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Tierra Mar y Vino lanza su revista. La alegría de la Feria ya se lee #6.265

El acto, en forma de pregón, corrió a cargo de Francisco Andrés Gallardo.

| Texto: Francisco Andrés Gallardo

La nueva caseta de Feria, denominada Tierra Mar y Vino, refundada en este año 2025 por los hermanos Ricardo y Carlos Osborne Vergara y Juan Piña, rinde homenaje a los creadores de la primitiva caseta en Crevillet, con ese nombre, en los años sesenta del siglo pasado. Durante el acto de presentación de la revista que han editado los caseteros, con un homenaje a aquellos adelantados a su tiempo que fueron Antonio Romero Castro y Juan Ignacio Pérez Sala, a cuyas familias se les entregará el día de la Velada una escultura con una Coquina de Oro, como reconocimiento. También quisieron distinguir al director de Gente del Puerto, José María Morillo, con la primera insignia de oro de la entidad, haciéndolo igualmente socio de honor, por su contribución y asesoramiento para la realización del completo libreto de 48 páginas, que más adelante les desgrano. Así empezaba mi pregón:

Si El Puerto de Santa María tuviera que adoptar un nombre para llamarse de otra manera, bien podría denominarse así, Tierra, Mar y Vino, provincia de Cádiz. Un tridente que ni los del Barcelona. Tierra, Mar y Vino a fin de cuentas es el resumen de nuestras raíces. Nuestro lugar, la bendita sangre de esa misma tierra y el mar, el que nos permitió alimentarnos, comunicarnos con otras ciudades, con otros continentes y nos permitió poblar otros mundos.

| El presidente de la entidad, Ricardo Osborne, le impuso la primera insignia de oro, así como el título de socio de honor, al director de esta web, José María Morillo, por su colaboración y asesoramiento desinteresado en la confección de la revista.

La caseta Tierra, Mar y vino, muchas gracias amigo Ricardo por el ofrecimiento, un saludo a los promotores de esta recuperada caseta, Juan Piña y Carlos Osborne. Decíamos, La caseta Tierra, Mar y Vino  me ha puesto por delante este micrófono y es un viaje de vuelta a una imagen que tengo como si hubiera sido en la feria del año pasado. Ojalá. Todos los que estaban en la caseta en ese momento los recuerdo muy contentos. Eufóricos. Señores altos con bigote y camisa estampada, señoritas con melena o el pelo cardado, minifalda de ganchillo y sombra de ojos de color celeste. Madres con permanente de peluquería con vestidos de lunares y a su lado su bebé dormido, vestido de ganadero, vencido por el sueño en el carrito junto a su pelota de parches. Jóvenes parejas disputando tener el pantalón de campana más ancho. Más de un padre en camisa desabrochada y corbata levantando los brazos con efusividad.

Todos muy a gustito después de haber echado la tarde con su amiga la Mirinda y sobre todo con su amigo el Fino Quinta, sin rebujar, con las luces de la noria y el ruido de los coches choque junto al Gazpacho resonando a lo lejos, con las cáscaras de las coquinas y las gambas del Chupito crujiendo al pisarlas por el suelo de losas. Y qué contentos estaban todos. Qué felicidad.

Sería la una de la mañana. Del sábado. Aprieto la memoria, sería la 1 y 54.  El grupo Blend 73 se pega un descanso después de una hora animando la fiesta para rematar ya así la noche. En ese momento, como el monolito de 2001 odisea del espacio. Se queda firme y solo el micrófono del cantante, como si no hubiera nada más alrededor. Como una imagen premonitoria. En ese instante se escapa un niño, sobrado de pelos y de cabeza, que sube corriendo los dos escalones, para ponerse de puntillas, como un ciclón bajar el micro y decir "hola buenas noches". Todo el mundo se giró mirando al espontáneo antes de que saliera de nuevo corriendo para que su madre no le pegara un jalón del brazo para tenerlo a su vera. Jartura niño.

Portada de la revista de Feria 'Tierra Mar y Vino'

Esa fue mi primera vez ante un micrófono. Quería oír mi voz por los altavoces. Subí así mi primer tuit de saludo al mundo. Fue unos catorce años antes de sentarme en un estudio de radio y cumplir con la vocación de contar cosas que sin querer se abrió aquella noche, en aquel escenario de la caseta Tierra, Mar y Vino. Juro que fue así. Y veinte y tres años, o así, después cumplo este viaje de vuelta agradeciendo los aplausos de aquellos sorprendidos feriantes que fueron mis primeros followers y saludando a todos vosotros, brindando por adelantado por esta nueva feria, brindando por la Tierra, por el Mar y sobre todo por el Vino, el vino de Osborne, que nos hacer reunirnos hoy y con todo gusto a partir del miércoles.

