Hoy se cumplen 191 años del bautizo del ilustre portuense Federico Rubio y Galí, en la Iglesia Mayor Prioral. Había nacido el 30 de agosto de 1827 y fallecía, también en agosto de 1902 el día 31, en Madrid. En El Puerto estudió en el colegio de primera enseñanza de Diego Bloquet, en la esquina de Palacios y Nevería. El Bachillerato lo empezó con los escolapios en las Escuelas Pías de la Aurora. | Imagen del sello editado con motivo del 150 aniversario del nacimiento del galeno.
Nació el que con el tiempo sería famoso cirujano en El Puerto de Santa María, “hijo y nieto de abogados, médicos y catedráticos en plena clase media ilustrada y aun ilustre, en plena Andalucía pintoresca y en pleno periodo trágico de transición del régimen absolutista al liberal”. Su padre, José Rubio y Lubet, juez de gran prestigio, abogado y hombre de cultura enciclopédica, liberal y amigo de Riego, se vio forzado a emigrar por avatares de la política, cuando el niño Federico tenía tan solo tres años, por lo que su infancia discurrió en casas de parientes y amigos de la familia.
Las primeras letras las aprendió en el Colegio de Santo Domingo de Jerez de la Frontera, regido por frailes dominicos, continuando la enseñanza, a los seis años en el colegio de primera enseñanza de don Diego Bloquet en el Puerto de Santa María, establecido en la esquina de la calle de Palacios y de la Nevería.
El bachillerato lo empezó a cursar con los padres escolapios en las Escuelas Pías de la Aurora, bajo la dirección del Padre Juan Galán y Moreno, pero “no muy satisfecho el padre de Federico con la base general de cultura adquirida por su hijo y necesitando ultimar su preparación para poder elegir carrera le trasladó en 1840 a Cádiz matriculándole en el Colegio de San Pedro,”, sin duda, el mejor de la provincia.
| Firma de Federico Rubio. Revista Blanco y Negro. Enero de 1893.
A los quince años se le planteó el problema de elegir carrera. Es posible que en un primer momento le tentara la carrera de Derecho, pero la existencia en Cádiz, donde residía la familia, de una Facultad de Medicina “le obligó a aceptar a regañadientes la candidatura de galeno”.
En octubre de 1842 empezó los estudios del preparatorio de Medicina y Cirugía para cursar las asignaturas de Física experimental y Química y de Botánica.
“Entré a estudiar Medicina contra mi propia inclinación y gusto. Tenía dieciséis años. En tal estado me arrojó la necesidad a un anfiteatro: o médico o nada – me dijeron circunstancias estrechas- y empecé a estudiar…
En seguida el joven estudiante destacó sobremanera en la sala de disección, haciéndose un gran técnico en la materia, de tal modo que al terminar el segundo año se le abrió la expectativa de hacer oposiciones a la plaza de Ayudante disector que ganó brillantemente y que le metió de lleno en el trabajo anatómico al que dedicó muchos días y noches realizando sus tareas a la luz de una vela. Sin haber ganado este concurso – y a punto estuvo de perderlo por una maniobra caciquil- “no hubiera llegado a ser disector ni después operador afortunado y, por “último el mejor cirujano de España en el siglo XIX”.
Estudiando el penúltimo año de carrera y decidida su vocación por la cirugía, concibió la idea, que llevó a la práctica, de escribir un “Manual de Clínica Quirúrgica” (1849) “cuyo prólogo solo le valió un homenaje de sus compañeros, y en cuyas páginas se encuentran hermosos y apreciados cánones de observaciones y diagnósticos”.
Al finalizar el último año académico se procedió a los exámenes para la licenciatura en los que el todavía alumno Federico Rubio leyó una extensa y documentada memoria y desarrolló el tema que le tocó en suerte “Diagnóstico diferencial entre catarata, glaucoma y amaurosis”, obteniendo la calificación de sobresaliente.
Terminada la licenciatura (1850) el Dr. Rubio abandonó Cádiz con la intención de optar a una plaza de cirujano en el Hospital Central de Sevilla que finalmente no consiguió posiblemente por razones políticas, pues méritos le sobraban para ello. Pese a ese fracaso inicial decidió quedarse en la capital andaluza donde encontró los apoyos suficientes para comenzar el ejercicio libre de su profesión donde pronto se distinguió “como cirujano peritísimo y de grandes iniciativas, a la vez que como médico de gran cultura”.
