| Texto: Luis Suárez Ávila.
Cuando se haga la historia de la fotografía en El Puerto se hablará, sin duda, de Justino Castroverde y de Francisco Sánchez "Quico". Se hablará de Pantoja, de Rasero, de Fariñas, de "Rafa," de la "Galería Azul" o de Garpre. Seguramente nadie se acordará de "Cuéllar", el viejo, ni de "Cuéllar", el hijo. Pues, de entrada diré que "Cuéllar" el viejo no se llamaba "Cuéllar", sino José Alonso Mesa, y que "Cuéllar" el hijo, ni se llamaba "Cuéllar", ni era hijo del viejo. "Cuéllar", el hijo, tiene por nombre Rafael y por apellidos López Raya. Lo que ocurre es que "Cuéllar" el viejo lo recogió, lo adoptó y lo tuvo siempre por hijo.
| En la imagen, Rafael López Raya, 'Cuellar el hijo'.
"Cuéllar" el viejo vino de Sevilla a El Puerto unos años después de la Exposición de 1929. Allí había sido mayoral, cochero, del Marqués de Salvatierra, Don Pablo Atienza, que en la finca "Majalova" tenía --y su hijo Rafael, casado con Soledad Becerril, tiene-- una ganadería de caballos españoles de estirpe cartujana y una de las mejores colecciones de carruajes y guarniciones de toda la Andalucía La Baja y parte del extranjero. Yo no sé cómo a "Cuéllar" el viejo, le dio por la fotografía y se planteó dejar de ser cochero por cuenta ajena, pero lo cierto es que plantó sus reales en el Parque de Calderón, al lado de la primera palmera, según se mira desde la Plaza de las Galeras Reales, a la derecha, y de allí no se marchó, sino obligado por la Parca. Allí, aunque dejó de ser cochero, no olvidó su antiguo oficio de caballerizo y se compró un impresionante caballo de cartón, con una plataforma de madera con ruedas, que le hizo un industrial-artista fallero de Valencia.
EL CABALLO DE CUELLAR.
El caballo, con su artística cabezada, sus riendas, su montura española y sus estribos ingleses, su baticola y su rico petral de flecos, le llegó un día por ferrocarril, en un tren de mercancías, dentro de una jaula de listones de pino, donde, envuelto en papel "cuero", venía oculto el fogoso corcel que tanta gloria le daría. Se lo entregó "El Rerre" en su domicilio de calle Lechería, o Cervantes, número 36. En plena calle, "El Rerre" paró su carro de pértigas tirado por dos mulos leoneses, preguntó por el destinatario a cuyo nombre venía la facturación --que nadie le dio pistas porque venía a nombre de José Alonso Mesa, hasta que uno cayó en que era el propio "Cuéllar" de quien se trataba--, pidió auxilio a unos zagales, bajó el bulto, y lo colocó en medio del patio de la casa de vecinos. (En la imagen de la izquierda, el autor del reportaje, subido a lomos del 'Caballo de Cuellar').
Abrir la jaula fue todo un acontecimiento porque, como hubo que echar mano de los buenos oficios de Diego "El Gurrino", con fragua próxima al lugar, a fin de cortar --lo que hizo con excelente profesionalidad--, los flejes de acero que aseguraban la integridad del envío, se corrió la voz y acudió al florido patio toda la chiquillería. No es para contar lo que se armó, cuando apareció ante la vista de todos aquel caballo, que ni el de Troya, ni Bucéfalo, ni Babieca, ni tan siquiera el caballo de Ariza, causarían tanta admiración si aparecieran ante la grey infantil del barrio gitano de la calle Lechería, Rosa, Santa Clara y aledaños.
«--Ahora me monto yo», decía por aquí uno.
«--Bájate ya, que ahora me toca a mí», increpaba el otro.
Y ante la mirada atónita de "Cuéllar", que veía abierto en canal y desplomado a su semoviente, saltó por los aires uno de los estribos de aluminio, rota la ación, de gutapercha.
«--Aquí se ha acabado esto», dijo "Cuéllar" el viejo y, contrariado, dispersó a la caterva devastadora y, acto seguido, encargó a Brión dos aciones para los estribos de cuero de vaca, de tan gran calidad, que han perdurado hasta que su hijo, "Cuéllar Jr.", dejó el oficio y vendió el caballo a "Bicicleta", un fotografo sevillano de al minuto, que tenía su "estudio" a los mismitos piés del monumento a Colón entre el Paseo de Catalina de Ribera y los Jardines de Murillo. Reparado inicialmente el caballo de tan estruendoso estreno, Cuéllar se lo llevó una mañana, tirado a mano, rodando, por Lechería, Chanca y Ribera del Río, hasta junto a la primera palmera, entrando, por la derecha, del Parque donde lo instaló de reclamo para su negocio. (En la imagen, José María y Antonio Oviedo González. A la derecha, al fondo de la imagen, el Cinema España).
