| Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz | A.C. Puertoguía
Juan Miguel Rubio de Espinosa que, si no estoy confundido, era primo de Federico Rubio, también era abogado como el padre y Doctor en Cánones, vivió con éste en la plaza de la Iglesia, y después en la calle Santo Domingo. Era titular de una escribanía abierta en la casa número 34 de calle Luna. Desconozco si por afición, que es lo más probable, o por ambición mercantil, este letrado estaba pluriempleado.
Posiblemente fue uno de los pioneros en la provincia que comercializó zumo de limón en envases de cristal para su consumo medicinal y nos debemos remontar al primer cuarto del siglo XIX para ello, hace 200 años.
Hemos tenido conocimiento de ello, por un anuncio realizado en la prensa madrileña en el año 1821, cuyo texto tengo el gusto de compartir:
AVISO
“D. Juan Miguel Rubio de Espinosa, vecino del Puerto de Santa María, se valió de nuestro periódico para anunciar, como se hizo en el núm. 166, la elaboración de purificar, reducir consistencia y cristalizar el zumo de limón. Habiendo continuado sus ensayos con éxito favorable, repite ahora que está sacando de primera mano unas cristalizaciones las más puras y brillantes y dice que dará a precio cómodo tanto la esencia como el ácido concreto. Convida a los extractores hacer sus combinaciones y pruebas para convencerse de las ventajas de la especulación, y compara el precio a que puede dar la libra, con el que ha tenido el extranjero en Cádiz, y otro que se fabricó en Sevilla, Resulta de la comparación que el suyo saldrá poco más de la mitad, y lleva ventajas muy dignas de consideración para los usos en que se emplea el zumo de limón. Advierte a los compradores que pueden dirigirse a su casa en dicha ciudad, calle de Santo Domingo, núm. 1.”
El padre de nuestro Juan Miguel, Francisco Rubio de Espinosa fue un erudito abogado, Archivero del Cabildo y uno de los responsables de que llegase a nuestros días ‘Puerto de Santa María ilustrado y compendio historial de sus antigüedades (1764)’ que escribió su colega Anselmo José Ruiz de Cortázar, gracias a que su hijo Juan Miguel hizo varias copias a mano, una de las cuales conservaba el también erudito y abogado, nuestro estimado amigo ya desaparecido, Luis Suarez Ávila. Los jesuitas aportaron una copia mecanografiada de este trabajo de Ruiz de Cortázar y con ello se pudo aclarar la autoría y editarse en 1997, después de un encomiable trabajo de edición y estudio de nuestros también queridos amigos Enrique Pérez Fernández y Manuel Pacheco Albalate.