Un recuerdo de mi infancia me lleva a las ocurrencias de Domingo Rodríguez Relinque, conocido por Dominguito ‘el Voltereta’, limpiabotas de profesión, que debido a que su trabajo le daba lo mínimo para cubrir las necesidades familiares, apareció, de la noche a la mañana, en los aparcamientos de las oficinas de las Bodegas Osborne, situada en la calle Fernán Caballero (ver nótula núm. 1.849 en GdP). /En la imagen, actual sede del Grupo Osborne, anteriormente estuvieron los escritorios de las Bodegas (entre las calles Comedias y Fernán Caballero) en donde Domingo realizaba su cometido de aparcacoches, limpiabotas, recadero y guía. /Foto: Colección Mata.
Allí, vigilando los coches y haciendo recados a ejecutivos y administrativos de las Bodegas, aprovechando, con su caja de betún cepillos y trapos que siempre tenía a buen recaudo, limpiaba los zapatos cuando era requerido por el personal, sirviendo también de guía, acompañando a los visitantes confundidos, desde las oficinas de la calle Fernán Caballero hasta las puertas de las Bodegas, en la calle Los Moros.
Caja de limpiabotas.
Dominguito, ‘el Voltereta’, estaba muy orgulloso del trabajo que hacía y pienso que debieron contratarlo en Osborne como ordenanza, no sólo por lo labor que desempeñaba como mandadero y vigilante, sino también por los sentidos homenajes que le hacía al Fino Quinta. Que lo pregunten si no a José Oncala Merino (ver nótula núm. 1.159 en GdP), mi amigo Pepe, del Bar Las Siete Esquinas que, cuando Domingo finalizaba su jornada de trabajo, escuchaba atentamente los ‘discursos’ que le dedicaba a los buenos vinos de Osborne.
A Domingo Rodríguez Relinque y a su familia, muy conocida en el Barrio Alto, la vida se le truncó el día 19 de enero de 1971, cuando su hermana Antoñita, de 38 años, apareció desnuda y con una media atada al cuello a unos 200 metros de la barriada de El Pilar, asesinada por Manuel Delgado Villegas, conocido como ‘El Arropiero’, considerado el peor asesino de la historia criminal española (ver nótula núm. 1.208 en GdP). /Texto: Antonio Carbonell.
Yo tengo una anécdota muy graciosa de Domingo (buena gente) y es la siguiente: se encontraba limpiando los zapatos a Manolo Astorga, a la sazón mancebo de la farmacia del Carmen en la calle Luna (yo era su ayudante o aprendiz). En el momento que Manolo soltó un estornudo tan estrepitoso que el pobre Domingo se asustó y cayó de espaldas y con su nada incipiente joroba, no tenía manera de ponerse erecto y solo hacía que mantenerse mirando hacia el cielo. Han transcurrido muchos años del hecho y siempre que me acuerdo se me dibuja una sonrisa, también de añoranza de aquellos tiempos