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elcorazondelosdias_puertosantamariaHoy jueves a las 20:30 horas se presenta el libro El corazón de los días de Francisco Lambea Bornay publicado por el Grupo Editorial Sial Pigmalión, en la Fundación Rafael Alberti que correrá a cargo del periodista Pedro Payán e intervendrán, precediendo al poeta, el editor, Basilio Rodríguez Cañada y el escritor Luis García Gil.

Paco Lambea (ver nótula núm. 124 en Gente del Puerto) es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Periodista de amplia trayectoria, actualmente en la televisión 8 El Puerto y colaborador en “Diario de Cádiz”. Este libro, que el autor convierte en un homenaje a su padre, constituye el cuarto en su trayectoria tras los poemarios Meditación de tu nombre, Estampas familiares y Densidad del labio.

Lambea nos describe en su poemario cómo “Llega un momento de la vida/ en que la muerte decide/ nombrarte adulto”, y admite emprender una búsqueda que a veces siente infructuosa, toda vez que […] es tu mundo aquél/ donde las sombras son blancas”. El poeta experimenta los naturales sentimientos que inspira una pérdida tan dolorosa, y los refleja con versos de conmovedora sencillez (“Es difícil ver el cielo/ igual de azul tras tu muerte”) y mensaje hondísimo (“Somos el tiempo/ que contigo fuimos”).

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El escritor traza una obra tremendamente personal, en la que se recogen momentos significativos de la biografía de su padre y, en cuanto a la relación con él, del propio autor, consciente, como señala en el pórtico que precede a los versos, de que “La muerte de una persona amada abre una herida que nunca se cierra”, sabedor también de que, mientras llega esa otra existencia en la que cree, necesaria para que el mundo no sea tan injusto, hay que “tejer con las palabras esa corporeidad que se nos niega”.

desdelohondo_villarreal_puertosantamariaHoy presenta en la Fundación Rafael Alberti nuestro paisano Juan Villarreal Panadero (ver nótula núm. 637 en Gente del Puerto), su poemario, ‘Desde lo Hondo’, un libro de vivencias de la cárcel.

El libro es un poemario de sonetos en los que recoge momentos, situaciones, reflexiones de un preso que ve pasar de forma inevitable el tiempo y que, en la soledad de su celda, se hace infinidad de preguntas para las que no encuentra respuesta.

El título está referido al salmo 129: "Desde lo hondo a ti grito, Señor..." y es el fruto de los casi veinte años de Juan compartiendo vivencias con los presos de Puerto I y Puerto II.

Los poemas se han ido escribiendo a lo largo del tiempo, conforme fue ido conociendo la auténtica realidad de muchos condenados y así «he ido desmontando, progresivamente, el tópico simplista que está presente en nuestra sociedad, que clasifica en buenos y malos a los que están a un lado u otro de las rejas carcelarias».

El libro, además, va acompañado de un CD en el que recita los poemas y que puede ser un complemento para quien guste más de oír poesía que de leerla o prefiera hacer ambas cosas simultáneamente.

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De izquierda a derecha, Ramón González Montaño, Monseñor Rafael Bellido Caro y Juan Villarreal Panadero, el día de su ordenación como Diácono, en la Iglesia de San Marcos, en 1992.

Juan se ordenó como Diácono Permanente en la catedral de Jerez, tras cinco años de formación teológica. Como Diácono ha ejercido su ministerio en la parroquia de San Marcos, en San Joaquín y desde 1995 trabaja en la Pastoral Penitenciaria, desempeñando la función de capellán del Centro Penitenciairio Puerto I y también visita a los presos de Puerto II.

 

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Rafael Alberti escribió este poema-premonición al pie de las Torres Gemelas de Nueva York, a principios de los años ochenta. Fue publicado por la editorial Seix Barral en 1982, en su libro  ‘Versos sueltos de cada día’. Un momento amargo de la historia visto por nuestro poeta mas universal, 19 años antes del luctuoso suceso, que cambió la historia de Occidente.

