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José Navarrete Vela-Hidalgo. El portuense más antitaurino y autor de un bello cuadro de una Tarde de Toros en El Puerto # 5.577

 | Texto: Manuel Almisas Albendiz.

Ya se puede leer online (ver notas al pié) el Tomo II de la biografía del portuense José Navarrete Vela-Hidalgo, escrito por Manuel Almisas Albéndiz, que abarca desde 1878 hasta su muerte en Niza en marzo de 1901[1]. Además de sus principales obras, como «Las Llaves del Estrecho», «María de los Ángeles» o «Niza y Rota», en este volumen se describen sus textos militares, poéticos, anticlericales y de critica teatral. Pero por encima de todo, en los años finales de su vida, Navarrete se convertirá en el reconocido e incuestionable abanderado de la lucha por la abolición de las corridas de toros[2]. 

| La calle José de Navarrete, la actual calle Palacios, aparece en el Nomenclator municipal de 1904 | Archivo Municipal.

José Navarrete (El Puerto de Santa María, 1836 - Niza, 1901) comenzó su campaña taurina más firme en 1886 con la publicación de su obra «Las Fiestas de toros impugnadas por D. José Navarrete-División de Plaza».  Desde ese momento, las críticas no tardaron en llegar. Navarrete las esperaba y las deseaba, pues pensaba que solo a través de las argumentaciones y del debate se podría llegar al convencimiento y a cambiar de opinión; sin entrar en personalismos y en ataques viscerales e irracionales. Por eso había concertado con su buen amigo y famoso revistero taurino del diario El Liberal, Mariano de Cavia (Sobaquillo), que él publicaría la segunda parte de la obra con la defensa de la fiesta de toros. 

“¿Cabía mayor contradicción?

Mariano de Cavia (Sobaquillo) cayó gravemente enfermo y no pudo hacerlo en esos meses, pero el resto de gacetilleros taurinos de los diarios de Madrid y de provincias, así como los redactores de decenas de revistas taurinas que existían entonces en España, se lanzaron a mofarse y a ridiculizar a José Navarrete por sus críticas a la «fiesta más española y castiza», siendo encima -decían- no solo militar español, sino andaluz y de El Puerto de Santa María (Cádiz), «¿cabía mayor contradicción?». 

4.859. El antitaurino José Navarrete. ‘Toros, Bonetes y Cañas’

 

Sin embargo, de quien recibió las críticas más agudas fue de su amigo y paisano José Velarde Yusti, poeta conileño, que ya se conocían desde su época de Cádiz, cuando el jovencito  Velarde, alumno de la Facultad de Medicina, acudía a las veladas poéticas que el capitán de artillería José Navarrete organizaba en su habitación del pabellón de oficiales del Paseo del Peregil (hoy Parque Genovés). Velarde siempre consideró a Navarrete como su maestro y Navarrete comparaba a Velarde nada menos que con Garcilaso, como forma de ensalzar la exquisita calidad poética de su tocayo.  

Velarde Yusti recogió en su obra «Toros y Chimborazos» varias cartas escritas a Navarrete y en una de ellas esgrimía Velarde que cómo podían tenerse por serios los ataques de Navarrete a la fiesta taurina, si había escrito uno de los más bellos cuadros de una corrida de toros en El Puerto de Santa María, publicado con el título de «¡A los toros, a los toros!», copiando extensamente algunos párrafos. Este artículo debió aparecer en el diario gaditano El Peninsular en 1865 o 1866, años en los que colaboraba Navarrete como redactor, cuya colección casi ha desaparecido y los escasos ejemplares que existen no pueden consultarse por estar en muy mal estado.  Gracias a Velarde podemos leer este fragmento de «¡A los toros, a los toros!» de José Navarrete:

