Mosaico con la representación de la batalla del Guadalete.
A comienzos del siglo VIII, la frágil estructura institucional y económica de la sociedad hispano-visigoda se iba a derrumbar ante el imparable avance del Islam desde el norte de África. Tras una primera incursión de reconocimiento, en junio de 711 un contingente militar de 10.000-12.000 beréberes al mando de Tariq cruzó el Estrecho y se dirigió al río Guadalete –el wadi Lakka de las fuentes árabes-, donde se produjo el primer y decisivo enfrentamiento entre las dos civilizaciones religiosas, que conllevó el fin de la decadente monarquía visigoda y el comienzo de una época que cambió de raíz la historia de la Península Ibérica.
LA BATALLA DEL GUADALETE
En la imagen de la izquierda, figuración de Rodrigo y Tariq en el manuscrito ‘Semblanzas de Reyes’, hacia 1312. / Biblioteca Nacional, Madrid.
Aún existe una corriente historiográfica nacida a mediados del s. XIX que sostiene que la batalla que abrió Hispania al Islam se libró junto a la laguna de la Janda y el río Barbate, pero las fuentes históricas “insisten”, como demostró Sánchez-Albornoz (1944), en que fue el wadi Lakka o Guadalete el escenario del encuentro entre las tropas del rey Rodrigo –más numerosas pero menos motivadas- y las de Tariq.
Los musulmanes, procedentes de Algeciras, probablemente siguieron la ruta del viejo camino de la Vía Heraklea que cruzaba el litoral gaditano hasta las puertas de Gades, frente al santuario de Hércules del islote de Sancti Petri. Continuarían bordeando la margen izquierda de las marismas del Guadalete, frente a la Sierra de San Cristóbal, por la colada de Puerto Real y Mesas de Bolaños adelante…
Vista parcial de los Llanos de Caulina. Al fondo, la Sierra de Gibalbín. / Foto, hermanos García Lázaro, web entornoajerez.com.
El ejército de Rodrigo partió de Córdoba, con seguridad, por el camino heredero de la Vía Augusta romana hasta apartarse de él (seguramente cerca de la Sierra de Gibalbín) y encaminarse al Guadalete, donde se libró la batalla. Probablemente, como recoge parte de la historiografía Moderna y Contemporánea jerezana, en la depresión aluvial de los extensos Llanos de Caulina (8 km de longitud) que se abren frente a las marismas del Guadalete, desde el puente de Cartuja (donde hace 3.000 años desembocaba el Guadalete) hasta más arriba del Circuito de Jerez; terrenos en el s. VIII y hoy bien capaces de acoger un duro y prolongado enfrentamiento, al contrario que las inestables marismas del Guadalete. Contemplando ‘a vista de pájaro’ de dónde procedían ambos ejércitos, son los Llanos de Caulina el espacio idóneo donde pudo celebrarse la batalla, que se prolongó del 19 al 26 de julio de 711.
En la imagen de la izquierda, el lugar de Siduna-Sidonia desde las marismas del Guadalete. / Foto, Juan José López Amador, 2014.
Tras la victoria, las tropas de Tariq marcharon a Siduna, la población que tradicional y secularmente se ha identificado con Medina Sidonia, pero en los últimos años el brillante arabista jerezano Miguel Ángel Borrego Soto ha “revolucionado” la cuestión poniendo sobre la mesa las fuentes y la documentación precisas que sostienen la verdadera localización de Siduna o Saduna al pie de la Sierra de San Cristóbal, en el Castillo de Doña Blanca, el paraje que los castellanos desde el siglo XIII llamaron Sidonia y Sidueña.
PARADA Y POSTA EN SIDUNA
Localización de Siduna-Sidonia al pie de la Sierra de San Cristóbal, en el Castillo de Doña Blanca.
Decía Ibn al-Sabbat (1221-1282) siguiendo a su contemporáneo Arib ibn Sa’d que Tariq, una vez repartido el botín de la batalla “prosiguió la marcha hasta detenerse y acampar junto a la población de Madinat Saduna”. Y también recogió una segunda versión más antigua, de al-Tabari (839-923): “Púsoles Tariq a las gentes de (Medina) Sidonia un largo asedio; luego, valiéndose de tretas, prendió fuego a los sembrados que tenían a la entrada de la ciudad y en torno a las casas. Ardieron los campos y muchos de sus habitantes sucumbieron en el incendio; el resto fueron pasados a cuchillo. Seguidamente avanzó Tariq en dirección a la cora de Morón.” Versión ésta que no creemos que encierre un hecho cierto porque no creemos que existiera una población hispano-visigoda al tiempo de la conquista donde los musulmanes fundarían Siduna, pareciendo el asedio y la destrucción del relato un adorno loando y acrecentando una gesta.