En aquellos tiempos donde el mundo era tan reciente que para mencionar las cosas había que señalarlas con el dedo, no existían los móviles. Lo más móvil que teníamos era el autobús que llegaba hasta la barriada Luis Caballero y la cobertura 5G era la talla grande de la boina del Tonino. Lo más artificial eran los pollitos pintados de colorao y verde que se vendían en la puerta de la plaza. Había que tener poca inteligencia natural para hacerle eso a los animalitos. Y las plataformas de streaming eran las de los tacones de corcho del mercadillo de los martes. Dos pares, 300 pesetas.

Tierra, Mar y Vino, la bonita iniciativa de Antonio Romero Castro, al que se dedica un reportaje en la revista que presentamos hoy, suena a pretérito pluscuamperfecto, pretérito divertido, el pasado de farolillos para un portuense de toda la vida, para esos que pudieron ir a la sesión infantil del Central Cinema y que compraron un chicle Cosmos cuando el carrillo de Severo era un carrillo (e incluso no había más carrillo en toda España).

| Artículo dedicado a Antonio Romero Castro

 

 

Tierra, Mar y Vino sonaba a Feria de Primavera y era el que ponían las tarjetas de boda aquí abajo para informar sobre lo que nos interesaba de verdad: Dónde iba a ser el convite. Dónde iba a ser el convite de Fernando y Margarita, futuros vecinos de Malacara a los que no conocíamos de nada. Él funcionario, ella ama de casa, que anunciaban que se casaban dichosos y Dios Mediante en la parroquia de San Joaquín el sábado 15 de julio de 1974 a las cuatro y media tarde. Un rato después de la bendición de don José Rivas ante el Cristo de la Vera-Cruz, los sudorosos invitados que habían terminado con el todo el arroz de la Albufera estaban llamados a hacer tiempo y aguardar en la explanada del real de Crevillet para celebrar el 'lanch', el lunch, es decir el banquete de Fernando y Margarita que por entonces nos parecía de lo más fastuoso.

Un lunch en Tierra, Mar y Vino.

Platos con cuñitas de queso tan poco curado que ni le habían puesto una tirita, jamón de Dios sabe dónde, gambitas, carne mechá, tortilla de patatas bien tiesa y fría, canastillas de ensaladilla que en el menú aparecían con volovanes de fantasía parisina, mediasnoches dignas del hombre lobo del miedo que daban, y ya calentitos, croquetitas, boquerones, cazón en adobo y choquitos fritos. De beber, jarras de cerveza, botellas de vino fino, Kaskol y Trinaranjus. Porque no sé si Tierra, Mar y Vino trabajaba con todas las bodegas de El Puerto, pero yo os puedo asegurar que en aquellos convites lo que se servía a los niños era Trinanaranjus. Tenías sed, Trinaranjus.

Una bebida de naranja sin gas que por cierto la patentó un farmacéutico levantino, el doctor Agustín Trigo, primer alcalde de Valencia en la Segunda República e impulsor del primer estatuto de la Comunidad Valenciana. Pero eso no lo sabíamos y nadie de entonces podía saberlo.

El Trinaranjus del Tierra Mar y Vino lo mezclábamos con todo lo que había por la mesa, incluidas las colillas, y se lo intentábamos dar de beber al hijo de la vecina.

Los invitados de Tierra, Mar y Vino, como bien indicaba el nombre de la caseta, gracias al vino, daban muchos vivas a los novios y a los padrinos y hasta decían lo que no tenían que decir. Daban vivas al amor y daban vivas a la libertad de expresión, poniendo en riesgo que los oyeran desde la cercana comisaría de la Policía Armada.

| Artículo dedicado a Juan Ignacio Pérez Sala.

Los contrayentes cortaban después la tarta de siete pisos rematada por dos muñecos muy feos. Era una tarta de merengue con florecitas rositas de oblea y rellena de cabello de ángel. A mí no me gusta el cabello de ángel por lo que desde la infancia tengo procesado en la cabeza que las tartas de boda nunca están buenas. Cosas mías.

Tras llenar la cara de la novia con el merengue y dejar perdido el chaleco del novio, Fernando y Margarita abrían el baile a su manera y al poco los invitados invadían la pista como si nunca hubieran escuchado a Georgie Dann. Si en lugar de discos se podía contar con un grupo, con una banda en vivo, como Los Radars o Los Microondas, el fiestón ya era máximo. Mientras, el padrino repartía puros y las abuelas se quitaban los zapatos comprados en La Bota de Oro. Y los camareros con chaquetilla blanca lo recogían todo muy deprisa como si quisieran irse a su casa. Qué curioso.

