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1.810. AQUELLOS VERANOS DE FINALES DE LOS SESENTA.

El reencuentro facebookero, con Javier un amigo de la infancia, ha sido el detonante perfecto, para que vinieran a mi memoria, aquellos estupendos veranos de finales de los 60.   Ciertamente,  para mi fueron  veranos,  distintos a los vividos anteriormente,  entre otras cosas, porque estaba, en esos años en los que era un poco rebelde sin causa, picajosa y protestona. Vamos, en la edad del pavo! También fueron   los que propiciaron, aquellos primeros vuelos libres, compartidos  solo con mis intimas amigas, aunque controlados por mis hermanos mayores, no se crean, pero…… por fin  con alguna autonomía.

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La playa de La Puntilla, antes de construirse el espigón.

Y es que tener trece años, ya era  mucho,  porque como digo, ya nos dejaban ir a  la playa  solas, no sin antes decirte por enésima vez: no te bañes en el Canal, guarda las dos horas de digestión, no te vayas muy dentro, no lleves, ni te montes en colchonetas, no os gastéis bromas en el  agua y nada de niños eh! Pero que dices, qué vergüenza!  Nosotras éramos muy formalitas  y lo único que queríamos, era  pasar un agradable día de playa, sin más pretensiones, que divertirnos  Se imaginan las sensación de  libertad  de tres chiquillas, ante la contemplación de nuestro precioso mar azul?  Pues si no son capaces, ya se los digo yo,  fue como si lo viéramos con ojos nuevos,  más  inmenso, más azul y más nuestro.

Y…. allá que nos fuimos, en autobús eh?  Con el calor que hacía, no era cosa de derretirnos ni pegarnos esa caminata, bajo ese sol de justicia. Por aquel entonces, creo recordar  que la parada estaba junto al Canal --actual paseo marítimo-- muy cerquita de nuestra caseta., de la que por cierto, ese día fuimos sus dueñas y señoras.  Abrimos a la primera, y  tuvimos  el privilegio de disfrutar de ese pequeño y entrañable  “apartamentito de verano” de color rojo intenso listado en blanco,   y además en primera línea de playa.

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Me consta, que somos muchos los que sentimos verdadera morriña  por ellas, y es que con el paso del tiempo se valora  mucho más lo que significaron para todos los portuenses y foráneos. Como cada año, la ubicábamos en el mismo sitio, era muy agradable, volver a coincidir con los mismos vecinos de siempre. Con algunos lógicamente se tenía más amistad, que con el resto pero,  había buena vecindad, eso era fundamental. Imagino que cuando nos vieran  aparecer, la mayoría se echaría a temblar. No, no exagero,  si digo que a veces parecía el camarote de los hermanos Marx. Pero… qué caramba, y lo bien que nos lo pasábamos! Era  como si del Échate  Paya, se tratara. Muchos sí, pero con orden, buena voluntad y lo principal, bien avenidos. No sé como lo hacíamos, pero como había que guardar las dos horas, pasábamos el rato  jugando a la lotería, al cinquillo, al parchís, o  a lo que se encartara .Les confieso,  a pesar de estar distraídos, nunca aguardábamos el tiempo requerido, pero cierto es que nunca nos  pasó nada.

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Pero  volviendo, a esas primeras incursiones en solitario, es bien cierto, que el hombre propone y Dios dispone. Me explico,  éramos tres chiquillas, monísimas,  paseando por la playa tranquilamente, y de un momento a otro  nos encontramos con algunos amigos  de esos de toda la vida… a ver, que iban a hacer ustedes? Pues como eran de confianza, no tuvimos problemas, y así se podría decir que fue nuestra primera pandilla.Tengo que decir que a veces en los juegos dentro del agua eran un  poquito brutos,  y más de una vez salí algo enfadada, pero se me pasaba pronto.

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La playa de La Muralla y Fuerte Ciudad, en una imagen de la época.

UNA PEQUEÑA AVENTURA: EL DORADO!

No recuerdo exactamente de quien partió a idea, pero decidimos,  que ya era hora de una pequeña aventura, y aunque no era nada del otro mundo,  para nosotras, no os quepan dudas que lo fue. Pues bien, aprovechando que la marea  baja nos daba tregua, llegamos hasta La  Muralla --Fuerte de Santa Catalina-- y trepamos por las rocas hasta llegar a la cima. La subida fue sin complicaciones, pero he de decir que la bajada  me imponía respeto, aunque contara con alguna caballerosa ayuda. Ya se imaginan a lo que íbamos no? Hombre, era casi una tradición. Caminamos durante un ratito, y de pronto….  helo ahí, cual El Dorado!. Efectivamente era el hermoso árbol de moras de El Buzo Qué bonito por Dios! Nos había costado,  llegar hasta él, pero mereció la pena. Y es que por tener  tuvimos hasta un pequeño herido, por  la picadura de una mal encarada avispa, pero no importaba,  el guarda, amablemente nos dio permiso, pero eso sí sin alborotar y de prisita, que no era cosa de molestar.