Dando por buena –como la damos- la tesis de Borrego sobre el emplazamiento de Siduna, hay que cuestionar si esa supuesta población asediada –visigoda- existía al tiempo de la llegada de Tarik o bien se creó –como pensamos- con la primera organización del territorio conquistado. En Doña Blanca y la Sierra no hay registro arqueológico alguno de población hispano-visigoda, salvo la pilastra –que presentamos en la anterior entrega, nótula 2.430- que debió formar parte de una ermita levantada en el s. VII en Doña Blanca. No obstante, hay que tener presente que la mayor parte del yacimiento del Castillo de Doña Blanca y su entorno sigue siendo un espacio arqueológicamente desconocido, no pudiéndose descartar su ocupación en tiempos visigodos. Pero, al día de hoy, las citas en las fuentes árabes a Siduna como población visigoda supuestamente existente en 711 nos parecen interpolaciones toponímicas. Vendrían a ser el mismo caso que la mención, al final del texto de la 2ª versión de al-Sabbat, de la partida de Tariq desde Siduna a ‘la cora de Morón’, que ciertamente no existía en 711; como tampoco creemos existiera una Siduna visigoda, sino, acaso, un lugar así nombrado de antiguo y que los conquistadores arabizaron.
El tell de Doña blanca, sede de Siduna, la cristiana Sidonia-Sidueña. / Foto, José Ignacio Delgado ‘Nani’.
Al respecto, se ha identificado la Siduna árabe con la Assidona que menciona el Anónimo de Rávena, un mapa de rutas de hacia el año 670. De ser así, a nuestro juicio, no nombraría a una población, sino a un lugar, la Sierra, y a las ruinas –a flor del terreno en el s. VIII- de la ciudad púnica y fenicia de Doña Blanca y su entorno, que desde la Edad del Cobre fue, como venimos apuntando en esta serie, un enclave siempre marcado por un espíritu sagrado y religioso.
Extensión de la cora de Sidonia (en amarillo) según José Mª Gutiérrez López y Virgilio Martínez Enamorado y adaptaciones nuestras, con la ubicación de sus principales poblaciones y los Llanos de Caulina, probable lugar de la batalla del Guadalete.
Y probablemente ocurrió, como decía al-Sabbat, que las tropas de Tariq se agruparan en Siduna para descansar y reponer fuerzas tras la crucial batalla, beber en sus manantiales, abastecerse de bastimentos y recomponer las fuerzas militares para continuar la marcha –camino de la capitalina Toledo- hasta Morón, donde se libró el segundo encuentro militar tras la partida de Siduna.
SIDUNA, LA CAPITAL
En Doña Blanca se han exhumado los materiales culturales musulmanes más antiguos de la provincia, del tiempo inicial de la conquista, no desmintiendo la arqueología a las fuentes documentales. Entre los objetos, alguna moneda, de la misma data del fals de bronce de la serie nafaqa que se excavó en plena campiña, en la alquería de Grañina en Pocito Chico (ver nótula 2.294), acuñado en Tánger hacia los años 709-711 y que seguramente fue traído por algún soldado que participó en la conquista de Hispania en 711. Su hallazgo en un contexto habitado en el siglo X ha de entenderse como un recuerdo familiar conservado durante generaciones para rememorar el tiempo en que el Islam tomó posesión de estas tierras.
En la imagen de la izquierda, moneda tipo ‘fals’ excavada en Pocito Chico, acuñada en Tánger a comienzos del s. VIII. Museo Municipal de El Puerto. / Foto, J.J.L.A.
Sobre ello, sostiene Miguel Ángel Borrego que el solar de la vieja ciudad fenicia se convirtió desde el comienzo del asentamiento musulmán en Hispania en la capital de la cora (provincia) de su nombre, Siduna, coincidiendo grosso modo su territorio con el Conventus Gaditanus romano y visigodo más la zona suroeste del Hispalensis (8.600 km2).
Las razones que dieron lugar a que las autoridades eligieran a Siduna como capital de un extenso territorio se desconocen. Pero mucho tendría que ver su situación, bien comunicado por tierra, mar y río, y también el sitio, con abundantes recursos naturales y de muy antiguo un lugar cargado de historia. En San Cristóbal el Islam clavó una pica marcando que venían nuevos tiempos a una tierra vieja.
Casa-cueva de la Sierra a principios del siglo XX, posando los moradores con sus animales. / Foto, Centro Municipal del Patrimonio Histórico.
