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Situación de los cursos de agua, caminos y aldeas andalusíes del término.

Como decíamos en la presentación de esta serie (ver nótula 2.217), comenzaremos nuestro recorrido por las tierras portuenses –en las que sus paisajes y la Historia serán protagonistas- en el arroyo Salado de Rota, el que nace en el lugar nombrado Pozo Salado y captando aguas dulces de arroyos menores, tras 9 kilómetros zigzagueando por los términos de Sanlúcar, Rota y El Puerto –en tramos marcando sus divisorias municipales-, desemboca en la bahía de Cádiz en terrenos ocupados por la Base Naval. Terrenos de marismas se abren en su curso bajo y alto, en el entorno de la desecada laguna del Gallo.

Hoy el Salado de Rota no es ni sombra de lo que fue. Por último, las intervenciones antrópicas realizadas intensivamente durante la segunda mitad del siglo XX con la parcial invasión de su lecho por las tierras de los campos linderos y su canalización artificial para el regadío (obras que a fines de los 80 realizó el Iryda y en 2008 la Agencia Andaluza del Agua) fueron minando y desfigurando la antigua fisonomía del curso fluvial que en el siglo XIII llamaban río de Casarejos y durante la Edad Moderna arroyo Ratonero y Paparratones.

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El Salado, abriéndose camino en la campiña. /Foto: Juan José López Amador. 1987.

En la década de los 80, cuando repetidamente recorrimos su curso en compañía de nuestros amigos José Antonio Ruiz y José Ignacio Delgado ‘Nani’, presentaba un estado de conservación notablemente mejor que hoy. Y como para conocer un curso fluvial no hay mejor modo que navegarlo, empleamos una barquita que habíamos construido expresamente para recorrer la laguna Salada (ver nótula 788).

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Navegando por el Salado en 1987. / Fotos: Nani y J.J.L.A.

Realmente era delicioso remontar, a percha, como en la laguna, el Salado; especialmente en primavera, cuando sus márgenes estaban repletos de flores. Conocimos entonces un arroyo lleno de vida vegetal en sus riberas –abundante el salado y, más al interior, los carrizos donde anidaban patos y fochas- y sus aguas repletas de lisas, anguilas, robalitos, cangrejos americanos, camarones, almejas, coquinas…

arrollosalado_5_puertosantamariaEn la imagen de la izquierda, vemos como las nasas también poblaban las aguas del Salado. / Foto: J.J.L.A. 1985

Acaso fuimos los últimos que navegaron por el Salado, porque hasta los últimos años 50 –cuando los campesinos aún habitaban los campos– sus vecinos bajaban el arroyo en barcazas cargadas con los productos hortícolas de sus tierras para venderlas en Rota y Cádiz. Un viejo campero del cortijo de Vaina, que contaba con embarcadero propio, nos lo contó. Hoy sólo navegan los submarinos nucleares que fondean junto a la boca del Salado.

LOS AFLUENTES

Que el Ratonero o Paparratones fue una importante vía de comunicación cultural y comercial –desde fines del tercer milenio anterior a nuestra era y hasta época andalusí (siglo XIII)- es una afirmación que las prospecciones y las puntuales excavaciones arqueológicas realizadas en sus inmediaciones han constatado. (De las aldeas que desde la Edad del Cobre poblaron las riberas del Salado y su zona de influencia escribiremos en próximas entregas.)

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Las frondosas riberas del Salado en 1987, antes de su canalización con hormigón. / Foto, J.J.L.A.

arrollo_villarana_1_puertosantamariaEl curso del Salado y sus afluentes vertebran al Este gran parte de las ‘tierras negras’ y albarizas que configuran la campiña portuense, siendo cinco los principales arroyos secundarios que irradian sus aguas por el término, que son, desde la boca del Salado aguas arriba y en su margen izquierdo:

-El arroyo de Villarana recorre el extenso pago y donadío de su nombre hasta alcanzar la laguna Salada, cuyas tierras conformaron –ya en época romana- un núcleo agrícola muy destacado dedicado a la explotación de cereales y durante siglos, la despensa de trigo de El Puerto; las tierras que hacia el año 1319 adquirió doña María Alfonso Coronel –entonces viuda de Guzmán el Bueno y señora jurisdiccional de El Puerto- y luego pasaron a manos de los condes y duques de Medinaceli, sus sucesores en el señorío.  /En la imagen de la izquierda, puente de madera sobre el arroyo Villarana en 1984. / Foto, J.J.L.A.

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Cuando la marea vacía, las piedras sobrepuestas en el Vado de Villarana forman esta cascada. / Foto, J.J.L.A. 1984.

-Le sigue el arroyo de Campillo –al comienzo del siglo XVI lo llamaban arroyo del Serrano-, que brota de las inmediaciones del cruce de las carreteras El Puerto-Sanlúcar y Jerez-Rota. Hoy sólo se alimenta de las aguas de lluvia y de las escorrentías del vecino cerro de Venta Alta, pero antaño nacía en un manantial junto al paraje donde se levantó la alquería andalusí de Fontanina y próximo a donde están los viejos pozos del Duque (de Medinaceli). En la Antigüedad, su cauce, mucho más caudaloso que hoy, propició que junto al arroyo se estableciera un poblado tartésico en los siglos X-IX, del que se excavaron, por vía de urgencia, dos fondos de cabañas en 1984 (Museo Municipal) y 1985 (Diego Ruiz Mata), exhumándose cerámicas que denotan los primeros contactos comerciales tartésicos con navegantes fenicios, antes de que se establecieran en la bahía de Cádiz. 

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El arroyo de Campillo con sus márgenes inundados, en 1986. / Foto, J.J.L.A.

-El arroyo del Gallo aporta sus aguas al Salado desde la laguna y marisma del Gallo, cuyo entorno, en las laderas de los cerros que lo flanquean, se poblará con aldeas desde la Edad del Cobre –ininterrumpidamente- hasta época andalusí.

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El arroyo del Gallo desbordado, en 1996. / Foto, J.J.L.A.

-El arroyo de Campín cruza al norte del término portuense hasta adentrarse en el jerezano. Junto a este curso fluvial nació el poblado del Cobre de Campín, sólo conocido por las prospecciones arqueológicas que realizamos –con José Antonio y Nani- en la década de los 80, pero que si algún día se excava deparará el hallazgo de una importante población, seguramente amurallada.

-Y el arroyo Hondo, que es una bifurcación del de Campín y se adentra en tierras sanluqueñas, cubriendo con los otros cuatro arroyos secundarios y el principal del Salado gran parte del territorio de Isla Cartare.

LA UNIÓN DEL GUADALQUIVIR CON EL SALADO.