Fue en Sevilla donde el Dr. Rubio, médico y político liberal demócrata, tomó conciencia social de los problemas causados por la miseria en una ciudad sin alcantarillado y con unas infraestructuras muy precarias, donde se sucedían enfermedades epidémicas como la fiebre amarilla, el cólera, la tuberculosis, la difteria, el tifus y, sobretodo, la sífilis que se cebaban en la población más menesterosa y provocaban elevadas tasas de mortalidad.
| Hospital Saint Louis. París
En 1859, el Dr. Rubio fue detenido, junto a otros demócratas y marchó exiliado a Francia, primero a Montpellier y luego a París, donde tuvo ocasión de ampliar sus conocimientos médicos en importantes centros de estudios como el Hotel de Dieu, La Pitié, Saint Louis y Necker y de conocer a prestigiosos doctores como Alfred Velpeau (1795-1867), Auguste Nèlaton (1807-1873) y Pierre Paul Broca (1820-1880). Desde París pasó a Londres donde trabajó como cirujano al lado de Sir William Fergusson (1808-1877), el mejor operador de aquellos tiempos. Fue en el extranjero donde el Dr. Rubio conoció y se percató de la importancia de la naciente Histología que impulso a su regreso a España y donde conoció la acción del éter y el cloroformo que aprendió a manejar con gran soltura. |
Las prácticas y experiencias adquiridas en sus estancias forzosas en el extranjero, le permitieron ó practicar con éxito en España la primera ovariectomía (1860), dos años antes que en Francia y la primera histerectomía (1861). Años más tarde llevaría a cabo la primera nefrectomía (1874) y en 1878 la primera extirpación total de laringe.
En 1860, regresó a Sevilla, donde intentó llevar la práctica los conocimientos adquiridos, luchando contra el egoísmo y la insolidaridad de las clases dirigentes, con el fin de crear una sanidad pública correspondiente a premisas de justicia social y no de caridad cristiana, como la que practicaba la Iglesia. “Defendió la importancia de la higiene, de la Medicina Preventiva individual y de la creación de hospitales y consultorios públicos. Supo percatarse de que había enfermedades que dependían directamente del nivel social y de los recursos familiares del individuo, donde la falta de higiene era crucial, correspondiéndose claramente con las teorías higienistas difundidas durante la época isabelina”.
La gran oportunidad de poner en práctica estos ideales le llegó tras el triunfo de la “Revolución Gloriosa” con la creación (Decreto de 10 de octubre de 1868) de la Escuela Libre de Medicina y Cirugía, base de la futura Facultad de Medicina de Sevilla.
“La apertura de la Escuela representó la puesta en práctica de una mentalidad experimental que hasta entonces no había encontrado un espacio temporal adecuado para su desarrollo. Ello vino a cubrir el vacío que en temas científicos pesaba sobre la ciudad. Además, la Escuela suponía grandes esperanzas para una Sevilla en la que, después de la desaparición de la Facultad de Medicina en 1857, la notable decadencia de instituciones extrauniversitarias y el escaso nivel de enseñanza médica hasta entonces, la atención sanitaria a la población resultaba a todas luces insuficiente”.
La Escuela Libre de Medicina quedó instalada en el Hospital de las Cinco Llagas (actual sede del Parlamento andaluz) puesto a su disposición por la Diputación Provincial que, al igual que el Ayuntamiento de la ciudad, prestaron todo su apoyo a la institución.
La creación de la Escuela y la novedosa metodología aplicada fueron consideradas como un logro personal del Dr. Federico Rubio que en la misma detentó la Cátedra de Clínica Quirúrgica. En esta Escuela se crearon por vez primera las clínicas de las especialidades y funcionó la primera policlínica de España, con objetivos esenciales de asistencia de carácter gratuito, que comprendía las secciones de Sifiliografía, Oftalmología, Dermatología, Laringología, Otología, Ginecología y Electroterapia, a las que, con el tiempo, se fueron agregando otras más. Además se sentaron las bases de la Urología como especialidad médica.
En 1869, el Dr. Rubio fue elegido diputado para representar a Sevilla en las Cortes Constituyentes, encabezando la candidatura republicana. En 1871 volvió a ser diputado y al año siguiente, senador (1872-1873). En 1873, la República le nombró Embajador en Londres, pero como el Gobierno británico no reconocía a la Republica española, volvió a aprovechar su nueva estancia en Londres desde un punto de vista científico, visitando hospitales, academias, escuelas y museos. Ese mismo año realizó un viaje a los Estados Unidos donde visitó las principales instituciones relacionadas con la Cirugía de Nueva York, Filadelfia y Chicago. De este viaje trajo un buen microscopio que más tarde prestó a Ramón y Cajal cuando este vino a Madrid a hacer oposiciones la cátedra de Anatomía y con el que nuestro sabio hizo sus primeras observaciones micrográficas.
Vuelto a España, se estableció en Madrid, despidiéndose de la política y dedicándose con gran fervor a la ciencia médica, consiguiendo, al igual que en Sevilla, un gran éxito como cirujano, a la vez que se relacionaba con los ambientes intelectuales más abiertos, como el de Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza. En 1874 ingresó en la Real Academia Nacional de Medicina ala que perteneció durante veintiocho años.