El año 743 estalló una sublevación militar de la mayoría beréber, descontentos con el curso de la ocupación y la discriminación a la que eran sometidos por los árabes, la élite de los conquistadores, que resultaron vencedores. Se procedió entonces a repartir extensos territorios –ocho circunscripciones militares- a las tropas árabes sirias, unidas por su distinta procedencia al otro lado del Mediterráneo, que por el Estrecho cruzaron dos años antes, cuando comenzó la sublevación beréber en el Magreb. La cora de Siduna fue entregada al yund de Palestina. De entonces vino la capitalidad en Siduna, la situada al pie de San Cristóbal. (Curiosamente, en el mismo lugar que sus ascendientes fenicios ¿acaso de Sidón? fundaron 1.500 años antes una ciudad.)
Otro enfrentamiento bélico se produjo a los dos años, en 745, también a orilla del Guadalete, ahora entre árabes del norte (qaysíes) y del sur (yemeníes).
Continuó Siduna siendo la capital de la cora de su nombre durante un siglo, hasta fines del 844, cuando incursiones normandas la atacaron y asolaron.
LOS ASALTOS NORMANDOS
Naves normandas en el siglo XI. Detalle del Tapiz de Bayeux (Francia).
Fue durante la primera incursión a la Península de las belicosas tropas normandas –los mayus (magos) de las fuentes árabes-, cuando, tras un frustrado asedio a Lisboa que concluyó el 17 de septiembre de 844, ochenta naves (drakkars, dragones) con 1.800 hombres tomaron rumbo a la bahía de Cádiz, donde asolaron Qadis y Siduna. Luego remontaron el Guadalquivir para llegar a Sevilla el 25 de septiembre y someterla a un duro y largo asedio, y después volvieron a Siduna, a la que, según al-Nuwayri, asaltaron de noche, se apoderaron de sus bastimentos y cautivaron a sus habitantes. Dos días permanecieron en la capital de la cora de Siduna, marchando luego a raziar la cora de Niebla.
Con aquellos asaltos vikingos, Siduna perdió la capitalidad de la cora de su nombre, trasladándose a Qalsana, río adentro, donde el Guadalete y el Majaceite (Buta) se funden en la Junta de los Ríos. Comenzó entonces lo que nuestro amigo Miguel Ángel Borrego certeramente llama ‘la capital itinerante’.
En Qalsana, en el entorno del cortijo de Casinas, en época romana y visigoda existió la población de Lacca, de donde los árabes tomaron el nombre de wadi Lakka y los cristianos el de Guadalete. Población que hace dos mil años canalizaba por el río hasta la bahía de Gades buena parte de la producción aceitera de la sierra gaditana, las mismas tierras olivareras del distrito de Arkus (Arcos) que durante el Islam se consideraron las terceras más importantes de al-Andalus. De Qalsana se conoce la lápida fundacional de la mezquita (de seis naves) que se reformó y amplió el año 952, coincidiendo con la presencia en la ciudad del todopoderoso Abd al-Rahman III (929-1031). Al fin de su califato, durante la guerra civil que precedió al surgimiento de los primeros reinos de taifas en 1031, Qalsana, según al-Himyari, fue destruida.
Jerez (Saris Siduna) desde la Sierra, a un tiro de piedra de la primitiva Siduna.
Pero desde mediados del siglo X había otra población, Saris (Jerez), ya existente en el s. IX, que fue desplazando en importancia a Qalsana, convirtiéndose entonces en la tercera capital de la cora con el nombre –heredado de su primera sede- de Saris Siduna, de la que al-Razi, en la primera mitad del X, escribió: “Y Xerez Sadunia es nombrada entre todas las ciudades de España, y en ella hay todas las bondades de la tierra y del mar; que si os quisiese contar todas las bondades de ella y de su término, no podría. Y las aguas no se dañan como otras, y su fruta dura mucho.” Continuó siendo Saris la capital de la cora hasta el fin del poder musulmán en la región gaditano-xericiense tras las conquistas de Alfonso X a mediados del siglo XIII.