La directora del Colegio Las Carmelitas, Paqui Jiménez, recibió un ramo de flores de manos del presidente de la entidad, Ricardo Osborne.

 

En esta caseta de El Puerto es donde recordamos que había una bola de espejos como la de las películas de Travolta, que reflejaban luces de colores por las paredes. Nos imaginamos que como en El Oasis o en la discoteca Galaxia, varios siglos antes de la aparición de la Joy o la Río.

Y esa experiencia nupcial que os relataba, los niños portuenses de los pisos de Rebollo podíamos repetirla como cuatro o cinco veces al año. Ya cogíamos confianza con las medianoches, eran de la familia. Allí se celebraba la BBC, bodas, bautizos y comuniones. Bodas de primos, de primos segundos, de tías solteras que se casaban de madrugada, hijos formales del compañero de trabajo del padre. Y alguna que otra boda que oíamos decir que había sido de penalti e ibamos a la boda y para nuestra decepción no había nadie vestido de futbolista...  Casi todos los contrayentes solían ser veinteañeros que se casaban con su piso de protección oficial amueblado en Pantoja o en Lobo Hermanos, y con veinte letras de un 850 que en pocos años se llenaba de criaturas apegotonadas dispuestas a incomodar en futuras nuevas bodas y en mezclar más trinaranjus con colillas de ducados.

| Artículo dedicado a Hernán Díaz Cortés, impulsor del actual modelo de Feria de Primavera y Fiesta del Vino Fino.

 

Tierra Mar y Vino era tanto una caseta como una auténtica casa de todos. Fue el lugar de tantas celebraciones de portuenses unidos a ese nombre. Precisamente el bautizo de mi recordado sobrino y ahijado Sergio Alejo Gallardo, el recordado capataz portuense que dirige a los costaleros portuenses en los cielos... me vino el recuerdo anoche como un fogonazo, aquel bautizo se celebró precisamente en Tierra, Mar y Vino. Aquel convite en la primavera del 81 fue un empeño de su madre y de su abuela para celebrar el inicio de una racha de felicidad en la familia. El padrino, por cierto, no pagó ni un duro porque estaba en 8º de EGB.

Como íbamos tantas veces al año, aquel salón en la feria perdía el factor sorpresa. Al lado tenía la caseta del Racing, si no recuerdo mal regentada ya por entonces por El Chicharito; la de Simeón, donde los convites, sobre todo las primeras comuniones, eran al descubierto, y al otro lado, la caseta del Rocío y la de La Familia, llenas de hierbajos y jaramagos porque apenas se utilizaban el resto del año. Y enfrente, con un millón de charcos de por medio, los pisos de Crevillet, el mercado, y tirando para la playa, la fachada del Helo-Libo, la casetilla de Cáritas y el antiguo balnerio, la Caseta Municipal que tristemente no pudimos conservar cuando el jolgorio de la primavera pasó a Las Banderas en mayo del 81. A saber quién era y dónde se encuentra quien decidió tirar aquella caseta municipal desde donde cara al real veíamos el paseo de caballos. Muchas veces parece como si no hubiera pasado el tiempo.

Aquellas casetas fijas de Crevillet que se habían chocado contra los cacharritos que apuraban el terreno, fueron desapareciendo con los años. Si no recuerdo mal los viajes de fin de curso del COU de 1986 del Instituto Pedro Muñoz Seca aún se financiaron con fiestas en Tierra, Mar y Vino. Un nombre que en definitiva nos lleva a otro tiempo y denominación recuperada que suena a fiesta de hoy. Suena a El Puerto. Pese a todas las bromas de esta tarde, deberíamos de estar muy agradecidos a ese servicio público a nuestros mayores que hacían aquellos esforzados hosteleros atendiendo a tantas parejas y familias que querían celebrar sus buenos momentos y que tenían la cartera tan apretadita como las de hoy.

| Ubicación de la caseta Tierra Mar y Vino en el recinto de Las Banderas.

Eran ferias donde, pese a todo, cundían los billetes de pesetas. Y todo era como más barato que ahora. Al menos así nos parece. Y todo era como más ingenuo, como de terror del tren fantasma, una nostalgia que se nos viene del estómago a la garganta como si estuviéramos en el Badén o en el Galeón.

En aquellos años tras un par de copas de fino y un par de sevillanas el chico se declaraba a la chica, a la mocita, como decían las abuelas. Ahora sin embargo hay que preguntar al Chat GTP cómo entrarle a una joven caucásica de 22 años, vestida con diseño andaluz de grana y verde que está ubicada 20 grados al noroeste, en una esquina de la caseta del Chipirón. Y la IA te calculará que tienes un 75,6% de posibilidades de la que esa niña pase por completo de ti cuando te acerques.

