En este canal de vídeo de YouTube (pulsar aquí), abierto hace 15 años, reúne cerca de 100 grabaciones del dramaturgo y guionista portuense Juan García Larrondo / El Andreion [*], incluyendo escenas de sus obras teatrales, entrevistas, apariciones televisivas, podcasts y otras intervenciones públicas. Su trabajo abarca una intensa y diversa producción en literatura dramática, poesía e imagen. Forma parte de la Academia de las Artes Escénicas de España y la Asociación de Autores de Teatro, y ha sido reconocido con numerosos galardones, entre ellos el prestigioso Premio Internacional ‘Teatro Romano de Mérida’ por su obra ‘El Último Dios’.
La biblioteca, el inquisidor Pedro Sánchez y el naufragio (y II)
| Imagen generada con IA.
| Texto: Enrique Pérez Fernández
El inquisidor Pedro Sánchez
Una vez que falleció Guillermo Tirry en febrero de 1779, apareció por su casa un siniestro personaje de nombre Pedro Sánchez, comisario de la Inquisición en Cádiz. Registró a fondo la huérfana biblioteca y requisó 550 libros prohibidos por ser contrarios a la doctrina católica. Años después, en 1788, se lo decía en una carta al Inquisidor General: “En este asunto como en otros que han ocurrido, sin omitir la Visita General de las Librerías públicas y de algunas particulares, especialmente la del Marqués de la Cañada difunto, vecino del Puerto de Santa María, a donde pasé y recogí 550 libros prohibidos”.
La biblioteca, el inquisidor Pedro Sánchez y el naufragio (I)
| Imagen generada con IA.
| Texto: Enrique Pérez Fernández
“Y para mayor exornación me ha franqueado Don Juan Tirry, marqués de la Cañada, libros impresos y selectos manuscritos que enriquecen su célebre museo y le ilustran no sólo con el título de Tesorero de los caudales literarios, sino de justo poseedor de ellos.”
Quien esto escribió fue el primer historiador de la ciudad, Anselmo José Ruiz de Cortázar (1696-1772), coetáneo y amigo de Juan Tirry (1696-1763), y como los marqueses, hombre ilustrado que para documentar su obra -Puerto de Santa María ilustrado y compendio historial de sus antigüedades (1764)- se surtió principalmente de los fondos de la espléndida biblioteca que los Tirry atesoraron en su casa del Campo de Guía; de la que decía: “Aunque tiene esta casa muchas cosas dignas de expresarlas tanto en lo magnífico de sus piezas como en el adorno exquisito y de buen gusto, no debemos pararnos en su descripción por menor, pasando a describir su curioso gabinete, que es uno de los mejores que hay en España (sin que medie hipérbole ni ponderación en la línea que se refiere). Compónese de una librería de más de 8.000 volúmenes de todas facultades y en especial de Historia, Geografía y antigüedades y antiguos manuscritos y singulares monetarios.”
Centenario de un bautismo poético: Mar y Tierra o Marinero en Tierra
| Texto: José María Morillo.
Hoy se cumplen 100 años. El 6 de junio de 1925, un jurado compuesto por sabios y poetas --entre ellos Antonio Machado, que no se limitó al gesto protocolario, sino que dejó constancia autógrafa de su voto-- rubricaba un acto que, con el tiempo, se volvería casi fundacional para la poesía española del siglo XX. Aquel día, el entonces jovencísimo Rafael Alberti Merello, un portuense con apenas 22 años, obtenía el Premio Nacional de Literatura en la sección de “Poesía Lírica” por un libro inédito titulado Mar y Tierra. Un libro que, con la natural deriva de los títulos que aún no han tocado imprenta, terminaría por ser publicado como Marinero en Tierra en noviembre de ese mismo año, abriendo una travesía que aún resuena con fuerza un siglo después.
La solución final para el Deseado, o el arte de conspirar contra la historia
| Texto: José María Morillo
Si alguna vez hubo un rey que mereciera ser personaje de Valle-Inclán, ése fue Fernando VII: bufo, letal, melancólicamente ridículo. El monarca más vilipendiado de nuestras letras —y eso que compite con tules de dinastía— vuelve a escena, esta vez como blanco de una novela ‘Matar a Fernando VII’ (Editorial Almuzara) que, más que histórica, parece escrita con tinta de cicuta por el portuense David Fernández Fernández, residente en San Fernando y profesor de historia en el instituto Carlos III en Prado del Rey.
Este relato forma parte de un proyecto literario mayor, "En las lindes" que el autor dedica a su hermana Sole, en la imagen superior.
| Texto: Juan Luis Rincón Ares
Sebastián y Piedad se llevaban apenas dos años de edad. Crecían al compás y durante algunos años, para merma del devaluado auto concepto de Sebastián, tuvieron casi la misma estatura y peso. Muy poquito de ambas cosas, es decir.
