| Texto: Francisco Andrés Gallardo (*)
Qué suerte los que conocisteis a Sergio Alejo Gallardo, policía local, capataz, buena persona y mejor padre. Y todo eso era de verdad. Desde muy pequeñito era así. Bueno en el buen y más sentido de la palabra bueno. Os lo puedo asegurar. Amigo de sus amigos, lo que se dice en estos casos. Tantos amigos y compañeros que se congregan ahora mismo en su velatorio y en el funeral de este viernes en San Joaquín, el templo de sus amores, donde se casó y donde se bautizaron sus hijos. Y donde radica el Cristo de la Flagelación que su madre, María, rezaba tras su paso en los Domingo de Ramos de primaveras lucientes.
Si tuvisteis suerte de conocer a Sergio, os tocó la lotería si además pudisteis conocer a su madre María, a Mari. A Lola, como se llama su nieta, hija de su hijo Jesús. Ella ansiaba por tener una niña, pero Dios se lo reservaba para la siguiente generación y vela por sus nietas desde el Cielo, donde acaba de llegar ese buen policía que silenciaba El Puerto con un gesto de la aldaba, su hijo Sergio al que pudo contemplar de costalero junto a sus hermanos, Juan y Jesús Andrés. Antes de Sergio hubo un hermano mayor, Juan Antonio, que murió con seis meses, pobrecito.
Mari, mi hermana Mari, me pidió ser padrino de mi sobrino Sergio. Un orgullo que más que nunca me conmueve. Mi hermana tenía la ilusión de tener una niña que se llamaría Rocío y fue su hijo Sergio el que cumplió su deseo con los años llamando así a su hija. Rocío Alejo será una estupenda policía local, se lo prometió a su padre meses antes de que esta tragedia nos mordiera el corazón. Un drama dos meses después de un lamentable infortunio con un quad. Pobre Sergio. Ha bregado como nunca, en la trabajadera de las cosas imposibles. Allá donde va le reconocerán por su nobleza y su buen corazón. Su hija Rocío toma el relevo, será policía, junto a su tío Juan. El hermano gemelo de Sergio, que nació un año después de él. Inseparables, distintos. Cariñosos e íntegros.
Sergio era el vivo retrato de su abuelo, Juan Gallardo, mecánico de Jerez que recaló en El Puerto para quedarse para siempre con su esposa, Mercedes Alvarado. Y germinar así una familia de portuenses militantes, como sólo puede ser cuando se lleva sangre jerezana en las venas. Esa devoción cofrade de la familia, espiritual de las de verdad, de querencia y generosidad. Como era Sergio, cabal. Su abuela era saetera y dejó sus requiebros arqueños en el aire del palio que movía las bambalinas de la Amargura, o el de Gracia y Esperanza. La Esperanza, que siempre va en el corazón.
Mi hermana Mari me insufló todo su entusiasmo y su devoción para que yo desde pequeño me asombrara con la estampa del Cristo del Amor por el parque de la Victoria. Y me llevó de la mano en busca del Nazareno, por la pescadería. Y por la Alameda Cristina, para contemplar al Nazareno de Jerez, y aquellos venerables hábitos femeninos, en madrugadas que para una joven y su hermano parecían noches clandestinas. Esa devoción insondable de Mari Gallardo me llevó a informar durante años de la Semana Santa de El Puerto y de Cádiz. Y a pregonar la Semana Santa de mi gente, qué orgullo. Y hablar en el atril, junto a la verdadera cruz de los Afligidos, del temple del capataz Sergio Alejo. Alma del Resucitado, que va con él. Siempre es Domingo de Resurrección en los corazones. Incluso hoy. Hoy más que nunca.
Fue Mari, alumna de las Carmelitas, colegio de sus nietos y de su sobrina Cristina, y que dirige su cuñada Paqui, la que inculcó a sus hijos la pasión de la Pasión. Póstumamente regaló tres hombres implicados en las cuadrillas y una siguiente generación que irá creciendo en esa vocación de su abuela. Pobre Sergio chico, el hijo de Sergio Alejo. Futuro capataz, buen chaval, un entusiasta también de la tauromaquia, como su padre. Una inspiración tomada a su vez de su abuelo.
Ahora le esperan desgarradores días de duelo para el padre de Sergio, Antonio, que ya sufrió la pérdida de su esposa. Qué suerte sí conocisteis a Mari, en El Tejar, donde ella iba con su sonrisa a cuestas aunque la vida fuera siempre más difícil de lo que nos había pintado. Junto a su madre sacó adelante la traviesa prole de estos cofrades portuenses a los que había que planchar a toda prisa las capas enlutadas de la Flagelación, que siempre era tarde para llegar a la iglesia de San Joaquín. Ay, la iglesia que despedirá este viernes a Sergio. Pero él seguirá en nuestros corazones. Es la suerte de la gente buena.
Tuvisteis la suerte de conocer a Sergio Alejo Gallardo. El hijo de Mari, la que inculcó, casi sin saberlo, toda la vocación periodística de su hermano Francis. Comentaban la programación de Televisión Española como si fueran capaces de cambiarla. Y ella contribuyó de forma previsora a esta saga de buenos cofrades y costaleros que saben sufrir y encarar. Lo van a demostrar una vez más con la ausencia de Sergio, que siempre estará presente. El amor y compañerismo lo llevan en las entrañas, que ahora están rotas, y que cicatrizará el consuelo, el tiempo y la fe. Todas esas cualidades que reunía Sergio, buena gente, buen agente. Qué suerte, cabrones, que lo llegásteis a conocer y ser sus amigos.
(*) Diario de Sevilla
que bello texto , d.e.p. sergio
animo a toda la familia y amistades , un abrazo
Así como lo describe ..noble ..bueno..amigo de sus amigos y con mejor corazón ..tuve el privilegio de conocerlo y tenerlo de amigo .siempre estará presente en nuestros recuerdos .D.e.p amigo dios te tenga en su gloria ya estás con tu lola .un abrazo y mucho ánimo a toda si familia
Mi más sentido pésame a la familia y amigos. Descanse en paz.