Estrenaba "Cuéllar" aquel día un sobretodo de crudillo que su santa esposa le había cortado y cosido; estrenaba la cuadrada máquina de retratar "al minuto" con su trípode de madera; estrenaba su cubito de cinc con el agua; estrenaba el pañito de bayeta; estrenaba la fórmula mágica del revelador artesano hecho en su casa con particular cuidado: "seis gramos de sulfito, treinta gramos de hidroquinona, tres gramos de metol, treinta gramos de carbonato cristalizado, todo disuelto en un litro de agua". Y funcionó. Funcionó, porque ya lo llevaba ensayado, que el día antes puso a su esposa como modelo en el patio de su casa y estuvo cogiéndole el pulso y el tono al objetivo de la maquina y a las dosis de productos químicos. Porque la luz debía calcularla a ojo, sin fotómetro; el tiempo de exposición, a ojo, quitando la tapadera de la lente y volviéndola a poner como un relámpago; y los gramos, a ojo de buen cubero... «--El ojo en este oficio es el que trabaja», se dijo.
El Parque Calderón, en los tiempos de 'Cuellar Viejo'.
Con esas iniciales fotos, "Cuéllar" colocó, de muestras, dos marcos en los laterales del cajón de su máquina y se lanzó a trabajar. Cuando un militar sin graduación se le ponía delante y le pedía que lo retratara, "Cuéllar" adoptaba una pose de artista; lo mandaba poner en el sitio adecuado; destapaba el objetivo, metía la cabeza por la manga, centraba la imagen, tapaba el objetivo, manipulaba el interior y montaba el papel que serviría de negativo en el chasis y ¡zas!, salió el pajarito. El militar sin graduación había quedado inmortalizado.
«--¿Cuántas copias desea?» preguntaba. Y el militar, contando, con los dedos pensaba en la novia, en la madre, en la abuela, en la otra abuela, en su tía fulana, en su tía mengana...
«--Las cuatro son, tres pesetas», advertía "Cuéllar".
«-Pues cuatro», decía el militar, comprendiendo que tenía que venir el "tío Paco con las rebajas" que la cosa no estaba para tantos gastos.
La Casa de los Sánchez Cossío, en la calle Larga esquina a Plaza de Isaac Peral, donde estuvo la Caja de Ahorros de Cádiz y la venta de entradas de la empresa. Soldados de la Marina, paseando. Posiblemente se fotografiaran en el Parque ante la máquina de Cuellar.
No se crea que lo de los retratos al minuto era fácil. Después de impresionado el negativo, había que revelarlo. Después de revelarlo, había que obtener los positivos y ahí me tiene Vd. a ese "Cuéllar" colocando la tablilla, en sus rieles o guías, con el negativo pegado de al revés, calculando la distancia, a ojo, alargando o acortando el fuelle, a ojo, con la cabeza otra vez metida en la manga de bayeta negra y el objetivo abierto. Ahora debía colocar el chasis con el papel de positivar, darle al negativo la exposición conveniente, a ojo, y tapar. Lo demás sería un tejemaneje dentro del cajón, en la cubeta del revelador; quitando el tapón, mirando, de vez en cuando, por el tubo del visor (acondicionado, en evitación de accidentes oculares, con un trozo de camara de rueda de bicicleta), levantando la trampilla del cristal rojo para no perder ripio y meter los positivos en el fijador. A todo esto, un brazo que entra y otro que sale de la manga negra y, a continuación, con un tirón del cajoncito de lata galvanizada, aparecían, como milagrosamente, las cuatro fotos. Luego, el agüita milagrosa y la bayeta; la cuerda y los alfileres de tender; y, finalmente, papel de estraza, bien plegado y las fotos de dos en dos, encaradas por el reverso, para que, todavía húmedas, no se estropearan.
SON TRES PESETAS.