Escribir de la historia natural del arroyo Salado y sus afluentes precisa que nos hagamos eco de una antigua tradición que diversos autores recogieron durante la Edad Moderna y la Contemporánea. Desde mediado el siglo XVI, la historiografía repetidamente apunta a que el curso del Salado formó parte –en un tiempo impreciso- de un antiguo cauce del Guadalquivir, identificado por diferentes autores como la boca occidental “perdida” referida a fines del siglo I antes de Cristo por Estrabón: “…después se halla la desembocadura del Betis [Guadalquivir], dividida en dos brazos; la isla comprendida entre ambas bocas abarca un trecho de costa que tiene cien estadios [18’5 km] o más, según algunos.” (Geographia, III, 1, 9)

Esta identificación la contemplaron, entre otros, Florián de Ocampo (1543), Agustín de Horozco (1598), Bernardo Aldrete (1614), Martín de Roa (1617), Rodrigo Caro (1634), Esteban Rallón (1665) y un largo etcétera. Según ellos, un estero nacido del Guadalquivir se adentraba por las sanluqueñas tierras de Maina y conectaba con el Salado (suponemos que por el afluente de arroyo Hondo).

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Una segunda conexión la establecieron otros autores a partir del siglo XVIII desde el brazo de la marisma de las Mesas, donde se sitúa la romana Hasta Regia, de cuya cola nace el arroyo Tabajete (junto al que transcurría la calzada de la Vía Augusta). De esta supuesta unión se hicieron eco, entre otros, Enrique Flórez (1752), Bartolomé Gutiérrez (1787), Miguel Cortés López (1835) o Adolfo de Castro (1858). Al respecto, el citado Flórez decía en su España Sagrada (t. IX, cap. I): “...no necesitaremos recurrir a la costa occidental de San Lucar, para buscar la otra boca pues en esta parte junto a Rota se verifica la distancia que Estrabón señala a la costa marítima de la Isla, diciendo que tenía tres leguas y cuarto, o más según otros, […] y esto viene bien con el sitio de junto a Rota, donde vemos actualmente un Arroyo, llamado Ratonero, que baja desde las peñas de Asta y Trebujena, entre las cuales pudo también correr la boca antigua del Betis, pues aun hoy dista poco el nacimiento del Arroyo de la Isla mayor del río, como vemos en el moderno mapa del Reino de Sevilla, ejecutado por el Ingeniero Jefe Don Francisco LLobet…”.  /En la imagen de la izquierda, detalle del Mapa del Reino de Sevilla (1748) del ingeniero Francisco Llobet. / Real Academia de la Historia.

Aún en el siglo XX se incidía en este segundo enlace. Así, José Chocomeli precisó en 1940 en su En busca de Tartessos: “…el primer brazo oriental derivaba del lago Ligustino [marismas del Guadalquivir] por bajo de Lebrija, siguiendo las marismas del Bujón, de las Mesas y de Tabajete, arroyo de este nombre, vereda de Ferias [que muere junto a la laguna del Gallo], arroyos del Gallo y Salado de Rota, a desembocar donde hoy lo hace este mismo arroyo.” El mismo trazado lo había marcado en agosto de 1935 el portuense Francisco Ciria (‘Canales y desembocadura del Tartessos’, Diario de Cádiz).

Y es probable que así fuera. Mucho han cambiado los paisajes –más de lo que parece- en los dos últimos milenios, por la acción de la naturaleza y sobre todo por la del hombre. Y hay que tener presente que este paisaje es el espacio en el que Estrabón decía que las poblaciones de los márgenes de las hoy marismas bajas del Guadalquivir –nombraba a Asta (Mesas de Asta, Jerez) y Nabrissa (Lebrija)– habían abierto en sus esteros canales artificiales: “La serie de canales que han sido abiertos por doquier ayudan al tráfico y a las relaciones, tanto entre ellos mismos como con los forasteros. Del mismo modo también en la pleamar se utilizan los brazos confluentes [de los esteros] cuando los istmos que los separan se hacen navegables al quedar anegados. Las naos pasan entonces de los ríos a los esteros y viceversa.” Sobre los esteros, el geógrafo griego remarcaba: “Se llaman esteros a las escotaduras litorales que el agua del mar llena en la pleamar, y por las que se puede navegar remontando la corriente como por los ríos hasta el interior de las tierras y las ciudades de sus orillas.” (Geographia, III, 2, 5 y III, 1, 9)

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Marisma de las Mesas de Asta. / Foto, José y Agustín García Lázaro (web entornoajerez).

La conexión del Tabajete con el inmediato arroyo del Gallo –o acaso, apuntamos nosotros, con el de Campín, que se sitúa frente al de Tabajete– quedó cortada en 1877, cuando se construyó la vía férrea entre Jerez–Sanlúcar–Bonanza.

De cualquier forma, dejamos apuntada la vieja tradición (cuando el río suena…) de la antigua unión por vía fluvial de la bahía de Cádiz, a través del Salado de Rota y las campiñas de El Puerto, Sanlúcar y Jerez, con los esteros marismeños del Guadalquivir.

LA ALDEA ANDALUSÍ DE CASAREJOS.

Decíamos que el primer nombre conocido del arroyo Salado de Rota fue el de río de Casarejos, topónimo con el que fue bautizada –en el Libro del Repartimiento (1268) del término portuense- la aldea hispanomusulmana (de nombre árabe desconocido) que existía junto a la orilla izquierda de la desembocadura del Salado en el tiempo que la región gaditano-jerezana fue definitivamente conquistada para el mundo cristiano por Alfonso X.

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Detalle de la desembocadura del Salado, donde estuvo Casarejos . / Foto, Google. 2014.

Fue la de Casarejos una de las ocho alquerías andalusíes (de las trece que se distribuían por el término) que se fundaron, probablemente en los siglos X-XI, en el entorno del Salado y de sus afluentes y la laguna del Gallo, nombradas en el Repartimiento como Villarana, Bayna, Finojera, Fontanina, Grañina, Campix, Poblanina y, contiguo a la boca del Salado, Casarejos.

Aporta el documento medieval una interesante información para conocer algunos aspectos de la alquería andalusí, cuyas casas, solares y tierras fueron repartidas en 1268 a 77 repobladores castellanos.

casarejos_2_puertosantamariaSu término limitaba al sureste con el de Al-Qanatir (El Puerto), al norte con las tierras de las alquerías de Villarana y Bayna  y al oeste, en la otra margen del río, con la roteña de Flayna (probablemente emplazada en el yacimiento arqueológico de Las Mezquitillas). La ubicación de Casarejos junto a la boca del Salado indicaría su control del paso del cauce del río –probablemente con barcas- a la otra orilla y al interior de su curso, donde se emplazaban las otras siete aldeas andalusíes. Menciona el Libro del Repartimiento un camino –la carrera de Rota- que enlazaba Al-Qanatir, Casarejos y, por Flayna, con el ribat de Rota.  /En la imagen de la izquierda, reconstrucción del entorno de la alquería de Casarejos.

