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4.342. La viñeta de @elDescosido. ¡Es la hora de los valientes!

Si les dijera que el COVID 19 nos ha puesto el mundo patas arriba sería repetir lo que ya hemos oído hasta la saciedad en los medios y leído hasta aburrirnos en artículos, blogs, Facebook e informaciones variadas. Yo no sé qué porcentaje de cosas van a cambiar a partir de ahora, pero, por lo pronto, este pasado lunes 11 de mayo fue menos lunes, porque abrieron los bares.

Y yo que me alegro de que el pobre lunes haya podido lavar su imagen, porque todo el mundo le tenía una manía casi irracional a este día de la semana.

Han abierto los bares, al igual que han abierto otros pequeños comercios de diversa índole, hemos empezado a reunirnos y hemos podido desplazarnos a hacer alguna que otra visita. La cosa va mejorando. Sin embargo, la noticia que resuena es que abren los bares.

Yo creo que al bar le pasa como a las iglesias: no es tanto el edificio en sí, como la metafísica que lo envuelve y su reunión.  Metafísica que roza el romanticismo del feligrés que disfruta de la comunidad dispuesta a comulgar en un ritual de tertulias, sabores, aromas y deleite al paladar; bebiendo la sangre o acompañando el cuerpo con picos y pan.

A mí los bares me producen un cariño especial. Ellos han estado siempre ahí para celebrar —en mis momentos más altos— y para pesar —en mis momentos más bajos—. Los bares han hecho que galopen las horas en noches que podrían haber sido interminables y, en otras ocasiones, me han alargado el día lo suficiente como para que mereciera la pena seguir disfrutando de la noche. Sí, a los bares hay que quererlos. Hay que quererlos porque ellos siempre están ahí para dar abrigo y calor, por mucho frío y lluvia que el mundo quiera ofrecernos.

Yo soy feligrés de barra, porque las mesas están sobrevaloradas. Las barras, además, son un punto de encuentro democrático dónde si uno está atento y pone bien la oreja puede aprender mucho de los avatares y situaciones de la vida. Si hoy día Facebook es el ágora —venida a bastante menos— virtual de los ciudadanos, los bares son—bajo mi punto de vista— el ágora social insustituible de siempre.

Si dentro de esta especie hablamos de tipos, al oír bodega o taberna, yo caigo sin puntilla, rendido a los pies de tanta pureza. No lo puedo remediar.  Todo lo que huele a albero, madera, botas o vino de Jerez, a mí me gana por goleada. Hay bares para todos los gustos, pero yo tengo especial predilección por tascas, tabernas, bujíos y bodegas; cuanto más pegadas a los muelles pesqueros o alrededor de los mercados de las ciudades estén, mejor. El desfile de ganapanes, marineros, pescadores, comerciantes y gente cincelada por la vida es un evento didáctico obligado.

Por eso desde aquí agradecerles y decirles que es la hora de los valientes, no de los que salen a beber y comer para el reencuentro social y la desconexión post confinamiento, sino de los valientes que se enfundan el uniforme de camarero, barbero, responsable o dependientes del pequeño comercio para sacar adelante sus negocios. Los de barrio, aquellos que dejaremos de visitar —o no— cuando vuelvan a abrir los centros comerciales y las cadenas multinacionales. Es la hora de todos ellos, aquellos a los que la valentía les viene, en muchos casos, por necesidad; la de sacar adelante a su familia. Aunque en el trabajo vaya el gusto.

Es la hora de que se abran las puertas y se suban las barajas para volver a verlos tras las mascarillas, jornada tras jornada. De todos nosotros dependerá que puedan seguir con su actividad o volver a lo de hace unas semanas. Como ya sabemos la educación y el civismo va por dentro, a ver si somos capaces de sacarlas para que luzcan en vez de enturbiar el buen paso que llevamos. ¡Salud! ¡Por todos ellos! | Viñeta y texto: Alberto Castrelo.

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