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4.521. El Panteón de Marinos Ilustres de El Puerto de Santa María (I)

‘Salud del Colegio Naval, lustre de la Armada y culto a Dios’ fueron las premisas de la Real Orden de Isabel II para la creación del Panteón de Marinos Ilustres (1); pero mucho antes, con los Austrias, había surgido la necesidad de instituir el primer Panteón de marinos de la Real Armada en el convento de San Antonio el Real de los Descalzos de El Puerto de Santa María, en la imagen. | Cuadro: Centro Municipal Patrimonio Histórico | Foto: J.M.M.

Desde las postrimerías de la Edad Media gozó El Puerto de Santa María de una tradición militar-marinera de gran peso. Allí se alistaron las armadas para la conquista de las islas Canarias, las de la expedición a las Terceras, parte de las de Lepanto y otras, y en su ría entraron victoriosos Andrea Doria, Juan de Austria y Alvaro de Bazán. Personajes como Cristóbal Colón, Alonso de Ojeda, Juan de la Cosa o Américo Vespuccio forjaron en esta Ciudad algunos de sus proyectos y sueños sobre lejanas tierras. Invernadero de galeras, en pocos años pasó de modesta ciudad pesquera y salinera a ciudad de señorío.

| A la izquierda, retrato de Álvaro de Bazán, atribuido a Juan Pantoja De la Cruz | Palacio de la Marquesa de Santa Cruz. Madrid | A la derecha,  Juan de Austria armado, de Alonso Sánchez Coello. 1567. | Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid).

La presencia de las naves en el Guadalete complicaba no pocas veces la vida del Puerto; coexistían dos autoridades, dos aduanas, dos intereses no siempre armoniosos y, en definitiva, era preciso evitar conflictos entre el elemento civil y el militar, pues en más de una ocasión el saldo de un roce resultaba sangriento para ambas partes. Obligadamente, por tanto, se crearon en la ciudad instituciones propias de la escuadra, como fueron la Cofradía de Galeras, que atendía al socorro y sepultura de sus miembros, y el Hospital Real de aquéllas, que sólo recibía a los que en las mismas servían.

El hospital, nacido de una necesidad urgente en el alistamiento de las Terceras y organizado en la escuadra de forma transitoria y un tanto apresurada por el marqués de Santa Cruz, se afirmó más tarde en tierra con la intervención de la Cofradía de Galeras y la presencia estable de los religiosos de San Juan de Dios. Anexo al hospital habría un camposanto para los miembros de la cofradía, quedando así resuelto en parte el enterramiento de personal de la Armada; pero subsistiría el problema de los generales y altos cargos que en modo alguno debían ir al cementerio común de las galeras y para sepultura de los cuales resultaba demasiado pequeña y modesta la capilla del hospital proyectado.

| Retrato del aristócrata y politico italiano Manuel Filiberto de Saboya (1528-1580), que fue duque de Saboya y gobernador de los Países Bajos en nombre del rey Felipe II de España. | Monasterio del Escorial.

Manuel Filiberto de Saboya, nieto del duque que se inmortalizó en la guerra con Francia, recibió de su tío Felipe III, influenciado quizá por su favorito el duque de Lerma, a quien molestaba la presencia del príncipe de Saboya en la corte, los títulos un tanto barrocos de generalísimo de las galeras y de príncipe de la Mar, cuyo desempeño le obligaba a residir en el invernadero de aquéllas en la ría del Guadalete.

Meritorias fueron las actividades militares del gran Prior de San Juan en sus estancias en el Puerto, aunque no menos las iniciativas sanitarias y religiosas relativas a la reorganización del hospital real de las galeras de España y a la edificación de un templo digno y bien servido, que fuera panteón de los dignatarios de la Armada y marco adecuado de las solemnidades religiosas de carácter oficial. El príncipe Filiberto se volcó en la construcción del Hospital Real, incluso con importantes aportaciones económicas personales, y pudo ver levantada, parte de la edificación antes de cesar en la capitanía general de las galeras para virreinar Sicilia. Sin embargo encontró serias dificultades en el intento del segundo proyecto de fundar un monasterio con amplio y suntuoso templo, en cuya capilla mayor recibiesen sepultura los generales y capitanes de las galeras reales. (2)