Se desconoce si Casarejos estuvo fortificado -como consta que lo estuvieron otras alquerías del Salado-, pero la repetida mención en el reparto a una pared  (o paredes) que servía para delimitar las entregas de los solares y casas a los repobladores, así podría indicarlo: por ejemplo, al decirse “…los palacios grandes como se sigue con la pared aiuso [abajo] o “…salvo los palacios que se siguen como va la pared ”.

arrollosalado_15_puertosantamariaEn el centro de la población se situaba su mezquita y –como los arriba citados- varios palacios grandes, que han de entenderse no como hoy, sino casas con más porte constructivo que los del común de la población. Y menciona el Libro dos calles, la rúa “que está de parte del río, la que va a Porluengas y “la de los Colmeneros”. Y un pozo comunal junto al camino de Al-Qanatir, y junto al pozo tierras públicas, el ejido. Y una cueva –“las casas que están sobre la cueva”-, que seguramente era un gran silo de la Edad del Cobre como los excavados en las inmediaciones del Salado en los años 50 dentro de la Base y en los 80 en La Viña. /En la imagen de la izquierda, ‘Cueva artificial’ de la Edad del Cobre en el yacimiento portuense de La Viña. / Foto, J.J.L.A. 1987. 

También menciona el texto alfonsí una isla e isleta, cuyo terreno también se repartió a los repobladores y que con seguridad se situaba en medio del río, al modo de un bajo formado por la colmatación de sedimentos marinos y fluviales, como aún se reflejaba en la cartografía del siglo XVIII.

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La isleta de la boca del Salado en un mapa de 1762.

La economía de Casarejos debió de basarse en la actividad pesquera con la explotación de corrales marinos, que aún se perciben en la margen izquierda de la boca del Salado, nombrados en la cartografía del XIX corral del Cueto. A una estructura pétrea que aún se ve en la misma boca del arroyo –tal vez la huella de un espigón o muelle de incierto origen- parece aludirse al comienzo del deslinde alfonsí (1268) de los términos de Rota y Casarejos: “El primer mojón es el Estapudal que llaman de los Camellos y Casarejos, que parte término con Rota. Han por mojones unas piedras que estaban en el mar que había nombre el Albequer.” Y una segunda base de la economía de Casarejos fue la explotación de las arenas litorales –al igual que en tiempos púnicos y romanos- como viñedos (vino, pasas, uvas), siendo 64 aranzadas las que se repartieron en 1268, linderas a las viñas de los arenales de Al-Qanatir. También tenía Casarejos, hacia el término de Bayna, un terreno menor dedicado a la explotación de cereales, y tierras de jaras con higueras y perales.

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Litoral entre El Puerto y Rota. Mapa de Francisco Coello, 1868. La flecha marca el Corral del Cueto.

Tras la ocupación cristiana de la alquería de Casarejos, su repoblación –como ocurrió en las demás a excepción de Al-Qanatir (El Puerto)- no cuajó y la vieja aldea andalusí se abandonó o, quizás, ni siquiera el conjunto de las casas y solares fuesen habitados por sus 77 beneficiarios. Sí perduró en el tiempo la ‘pesquería de Casarejos’ y la explotación de las arenas como viñedos y huertas.

Cuándo el término portuense de Casarejos pasó a integrarse en el roteño es cuestión que no podemos precisar, aunque lo más probable es que ocurriera poco después de 1341, cuando el señorío portuense pasó a manos de Juan de la Cerda I, hijo de Leonor Pérez de Guzmán y nieto, por vía materna, de los arriba citados Guzmán el Bueno y María Alfonso Coronel, también señores, desde 1297, de Rota. / Texto: Juan José López Amador y Enrique Pérez Fernández.

Es sin dudas la mejor playa de El Puerto. Y no tiene bandera azul, lo que dice mucho de la falta de rigor con que se conceden estos galardones sobrevalorados que supuestamente premian la calidad ambiental.

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Sólo se puede acceder a pie o en bicicleta, y ahí estriba su mayor encanto. Esta prohibición de vehículos a motor no parece disuadir a las miles de personas que diariamente la recorren. Al atardecer, una auténtica procesión de ida y vuelta entre Valdelagrana y la desembocadura del río San Pedro recorre esta playa sin que haya atisbo de masificación debido a su enorme anchura, máxime en horas de marea baja.

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Nunca ha habido que regenerarla, se regenera sola por la acción de olas, mareas y corrientes. Un ejemplo del que algunos deberían tomar nota. En otras playas, la construcción de paseos, edificios y espigones rompen esta dinámica litoral y provoca la desaparición de la arena. Después vienen las costosísimas regeneraciones, muchas veces abocadas al fracaso.

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La que iba a ser 'la Venecia Atlántica' en un plano de 1976.

Pero habría que recordar la historia de esta playa. Hace 30 años era -como su vecina marisma de Los Toruños- un espacio degradado y nada valorado, su destino era urbanizarlo. Se llegó a aprobar un proyecto para una ciudad de 100.000 habitantes: el Actur Río San Pedro, del que sólo se construyó la carretera de acceso y tres bolsas de aparcamiento en la playa. En 1989 las asociaciones ecologistas de la Bahía de Cádiz conseguimos que el Parlamento de Andalucía declarara el Parque Natural de la Bahía de Cádiz, incluyendo las marismas de Los Toruños y la playa de Levante, que se salvó así del ladrillo. A algunos de los políticos y representantes de entidades empresariales, sindicales… que se opusieron a la protección de esta zona -argumentando, como siempre, que era ir contra el progreso (el de ellos y sus cuentas corrientes, claro), me los he encontrado de plácido paseo por esta playa, disfrutando de un lujo que es un activo más para el atractivo turístico de nuestra ciudad.

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Los Toruños, visto desde el otro lado del río San Pedro.

Al año, cerca de medio millón de personas utilizan este Parque Metropolitano para pasear, realizar rutas en bicicleta, recorridos en veleros o piraguas, hacer deporte, participar en las numerosas actividades que se organizan, o disfrutar de inolvidables puestas de sol o noches estrelladas. Esto sí es progreso. /Texto: Juan Clavero Salvador.

Más información de La Venecia Atlántica, en Gente del Puerto, nótula 1.592.

A principios del XIX el hábito de tomar baños de mar se generaliza como costumbre social y fines terapéuticos, higiénicos y lúdicos. La temporada comenzaba por San Juan y finalizaba en septiembre

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Playa de la Puntilla y Balneario. Año 1910. /Hauser y Menet.