EN EL CALIFATO
De la primera mitad del siglo X, durante el esplendor del califato de Córdoba (929-1031), es otro testimonio del cordobés al-Razi (888-955), el Moro Rasis de los cronistas castellanos, que de la Siduna-Sidonia de la Sierra de San Cristóbal escribió esta interesante y –en algunos nombres- oscura descripción: “Y en el término de Xerez Saduña hay muchos rastros antiguos y señaladamente la ciudad de Saduna, donde ella fue primeramente poblada; y por esto lleva ella el nombre de Saduña, que fue muy antigua ciudad y muy grande a maravilla. […] Y hay tantos olivares e higueras que todo su término está cubierto de ellos. Y hay un monte de nombre Montebur, y yace este monte sobre Saduna y sobre Terretarne [?]; y en este monte hay fuentes y echan muchas aguas y hay muchos buenos prados y muy buenos; y donde nace un río que llaman Lethe, y yacen en él muy buenos molinos. Y yace majada de Saduna, donde cogen muy buen alanbar [ámbar]; y en su majada yace una villa que llaman Santa. Y en Santa aportaron unas gentes que los cristianos llaman herejes [normandos], y estos hicieron en España gran daño, más en cabo todos murieron.”
El río Guadalete y sus marismas desde el cerro de San Cristóbal, el Montebur del Moro Rasis. / Foto, J.J.L.A.
De este tiempo data la mezquita de al-Qanatir (coetánea a la de Qalsana) y el comienzo de la ocupación de la campiña portuense en alquerías. Tiempos de esplendor –siglos X y XI- de la cora de Siduna, donde nacieron y vivieron, según relacionó Ibn al-Faradi, más de una treintena de sabios y ulemas (doctos en las doctrinas coránicas), de los que, como ejemplos y naturales de la Sierra de San Cristóbal, mencionaremos a Jalaf b. Hamid b. al-Faray b. Kinana, nombrado cadí de Córdoba por el emir Abd Allah (888–912) y de Siduna por Abderramán III (912–929); y a Ab? Muhammad Q?sim Ibn Ab? l-Fat (m. 950), poeta, lexicógrafo, gramático y alfaquí (doctor del Corán) que dirigió la oración en Qalsana.
LA ÉPOCA ALMOHADE, SS. XII-XIII 13-14-15 y 16
Materiales arqueológicos de época andalusí excavados en el Castillo de Doña Blanca. Museo Municipal de El Puerto.
El esplendor dio paso a la desolación a mediados del siglo XII. Entonces escribió el geógrafo almeriense al-Zuhri, que en la bahía de Cádiz estuvo algún año de los que median entre 1146 y 1154/61: “E sobre este río [Guadalete] es otra ciudad llamada Xadona. E agora está yerma.” Deshabitada, muy probablemente a causa de la sublevación que en el puerto de Qadis encabezó Isa b. Maymum contra los reinos de taifas y a favor del nuevo poder almohade llegado del Magreb (1145-1212).
Volvió a poblarse Sidonia y conoció otro tiempo de apogeo que se extendió con la fundación de once aldeas (alquerías) por el actual término portuense (ver nótulas 2.231, 2.294 y 2.308); entre ellas, al pie norte de la Sierra, Machar Tamarit y Machar Grasul.
A la izquierda, dedal de bronce andalusí de talabartero, Castillo de Doña Blanca. A la derecha, jarrita andalusí de Doña Blanca, con la pintura del talismán árabe de la Mano de Fátima. /Museo Municipal.
La Siduna de los ss. XII-XIII está bien documentada en las excavaciones de Doña Blanca, con el hándicap, eso sí, de que durante siglos el yacimiento fue empleado como cantera antrópica (la que en el s. XVIII los canteros de la Sierra llamaban ‘la cantera de abajo’), desmontándose la mayor parte del urbanismo a flor de tierra de las últimas poblaciones.
En Doña Blanca, en el flanco oriental que da a Las Leonas y La Dehesa, se excavaron los cimientos de viviendas y una callejuela, y en todo el yacimiento muros dispersos y numerosas fosas de desechos conteniendo abundantes materiales culturales de la época. Pero no creemos que la población de Siduna sólo ocupara el tell de Doña Blanca, sino que seguramente se extendía a viviendas excavadas –de antiguo o en tiempos islámicos- en las canteras de la Sierra, como fue costumbre vivir hasta tiempos bien recientes. Y también en algunas casas rurales dispersas por la Sierra, no localizadas arqueológicamente.
Antigua vivienda-cueva frente a Doña Blanca, en la necrópolis de Las Cumbres, observándose la cocina y el cercado para el ganado. / Foto, J.J.L.A.
La larga permanencia hispano-musulmana en San Cristóbal –el Montebur de al-Razi-, después de 553 años de la batalla del Guadalete, concluyó en 1264, cuando las tropas castellanas de Alfonso X conquistaron las tierras de la antigua cora de Siduna-Sidonia. De esta época en que los cristianos y el cristianismo se asentaron en San Cristóbal (ss. XIII-XVIII) escribiremos en la próxima entrega. / Texto: Juan José López Amador y Enrique Pérez Fernández.
Felicidades a los dos. ¡Buen artículo!