En Madrid el Dr. Rubio fundó la institución más importante y perdurable de su carrera: El Instituto de Terapéutica Operatoria en el Hospital de la Princesa (Real Decreto de 11 de mayo de 1880), en la calle de Alberto Aguilera. A pesar de contar con unas instalaciones modestas, cuatro salas de la planta baja del ala derecha del hospital, se organizó de manera muy exigente, sencilla y práctica, “desarrollando una gran labor en la formación de graduados, convirtiéndose sobre todo en el auténtico núcleo de cristalización en España del moderno especialismo quirúrgico gracias a figuras como Rafael Ariza Espejo (1826-1887), Enrique Suender y Rodríguez (1829-1897), etc. Su actividad científica se difundió, primero, gracias sus “Reseñas Anuales” (1881-1885) y, a partir de 1889, a través de la “Revista Iberoamericana de Ciencias Médicas”.
El Instituto prestaba servicios de beneficencia. El Director, el Dr. Rubio, no tenía sueldo y la asistencia corría a cargo de médicos de formación posgraduada. Durante los dieciséis años que el Instituto funcionó en el Hospital de la Princesa se vio al Dr. Rubio “llegar día tras día las ocho de la mañana, … hacer la visita reglamentaria las enfermerías, dar conferencias interesantes, practicar las operaciones necesarias o presenciar las que los alumnos del Instituto ejecutaban… e inspeccionar los diferentes dispensarios, entrándose al detalle de cuanto en ellos se practicaba”.
El Instituto de Técnica Operatoria de la Moncloa, el Instituto Rubio, que fue continuador del anterior, se comenzó a gestar en 1894 por suscripción entre los médicos, personas distinguidas de Madrid y el propio Dr. Rubio. Dos años más tarde, en 1896, la reina regente María Cristina puso la primera piedra en una finca cedida por el Estado en cuya construcción se invirtieron 430.000 pesetas, de ellas una tercera parte puesta por el Dr. Rubio. El Instituto comenzó a funcionar el 1 de octubre de 1896 bajo el lema, exponente de la filosofía de su promotor “Todo para el enfermo y cuanto más necesitado, más atendido”.
El edificio la que solo podemos recordar por fotografías, fue proyectado por el arquitecto Manuel Martínez Ángel (1866-1933) y tenía tres alturas, con sótano, donde estaba la recepción de enfermos, la administración y una pequeña dependencia privada para uso del Dr. Rubio, y otras instalaciones y servicios. Detrás del central se ubicaron otros dos edificios independientes destinados a salas de enfermos, uno para varones y otro para mujeres. También había otro pequeño pabellón para enfermos infecciosos y una pequeña capilla donde el Dr. Rubio quiso que fueran enterrados su restos.
Otro de los grandes aciertos del Dr. Rubio en la Historia de la Medicina, datos que muchos ignoran, fue la creación de la profesión de enfermeras, desconocida en nuestro país y cuya existencia el Dr. Rubio conoció en Londres al visitar la escuela de enfermeras de Florence Ninghtingale (1820-1910). A tal fin el Dr. Rubio fundó en 1895 la Escuela de Enfermeras “Santa Isabel de Hungría” donde las jóvenes enfermeras pasaban tres años sin cobrar para luego de tituladas ejercer privadamente la carrera.
Poco tiempo pudo el Dr. Rubio disfrutar de su obra pues a los seis años de inaugurado el Instituto, el 31 de agosto de 1902 falleció por angina de pecho, a los setenta y cinco años edad, en casa de su hija Sol, en la calle del Barquillo siendo enterrado, conforme a sus deseos, en la capilla del Instituto. En su tumba se colocó un epitafio redactado por Menéndez Pelayo que empezaba “Hic quiescit in spe resurrectionis…
Su labor la continuaron sus discípulos hasta que la guerra (in)civil destruyó físicamente el edificio y dispersó su equipo profesional de forma irrecuperable. Sobre su solar se erigió quince años más tarde (1955) la actual Clínica de la Concepción. No he podido averiguar que fue de los restos del maestro, quizás fueran rescatados por sus nietos. Según escribe el Dr. Álvarez Sierra en 1947, después de la guerra, su sepultura, que no había sido profanada, quedó rodeada por una alambrada y cubierta por algunas piedras, en espera de una hipotética reedificación del Instituto.
Escribió Pedro Laín Entralgo en 1977, en el prólogo al libro de memorias de infancia y mocedad del Dr. Rubio “Mis maestros y mi educación”que si a cien españoles cultos se les preguntara por la vida y obra del Doctor Federico Rubio y Gali, las respuestas satisfactorias podían contarse con los dedos de una mano. Cuarenta años más tarde, pienso que ni siquiera uno de cada cien españoles sabe quién fue el Dr. Rubio, el médico más importante del siglo XIX y una de sus figuras más señeras.
Si con esta breve semblanza hemos contribuido a dar a conocer, aunque sea en pequeña medida, a este eminente médico, profesor y persona, nos damos por satisfechos. |Texto:Manuel Martínez Bargueño |Fuente: Manuelblas, Historias y Personajes.
Muy buen trabajo de documentación, escueto, conciso,
Pero más que suficiente, para reconocer el buen hacer de este personaje tan elocuente y culto, además de científico y persona con preocupaciones sociales.
Menos mal que de vez en cuando la vida nos regalan personas, como decía el poeta, buenas.