(…) Trenes y faluchos, diligencias y vapores, vomitaban millares de pasajeros en el paseo del Vergel y en la Victoria.
Eran de ver, dos horas antes de ir a la plaza, el Colmado, la Fuentecilla y, sobre todo, el patio y los comedores de la fonda de Vista-Alegre, de bote en bote. Encontrábase allí, y allí cambiaban abrazos y cañas, la gente de Cádiz, la gente de Sanlúcar, la gente de Jerez, la de Lebrija, la de Puerto Real, la de Rota… todos de pie, todos en movimiento, en torno a aquellas mesas cubiertas de langostinos, de bocas de la Isla, de ostiones de concha, de botellas de vino… ¡Qué voces! ¡Qué ruido de cristal! ¡Qué atmósfera llena de vapores del menudo y del perfume del oloroso y la manzanilla!
…………………………..…
Otra multitud se paseaba por los alrededores de las cuatro esquinas de la calle Larga, donde estaba el despacho de billetes. Una música militar, venida de Cádiz, tocaba frente a la confitería de la Campana el popular tango
¡ay, ay, ay!
Que a ti te gustan los medios vasos…[3]
A las tres y media de la tarde quedábanse desiertos el paseo, las tiendas de montañés y la fonda, e interminables hileras de almas iban a la corrida por las aceras de las calles de Palacio y de Luna, inundaban la plaza de la Iglesia, confluían formando una masa compacta, una columna inmensa en la calle de Santa Lucía, y continuaban hasta el circo entre las filas de puestos de abanicos de calaña[4] que alternaban con las espuertas de avellanas, cuyos tíos desgañitábanse gritando: ¡a dos reales la grande, y a probarlas!
Las muchachas del barrio, con los labios llenos de suspiros y de mosquetas[5], menos bonitos que sus caras, se asomaban a las ventanas y a los balcones para ver pasar aquella procesión, a la que servían de pasos, de trecho en trecho, un picador con un amigo feliz a las ancas, la carretela que conducía a los matadores, la calesa donde iban los banderilleros, sentado uno en las piernas de los otros dos, y un juego de mulillas formado por las mejores jacas del Señó Canelo, empavesadas con banderas, moños y cascabeles».

Después de copiado lo que antecede, Velarde escribía: «¡Ole por la sangre torera de D. José Navarrete! Sí, señor, sangre torera tiene Vd.; que de lo contrario no podría pintar con requetetantísima gracia el cuadro de ¡A los toros, a los toros!  Pero, hombre, ¿no sospechó Vd. al pintarlo que, a los aficionados, y a los que no lo son, se les iba a hacer la boca agua y a entrarles una comezón de ir a la plaza». 

José Velarde (en la imagen de la izquierda) destapó así el pasado taurino de Navarrete, que pronto se extendió por la prensa madrileña como oración acusadora, y sobre todo en la primera de sus cartas:

«Sr. D . José Navarrete:
QUERIDO AMIGO: ¿Es posible que quien nació en la tierra de la alegría; quien se crió entre montones de sal, bebiendo manzanilla y comiendo cañaíllas y bocas; quien se divirtió de muchacho corriendo toros de cuerda; quien se juntó de mozo con gente de rumbo y sandunga; quien visitó, por último, religiosamente, como monumentos en Jueves Santo, las tiendas más famosas de montañés de Cádiz, La Isla, Jerez y los Puertos, se nos venga ahora haciendo remilgos monjiles o ascos filosóficos, que da lo mismo, a nuestra fiesta nacional?      
¡Impugnar las corridas de toros un andaluz de buena cepa! ¿Está Vd. empecatado? Deje Vd. empresa tan mentecata para ingleses humanitarios, alemanes sabiondos y españoles vergonzantes.
 ¿Cómo ha podido Vd. olvidar aquellos tiempos en que alegrada la sangre por el néctar sanluqueño, abandonada la casaca con bombas por la chaquetilla de dril, sustituida la gola por encendida corbata y cambiado el espadín por nudoso garrote, se encaminaba Vd. a la plaza acompañado de la gente neta del Casino de la plaza de San Antonio o de los célebres pollos del Solano[6] y sentado en un cajón, donde se atracaba de langostinos y almendraos de canela, tiraba Vd. el hongo a cada triquitraque, bien a Manuel Fuentes “Bocanegra” cuando coleaba a un Barbero de Córdoba, bien a Francisco Ortega “Cuco” cuando banderilleaba a un Saavedra de Utrera, bien a Manuel Domínguez “Desperdicios” cuando recibía con todas las reglas del arte a un Lesaca de Sevilla?». 