De tres en tres pesetas, de soldados, criadas, niños caprichosos, y angustiados viandantes con los carnets a punto de caducar, "Cuéllar", fue ganándose su sustento y el de su familia. "Cuéllar" el viejo, no tuvo siempre la gran papada con que se le conoció. La fue adquiriendo poco a poco y, la verdad, no sé si era una acumulación de grasa o enfermedad que no había dado la cara. El caso es que "Cuéllar" el viejo tenía una enorme y desproporcionada papada que le hacía singular y hasta beatífico. "Cuéllar", en verano, por la mañana, hasta media tarde, hacía una excepción. Se montaba en el autobús de Bootello, en el primer viaje, con su máquina y su caballo y se plantaba en la playa de La Puntilla. Puede decirse que eran los únicos momentos en que abandonaba su lugar de la primera palmera, a la derecha, entrando, del Parque adonde volvía sobre las cuatro o las cinco de la tarde hasta que empezaba a oscurecer. ¡La de niños y niñas en bañador, la de tatas con uniforme blanco, cuello duro y delantal que habrá retratado "Cuéllar" en la playa!
Cuando Rafael López Raya, "Cuéllar" hijo (que nació en Olvera el 3 de marzo de 1910) después de estar de soldado en Africa, de ejercitarse en los más peregrinos oficios, entre ellos el de picapedrero, no pudo trabajar --por mor de una quebradura que le hinchó un compañón de forma desmesurada--, decidió dedicarse a la fotografía al minuto. Se encargó una máquina de cajón de 25 centímetros de ancho y alto por 35 centímetros de largo, en un carpintero de Sanlúcar, que tenía taller abierto en la Puerta de Jerez, a la que dotó de un objetivo con diafragma metálico que adquirió al difunto "Churrasca", el del baratillo. Con la máquina y el caballo, prosiguió en el Parque, al lado de la primera palmera, a la derecha, entrando.
La Plaza de las Galeras Reales a finales de los cincuenta del siglo pasado.
Sin embargo "Cuéllar" el viejo, con su papada, y "Cuéllar Jr.", con su quebradura, y ambos dos con las uñas parduzco-amarronadas, por la acción prolongada de la manipulación de los productos químicos, coincidieron en sus actividades fotográficas. En sus últimos años, "Cuéllar" el viejo se "agiornó" y ejerció hasta la muerte con una máquina de paso universal reflex. "Cuéllar Jr." vivió apegado a la tradición de la máquina de al minuto hasta que una operación del riñón lo apartó de toda actividad. Desde entonces, tan fijo como un reloj, a eso de las tres y media de la tarde, todos los días, "Cuéllar Jr." acudía al lugar de siempre. Luego se sentaba en el Bar Santa María y se tomaba un té. Y al que le preguntaba, le relataba la fórmula del revelador o sus andanzas por Africa. Antes de irse, "Cuéllar Jr." dejaba sobre la mesa del Bar Santa María diez duros. Y Angel Lozano, protector de artistas, como su padre, no le dijo nunca, a "Cuéllar Jr." que la infusión de té había subido de precio hace como cosa de diez años para acá.
Felicitaciones a Luis Suårez por esta semblanza del fotógrafo "Cuéllar", del q conservo varias al minuto. Costumbrismo literario de calidad.
José Alonso Mesa , hermano de mi abuelo Antonio Alonso Mesa, también apodado Cuellar.
Gracias Luis por la recopilación histórica.
También a mi me gustaría ver alguna foto del hermano de mi abuelo, Antonio Alonso Mesa, también apodado "Cuellar" y desde niño de jardinero en la antigua Joy Sherry llamado "El cerrillo" .
Felicitaciones al autor de la recopilación histórica de los Cuellar.
Gracias por ello.
racias
aunque estoy de acuerdo con que recuerden a Rafael que tb se lo merecia pero el primero fue su padre jose Alonso mesa al que aquí no veo y me encantaría ver su historia o su foto en esta pagina su bidnieta que siempre lo recuerda gracias
Me ha emocionado mucho el hecho de que recuerden a mí abuelo como parte de la historia del Puerto Santa María, como nieta suya me siento muy orgullosa de él y quisiera darle las gracias al señor que lo a escrito y al que lo publico.
Muchas gracias...
a mi me gusta que se recuerde a mi abuelo
me ha encantado leer.. y poder ver a mi abuelo... veo que aun se le recuerda...
Gracias a la explicación y a la foto de D. Luis Suárez subido a lomos del "Caballo de Cuéllar", he podido averiguar la procedencia de una foto en la que están dos tios mios- ya fallecidos- en el mismo lugar y con el mismo caballo.