Ya desde la antigüedad los pioneros de la medicina recomendaron a sus pacientes la toma de baños de mar como práctica curativa. Hombres como Galeno, Hipócrates o el andalusí Avicenas descubrieron el poder curativo del mar.

Pero es a principio del siglo XIX, cuando por primera vez en europa las costas de Francia e Inglaterra se llenaron de pacientes. Los médicos de la época redescubrieron las virtudes del baño de mar como medio para mejorar la salud de personas con problemas respiratorios y circulatorios. Y concretamente en nuestra ciudad el eminente doctor Joaquín Medinilla y Bela deja reseñado en su opúsculo Baños de mar del Puerto de Santa María una amalgama de efectos beneficiosos para la salud, llegando a afirmar que "los baños de mar producen sus efectos por las sales que tienen disolución, por su temperatura, por el movimiento de las olas ó por el que se hace nadando o por la atmósfera marina saturada de sales y clima agradable".

La fe que muestra Medinilla en su trabajo divulgativo tiene mucho que ver con la manifiesta crisis de la terapéutica tradicional en el siglo XIX, ya puesta en entredicho por las farmacopeas ilustradas. La patología romántica y las corrientes médicas no oficiales que aparecen en europa desde finales del XVIII, contribuyen al auge de los remedios que ofrece la naturaleza, inscribiéndose en este contexto los baños de mar.

En el sur, la desembocadura del Guadalete y la Playa de la Puntilla, sujetos al flujo y reflujo del mar, reunían las condiciones naturales más indicadas para ser aprovechadas sus aguas con los fines terapéuticos más variados. En nuestra ciudad se consideran los años 1860 y siguientes el periodo de máximo apogeo, aunque ya en 1816 se daba a conocer desde el ayuntamiento un despacho real mediante el que se le concedía a la casa de niños expósitos de El Puerto la facultad exclusiva de construir barracas, cajones y aposentos para baños en el río Guadalete "aplicando su producto al aumento del salario de las nodrizas o amas de cría y a las demás urgencias y necesidades que padece la casa y los inocentes niños".

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Playa de la Puntilla a la altura de la Rotonda del mismo nombre. Año 1910. /Hauser y Menet.

Según el historiador local Enrique Pérez Fernández, el ayuntamiento acuerda que los baños se establecieran por sexos separados, imponiéndose una multa de cuatro ducados a los hombres que pasaran al de mujeres, hecho que aunque prohibido dio lugar a situaciones picarescas,

La organización de baños en El Puerto se produce a través de tres empresas de baños en el río y una en la Playa de La Puntilla. Se consideraba que la temporada había que comenzarla por San Juan y que concluyera nada más pasar la Virgen de los Milagros el 8 de septiembre.

En los baños del Guadalete la estructura de madera que facilitaban los baños consistía en una barraca para el uso de los bañistas y una galería de acceso desde la orilla hasta los baños flotantes, conformados estos por una plataforma de tablas, techada, dispuesta sobre dos embarcaciones menores embonadas (al modo de los puentes de barcas) y cajones sumergidos que ocupaban los pudorosos bañistas. En la cercanía de la playa de La Puntilla, en 1885, José Antonio Neto instaló los denominados baños El Porvenir en la denominada Punta de Malandar, Consistían en casetas de vestir, pilotes alrededor y cubiertos de redes para la seguridad de los bañistas. Como servicio complementario se utilizaban dos carruajes, que por 25 céntimos llevaban y traían a los bañistas desde la calle Misericordia nº 14 hasta los baños de El Porvenir y a la Playa de La Puntilla, así como barquillas entoldadas que partían junto al muelle del vapor. También se dispusieron trenes extraordinarios con tarifas reducidas para los vecinos de Jerez.

Como dato curioso las Ordenanzas Municipales de 1906 -reflejadas en el trabajo de Pérez Fernández- se refieren a los balnearios del Guadalete y de La Puntilla: "El piso de la parte destinada en los baños para vestirse el bañista estará cubierto con esteras". "Aunque no es obligatorio el uso de las ropas de los dueños de establecimientos de baños, que suelen alquilar para el servicio de los bañistas, no se consentirá aquellas dejen de estar perfectamente limpias y secas para su uso". "Del techo o cubiertas de cada baño penderán cuerdas de cáñamo para comodidad y seguridad de los bañistas". "Todo baño tendrá desde el anochecer el número de luces que sean necesarias, mientras haya público".

El doctor Medinilla refería que era importante tomar algunos baños dulces templados antes de empezar los de mar, y que los que se tomen en La Puntilla "no deberán usarse a las horas de la bajamar, por no haber oleaje, ya que el agua no obra sólo por sus sales, sino por la impresión producida por el oleaje y por la atmósfera marina". Los baños que eran buenos para la salud y la curación de afecciones en la piel y el cuerpo fueron en un principio en días alternos. La duración del mismo venía a ser de aproximadamente diez minutos y enseguida debían salir para secar la humedad. Se decía en los manuales de la época que "el primer 'baño de ola' no debe realizarse hasta dos días después de la llegada al punto costero, una vez que el individuo se haya aclimatado al nuevo ambiente. Las horas de baño más favorables son entre las diez y las cinco de la tarde, y a ser posible con marea alta, porque el agua estará más caliente, más limpia y próxima, y las olas son más numerosas. El baño no debe tomarse en reposo, debe estar precedido de un ligero ejercicio físico o de la exposición al sol. La inmersión en el mar debe ser completa y rápida, sin indecisión, por lo que así la sensación de escalofrío primario se reduce al mínimo en intensidad y duración. Después, la piel debe frotarse rápidamente con una toalla seca". Todo un ritual. /Texto: Enrique Bartolomé.

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El Manantial, en 2007, tras la entrada de máquinas.

Había muchos más manantiales en la zona pero estan canalizados. Incluso llegaban al mar cuando yo era niña, ahora estoy en el medio siglo. Hay 3 zonas El Manantial, Fuentebermeja y Fuentebravía, que tienen gran humedad y aguas subterráneas. Actualmente el agua ya no llega hasta la playa puesto que se canalizó y se encuentra completamente cubierta la zona por caña común (Arundo donax), una especie invasora que al cubrir por completo este humedal ha generado un refugio para la fauna, especialmente para las aves y como no, para los anfibios.

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El Manantial, en el primer tercio del siglo XX.

Al urbanizar la zona se ha secuestrado el manantial impidiendo el libre fluir de sus aguas a través del cañaveral como sucedía hace años. Esto ha ido dejando con poca humedad el suelo del cañaveral donde aún brotan pequeños afluentes sin cerrar cuando las lluvias son abundantes, pero el resto de caudales han sido cerrados para beneficio propio de las urbanizaciones, para jardines y demás, degradando y secando gravemente el humedal día a día, empobreciendo y eliminando el sustento alimenticio y hábitat de numerosas especies que allí viven y vivían, tanto de animales como plantas.