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Aquí no baja el viento,
se queda aquí en las torres,
en las largas alturas,
que un día caerán,
batidas, arrasadas de su propia ufanía.

Desplómate, ciudad de hombros terribles,
cae desde ti misma.

Qué balumba
de ventanas cerradas,
de cristales, de plásticos,
de vencidas, dobladas estructuras.

Entonces entrará,
podrá bajar el viento
hasta el nivel del fondo
y desde entonces ya no existirá
más arriba ni abajo.

Rafael Alberti

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Alentado por el hechizo que sobre él obran unos 'cuadernos chinos', Rafael Alberti va desgranando en ellos sus versos sueltos de cada día, escritos al hilo del discurrir cotidiano, del instante fugaz. Sembrado de delicias líricas que abarcan desde el aforismo poético, la evocación, la aprehensión del sentimiento, la imagen cercana al hai-ku, al poema o la copla de sabor popular, es éste un espontáneo libro de memoria que refleja las innumerables facetas y los motivos recurrentes del poeta.

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A Vicente Sordo Gómez, con
mi amistad.

Es una inacabable algarabía,
donde todo es posible e inaudito:
desde la tapa insigne al numerito,
que vende silenciosa “La Alegría”.

Una alegre y flamenca bulería
en la barra ... Se bebe Fernandito
su quinto “valdepeñas”, como un rito
solemne, alrededor del mediodía.

Todo tiene un acento costumbrista:
en la puerta la foto de un artista
se cuelga del cristal, calladamente.

Y el tiempo que parece se ha quedado,
al pie de La Placilla ensimismado,
colgado en la pared del “Bar Vicente.

Todo tiene el sabor recio y añejo
de aquel Puerto de ayer, tan aldeano,
donde imperaba el trato campechano
no falto de sapiencia y de gracejo.

Baja de La Angelita el Puerto viejo,
campesino y sufrido, al par que humano.
Gesticula al hablar su recia mano,
dando al ambiente un aire de festejo.

“Los Dos Pepes” ayer ... Hoy, padre e hijo,
en un constante y cálido amasijo
de lealtad y servicio a sus clientes,

escriben, sin saberlo, lo que historia
mañana habrá de ser ... Que en la memoria
del Puerto han de quedar los “Dos Vicentes”.

Paco del Castillo

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Esta es la historia de cómo asistí al nacimiento de una saeta a Jesús Nazareno de El Puerto, de cómo cambió de casta, de cómo cambió de mano, y entró en la cadena irrefrenable de la tradición:

Manuel Machado, en cuatro versos, hizo un conciso tratado de la anonimia de las coplas populares:

Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son.
Y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe su autor.

Y viene al cuento recordar cómo una poesía de autor llega a ser copla. Es un hecho misterioso, que se escapa de las manos del que la compone, el que una obra culta prenda en la tradición popular y se confunda con ella.

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De izquierda a derecha, Alfonso Terry entrega a Luis Suárez Rodríguez la medalla de socio número 1, cofundador de la Asociación de Ntro. Padre Jesús Nazareno en 1927 y cuyos estatutos se aprobaron en 1941, en presencia de un joven perteneciente a la colonia alicantina y el veterano hermano Antonio González Rivera.

Por los años cuarenta, mi padre, Luis Suárez Rodríguez, compuso unos "Gozos de Nuestro Padre Jesús Nazareno" a los que el Maestro de Capilla de la Prioral puso en música e interpretaba todos los años en el famoso quinario del Nazareno. Uno de los cinco motetes decía:

Divino Padre Jesús,
no te abraces al madero;
suelta y déjame la cruz,
porque yo llevarla quiero,
en vez de llevarla Tú.