Para el monasterio era preceptivo contar con la licencia del ordinario del lugar, Pedro Vaca de Castro y Quiñones, arzobispo de Sevilla; la del Rey, nada fácil habida cuenta el compromiso contraído de no fundar nuevos monasterios, y la del señor del Puerto, duque de Medinaceli, menor de edad, bajo tutela de su madre Antonia de Toledo. El prelado, apoyándose en quejas y oposición de otras comunidades del Puerto, negó rotundamente el permiso solicitado, por lo que el príncipe aún a riesgo de definitiva negación, acudió a Roma para obtener directamente del Papa la licencia que desde Sevilla se le negaba. Grandes debieron ser las instancias de Filiberto y bajo el crédito del arzobispo, pues se consiguió lo deseado para la fundación de los Descalzos del Puerto de Santa María. (3) En tanto se negociaba el breve pontificio expedido en Roma el 1 de noviembre de 1617, se obtuvieron las otras licencias del Rey y de la casa de Medinaceli, sin duda, con menor dificultad. (4)

El monasterio de San Antonio se fundó en unas modestas casas de la calle Sardinería (hoy Javier de Burgos), donadas por el clérigo Juan de Salas Matarrubia. La toma de posesión como convento se verificó el 27 de septiembre de 1620. Las casas estaban muy cercanas al río Guadalete, y debido a la falta de espacio, así como a la incomodidad de tener enfrente una herrería que inquietaba el preceptivo silencio conventual, agravado por el ruido que producía el río en las crecidas se trasladaron en febrero de 1622 a la calle Larga, esquina a la del Alpechín (hoy Descalzos). Don García de Toledo y Osorio, marqués de Villafranca y duque de Fernandina, sucedió al de Saboya en la capitanía general  de las galeras reales, y,  como tal,  síndico del convento de San Antonio de la Orden de San Francisco Descalzos. No tuvo éste relevo militar en la sindicatura, yendo las obras lentas y tropezando con inconvenientes para los entierros del personal de galeras. Así tomó cuerpo un proyecto que iba a resolver dos necesidades: la de los frailes descalzos de tener iglesia competente y la del personal de la Armada de contar con entierro decoroso. Consistía en ofrecer  el patronato de la futura iglesia conventual --la que estaba en uso era provisional-- a la Corona, y una vez aceptado se permitiesen los entierros de la oficialidad de galeras, reservando la capilla mayor para los generales y personas de relieve, y la nave para los capitanes y oficiales inferiores. Además, allí se podrían celebrar con esplendor las funciones reales, tanto fúnebres como de gloria, y la aportación del Rey al aceptar el patronato serviría de arranque para el inicio del proyectado templo.

| Felipe IV, rey de España, pintado por Velázquez, 1644 | Colección Frick, Nueva York.

Por Real Cédula de 15 de enero de 1635 acepta Felipe IV el patronato, aceptación que debió recibirse en El Puerto con indudable alegría, ya que en ella se conseguía plenamente cuanto se pedía. El monarca, después de rendir un homenaje a su primo Filiberto de Saboya, al cual atribuye la iniciativa de la fundación, accede a la solicitud que se le hace con todas las circunstancias deseadas (5). En realidad no fue ciertamente la Corona lo generosa que se esperaba al aceptar este patronato y constituir en él la sepultura del alto personal de la escuadra de sus galeras, ya que en el inventario de los bienes del convento, formado en 1835 por los comisionados de la hacienda, en la sección “Censos”, refiriéndose al folio 5 del protocolo conventual, se lee: La Tesorería de Andalucía en virtud de Cédula de Su Majestad pagaba anualmente cien pesos de a ocho reales de plata y esta comunidad celebraba unas honras por los militares difuntos y se cumplieron y pagaron hasta el año 1801. (6)

| Escudo de la Casa Ducal de Medinaceli.

Por ello se necesitó buscar un nuevo y más generoso mecenas cual fue el señor del Puerto Antonio Juan Luis de la Cerda, duque de Medinaceli, capitán del Mar Océano, uno de los hombres más ricos de España, quien, al cabo de treinta años de la fundación de los Descalzos del Puerto, puso el 12 de noviembre de 1651 la primera piedra de la iglesia conventual embutiéndose en ella un pergamino con la fecha del acto y una placa de bronce con los datos al uso que, tras encontrarse cuando se demolió el edificio se depositó en el Museo provincial de Cádiz . Se ocupó de las obras el maestro Cristóbal de Liébana, las cuales finalizó en lo más fundamental para dedicación al culto.