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Una vista de El Manantial, antes de su urbanización.

El constante arrojo de basuras, invasión, degradación del terreno ha sido permitido por el Ayuntamiento. Se utiliza el cañaveral como vertedero de restos de poda, chatarra, muebles, desechos de obra, plásticos, baterías de coche. Lo ocasiona la poca responsabilidad del ciudadano y del Ayuntamiento quien concede permisos para cortar caña, pero no recoge ni obliga a recoger los numerosos restos de caña cortada, y las hojas que no se llevan los solicitantes del corte de cañas, dejando éstos últimos los restos amontonados en el propio cañaveral, junto con los restos de poda que allí se depositan, creando un alto riesgo de incendio. /Texto: M. San Narciso

 

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De izquierda a derecha, Manuela Ojeda, casada con Manuel Ruiz-Calderón López, Dolores López, suegra de la anterior casada con Severiano Ruiz-Calderón Pulito, Ana Martín Tejada, casada con Severiano Ruiz-Calderón López y Francisca Sanabria, conocida como la Tata Paca. Detrás, mirando a la cámara. el sobrino de doña Boni, vecino de caseta de los Ruiz-Calderón. Los niños son Mariló Ruiz-Calderón Ojeda, Ana y Miguel Ángel Ruiz-Calderón Martín y Severo Ruiz-Calderón. Principio de la década de los sesenta del siglo pasado.

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Severiano Ruiz-Calderón López, --descendiente del que fuera alcalde de El Puerto en cuya memoria se rotuló el Parque con su nombre-- era un gran aficionado a la caza de la tórtola y así, solía para los veranos entre Constantina (Sevilla) donde el aire era muy saludable, Chipiona por el gusto de su madre Dolores López y El Puerto que era su pasión, heredada por su hija Ana María.

Severiano se casó con Ana Martín Tejada y se fueron a vivir a Sevilla donde estuvo destinado como práctico del puerto comercial, pero constantemente regresaba a su tierra y los veranos no dejaban de ir a la casa de los abuelos en la calle Larga.

cubiertamanuscritoreparto_puertosantamariaSe ha aceptado tradicionalmente que el término cortijo puede derivar del "curticulum" latino y que los árabes usaban la voz "maysar" para referirse a estas propiedades rústicas. Este vocablo ha dado origen, entre otras, a las formas "machar" o "majar" que encontramos presentes en muchos de los nombres de antiguas aldeas y caseríos diseminadas por nuestras campiñas, algunos de los cuales han llegado hasta nuestros días. Como señala el profesor V. Martínez Enamorado, "distintos autores han interpretado el machar como un tipo de explotación agraria que no es suficientemente amplia para confundirla como un núcleo de población o también como una unidad agraria elemental". A diferencia de la alquería ("qarya"), para la que se propone una cierta entidad de población y una unidad de propiedad, el cortijo árabe ("maysar") es un núcleo de orden inferior, dependiente de una ciudad o alquería, destinado básicamente a la producción agropecuaria./ Copia del  "Libro del Repartimiento" de El Puerto de Santa María, fechado en la segunda mitad del siglo XIII. Se mencionan hasta trece alquerías, de las cuales las de al-Qanatir (El Puerto actual), Grañina y Sidueña eran las más relevantes. Junto a ellas, con un territorio muy reducido se encontraban dos "machares": Machar Grasul y Machar Tamarit. 

El profesor E. Martín Gutiérrez, en un pormenorizado estudio titulado "Análisis de la toponimia y aplicación al estudio del poblamiento: el alfoz de Jerez de la Frontera durante la Baja Edad Media", da cuenta de buena parte de estos topónimos que pudieran estar relacionados con la existencia de antiguas alquerías o maysar de origen andalusí, mencionados ya en las fuentes documentales desde los siglos XIII y XIV, algunos de los cuales aún perviven, alterados en sus formas originales y castellanizados, pero conservando indicios de su primitivo significado.

Los Tercios - Hato de la Carne

Hato de la Carne o Marisma de los Tercios.

Uno de los más conocidos es el de Macharnudo, que da nombre a un pago de viñas situado junto a la carretera de Trebujena, así como a la torre o "castillo" del mismo nombre que se alza en la viña El Majuelo, desde el que se domina un amplio sector de la campiña jerezana. Su nombre alude a un caserío o cortijo ubicado en un lugar "pelado" o "desnudo", desprovisto de vegetación, aunque hoy día cubran sus laderas extensos viñedos.

Los Tercios

Los Tercios.

En la campiña portuense encontramos la pista de otras aldeas de origen andalusí mencionadas en el "Libro del Repartimiento" de El Puerto de Santa María, fechado en la segunda mitad del siglo XIII. Se mencionan hasta trece alquerías, de las cuales las de al-Qanatir (El Puerto actual), Grañina y Sidueña eran las más relevantes. Junto a ellas, con un territorio muy reducido se encontraban dos "machares": Machar Grasul y Machar Tamarit.

Laguna de Los Tercios

Laguna de Los Tercios.

Aunque no ha sido posible determinar con exactitud el emplazamiento exacto de ambos enclaves, puede afirmarse que se ubicaban en el entorno del paraje conocido como marisma de Los Tercios, una amplia cubeta natural, rodeada de lomas de suave pendiente, que se encharca en épocas de lluvia. Este rincón de la campiña, también denominado como Hato de la Carne por ser en tiempos pasados el lugar donde pastaba el ganado, se encuentra en el sector oriental del actual término municipal portuense, lindando ya con tierras de Jerez.

La Bodegonera

La Bodegonera.

De las fuentes documentales se deduce que el término de Machar Grasul, en el momento de su reparto, lindaba al Norte con Xerez y con la aldea de Grañina, al Oeste con las aldeas portuenses de Finojera y Bollullos y al Sur con al-Qanatir (la actual ciudad de El Puerto de Santa María) y con Sidonia (o Sidueña), ubicada en el enclave del actual Castillo de Doña Blanca, con la que lindaba también por el Este. Un posible emplazamiento de este "maysar" pudiera ser el pequeño Cerro de la Caldera donde han aparecido materiales de la época. El cerro se encuentra en el borde occidental de la marisma de Los Tercios, un paisaje en cuyos alrededores aún se conservan antiguas casas de viña como Los Chavicos, El Agostado o La Bodogonera. En cuanto al posible significado de este topónimo, algunos autores apuntan -considerándolo en la forma Machargazul- que bien pudiera referirse a un "mayšar de los Yazula", una de las tribus bereberes establecidas en la zona y que dan también nombre a la población de Alcalá de los Gazules.