Y año tras año, el coro del recordado maestro don Francisco Dueñas Piñero con acompañamiento del órgano grande de la Prioral, reforzado con los violines de don Ramón Zarco y de Agustín Moreno, cantaba los "Gozos" en el ejercicio del quinario. En el presbiterio del altar mayor --añadido con su ampulosa maquinaria efímera de altar para los "Cultos"--, con ciriales, incensarios y naveta pululábamos, de dalmática, toda aquella "Comunidad de Venerables Granujas", como Don Antonio Cía (Ver nótula núm. cxx en Gente del Puerto) nos apodaba a los eventuales monaguillos nazarenos. Tras el rezo del quinario, los "Gozos"; tras los gozos, el sermón; tras el sermón la exposición de Su Divina Majestad y bendición.

Y año tras año, en aquellas fastuosas ceremonias litúrgicas, sonaban en la Prioral los "Gozos" que compuso mi padre. Los motetes fueron cinco, pero de cuatro ni siquiera queda noticia. De los cinco, el que tuvo mejor fortuna fue el que he dicho y que pervivió como copla.

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El paso del Nazareno por la calle Vicario, frente a la sacristía del primer templo local.

En lo culto que salta a la categoría superior de lo tradicional opera una especie de "selección natural" en que se salva sólo aquello que intrínsecamente tiene garantías de supervivencia, sin que se haya sabido nunca qué cualidades estéticas son precisas para permitirle dar ese salto que tiene mucho de sintonía vivencial.

Una madrugada del Viernes Santo de los años sesenta, Paco "El Azotea" y Pellicer, mano a mano, no bien hacía "fondo" el paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno, comenzaban a cantar sus saetas que atronaban el silencio de la noche penitencial. Yo, que iba de fiscal de paso, no pude reprimir mi emoción al identificar, en una de las coplas de Paco, la letra del motete que mi padre había compuesto.

Pero la cosa no quedó ahí. En plena Campana de Sevilla la volví a oír otra vez y entonces de los labios de Antonio Mairena. Supe, después, que el maestro de los Alcores la había copiado, oyendo la radio, de un concurso de saetas.

Y, en Jerez, al hacer fondo el Nazareno frente a “La Venencia”, oí la misma saeta una madrugada. Luego, Paco "El Azotea" la ha vuelto a cantar muchas veces. Y yo la he oído. Y la copla, yo no pregunto de quién es. Que para que me diga que no lo sabe, que es popular, me basta con oírla cantar y guardar el secreto. Porque, como Manuel Machado concluye:

Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.

Texto: Luis Suárez Ávila.

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«En la ciudad gaditana de El Puerto de Santa María, a la derecha de un camino,  bordeado de chumberas, que caminaba hasta salir al mar, llevando a cuestas el nombre de un viejo matador de toros -Mazzantini-, había un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas llamado La Arboleda Perdida.

Todo era allí como un recuerdo: los pájaros rondando alrededor de los árboles ya  idos, furiosos por cantar sobre ramas pretéritas; el viento trajinando de una retama a otra, pidiendo largamente copas verdes y altas que agitar para sentirse sonoro; las bocas, las manos y las frentes, buscando donde sombrearse de frescura, de amoroso descanso. Todo sonaba allí a pasado, a viejo bosque sucedido. Hasta la luz caía como una memoria de la luz, y nuestros juegos infantiles, durante las rabonas escolares, también sonaban a perdidos en aquella arboleda».

Rafael Alberti Merello. La Arboleda Perdida. Pág. 11. Primer y Segundo libros (1902 - 1931). Madrid, Alianza Editorial, 1998.

Con el gobierno de Hernán Díaz, los cumpleaños del poeta Rafael Alberti, nacido en 1902, fueron todo un acontecimiento mediático literario, en homenaje al poeta y como rédito en imagen para la Ciudad, mientras estuvo con vida.