No es objeto de este trabajo describir la belleza de la iglesia, obras, imágenes, retablos, ornamentos, etc; pero sí indicar que parece ser que en ella se celebraron funciones reales, funeral anual por la gente de la Armada a expensas y nombre de la Corona, y depósito de los cadáveres de generales y altos oficiales de las galeras y del ejército real. (7)

No obstante, es probable que nunca llegaran a plasmarse, al menos con la envergadura proyectada, estas funciones reales y funerales anuales por la gente de la Armada. La falta de fuentes documentales y materiales, más allá de las posibles pérdidas o no localización de aquéllas parecen confirmarlo.

Las causas determinantes del languidecimiento de lo proyectado bien pudieran ser las siguientes: (8)

La decepción que supuso el breve período –-seis años-- en que el patronato estuvo en manos de Felipe IV.
La lentitud de las obras, concluidas en la capilla Mayor en 1658.
El traslado en 1668 del invernadero de las galeras a Cartagena, debido al cegamiento de la embocadura del río Guadalete, que redujo considerablemente la presencia de personal de la armada en la ciudad, si bien continuó siendo el Puerto de Santa María sede de la capitanía general del Mar Océano.
La libre elección de entierro, siendo lógicamente habitual que los altos cargos tuviesen panteones familiares en sus localidades de origen.

| Detalle del cuadro del Monasterio de los Descalzos.

Aunque Hipólito Sancho (1943) afirma --sin mencionar fuente alguna-- que las lápidas de los enterramientos fueron quitadas cuando se derribó el edificio y reclamadas al Ayuntamiento por la Comisión de Monumentos de la provincia, la realidad es que no se localizó ninguna de ellas. En la documentación que se formó con ocasión del derribo no se hacía mención a enterramientos o a lápidas que los cubriesen, ni tampoco en la probable documentación existente --apuntada por Barris Muñoz (1926)-- cuando se refirió al traslado del invernadero de galeras a Cartagena. Lo que sí figura en el Archivo de la Iglesia Mayor Prioral: Libro 1º de funerales castrenses son los enterramientos en el convento, llevados a cabo en el período comprendido entre 1770/1856. Fueron sólo tres militares y cuatro familiares de militares:

  • Antonio Requejo (1780), teniente de fragata.
  • Antonio Rabassa (1783), capitán del regimiento de Infantería 2º de Cataluña.
  • Juan de Losa (1791), coronel del regimiento de Dragones de Numancia.

Entre los familiares de militares, cabe destacar la esposa (1786) y una nieta (1792) del capitán general y gobernador de El Puerto entre 1789 y 1796, Claudio Macé de Gravelais. Este capitán general, último de los que residieron en El Puerto, falleció en 1805, enterrándose en el cementerio que existía anejo al hospital de San Sebastián. | Texto: José C. Fernández Fernández, Marcos Fernández Martínez,Juan A. Vijande Fernández y?Jesús Jaen Serrano  | A.H.C As de Guía.


NOTAS :

  1. Real Orden de 10 de octubre de 1850. Apéndice nº 6.
  2. Esta concesión de enterramientos a favor de particulares en la capilla mayor de templos de patronato real es frecuente desde los Reyes Católicos, que concedieron entre otras las capillas mayores de Santa Cruz la Real de Segovia, Santo Domingo el Real de Jerez de la Frontera y San Francisco de la misma ciudad, cuando el cuerpo de la reina Dª Blanca fue sacada del suelo y colocada en la pared.
  3. Breve de Pablo V. Apéndice nº 1.
  4. Barris Muñoz.- Rafael. “El convento de San Antonio del Puerto de Santa María y los orígenes del Panteón de Marinos. Textos inéditos”. Cádiz, Ricardo F. Rodríguez Bodria, 1926.
  5. Real Cédula de Felipe IV. Apéndice nº 2.
  6. Sancho de Sopranis, Hipólito.- El convento de San Antonio El Real de los Descalzos del Puerto de Santa María. Archivo Ibero-Americano, enero-junio 1958, pág. 117.
  7. San Juan del Puerto, Fr. Francisco de Jesús María “Primera parte de las Crónicas de la Provincia de San Diego de Andalucía de religiosos Descalzos de N.P.S. Francisco”. Sevilla, 1724.
  8. Autores: Francisco Giles Pacheco, José María Gutiérrez López, Lázaro Lagostena Barrios, Juan José López Amador, Javier M. de Lucas Almeida, Enrique Pérez Fernández, José Antonio Ruiz Gil.- Aportaciones al proceso histórico de la ciudad de El Puerto de Santa María. La intervención arqueológica en la plaza de Isaac Peral. Pág. 27. Puertograf S.L., El Puerto de Santa María, 1997

 

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