Laderas de Pozo Lozano

Laderas de Pozo Lozano

Las tierras de la aldea de Machar Tamarit quedarían más próximas a la Sierra de San Cristóbal, lindando al Norte con Xerez y Machar Grasul y al Sur y el Este con el término de Sidonia. Las laderas del antiguo cortijo de Pozo Lozano entre Las Beatillas y la autovía de Jerez-El Puerto son los parajes donde tal vez pudo asentarse esta alquería. El topónimo (tamarit o tamarite), presente también en otras provincias, podría estar relacionado con la existencia en sus alrededores de tarajes. Estos arbustos son frecuentes en la vegetación que acompaña a los arroyos de la zona y, especialmente, en el cinturón perilagunar de Los Tercios. /Texto y fotos de la campiña: José y Agustín García Lázaro.

franciscopenaortega_puertosantamariaFrancisco Peña Ortega, aunque nacido en Jerez el cinco de marzo de 1938, vivió en El Puerto mas de la mitad de su vida. Desde 1957 estuvo vinculado con nuestra Ciudad de la que sería Jardinero Mayor, hasta su jubilación en 1983. Antes, durante casi nueve años, había trabajado como jardinero en el ayuntamiento de su ciudad natal, pero no sería hasta 1962, cinco años después de vivir aquí cuando se trasladó para ser un porteño más, de forma permanente, con su mujer y sus cuatro hijos: Victoria, Pepe, Mercedes y Francisco.

Aún se recuerda como, con mas imaginación y voluntad que medios, organizaba los trabajos de exhorno y mantenimiento de parques y jardines, la creación de nuevos espacios… los Juegos Florales de la Hispanidad, la nueva plaza del Polvorista, las alfombras florales en la plaza de Isaac Peral, los exhornos de la Prioral o el antiguo Ayuntamiento por la Patrona o el Corpus, la Feria.

En el libro homenaje a su memoria que se editó en 2002 a instancias de su hijo José Peña Argudo, se recoge que «reunió un buen plantel de colaboradores y, entre sus éxitos destacan la adquisición de la finca conocida como ‘El Perneo’, situada a la entrada de la carretera de Sanlúcar [donde hoy está el espacio conocido como ‘Angelita Alta’ y donde una plaza lleva su nombre: ‘Jardinero Mayor Francisco Peña’], allí se instaló el Vivero Municipal, de plantas y árboles, de donde se obtuvieron la mayor parte de los trasplantados en la Feria de Primavera en la finca denominada de ‘Las Banderas’, así como también para otros jardines y palmeras resembradas en las playas, plazas y paseos, que dieron a El Puerto una nueva fisonomía».

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Paco, en el centro con boina, en el Vivero existente en el Paseo de la Victoria, con los trabajadores de Parques y Jardines, en la década de los cincuenta del siglo pasado, donde hoy se encuentra el Instituto Muñoz Seca.

Trabajó con 10 alcaldes desde 1957: Luis Caballero, Miguel Castro, Luis Portillo, Juan Melgarejo, Fernando T. de Terry, Manuel Martínez Alfonso, Javier Merello, Enrique Pedregal, Antonio Álvarez y Rafael Gómez Ojeda hasta su jubilación en 1983 y con todos supo estar a la altura de las circunstancias, manteniendo El Puerto en un estado de exhorno donde se notaba su mano. Lo mismo viajaba a Valencia a la Feria de Interflora.

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Paco Peña, a la derecha con una bicicleta, con trabajadores de Parques y Jardines, transportando plantas para la plaza de Isaac Peral. Década de los cincuenta del siglo pasado.

Para Luis Suárez Ávila, los jardines de El Puerto «espacios a la francesa, ‘salones’ o plazas, permanecieron con muy diversa suerte, hasta la llegada a El Puerto de un hombre providencial, una gran enamorado de la jardinería, que fue Francisco Peña Ortega, que diseñó y realizó, de nueva planta, espacios tan familiares hoy como la plaza del Polvorista y la antigua concepción de la plaza del Castillo, la reordenación del Parque de la Victoria y el mantenimiento de todos los demás espacios públicos de nuestra Ciudad. Desde El Perneo autoabastecía a la Ciudad de plantas, árboles y arbusto que que reponer y rogar en los espacios públicos en todas las épocas del año.

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Cuerpo de Guardas de Parques y Jardines, con el encargado, José Luis Cárdenas Domínguez, en la Plaza de Isaac Peral. 1 de enero de 1974.

Y, sobre todo, creó un cuerpo de guardas de parques y jardines, con uniforme, sombrero ancho con escarapela y bandolera que fue ejemplar. Aunque solo fuera por su intervención en el terragal de la plaza del Polvorista, ya Paco, el Jardinero Mayor de El Puerto, debiera pasar a la historia. Es cierto que siempre contó con la confianza de los sucesivos concejales de Parques y Jardines. Pero esa confianza se la ganó a pulso, por su profesionalidad, por su buen gusto, por su manera de ordenar a su gente, a su cuadrilla. Paco, siempre estuvo solícito a dar el consejo botánico a quien lo paraba por la calle, fuera quien fuera; siempre colaboró desinteresadamente con sus compañeros los jardineros de las bodegas y de las casas particulares.. Por eso Paco siempre tuvo las puertas abiertas en todas partes».

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La construcción de la Plaza del Polvorista. 6 de abril de 1970. A la derecha, la Casa de las Cadenas.

Recuerda Antonio Muñoz Cuenca: «De los oficios transmitidos en el tajo, grandes maestros han sido el maestro Cantero Santilario, el maestro de maestros que fue Francisco Dueñas Piñero, el inolvidable Maestro Arjona, los maestros zapateros de El Puerto como Osorio y Santilario, los maestros barberos y de la navaja Antonio y José Muñoz, el inolvidable maestro que fue Juan Botaro y el maestro inolvidable de parques y jardines que fue, el Maestro Paco Peña. Era un creativo y era tal su conocimiento y su mimo hacia la materia que trataba, que cualquier erial lo convertía en el Jardín del Edén. Cualquier idea, cualquier sugerencia, cualquier inquietud de sus superiores en el Ayuntamiento, en manos y fantasía de Paco Peña se transformaba en arte, creación: ‘Dígame usted que quiere y no se preocupe. Eso lo deja usted en mis manos’. Tal vez Paco Peña con sus gafas de concha, su mirar penetrante, su calva enhiesta, su fuerte voz no destemplada, sus ilusiones, su alma de artista de frágiles y bellísimas criaturas, su siempre estar en su sitio, ha dejado huella en cuantos le conocimos».

