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2.729. Ultramarinos La Giralda. Una historia de 102 años.

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Los ultramarinos La Giralda de El Puerto de Santa María son unos de los más veteranos de la Bahía de Cádiz. Lleva algo más de un siglo regentado por la misma familia y aún sigue trayendo algunos productos de Cantabria, donde nació su fundador. /En la imagen, Alfonso Ruiz Fernández enseña una tarjeta con la  imagen del Ultramarinos La Giralda. Al fondo su hermana Angelita con la que comparte la gestión del Ultramarinos.


Sobre las estanterías aún aparecen los sobaos pasiegos, la quesada, las anchoas o las “corbatas” de Unquera, unos curiosos hojaldres que llegan desde esta población cántabra. Es como si Alfonso y Angelita Ruiz Fernández quisieran que, de alguna manera, el espíritu de su abuelo, Antonio Ruiz Ruiz González “Antonino”, siguiera presente en la esquina entre la calle Luna y San Bartolomé, en el casco antiguo de El Puerto de Santa María.

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La Giralda, a mediados del siglo pasado.

Los montañeses, que han regentado decenas de establecimientos de alimentación en la Bahía de Cádiz, dicen que el mejor sitio para tener un almacén es una esquina. La Giralda es un buen exponente. Lleva allí, al menos, desde la década de los 60 del siglo XIX…y todavía puede ser más antiguo, señala Alfonso (ver nótula núm. 2.482 en Gente del Puerto), el  menor de los hermanos que regenta el bar. Tiene 49 años. Su hermana Angelita 53.

La Giralda es un sitio de esos donde la mirada se distrae con cientos de detalles. En uno de los escaparates y junto a letreros que anuncian legumbres selectas, jamones ibéricos y bacalao de las Islas Feroe, se expone un viejo peso de esos con forma de triángulo invertido. Dentro, nada más entrar un viejo expositor de caramelos formado por múltiples tarros de cristal. Las estanterías, de madera, han sufrido cientos de repintaos, pero van también camino de cumplir el siglo. Tan sólo un expositor frigorífico, de esos de grandes cristales, hace ver que estamos en el siglo XXI. Detrás, otra joya del local, una vieja nevera de mediados del siglo XX. Se acaba de estropear. Estan buscando una pieza para que vuelva a tener fresquitas las cervezas artesanas que venden en el establecimiento.

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El expositor de caramelos que hay sobre el mostrador, al fondo, la trastienda.

Al fondo, en una habitación que alojó en su día un bar, una pequeña zona de degustación presidida por dos barriles de vino que sirven de mesas. Allí se puede probar el jamón ibérico que corta Alfonso o los quesos payoyos de Villaluenga que tantas alegrías han dado a la provincia. Para acompañar no faltan vinos viejos, jereces de tronío y los piquitos, que nunca falten los piquitos. Es habitación para probar y también para contemplar. Una cortina de vivos colores separa la zona del público del almacén. Allí, en la trastienda, vivió la familia e incluso tenían cama los dependientes en los tiempos en que los chicucos, los aprendices de almaceneros, hacían su particular “master chef” pero sin televisión y hartándose de cargar bultos. Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX era habitual que los jóvenes, muchos de ellos venidos desde Cantabria, aprendieran la profesión viviendo incluso en el establecimiento.

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Vinos de El Puerto en la trastienda de La Giralda.

En la estancia se expone una vieja radio, una estantería centenaria con vinos y conservas en su interior o un permiso del Sindicato Nacional de Alimentación y Productos Coloniales que autorizaba al establecimiento en 1960 a moler café. Muy cerca una foto de José Ruiz Jurado, de Pepín, el padre de Alfonso y Angelita, cuando recibió un premio por su larga y meritoria carrera profesional. Hasta los 76 años estuvo detrás del mostrador. Su hijo, Alfonso, señala que aún sigue llevando las cuentas como él, a mano, sin ordenadores. Cuando Pepín se jubiló, no se atrevía ni a entrar en el establecimiento donde había estado desde los 14 años. A los 79 murió.

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José Ruiz Jurado "Pepin", recibe un premio por su larga carrera profesional.

La historia de La Giralda, según los cálculos de Alfonso Ruiz debió comenzar en torno a la década de los 60 del siglo XIX. Por entonces, en los documentos que han consultado aparecía como propietario Ezequiel Díaz Pérez, cántabro de nacimiento. En  1914 lo arrenda Antonio Ruiz González “Antonino”, de Caviedes, Cantabría. Se lo arrienda la familia Muñoz Terán…no es difícil averiguar de donde eran, también. “Antonino” había ya hecho méritos como chicuco en locales de San Fernando y “Los Nicanor” de El Puerto de Santa María. A partir de ese momento la familia se ha ocupado del establecimiento. 101 años, llevan ya. A Antonino le sustituyeron su hijo José Ruiz Jurado “Pepín” y su mujer Angelita Fernández, y ahora son sus hijos Angelita y Alfonso los que capitanean la tercera generación, aunque más hermanos han pasado también por el mostrador.

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Legumbres de calidad en las estanterías. 

La Giralda sigue conservando su espíritu de ultramarinos, aunque han evolucionado hacia tienda de exquisiteces en la que alternan jamones que traen desde la provincia de Huelva, los famosos quesos de la provincia, legumbres que traen desde distintos puntos de España o una buena colección de jereces. Alfonso señala que “seguimos el espíritu de mi padre. El siempre buscaba los mejores productos y, además, intentaba tenerlos en exclusiva para no tener lo mismo que los demás establecimientos”.

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La antigua imagen de La Giralda.

De todos modos La Giralda alterna los clientes de toda la vida, los que vienen buscando los productos que han consumido desde siempre, con los nuevos que buscan las exquisiteces como el bacalao que traen de las Islas Feroe o las legumbres que ellos mismos preparan en unas coquetas bolsas transparentes con la marca de La Giralda, impresa. Ahora, quieren modernizarse. Han cambiado su logotipo, han abierto página en Facebook y quieren impulsar su pequeño espacio para degustaciones. De todos modos son conscientes de que la clave de su negocio, uno de los pocos ultramarinos que subsisten en la Bahía de Cádiz está “en ese punto de sitio de toda la vida, donde es posible la conversación, que el cliente se sienta ayudado en sus compras por nosotros”, señala Alfonso. /Texto: Pepe Monforte.

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Las estanterías del establecimiento se conservan prácticamente intactas desde el siglo pasado.

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