidos del clero con cruz alzada, oficiando el coadjutor don Luis Zerezuela.  Como era habitual, acompañaban hermanitas de los Pobres a sendos lados del féretro, siguiendo un nutrido contingente de personas de todas las clases sociales, presidiendo el duelo el jesuita Padre Gómez, Nicolás Gómez Rull y Fernando Terry Carrera.

El protagonista del tercer deceso fue el único varón, José Luis, que no parecía, al decir de algunos contemporáneos,  tuviese el mismo potencial y las cualidades de las hicieron gala que su padre y abuelo para gestionar la empresa familiar, aunque no deja de ser una especulación en cierto modo sin base y basada en una opinión.  Murió, probablemente de tuberculosis, con 26 años, el 16 de mayo de 1923. Dos años antes había sido nombrado secretario de la nueva junta directiva Casino Portuense, elegida en 1921.

Alcalde entre 1903 y 1904

Iniciando el resumen de lo que podríamos denominar su “biografía política”, reproduzco la información que me traslada Ana Becerra Fabra, del Archivo Histórico Municipal: “José Luis de la Cuesta y Aldaz, aparece por primera vez en el cabildo de 1 de julio de 1899 como tercer teniente de alcalde. Luego, el 4 de julio del mismo año, es elegido para las comisiones permanentes de Fiestas, de Fomento y Obras Públicas, de Gobierno Interior, de Hacienda y Consumos, de Matadero, de Paseos y Policía Urbana. Fue concejal desde esa fecha de 1899 a 1903, en cabildo de 20 de enero de 1903 figura como Alcalde, y lo fue hasta 14 de enero de 1904, le sigue el 21 de enero Joaquín Ruiz y López.  Después, desde mayo al 3 de octubre, lo encontramos de nuevo como concejal.”

¿Tres alcaldes simultáneos?

Disculpe el lector la digresión y paso a referir esta anécdota que tuvo lugar hace 112 años, reproduciendo textualmente el comentario que apareció en la prensa de entonces: “Continúa la cuestión política en completa calma, “aparentemente”. Se ignora aún quién hará las elecciones municipales que han de legalizar la situación del Municipio, en la actualidad verdaderamente anómala. En estos momentos puede decirse que tenemos tres alcaldes. Dos de Real Orden y uno por delegación: D. José Luis de la  Cuesta, D. Joaquín Ruiz López y el que en la actualidad desempeña la alcaldía, D. Alfredo Felices y Jareda.”

Actividades políticas y, de nuevo alcalde, en 1930

En el año 1930 volvió a presidir el consistorio, tomando posesión como alcalde en abril de dicho año. Y en las décadas anteriores no estuvo, ni mucho menos, inactivo u ocioso en este terreno, pues de 1914 a 1916 ejerció como Comisario Regio del Ministerio de Fomento para Cádiz y su provincia, y ya en esos años es elegido diputado provincial por El Puerto de Santa María, cargo que mantiene en 1929. En 1917 presidió la Junta de constitución de la Mutualidad Ganadera Gaditana, siendo elegido en 1919 Contador de la Cámara Agrícola Provincial y, a nivel local, formaba parte de la junta del Pósito.

Premiado en el Congreso Nacional de Comercio de Ultramar (América y Filipinas)

Este despliegue de actividades y obligaciones de carácter público no redujeron aquellas otras que desarrolló en su vida empresarial y que le proporcionaron algunas satisfacciones,  aparte del aspecto crematístico, como pudieron ser los premios que obtuvieron algunas de sus marcas de vino en la Exposición de Productos Regionales celebrada en Sevilla, en el pabellón de Bellas Artes de la plaza de América, con motivo del I Congreso Nacional de Comercio de Ultramar (América y Filipinas) que sería el precedente de las ferias de muestras celebradas posteriormente, o los dos segundos premios recogidos en la tribuna de autoridades, con presencia de los reyes,  en la Exposición Nacional de Ganado de 1922. Ganó con lotes de yegua y potros españoles y otro de potrancas.

Religioso y caritativo

La religión formó parte importante de su vida privada. Y con esta última faceta, la de su religiosidad, vamos a finalizar nuestra exposición de los datos que hemos podido reunir de José Luis de la Cuesta, a través uno de sus tataranietos, el portuense Miguel Castro Hernández.

Una de las señas de identidad de la trayectoria devota y cristiana que mantuvo durante toda su vida fue su pertenencia a la Archicofradía del Santísimo Sacramento, también denominada, debido a su origen, de los Caballeros Veinticuatro, de la que sería su presidente en 1922 y a la que perteneció hasta su muerte, en 1941, el mismo año en que presidió también, unos meses antes, la Junta de la conmemoración de los 25 años de la Coronación de la Virgen de los Milagros, cuyo centenario fue en 2016.

