La parada de Camilo Borghese en 1594
| Texto: Enrique Pérez Fernández
En 1594 el papa Clemente VIII envió como nuncio ante la corte de Felipe II a monseñor Camilo Borghese, miembro de una antigua e influyente familia nobiliaria italiana. El propósito era contar con la cooperación del monarca para contrarrestar la amenaza turca contra la cristiandad. Con el fin de difundir el mensaje, aquel año emprendió un largo viaje por la geografía española. Y procedente de Sanlúcar vía Sevilla, recaló en El Puerto de Santa María. Sobre su gira escribió un diario a modo de guía de viaje, que se conserva en la Biblioteca Vaticana, donde escuetamente anotó estos mundanos consejos para otros viajeros:
“A la salida de las puertas de Sevilla dar alguna cosa a las guardas, para que no les miren las maletas. En el camino dar a una guarda que les saldrá un par de reales. De Sevilla sacar de comer para dos comidas, porque el día siguiente irán a comer a Sanlúcar. A la entrada de Sanlúcar saldrá una guarda para saber si llevan algo que deba aduana. Digan que no. A la salida de Sanlúcar, para ir al Puerto de Santa María, les saldrán dos guardas a enseñarles la guía que habrán pedido en la aduana, y darles algo. Ir a Santa María a dormir, y dejar allí las mulas, y pasar a Cádiz por mar, y volverse allí. De Santa María sacar comida para dos días e ir a dormir a Arcos, y el día siguiente madruguen mucho e ir a dormir a Gibraltar.” Y continuaba el correoso monseñor su largo viaje hacia Málaga, Granada…

Amén de los “curiosos” consejos de Borghese de recomendar el soborno y evitar el pago aduanero, de su testimonio destaca el empleo de una guía -entiéndase como escolta- para que los viajeros fueran seguros por el peligroso camino de Sanlúcar a El Puerto. Que viene a decir que a fines del siglo XVI ya era habitual la protección ante los asaltos de bandoleros, tal como ocurrió hasta el primer tercio del XIX.

Si tuviera que apostar por dónde pernoctó en El Puerto monseñor (y las mulas), apostaría por la Posada del Toro, la que existió arriba de la Cuesta del Carbón, en la calle Jesús de los Milagros y lindera al convento de San Agustín, abierta en el último tercio del siglo XV por mosén Diego de Valera y demolida en la década de 1960.

Enfrente de la Posada del Toro, en la plaza de la Pescadería, estaba el embarcadero de los barcos del pasaje que hacían la travesía a Cádiz. En uno de ellos embarcó Camilo Borghese a la mañana siguiente, en uno de los faluchos que de antiguo monopolizaron los señores de El Puerto, los duques de Medinaceli, que entonces lo era, desde aquel año, Juan de la Cerda Aragón.

Probablemente ya existía la tradición de que los tripulantes y pasajeros de los faluchos ofrecieran una oración frente a la punta y ermita de Santa Catalina (1472) por las almas de quienes habían perecido al naufragar en la peligrosa barra del Guadalete. Estando a bordo Borghese, raro sería que no fuera él quien dijera la oración aquella mañana de 1594.

El escueto testimonio de Camilo Borghese es el segundo más antiguo que refiere las travesías de pasajeros entre El Puerto y Cádiz y viceversa. El más antiguo se encuentra en una de las Cantigas de Santa María de Alfonso X (la 368), fechada hacia 1268, que narra la curación de una mujer, tras zarpar de El Puerto, en aguas de la bahía, frente a la gaditana iglesia de la Santa Cruz.

Hizo carrera monseñor pues el 16 de mayo de 1605, a los once años de su paso por la bahía, fue elegido papa con el nombre de Pablo V; papado que se prolongó hasta que falleció en 1621. Fue quien canonizó a Teresa de Ávila, a Ignacio de Loyola y a Felipe Neri. Y quien tuvo algún problemilla con Galileo Galilei a cuenta de las teorías heliocéntricas.
Al final lo de la amenaza turca quedó en agua de borrajas. Eso sí, poco después del viaje de don Camilo, en junio de 1596 los ingleses, siempre con su alma de piratas y las ganas de fastidiar, saquearon y devastaron Cádiz, cuando 1500 gaditanos, cruzando la bahía en faluchos y lanchas, fueron acogidos en El Puerto, Puerto de Santa María.