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En este primer cumpleaños de Rafael Alberti, con Hernán Díaz Cortés como alcalde, celebrado el 16 de diciembre de 1991 en el Hotel Monasterio de San Miguel, vemos al poeta rodeado de periodistas recogiendo unas declaraciones del poeta. De izquierda a derecha, fila superior, Ignacio Gago Fornell, Andrés Jiménez, semioculto desconocido, Francisco Andrés Gallardo, Soledad Duro, Rafa Tardío y Paco Crespo. Sentados, el ex alcalde Hernán Díaz, desconocido, Isabel Flores, el poeta universal y su segunda esposa, María Asunción Mateo. Cumplía el poeta. Cumplía 89 años.

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Foto: Julián Santiago.

Muchas cosas le debo en mi vida a don Antonio Machado, pero quizás la más sorprendente y luminosa sea el haber conocido en el pueblo jienense de Baeza, durante un homenaje dedicado a él, a una joven escritora y profesora de literatura, María Asunción Mateo, de la que, desde entonces, ya no me he separado.Hace de esto casi 11 años, y esa aparición imprevista, que, al igual que aquella otra ("Cuando tú apareciste, / penaba yo en la entraña más profunda / de una cueva sin aire y sin salida"), también debía estar escrita, cambió nuevamente el inquieto rumbo de mi vida. Ignoro todavía cómo dentro de mi vertiginoso vivir los encuentros con ella fueron multiplicándose hasta convertirse en imprescindibles, alimentados por sus relampagueantes y acelerados viajes desde Valencia y por ese hilo mágico del teléfono que día y noche nos mantenía unidos.

Todo sucedía en la más secreta complicidad en mi antiguo apartamento, desde aquel piso 17 que parecía aislarnos de todo y acercarnos más a esa constelación de la que ella, seguramente, procedía. Hasta que un accidente de tráfico obligó al viejo marinero incansable a anclar durante un tiempo su barca y la desconocida profesora tuvo que afrontar la difícil situación de pasar del cómodo anonimato de las aulas al comentario de nuestra relación en las páginas de los periódicos.

Como buen andaluz tengo algo de supersticioso, sobre todo si se rompe un espejo en mi presencia, y, sin embargo, un martes y 13 de julio, antes de que las calles de El Puerto recobrasen del todo su inigualable luz, María Asunción por una puerta y yo por otra nos reunimos ante una jueza que, como suele decirse en estos casos, nos casó "en la más estricta intimidad". Ni fotógrafos ni periodistas. Mi mujer logró con su extremada prudencia que nadie se enterara de la decisión que habíamos tomado de una forma tan rápida como natural.

A los pocos minutos de finalizar la ceremonia y sin saber cómo, la noticia se propagó a través de muchas emisoras de radio, incluso en elTelediario: "El poeta Rafael Alberti, de 87 años, se ha casado esta mañana en El Puerto de Santa María con la profesora valenciana María Asunción Mateo, divorciada y especialista en su obra". Ni qué contar la que se organizó y la de gente que aún no parece haber perdonado nuestro secreto. Los fotógrafos pasaron la noche en el vestíbulo del hotel Puerto Bahía, en donde nos encontrábamos, en busca de una exclusiva, oh sorpresa, millonaria. No se nos ocurrió movernos de la habitación y dejamos incomunicados los teléfonos. Cuando amaneció, todo parecía haberse contagiado de la serenidad que tenía el mar de mi bahía frente a nosotros. La boda del nonagenario poeta, del único superviviente de la generación del 27, parecía, afortunadamente, ya no ser noticia.

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Foto: Miguel Ángel Paradela.