Ejercía la caridad con el prójimo, socorriendo como buen samaritano no sólo a pobres reconocidos como tales, sino a otras personas y familias que, al igual que le pasaría a él en el último tramo de su vida, con la diferencia de que, según parece, todos le volvieron la espalda, amigos y deudos, a raíz del ya comentado dramático incidente en el que a raíz de ser acusado Francisco de Paula Diáguez o Diáquez Bastarreche, jefe de escritorio de su compañía, amigo personal y hermano como él de la Adoración Nocturna, de profanar sacrílegamente la hostia consagrada, que guardaba a hurtadillas en su misal después de recibir la comunión. Las paranoias de algunos fanáticos, ya sean religiosos, políticos… o futboleros, por citar algo tangible y cercano, no tienen límites y menos en esos años de facciones radicales, donde proliferaron los “ultras” en la izquierda y en la derecha, y lo que es peor, tuvieron poder de decisión y decidieron que, suponiendo que el Sr. Diáquez, que posiblemente militase en la masonería tan al uso, a la que pertenecían no pocos políticos y militares, puesto que era un ideario o una filosofía reconocida y prestigiada internacionalmente,  no sólo debía ser expulsado de la Adoración Nocturna, tal vez excomulgado y perder su empleo por la falta de consideración con los católicos de pro y abuso de confianza, sino que debía perder también la vida, y así lo hicieron y ejecutaron --nunca mejor empleado el término- siendo una de las víctimas que se cuentan en  los primeros fusilamientos de internados en el penal después del Alzamiento  y así consta que lo fue el 6 de agosto de 1936.

No es difícil suponer, añadiendo a su ruina económica esta especie de boicot social disimulado, por la espalda, pues posiblemente a la cara no se atrevían a manifestarlo, la pérdida de toda su familia, y al decir toda, aún sin conocer si su hija Pepita vivía o no, parece evidente que ni a ella ni su esposo le unían muchos lazos afectivos con sus respectivas familias, o al menos esa es la conclusión a la que hemos llegado, ante la falta de una información mayor que lo desmienta.

Luis Caballero, la pensión a vitalicio y su muerte a los 8 meses

Decíamos que este cúmulo de sinsabores le producirían un estado de melancolía, como decían los antiguos al referirse a la depresión, y también haber superado los setenta años, una edad más que aceptable para dejar parte de la actividad que tan intensamente había desarrollado hasta entonces, a resultas de lo cual aceptó poner todos sus bienes (bodegas e inmuebles) en usufructo vitalicio de él y su esposa, por una paga o pensión mensual cuya cuantía desconocemos. La propuesta la realizó D. Luis Caballero Noguera, y el contrato se formalizó el 21 de abril de 1941. Justo ¡ocho meses después! el 21 de diciembre de 1941, falleció.

Estos últimos datos aportados, lo son a título orientativo, pues al haber transcurrido tan solo 75 años desde estos hechos no podemos acceder a los documentos notariales que nos puedan dar las claves correctas de todo este convenio que firmaron Cuesta y Caballero, aunque parece evidente que todo lo que tuvo el primero ahora lo tiene el segundo.

| Las antiguas bodegas José de la Cuesta, en la calle Palacios, esquina con San Bartolomé.

El incidente, transmitido por ‘tradición oral’

Tenemos reparos de finalizar (aun así, lo hacemos) con nuestra peculiar versión de una anécdota, transmitida por “tradición oral”, que forma parte de la pseudo leyenda tejida en torno a este personaje, como en varias ocasiones hemos apuntado. En 1941, el día 21 de diciembre era domingo. Podemos suponer que la mayoría de los archicofrades del Santísimo eran adoradores nocturnos y realizaban sus turnos en la vigilia del sábado de madrugada. En los descansos, en la sacristía o fuera de ella, entre el humo del tabaco y algunas infusiones que no perjudicaran el ayuno preceptivo en aquellos años para poder comulgar se realizaban corrillos en donde tenían lugar animadas y plácidas conversaciones de los más variados temas. Aunque no siempre eso era así. Ese día, incluso podríamos escribir enfáticamente, ese funesto día, tuvo lugar una acalorada discusión entre un petulante joven llamado Ramón Jiménez Loma, que por entonces le calculamos no había cumplido aún los 30 años y nuestro anciano protagonista, parece ser, sobre el tema del derecho o mejor dicho, el requisito, indispensable para ser archicofrade, que Jiménez Loma defendía, que fuesen descendiente de hidalgos o hijodalgo y/o tuviesen nobleza reconocida en algunos de sus apellidos.

Debemos suponer que Cuesta, que tal vez no reunía ese requisito, no aceptaba esa teoría y esta incidencia y nos recuerda la permanente disputa que existió durante el siglo XVIII entre los archicofrades y los ediles municipales, para portar los varales del palio en la procesión del Corpus Christi. Estaba instituido que los dos primeros lo llevaran la autoridad municipal y los otros cuatro los archicofrades, pero estos últimos no aceptaban un año sí y otro también dicha norma. Se formaban verdaderos enfrentamientos entre los caballeros afectados, de tal suerte, que tenían que intervenir las autoridades eclesiásticas de mayor rango para intentar poner paz en estas repetidas e inacabables disputas.

La historia acaba cuando a José Luis Cuesta, ya en su domicilio, a donde llegó muy afectado por la discusión, sufrió una congestión, una embolia cerebral que le causó la muerte.

De la Cuesta Aldaz merecería que alguien más versado y documentado que nosotros, realizara un estudio biográfico de su trayectoria vital, resaltando sus numerosos valores y pudiera aclarar suficientemente el dramático último acto de la comedia que todos protagonizamos con nuestra propia vida, del que circulan, mezclando realidad y leyenda, diferentes versiones a nivel popular.

[*] Asociación Puerto-Guía

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