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Aquello fue una locura, las comimos por supuesto, pero… una mano traidora, comenzó a  tirárnosla, y  lógicamente, nos vimos en la obligación de defendernos, así que terminamos “pipando”  o lo que es lo mismo, como  un gran cuadro surrealista. Cuando de regreso llegamos a la playa, la gente nos miraba, pero  como algunos ya sabían de qué iba la historia, pasaron olímpicamente de nosotros, pero eso sí, alguna que otra risita se echaron a nuestra costa, claro que quien nos quitaba lo bailao?

En fin todo muy inocente, porque no olviden que éramos unas chiquillas,  y  aunque el paso de tiempo, se empeñaba  en definir nuestros cuerpos, nuestra mentalidad era la de la edad real que teníamos.   /Texto: María Jesús Vela Durán.

3 comentarios en “1.810. AQUELLOS VERANOS DE FINALES DE LOS SESENTA.

  1. José Luis

    Maria Jesús solo decirte que el famoso moral estaba más para adelante, en la playa de fuenterrabia, en lo que era el manantial justo encima de la alberca que nos bañabamos con agua siempre helada.

  2. Maria jesús

    Hola Javier
    Eso no lo recordaba, pero es cierto. No era de extrañar pues la verdad es que estábamos como extras en alguna película de esas de “casquerías” Lo curioso, es que cuando salimos del agua, habían desaparecido las manchas de los bañadores, cosa que me alivió, por aquello de la regañina que nos hubiera caído al llegar a casa.
    La casualidad ha querido que estos días viera, a uno de nuestros amigos y me conto, que en una ocasión anterior a nuestra excursión, tuvo que salir "por piernas" porque el pobre guarda ya estaba harto de tanto excursionista y le persiguió durante un buen rato
    Por recordar, recuerdo mi primer paseo en moto, y aunque la experiencia fue agradable he de decir que no las tenía todas conmigo, porque tenía un miedo que para mí se quedaba. Creo que llegamos hasta las inolvidables dunas y de vuelta a la caseta. Y es que el conductor tenía claro a quien quería de verdad pasear, y afortunadamente desde entonces esta parejita sigue felizmente unida.
    De los recuerdos más entrañables, la inesperada aparición por la caseta de nuestro querido amigo Paquito. Aun ahora en la distancia, es un recuerdo agridulce. Por una parte fue muy agradable, pero a la vez duele y mucho además.
    Pero como por aquel entonces todo era alegre, recuerdo con alegría nuestras tardecitas de paseos por el parque. Al ser verano, el parque estaba totalmente iluminado, así que llegábamos hasta la escalerilla y de paso nos montábamos por pareja en las cunitas. Nosotras pedíamos que nos frenaran porque no era cosa de dar la vuelta completa con nuestras falditas. Ah, hablando de falditas, algunas niñas de mi generación fuimos de las primeras en lucir pantalones y bikinis Y es que éramos unas chicas “muy modernas”. No, no digo que fuéramos solo nosotras las atrevidas, pero acuérdate que por aquella época, no era una práctica habitual de la mayoría de las mujeres Portuenses. Los bikinis, los usaban mayormente las extranjeras, así que como digo, fue un verano de cambios y de marcar tendencias, claro que nosotras por aquel entonces, de esas cuestiones, ni nos enterábamos, bastante teníamos, con salir airosas de tanta miradita, de aprobación y de todo lo contrario.
    En fin, es que fuimos una pandilla estupenda, de la que siempre guardare un grato recuerdo pasando un verano totalmente inolvidable. Al menos yo así lo creo.
    Un abrazo.

  3. Francisco Javier Ameneiro Rodríguez

    Gracias María Jesús por este artículo que me traen tantos recuerdos. Escribí una nota el mismo día que se publicó, pero no se porque no apareció. De todas maneras en la nota decía que creo recordar que al regreso de esta excursión, la guardia civil nos obligo a bañarnos antes de entrar en la playa de la Puntilla porque íbamos totalmente teñidos del zumo de las moras, y el color rojo que nos cubría parecía otra cosa que hubiera alarmado a los usuarios de esa playa. Fantástico artículo con esa memoria que tienes. Te ánimo a que continúes con estas historias, por otro lado verdaderas, y nos hagas a los demás disfrutar de aquellos momentos de nuestra niñez que alguno ya no recordamos por tener mala memoria. Besos.

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