A la salida del juzgado, acompañados de unos ámigos, fuimos a desayunar chocolate con churros al bar La Aurora, en la plaza Mayor, en donde se encuentra la Prioral, a la que de niño acudía casi a diario con mi madre para rezar en la capilla de Santo Tomás de Villanueva. Esa misma plaza que yo cruza ba corriendo por las mañanas para ir al colegio de San Luis Gonzaga. Cuántos recuerdos se agolparon de pronto en mí: las dunas calientes y deslumbradoras, mis visitas por las azoteas a Milagritos Sancho, el afectuoso padre Lirola, las onzas de chocolate de Paca Moy... Y como un extraño milagro, en medio de la calle apareció una anciana a saludarnos, mientras sonriendo me ofrecía una naranja: -Don Rafael, soy la nieta de Paca Moy, la que cuidaba de usted cuando chico...". La emoción fue grande al encontrarme, ya casi al: final de mi vida y a punto de comenzar otra totalmente rejuvenecedora, a aquella viejecita idéntica a la bondadosa mujer que me vio nacer, la misma que sacudía de mi cama la arena delatora de mis rabonas escolares, la cómplice silenciosa de tantas travesuras infantiles para salvarme de severos castigos...

¿Qué hubiera pensado Paca Moy al ver esa mañana a su Cuco, como entonces me llamaba, con el pelo más blanco que el suyo, apoyado en un bastón y del brazo de una atrayente mujer que podría ser mi hija o mi nieta con la que había acabado de casarme?

El retorno a mis nunca cortadas raíces, a mi Puerto de Menesteos, a mi río del Olvido, a mis araucarias, a mis retamas blancas y amarillas, dejando atrás unos últimos años de desorientada soledad y angustiosa incertidumbre, se lo debo a una casual y misteriosa aparición que mi generoso destino, a pesar de los mayores desastres, siempre me ha ofrecido y que, como un último premio, ha puesto un nuevo y cálido resplandor al final de mi camino: "Para algo llegaste, Altair, descendiste / de tu constelación en pleno día. / Nunca bajó una estrella / a enramarse del sol de los olivos, / ni la cal de los pueblos / pasó del blanco puro a ser más blanca / ni el viento de esa noche / a prolongar su canto más allá de la aurora. / Nunca se vio una estrella a pie por los caminos, / ni pararse de pronto, detenerse, / señalando, prendiendo, iluminando / algo que no esperaba. / Para algo Altair descendió desgajándose de su constelación aquella noche". /Texto: Rafael Alberti. 27 Octubre 1992.

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A principios de mayo de 1959, el poeta santanderino Gerardo Diego, perteneciente a la Generación del 27 al igual que nuestro paisano Rafael Alberti, asistió a unas Jornadas Literarias que se celebraron en Cádiz. Aquella visita dio para un libro: ‘El Jándalo (Sevilla y Cádiz)’, escrita aquel mismo año y que resultaría galardonada con el premio de poesía Ciudad de Sevilla de 1959. Sobre aquel viaje a Sevilla, Cádiz y su provincia, explicaría 15 años mas tarde:Con estas nuevas impresiones se me ocurrieron varias canciones, algunas escritas o cantiñeadas por mí durante el viaje o pocos días después; otras, algún tiempo más tarde, para completar con recuerdos siempre frescos las gratísimas vistas y sorpresas jornadilleras”. [en referencia a las mencionadas Jornadas Literarias gaditanas de 1959].

Y continúa: “En la mejor compañía imaginable de poetas, artistas, novelistas y periodistas –dice Gerardo Diego rememorando aquella visita–, recorrí no pocos pueblos, preciosísimos todos y muchos nuevos para mí: paisajes impresionantes de mar, valle y montaña”. Algunos años después, Gerardo Diego tuvo la oportunidad de leerle a  Rafael Alberti su libro El Jándalo en su casa bonaerense, y un poema que le dedica en el capítulo Cancionero Gaditano, que reproducimos:

¡Puerto de Santa María
el Puerto de Rafael!
Todo pregunta por él:
si volvía.
Castillo. Vuelos al sol.
Entre almenas
resbalaba por la piedra
–¡qué maravilla!–
la sombra de la cigüeña.
Agüero, dime que sí.

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El volumen fue publicado en la colección Palabra y Tiempo de la editorial Taurus, a los cinco años de resultar premiado en Sevilla, en 1964 y reeditado con posterioridad por la desaparecida Caja de Ahorros de Cádiz, hoy integrada en Unicaja.