Fueron compañeros inseparables de mil juegos de patio a pesar de que como hermana pequeña que era, él la hacía rabiar casi continuamente. ¡¡Daktari!!, la pinchaba musicalmente Sebastián llamándola igual que aquel león estrábico de la serie de televisión que solían ver juntos en el primer televisor que llegó a su casa. Ella se enrabietaba y se quejaba a su madre que nunca les hacía el menor caso. Entonces lloraba desconsolada, esmorecía, y escondía la irritación y la vergüenza de su ojo insumiso en ocasiones contra la almohada de última cama de la habitación más interior.
En el centro de la imagen Manolo Rodríguez Sánchez ‘el Polvorón’, durante su actuación en el cuarteto 'Inclusión o Victoria'.
Un cuento de Juan Luis Rincón, cuya acción transcurre en El Puerto de Santa María, y a cuyos protagonistas se pueden identificar fácilmente. Ha ganado el segundo premio en el XXI Certamen de Cuento y Relato Corto ‘Villa de Algarrobo’ 2025. “Es para mí una especial satisfacción la puesta en valor de este relato en concreto pues me permite difundir una aventura ficticia --pero que bien pudo ocurrir-- de un personaje portuense, muy, muy querido, que canta, baila y vive la vida con intensidad. Está vivo aún --y esperemos que por muchísimos años más-- pero que no podrá leer este relato si alguien no hace el favor de leérselo entre una actuación y otra. Me imagino que ya habré dado pistas suficientes para reconocerlo y recomiendo su lectura de manera encarecida”, ha comentado Rincón.
| Texto: Juan Luis Rincón Ares
En los tiempos de mi abuela María, en este pueblo que adoptó de pequeño a Rafaé, cada familia tenía un mote y para bien o para mal se heredaba de generación en generación. Los motes “son en Cádiz el currículo de los pobres y, a veces, su árbol genealógico; se heredan de padres a hijos y de hijos a nietos, generación tras generación…” he escrito yo mismo en otra historia que no viene a cuento. Eso viene ocurriendo, calculo yo, desde que Menesteo, el caudillo ateniense fundador de estos lares llegó y puso el primer pie – el izquierdo para más detalles - en nuestras costas o las riberas de aquellos remotos tiempos. “Bien hallados, nativos. Tomad y comed” dijo el rey engolando la voz y ofreciéndoles a los pocos naturales que fueron a recibirlo a la orilla unas piezas de pan extrañas y picudas. Mis primitivos paisanos acogieron sus primeras palabras y el alimento que les ofrecía entre sospechosas carcajadas. “El Biena”, ese motete se le iba a quedar para siempre al egregio caudillo por la cursilería esa de “Bien-ha-llados”. Así fue conocido por toda la desembocadura del Guadalete y en su honor, desde ese momento, se le llamó del mismo modo a las piezas de pan que les habían regalado a modo de bienvenida. El pan de Biena. O sea que si alguien de por aquí lleva este apodo - “Biena”, “Viena” o incluso “Rebaná”- que sepa que procede directamente del famoso cabecilla griego. No le dé más vueltas y perdonen la digresión cachonda. Así fuimos, así somos y seremos.
Desperté en el siglo XVIII con un dolor de cabeza monumental y una extraña certeza: el café aún no se había inventado. Frente a mí, un espectáculo de ingenio y necesidad se alzaba en el río Guadalete. La Fuente de las Galeras, ornamental y vital, surtía de agua fresca a la flota de Indias, convirtiéndose en una pieza clave del comercio ultramarino. Cerca, estaba también su fuente gemela: la del Sobrante. Al parecer, incluso en el pasado, el agua potable era un lujo que se vendía a buen precio.
El primer golpe de realidad llegó con el olfato. En el siglo XVIII, el baño no era un ritual diario, y el perfume intentaba (fallidamente) encubrir la falta de agua y jabón. En la calle, la gente arrojaba desechos por la ventana con la misma despreocupación con la que hoy se envía un emoji por Whatsapp. Aprendí rápido que caminar pegado a las fachadas era una invitación al desastre.
Patricia Manjavacas Sneesby nos regala ‘El camino de vuelta’ (RBA Libros), una novela ambientada en parte en El Puerto de Santa María, donde la brisa marina sopla con la misma constancia que las dudas existenciales de los protagonistas, transcendiendo el género de intriga para adentrarse en las profundidades de la memoria y la culpa. La autora nos arrastra por paisajes y espacios de esta Ciudad, con una narrativa que, si bien aspira a la introspección profunda, a veces se detiene demasiado a observar el vuelo de una gaviota como si aquí estuviera la clave del universo. No es casualidad que Rafael Alberti: sus libros y alguna cita, aparezcan en la ficción.
María Pérez Herrera, nacida en 1981, creció entre pilas de libros y el inconfundible aroma a papel viejo y café recalentado que caracteriza a toda librería con solera. Su padre, Ángel Pérez, visionario donde los haya, decidió abrir Zorba ayudado por su madre María Herrera, primero como tienda de regalos, porque ¿qué mejor manera de empezar un negocio literario que vendiendo tazas con frases motivacionales? Poco a poco, los libros fueron tomando el control, y en 1978 Zorba se convirtió oficialmente en librería.
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