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En la imagen, alfombra floral para la procesión del Corpus Christi. Plaza de Isaac Peral, antes de la remodelación de Díaz Cortés. Año 1970.

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Hace casi cuarenta años, cuando llegué destinado a El Puerto de Santa María, me sorprendió el extraño nombre que tenía un colegio de la ciudad. El centro se llamaba Colegio Nacional La Sericícola.

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Granja Sericícola de El Puerto, al fondo de la fotografía; en primer término, la anterior gruta del Paseo de la Victoria.

Tengo que reconocer, sin ningún rubor, que no sabía el significado de aquella palabra que oía casi por primera vez en mi vida y como ésta se usaba en la ciudad de una forma muy común y frecuente, me daba vergüenza preguntar por su significado; pero en cuanto tuve oportunidad consulté un diccionario, aprendiendo que sericícola es la industria que tiene por objeto la obtención de la seda.

Aclarado éste punto, me enteré luego de que en el lugar en el que se asentaba aquel colegio, hubo, muchos años atrás, una enorme granja en donde se criaban gusanos para la posterior obtención de la seda. Esta industria existió en muchas otras ciudades españolas, en alguna de las cuales alcanzó años de gran esplendor y mayores beneficios económicos.

cartilla_gusano_moreraEn mi tremenda incultura, no sabía que España hubiese sido un país productor de seda porque siempre había creído que toda la seda se producía en Asia, en donde la laboriosidad y paciencia de sus habitantes hace que sea posible desenrollar un capullo y sacar un hilo de mil quinientos metros de longitud. No era capaz de imaginarme a ningún otro ciudadano del mundo con la paciencia para desliar el capullo sin que se le rompiese el hilo. Pero luego empecé a pensar en las famosas camisas de seda italiana o pañuelos y corbatas de seda francesas e italiana y aquello me llevó a recapacitar que esos países producían seda, o simplemente que la importaban de Asia y la tejían, creando así una industria preeminente. /En la imagen, Cartilla para la propagación de la Morera y cría del gusano de seda.

No encontraba una explicación por la que siendo la seda un producto cada vez más solicitado, su producción hubiera desaparecido en España, si es que aquí fue realmente una industria importante, pero años después me encontré con un cuadernillo llamado Cartilla para la propagación de la Morera y cría del gusano de seda en donde ya me enteré de todo lo que tenía relación con esa industria milenaria y las causas de su desaparición en España.

Antes que nada y por centrar un poco el tema, conviene explicar que el gusano de seda es un animal originario de China (Bombix mori), que ya se conocía tres mil años antes de nuestra Era y en donde su cría estaba protegida por leyes tan severas que castigaban con la pena de muerte al que traficase con gusanos, mariposas y huevos, o los sacase del país o, simplemente, explicase cuales eran los secretos de aquella industria; y eso era porque la seda se consideraba un material esencial en la moda de las familias imperiales y la alta burguesía china.

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Recogiendo hojas de morera.

El larguísimo hilo que se saca de un capullo pesa menos de doscientos miligramos; es decir, se necesitan cinco  capullos para obtener un gramo de finísimo hilo. Pero de un hilo tan especial que aún no se ha conseguido ninguna fibra artificial que lo sustituya. El tacto y textura de un tejido de seda es inmediatamente apreciado por cualquier persona, por poco familiarizado que esté con el producto.

Después de siglos de hermetismo, los gusanos de seda salieron de China y se expandieron por el mundo. Primero, el secreto se trasladó a Japón y luego, la mítica reina asiria Semíramis, ochocientos años antes de nuestra Era, recibió de un pueblo de Asia, al que había vencido, los secretos de la cría del gusano y la obtención de la seda. En Occidente se introdujo alrededor del siglo V, cuando dos monjes nestorianos que iban a predicar a Oriente, recibieron del Emperador de Bizancio el encargo de hacerse con simientes de gusanos de seda y del árbol que se usaba para alimentarlos. Escondidos en el interior de sus bastones, que habían ahuecado pacientemente, lograron sacar las preciadas semillas.

criagusanodelamoreraTan importante fue este elemento en la antigüedad que la famosa ruta que unía la China con Europa Occidental, en su paso por Asia, recibía el nombre de Ruta de la Seda. Desde entonces la cría del gusano se popularizó y se extendió a todo el mundo, incluso como divertimento de la juventud y una maravillosa manera de contactar con la naturaleza. Tal era el aprovechamiento económico de aquella industria que al árbol de la morera se le llamaba en Francia “el árbol de oro” y es que, en realidad, la producción de la seda daba muchos puestos de trabajo, sobre todo a mujeres y personas mayores.

Una industria altamente productiva que por el contrario soportaba costos bajos y para lo que, en principio, bastaba con un desembolso inicial en huevos de gusanos y la posibilidad de aprovechar las hojas de una plantación de moreras blancas. Con esos escasos ingredientes, los beneficios eran altísimos, tanto que algunas ciudades españolas como Sevilla, contaba con más de diez mil telares en donde se tejían las sedas producidas casi a pie de fábrica; en Valencia y Granada había dieciséis mil, en Murcia catorce mil y así en muchas otras provincias españolas, pero lo que más me sorprendió del cuadernillo del que estamos hablando es que en El Puerto de Santa María había cinco mil tornos para elaborar el torcido de los hilos de seda, aunque no hubieron telares.

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Dando de comer a los gusanos de seda.

Era evidente que la granja de gusanos de seda que había dado nombre a aquel colegio, debió ser lo bastante importante como para que a su alrededor se mantuviese semejante producción industrial. Cuando una vez comenté este detalle con personas mayores que habían vivido en aquella zona muchos años atrás, me comentaron que más que una industria dedicada a la cría del gusano, aquello era un inmenso arbolado de moreras blancas, perfectamente cuidadas y mantenidas y que se fueron arrancando cuando su aprovechamiento exclusivo, las hojas, dejaron de tener utilidad.

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La explosión turística de la ciudad hacía presentir en 1990 que El Puerto podía convertirse en una nueva Marbella, por recursos, posibilidades naturales e inversiones. La actual industria tiene su origen en 1880, cuando el profesor Medinilla elaboró un informe sobre los beneficios para la salud de las playas portuenses, atrayendo a bañistas de toda Andalucía.

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En 1943 el Ayuntamiento de El Puerto puso en una subasta una primera remesa de parcelas públicas en Valdelagrana, antiguo coto del Duque, que aparte de suponer un ingreso para las depauperadas arcas municipales, ponía sobre la mesa un desarrollo urbanístico y turístico de estos pinares. A la iniciativa en Valdelagrana se sucederían otras de la Costa Oeste, como Vistahermosa, que arrancarían su mayor desarrollo con la proyección económica del país, a partir de mediados de los 60. En esas fechas se había abierto, en 1962, el primer hotel moderno de la ciudad, el Caballo Blanco, a la entrada de la urbanización de Valdelagrana.

