| Texto: María Jesús Vela Durán
Siempre he oído que el mundo es un pañuelo y es cierto. La casualidad hizo que encontrara a una señora nonagenaria, Ángeles Siles Escobar, que me decía que en pocos días sería su cumpleaños pero que no sabía si llegaría a esa fecha. Naturalmente que le dije que sí. pues estaba estupenda y muy lúcida. La conversación enseguida derivó en como vino a trabajar a El Puerto de Santa María desde Hornachuelos (Córdoba), y como la recogió el cochero de Elisa Osborne Vázquez, Marquesa de la Candia. Al parecer ese fue el primer coche que existió en El Puerto-según ella-.
A pesar del bullicio propio y de la hora punta en Bodega Obregón, pudimos entendernos perfectamente. Le comenté, que mi tía abuela Emilia Mancera Troncoso también trabajaba para esta familia.
Al principio se quedó algo dubitativa pero enseguida se le alegró la mirada y me dijo: “--Emilia, era como una madre para mí. ¿Viven sus hijas?” “--Desgraciadamente no”. Noté como se apesadumbró, e insistía: “--¿No queda nadie?” Le aclare que vivían los nietos de Tía Emilia, y eso le alegró el semblante. Como tenía en la memoria del teléfono una foto de Elisa Osborne, se la mostré y se le alegro la cara al verla. “--Mira qué guapa y que buena era”, me decía, “claro que aquí ya había muerto su hijo, Tomás Cólogan Osborne, en el Crucero Baleares; pobrecita cuanto sufrió por su hijo. Era muy joven, tenía dieciocho años y toda una vida por vivir. ¡Que mala suerte! Doña Elisa, nunca volvió a ser la misma”.
La conversación una y otra vez era interrumpida por los clientes y por los empleados pues era hora punta y no había manera de poder continuarla. Con gran pesar por mi parte y creo también por el suyo, tuvimos que despedirnos. Ya en casa pensé en que despistada había sido al no haber guardado el nombre de ésta señora pues no era probable que nos volviéramos a ver, pero como el hombre propone y Dios dispone, el sábado siete de Marzo del 2020 al cabo de dos meses, la volví a ver. De seguida me acerque a saludarla, ella se extrañó al principio, pero cuando me identifique le dio mucha alegría.
Nuevamente me lamenté y me disculpé por ir con prisas, ella me agarraba la mano con fuerza y me reiteraba su cariño por la familia Castallo Mancera --mis tíos abuelos-- se acordaba de todos especialmente de Tía Emilia. Me contó que su madre al enterarse que había un muchacho que la pretendía --José Gálvez, familiar de los de la Calería-- hizo que volviera a Hornachuelos, pero Elisa Osborne, fue a buscarla, para traerla de vuelta a El Puerto. Al parecer, en su pueblo al ver a la señora en su flamante automóvil, pensaron que podía ser alguien de la realeza, por lo que causó gran expectación.
Ya de vuelta, con el devenir del tiempo, Ángeles y José se casaron con la aprobación de sus familiares y de sus empleadores, me refirió. Nuevamente, la tristeza apareció en sus ojos, “--Es que …mi marido era muy bueno, al igual que mis suegros”.
A unos metros, el mío --Gregorio Cruz Vélez-- se impacientaba y me hacía señas que nos esperaban, que me despidiera de la señora. Ella se aferraba a mi mano con un ruego: “--¿Vivirá Elisa, la hija pequeña de los marqueses?” No pude contestarle. Me insistió: “¿Seguirá en Jerez? Me gustaría ir a verla o al menos poder hablar con ella”. La tranquilicé diciéndole que intentaría averiguarlo y por supuesto pienso hacerlo, pero ¿dónde la busco? ¿Cuál es su nombre? “--Mi nombre es Ángeles Siles, para servirle a Dios y a usted y vivo en la calle Arenas número...” No, no hace falta decirlo, pero esperé que mi amigo Camilo González Selma, entrañable y cálida persona, de memoria privilegiada, puediera averiguarlo.
Lamentablemente, no volví a ver a la señora Ángeles: el covid-19 nos encerró y en ese tiempo falleció (2021). Tuvo que ser duro para ella, dejar su pueblo con lo que con llevaba, es decir, dejar familia y amigos para irse a un lugar desconocido sin el amparo de los suyos. Suerte que dio con personas muy buenas, que le hicieron pasar su sacrificio de manera más llevadera. La vida que les tocó vivir, fue muy dura, nadie les regaló nada, lo trabajaron, como” las jabatas que eran” con dignidad y honor.