En noviembre de 1997 Francisco Andrés Gallardo escribía parar el Grupo Joly esta crónica sentimental sobre los gatos del Cementerio. | En la imagen, Fitipaldi , uno de los gatos del cementerio portuense, tomando el sol entre las tumbas | Foto: José Antonio Tejero.
Se llaman Falconetti, Fitipaldi o Whoopi y son los gatos que custodian el cementerio portuense. Llevan años allí y para quienes visitan los nichos de sus familiares estos felinos, todos con su nombre, también son casi de la familia. Cuando a las cinco de la tarde el funcionario municipal le echa el cerrojo al camposanto, los difuntos no se quedan solos. Los correteos gatunos acompañan el silencio de las tumbas. Los mininos se han ganado el aprecio de muchos. Unos vecinos, Alfonso García y su esposa, son quienes más velan por ellos. El matrimonio ha pagado las visitas al veterinario para que todos estos gatos estuviesen esterilizados y vacunados. Varias ancianas que acuden cada tarde llevan papeles con pescado frito y otras sobras con las que se relame la felina custodia.
«—Me gusta cuidarlos. Cuando muera quiero sentirme acompañada por ellos», comenta Milagros Ponce, una de las mujeres que frecuenta el lugar.
Cada gato tiene su territorio, acotado entre los pasillos de las tumbas y los patios. Vigilan su zona de roedores y de otras presencias molestas. Falconetti, en alusión al mafioso televisivo, un lustroso macho de pelo blanco y canela, es el que siempre puede encontrarse en la entrada, junto al puesto de flores. En estos días otoñales, por cierto, está de mal genio. Se encuentra en celo y, con todas sus compañeras capadas, no tiene dónde desahogar sus furores leoninos. Sus ronrroneos de buen vigía saludan a todos cuantos acuden.
El primer patio cuenta además con otros dos machos, Fitipaldi y Robert Redford. Este último, el guapo de la familia, —de ahí su nombre— luce una poblada y larga cola, herencia de algún antepasado de angora. Alfonso García ha bautizado a las coquetas hembras con nombres de modelos, Cindy y Naomí. El patio intermedio es coto exclusivo de Rosita, la gata que mas tiempo lleva en el cementerio y la favorita de los trabajadores de la instalación, quienes también miman de cariños a los pobladores.
Whoopi, por supuesto negra, y Julia --por la Roberts--, blanca y madre de la anterior, son las que retozan en el patio trasero. Los gatos proceden de personas que los han depositado allí, deshaciéndose de ellos. Las dos últimas hembras de la familia fueron dejadas allí hace escasas semanas. Pero la legión de «cuidadores» ruega que no se abandonen en el lugar ninguno más, porque no se da abasto. Hace unos días, los laceros de El Refugio se llevaron dos de los gatos del cementerio y entre los incondicionales pagaron el «rescate». | Texto: Francisco Andrés Gallardo.