Sobre el palabro ‘jándalo’ el escritor sanluqueño José Carlos García Rodríguez recuerda que “En Cantabria, un jándalo es la persona que ha emigrado a Andalucía (Jandalusía) y regresa a su tierra. [De hecho, el portuense grupo hotelero ‘Los Jándalos’ que administra el santanderino Santiago Cobo –esposo de la también cántabra Teófila Martínez, alcaldesa de Cádiz y ex concejala de El Puerto--, es un homenaje a los hombres de su patria chica que han emigrado a estas tierras, también conocidos en El Puerto como montañeses y que, en la actualidad, conforman una importante colonia desde el repoblamiento de Alfonso X ‘El Sabio’]. Una de las Escenas montañesas de José María de Pereda también se titula 'El Jándalo'. Gerardo Diego visitó Cádiz y Sevilla muchas veces. Estas ciudades ejercían una atracción sobre él, quizá la misma que habían sentido tantos antepasados suyos que se habían asentado en estas tierras. Al principio de El Jándalo (libro que dedica a Joaquín Romero Murube y a José María Pemán) Gerardo Diego recoge esta frase de Fernando Villalón: “El mundo se divide en dos partes: Sevilla y Cádiz”.

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Santo Tomás de Villanueva, en su hornacina de la Prioral. /Foto: Curro Orgambides.

Rafael Alberti, en La Arboleda Perdida, rememoraba a un santo limosnero cuya imagen  podemos ver en la Iglesia Mayor Prioral, el obispo Santo Tomás de Villanueva:

alberti-90_puertosantamaria«Recuerdo, por visitarla casi todas las tardes, la de Santo Tomás de Villanueva. A ella llegábamos, a través de naves misteriosas, coincidiendo casi siempre con el instante en que el campanero —un hombre amarillento con cara de verdugo guillotinado—, en un ángulo oscuro de la iglesia, manejaba como cuerdas de horca las crujientes de las campanas que hasta la mar durmiéndose mandaban su quejido por las almas en pena. Delante de la verja cerrada del santo, de pie y ambos con la mano en súplica de limosna, mi madre me hacía repetir una oración, de la que hoy sólo recuerdo su principio y los versos finales:

Santo Tomás de Villanueva, 
santo querido de Dios,
esa bolsa que en tus manos tienes 

el Señor te la envió
para socorrer a tu bienhechor. 

Ése soy yo...

Lo que sigue, nunca he logrado reconstruirlo. Pero, en cambio, su precioso final, lleno de finura y de gracia, siempre me ha resonado en el oído, abriéndomelo desde entonces, y sin yo saberlo hasta más tarde, a esa ventana por donde lo popular andaluz, sobre todo, había de entrárseme tan de lleno:

...y por esas olitas de la mar 
que van y vienen,
lléname mi casa 
de salud y bienes».

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La imagen del obispo sin mitra, pero con solideo. /Foto: F.A.Gallardo.

Lo cierto es que, la oración completa que pronunciaban ante el santo las familias con la mano extendida cuando los negocios no iban muy boyantes, al completo, e intentando mejorar la memoria de Alberti, reza así:

Santo Tomás de Villanueva,
Obispo de Casasanta,
una limosna te pido
que me hace mucha falta.
Por tu padre,
por tu madre,
por las olitas del mar
que van y vienen,
que se me llene la casa
de salud y bienes.
Por la Santísima Trinidad,
que en mi casa no falte pan.
Y de una limosna que das todos los días
que la última no sea la mía.
Y, tú, que eres tan bueno
y tan querido de Dios,
sácame de esta aflicción.

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Esta oración impresa era de Aurora Gutiérrez Rodríguez-Madrazo --abuela del colaborador de GdP, Luis Suárez Ávila-- y era muy común rezarla a Santo Tomás de Villanueva, en la Prioral. /Ilustración: Colección L.S.A.

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