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Los encantos de la playa fueron el principal atractivo y la atracción inicial, cuando en 1880 los bañistas sevillanos y jerezanos se hicieron eco de los argumentos del profesor Medinilla. Desde entonces a la costa portuense no ha cesado la progresiva presencia de veraneantes, herederos de aquel primer monarca, Alfonso X, que al ver el entorno de El Puerto quedó prendado por un lugar “tan boo”, y decidió fundar una ciudad.

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De la estancia ocasional en los días de calor se pasó a la prolongada, sobre todo con la aparición del fenómeno de los apartamentos, la aspiración de muchos contribuyentes desde los años 70. Al turismo de sol y playa se ha unido también un potencial turismo cultural, con el Hotel Monasterio San Miguel como referente y a partir de la rehabilitación del convento de las Capuchinas.

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Pero el ocio se llevaba la palma, desde que se emprendiera Puerto Sherry, en desarrollo, y en los ochenta se habían abierto instalaciones como Aquasherry (se había puesto de moda el sufijo “sherry”), y el éxito de discotecas al aire libre como Joy Sherry, 05 o Rrío. A ello se unía el Casino Bahía de Cádiz, abierto en 1980, y un amplio abanico de bares y que pusieron de moda El Puerto, la nueva Marbella.

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Desde la oferta turística de nuestros abuelos, con los Baños Termales o el quiosco de La Puntilla, cómo hemos cambiado. /Texto: Francisco Andrés Gallardo.

condeoreilly_puertosantamariaRealmente es una pena lo de las palmeras de Micaela Aramburu. Y las del Parque Calderón. Y las de tantos otros espacios portuenses y foráneos en los que el puñetero picudo rojo ha causado estragos y, quizás, la desidia y falta de previsión de las autoridades. Nunca hay que bajar la guardia en la defensa del patrimonio natural e histórico que hemos heredado de quienes nos precedieron, y por ello echaremos un vistazo atrás para conocer los antecedentes de las palmeras de tan destacado enclave urbano, donde en el último tercio del siglo XVIII se estableció un paseo público.  /En la ilustración, Alejandro O’Reilly retratado por Goya. Museo de San Telmo de San Sebastián.

EL VERGEL DEL CONDE (1779)

Según un testimonio de 1778, la plaza de las Galeras y su entorno era entonces “el paso para el tráfico en el embarco y desembarco de Cádiz y su Bahía, paseo de tarde y noche de todo el Pueblo y paradero fijo de la marinería […], un lugar pantanoso y desagradable a la vista de esta parte principal de la ciudad, cuyo desaseo influía inmediatamente contra la salud […], donde es cuasi imposible remediar los desacatos que en él se cometen por ambos sexos”.

Al año siguiente el lugar iba a presentar un aspecto bien distinto. Una vez derribada la capilla de las Galeras (levantada en 1657 para que los galeotes pudieran oír misa desde las galeras –letra e en figura adjunta), el paraje iba a realzarse con la habilitación de un paseo que por su belleza el pueblo llamó el Vergel y las autoridades apellidaron del Conde, en honor a su promotor y mecenas, el conde Alejandro O’Reilly (1722-1794), Capitán General del Mar Océano, por su cargo residente en El Puerto y a cuya gestión también se debió, entre otras obras, una nueva Pescadería –el Resbaladero- y un puente de barcas sobre el Guadalete –también en 1779- que bautizaron con su nombre.

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Entorno de la plaza de las Galeras en 1734. Plano del proyecto de construcción del nuevo muelle de Galeras. Archivo General de Simancas. 

Antonio Ponz en su Viage de España dejó escrita en 1794 esta breve impresión del paseo: “Sobre la ribera del Guadalete [O’Reilly] estableció un jardín público para paseos y diversión del pueblo, adornándolo de flores, naranjos y otras plantas, con comodidad de asientos, que es una delicia.”

Pero el paso del tiempo, que todo lo nuevo e innovador lo transforma en viejo y caduco, trajo que el aspecto del Vergel se abandonara, hasta el punto que a la altura del año 1859 los espacios que antaño ocuparon los hermosos jardines se encontraban, literalmente, sembrados de hortalizas.

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El Vergel del Conde y su entorno en el último tercio del s. XIX. Archivo Municipal de El Puerto.

El paseo arrancaba junto al Hospital de la Santa Caridad (luego de San Juan de Dios), esquina a la calle del Palacio; continuaba por la calle de la Caridad (Micaela Aramburu) hasta el centro de la plaza de las Galeras, donde se dispuso una glorieta circular, y proseguía recto hasta la perpendicular con la plaza de la Herrería, junto a la Fuente del Sobrante y el Caño de la Villa (un antiguo sumidero de aguas residuales que bajaba por la Herrería hasta el río, que antes fue el arroyo de la Zangarriana). En toda la extensión de este segundo tramo (Galeras-Herrería) el salón contaba a cada lado con zonas ajardinadas y parterres con variadas plantas y flores, cercadas para su protección con rejas de hierro. Y a lo largo de todo el paseo se intercalaban 60 naranjos y 50 canapés de piedra de Martelilla, también dispuestos en la prolongación que se estableció desde la glorieta hasta el muelle.

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El paseo del Vergel en su tramo de Micaela Aramburu. A la derecha, el Hotel Vista Alegre (1843-h.1941), derribado en 1972.

LA REFORMA DE 1870

Este panorama cambió en 1870-71, cuando se procedió a remodelar el paseo. Pero el proyecto se ejecutó, principalmente, en el espacio comprendido entre las plazas de las Galeras y de la Herrería. Y ello porque desde su misma fundación, el paseo del Vergel por las Galeras-Aramburu absorbió un nivel de ocupación y de tránsito muy diferente al de su prolongación hacia la Herrería. Por las Galeras no sólo se paseaba, que también, sino que, sobre todo, se transitaba. La plaza, desde sus orígenes, formaba parte del entramado urbano, vía principal de comunicación de la población con el muelle de las Galeras, mientras que la continuación del nuevo paseo hacia la plaza de la Herrería, aislado con verjas y encasquetado entre la muralla del río y la calle del Vergel (Ribera del Marisco), lo convertía en un lugar más reservado e íntimo, sin formar parte del viario urbano aunque inmerso en él, por lo que era el espacio más indicado para el esparcimiento y solaz de los portuenses y foráneos, especialmente a partir de 1846, año que marca el comienzo del turismo en El Puerto y la ocupación festiva del paseo del río y del propio río.

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Desde el salón del Vergel, en 1910.

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