Ante estos detalles de su pasado taurino, Mariano de Cavia, Sobaquillo no dudó en 1887, cuando pudo al fin publicar su obra en defensa de las corridas de toros, repetir el mismo argumento:

«Y como es fama que antes de meterse usted a fraile se ha hartado de carne, es decir, que ha sido gran partidario de las diversiones de pura casta española, como son las tientas de becerros, los herraderos de reses bravas, las lidias de novillos a lo señoril, las peleas de gallos, las alegres giras y las clásicas juergas, con todos los alardes de fuerza física y de resistencia masculina que traen consigo estos deportes nacionales, estoy seguro de que si nuevamente se viera usted metido en harina, dejaría muy bien puesto el pabellón… Esta es toda la pena que le deseo a usted: que le aplaudan de presidente en una corrida de toros».

Desde entonces, estos argumentos fueron un «clásico» cuando se hablaba de Navarrete y de su campaña antitaurina. no pudiendo concebirse que un andaluz con ese pasado y esa experiencia combatiera con tanta constancia lo que él llamaba «asnería nacional» o «salvajada nacional», entre otros epítetos. Pero en realidad, también estaban poniendo al descubierto que su crítica no partía del desconocimiento, que no podía decirse el manido «este no sabe de lo que habla», y que con más motivo debía tenerse en cuenta, aunque no se compartiera, su visión abolicionista de las corridas de toros. 

Uno de los críticos taurinos más famosos de su época, que escribía en la sección «Toros» de El Imparcial, era el malagueño Eduardo de Palacio (Sentimientos), y el 24 de mayo de 1894 escribía un romance donde se desvelaba la crítica sobre el motivo por el que la gente no fuera a los toros como antes, y hacía referencia a su «compare Pepe Navarrete»:

(…) Por fin vino a resurtar
que está la afisión perdía,
que uno va a al sirco a gosar
y sale de la corría
con gana de pelear.

¿Señó, qué es lo que pasa?
¿La afición donde se mete?
Too dende que ha publicao
mi compare Navarrete
ese foyeto atrasao. 

Pero Pepe ni siquiera
pensó en la cosa con carma,
pues él, aun cuando no quiera,
tiene alegría en el arma
y mucha sangre torera.

¿Aquer sol de Andalusía
no tiñó con tintes rojos
la casa donde vivía,
no yenó de lus sus ojos
ni su pecho de alegría

Pues qué, ¿no nasió escuchando
ese cante que se quea
en er corasón bailando,
de Sanlúcar de Barramea,
los Puertos y San Fernando?

Pepe, que no lo creería,
lo veo, y no me lo explico;
un hijo de Andalusía
podrá tar ves no ser rico,
pero lo es de fantasía.

Es que tu bondá te engaña,
y habrá toros, como hay sol,
manque pese a gente extraña,
¡pues si es lo único español

1.996. JOSÉ NAVARRETE Y VELA-HIDALGO. Diputado, militar y escritor, intentó abolir la pena de muerte hace 143 años.

___________________________________

Notas

[1]    El Tomo II puede descargarse en formato «pdf» en el pulsando en el siguiente enlace

[2]    En el siguiente enlace se encuentra disponible sus artículos antitaurinos más famosos en la obra «Toros, bonetes y cañas», recopilados por su biógrafo:

[3]    Se refiere al tango andaluz conocido como «Los merengazos» o de «la casera», antecedente de los tanguillos de Cádiz, cuyos estribillos decían así: 

«Sí, sí, sí,
a mí me gustan
los merengazos. 

No, no, no, 
a ti te gustan 
los medios vasos. 

Sí, sí, sí. 
A ti te gustan 
los pio nonos.

No, no, no, 
que ya te he dicho 
que no los como. 

[4]    Junto a la mantilla blanca, el abanico era otro complemento imprescindible para ir a una corrida de toros. Los abanicos de calaña eran de mala calidad, casi de usar y tirar. De hecho, se anunciaban así: «¡Abanicos de calaña, que se rompe el papel y queda la caña! ¡A perra chica!».

[5]    Hace referencia al color de los pintalabios de color «rosa mosqueta».

[6]    Jóvenes de buena posición y famosos por su buen humor que frecuentaban la tienda de montañés «El Solano» de la calle San José, esquina con C/ Solano de Cádiz.

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