En aquella caseta de Tierra, Mar y Vino quedar a una hora en concreto era un milagro. Quedar en la feria tan pequeña era esperar a que tarde o temprano coincidieras con la persona que estabas buscando. En la caseta de 2025 no las vas a localizar porque no cogen el teléfono, están con el móvil con el filtro Clarendon de instagram repitiendo veinte selfies entre la gente con el hashtag #pasánolobien #FeriadePrimavera #disfrutandoconlosamigos #quéganastengodepillarlacama.

En los tiempos de Crevillet lo habitual que te tocaba en la máquina de la gallina de los huevos de oro era un llavero del pollito Calimero que llevabas en el bolsillo del Lois mientras presumías dar caladas a escondidas a un Winston. En la de ahora sin un vaper de fresa mentolada no eres nadie.

La Feria, las ferias que vivimos y vamos a vivir, de la sevillana al reguetón, del vino a 17 grados a ese rebujito que entra sin querer antes de darle al ron con cola, fueron reflejo de los que fuimos, de lo que llegamos a ser y de lo que somos.

Dedicatorias de la Feria, desde 1998 a la actualidad.

Hoy nos corresponde además de evocar el pasado, hacer la presentación de esa revista que nos hojea por adelantado cómo vamos a disfrutar de esta Feria de El Puerto 2025 dedicada a Badalona. Localidad que, como bien cantaba Serrat, es una ciudad muy bonita en invierno y en verano, con mantilla y barretina, a la sombra y al solano. Con sus hembras y sus hombres, los albañiles en samarreta y todos ellos con su carnet de identidad. La patria mestiza y de aluvión del mono del anís, ajonjolí que ahora se destila en El Tiro. Qué otro lugar más feriante el de Osborne. Badalona tiene mucho de aquí y nos confirma que Cataluña no está tan lejos...  Tirando desde el carrer dels Moros, pasando por el carrer dels Creus, hasta la antigua venta de El Molí, el passeig de la Victoria y el antic penal d'on es va escapolir El Lute tomamos así hacia Jerez y un poquito más para arriba de la sierra de San Cristóbal en nada nos plantamos enfrente de la casa del alcalde Albiol.

Benvinguda, Badalona. Bienvenida sea Badalona a nuestra fiesta que es la fiesta de todos. Y que todos, si lo desean, hagan parada en Tierra, Mar y Vino.

Manuel Galán, propietario de viñedos de señorío, es quien se ha encargado en la publicación de hablarnos de la tierra firme. Mar Vázquez, sólo ella, podría hablarnos del mar y de sus marineros.  Háblame del mar, marinera, hermana del Carmen. Y quién mejor para hablarnos del vino que el enólogo Juan Gómez Benítez, conocedor como nadie de cómo son esas criaturitas caprichosas que se llaman viñas y sus frutos preciados que dan el buen vino entre andanas, soleras y sacaromices.

La revista se abre con un saluda del Rey, del alcalde y del concejal de Fiestas, que seguro que todos ustedes conocen, y con la anécdota de cómo tres amigos, Piña y los hermanos Osborne, recuperaron esta caseta que es el nombre más feriante que los portuenses con dos siglos a cuestas podemos concebir.

| Logotipo de Tierra Mar y Vino

Entre los artículos hay un periodista muy pesao que habla de la historia de los recintos feriales que ha tenido El Puerto, de la Victoria y El Tiro en los años 40 a Crevillet en 1966 hasta Las Banderas en 1981. Este muchachito parece que tiene aptitudes y muestra interés en la historia de El Puerto, aunque no tanto como un tal José María Morillo que hace semblanza del fallecido alcalde Hernán Díaz Cortés, siempre tan implicado para que la feria de su localidad fuera brillante. Morillo también habla de El Escocés o de la historia de la caseta como si lo hubiera vivido en primera persona. Y hay otro bonito homenaje que firma Luis Alfonso Pérez Nogués hacia Juan Ignacio Pérez Salas.

Marías Catering, que se encargará de atender la caseta, tiene su lugar en esta publicación, con un apartado taurino a cargo de José Femenía, así como un artículo de la pregonera visual de la fiesta, la autora del cartel de la Feria, la pintora sevillana Isabel Sola; y de quien en la caseta del Helo Libo pronunciará su pregón literario, el cofrade Francisco José Figuereo Noriega y su estirpe de los Pacurrones. Viva El Olivo, viva el Nazareno y Viva Nuestra Señora de la Soledad y su Hijo.

Tierra, Mar y Vino se entrecruzan en el mes de mayo. Tierra de Las Banderas para navegar por un brindis. Bienvenida sea su revista, brindemos por ella, por nuestra gente. Salud y feliz feria para todos.

 

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