Una fábrica de cerveza a principios del siglo XIX

| Texto: José María Morillo
En la memoria del olvido de la cerveza andaluza, --algo tan de esta desembocadura del río Guadalete-- hay un nombre que debería figurar en letras doradas sobre una etiqueta vintage: Diego Sewell. Un británico afincado en El Puerto de Santa María que, en pleno 1804, se propuso lo impensable en una tierra de vinos: abrir una fábrica de cerveza.
El Archivo Histórico Provincial de Cádiz custodia su memoria líquida en forma de documentos que hoy son joyas para cualquier amante del lúpulo. Allí se conserva su solicitud para montar la fábrica, un plan que no se andaba con rodeos: “solicitando poder traer dos oficiales ingleses y la libertad de 1.000 quintales de carbón de piedra y la porción de cebada y de la yerba llamada ‘hublon’ [es decir, lúpulo]”. Y no solo eso. El 18 de enero de 1805, la Aduana de Cádiz le dio luz verde: “Concediéndole un año de término para que pueda establecerla, y para lo que se le permite la introducción libre de derechos de 200 quintales de ‘yerba hublón’ y de 4.000 fanegas de cebada tostada y cruda, con destino a su fábrica”.

Es decir, hablamos de uno de los primeros intentos documentados de implantar una cerveza de estilo británico en suelo andaluz, en El Puerto de Santa María, con ingredientes importados y personal técnico extranjero. En una época en la que aún no existían ni las marcas industriales ni las modas artesanas, Sewell ya intuía el potencial del mercado. Él no fabricaba para una taberna, sino con vocación industrial.
El Archivo resume bien el contexto de aquel siglo XIX cervecero: “una cerveza de alta fermentación caracterizada por su elaboración a temperatura ambiente mediante un proceso de fabricación eminentemente artesanal, con alto contenido etílico y de color oscuro”. Lo que hoy llamaríamos una ale de manual, probablemente robusta, densa, oscura y con mucho carácter. Justo como la que se podía encontrar en cualquier pub londinense… pero fermentada en la Bahía de Cádiz.
¿Qué fue de aquel proyecto? ¿Tuvo éxito? Eso ya pertenece al terreno de la espuma perdida. No hay datos concluyentes sobre cuánto tiempo funcionó su fábrica, acaso la invasión napoleónica la cercenó, ni si llegó a comercializarse a gran escala. Pero su intento deja una huella histórica importante: Sewell fue el primero que pensó la cerveza como una industria viable en tierras portuenses. Una idea adelantada a su tiempo, abriendo un camino que otros retomarían mucho después. Sewell fue un outsider cervecero en una tierra de vinos, pero también, quizá sin saberlo, un precursor de lo que hoy el marketing denomina cultura cervecera del sur.

En el Archivo Histórico Provincial también se encuentra otro documento relevante en cuanto a sociedades mercantiles para la fabricación de cervezas se refiere: la solicitud firmada por Juan Osborne Guezala, registrada en 1903, representando a Francisco Javier Tosar Zurutuza y Cía., con sede en El Puerto de Santa María, instando el registro de la marca de cervezas El León.
Será la primera incursión de la familia Osborne, como podemos leer en el documento, en el sector cervecero. Ya que, si bien la Cruz del Campo, con los hermanos Roberto y Tomás Osborne Guezala, llevaba funcionando en Sevilla desde 1902, no se registraría hasta 1906 en una notaría de Cádiz, con capital portuense, también en los fondos notariales del mencionado archivo.

Así que la próxima vez que levantes un vaso, piensa que tal vez, --solo tal vez--, ese amargor elegante que acaricia el paladar gracias a sus peculiares levaduras, empezó a gestarse hace más de dos siglos, con un inglés testarudo, 200 quintales de lúpulo extranjero y una idea clara: que también en Andalucía, desde El Puerto de Santa María, la cerveza tenía algo que decir.