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2.523. Corrida de ánsares, naumaquia y fallas marítimas. El Guadalete festivo (3)

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Hoy evocaremos tres actividades festivas que se celebraron en el Guadalete con el vínculo de que sólo se celebraron en una ocasión, en 1849, 1850 y 1940. Afortunadamente, la ‘corrida de ánsares’ –una bestialidad innecesaria-, por decisión de nuestros convecinos se cortó de cuajo. Presenciar un combate naval simulado desde el Vergel del Conde debió ser una curiosa experiencia digna de que hubiera arraigado, al igual que las fallas marítimas que organizó, en tiempos muy difíciles, la colonia pesquera alicantina asentada en El Puerto. /En la imagen, pesqueros, junto al muelle del vapor, en 1945.

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El Guadalete y El Puerto en una vieja postal de la Tipografía de Luis Pérez.

Corrida de ánsares

En el verano de 1849, tres años después de que en la Ciudad y el río comenzaran a organizarse actividades lúdicas para atraer la llegada de turistas y hacer más atractivos los estíos, se celebró un “divertimento” con el nombre de ‘corrida de ánsares’. Con una larga tradición en España, este popular “juego” solía practicarse en Carnaval y más asiduamente en tierra –a caballo- y con gansos. Al respecto, Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611) decía: “Correr el ganso, regocijo que se hace por Carnestolendas, atándole en una soga en medio de la calle, los que pasan corriendo procuran arrancarle el pescuezo y como está bien trabado suele a veces arrancarlos él de la silla.”

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Un ‘día de gansos’ en el río Lea de Lequeitio. /Foto. Antxón Aguirre Sorondo.

Su traslación al medio fluvial está atestiguado, por ejemplo, en las Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón (1618), de Vicente Espinel, donde se narra una ‘fiesta de gansos’ protagonizada por unos madereros de la Sierra de Segura en el Guadalquivir, en honor del marqués del Carpio. Así, al final del Descanso XV de la primera parte, se dice: “Quisieron hacer al Marqués una fiesta de gansos, poniéndolos atados entre los dos maderos de la puerta de la pesquera, y como iba el madero despeñándose, por la violencia del grande cuerpo del agua, puesto el ganchero sobre el madero asía la cabeza del ganso, y tirando del pescuezo, se deslizaba de la mano y caía en la profundidad del agua, saliendo lejos de allí nadando”. 

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Gancheros de la Sierra de Segura transportando maderos por el Guadalquivir. Foto tomada de ‘historiapuentedegenave.blogspot.com’.

La única corrida de ánsares practicada en el Guadalete se verificó el 24 de julio de 1849, víspera de Santiago, a las 5’30 de la tarde. Se anunciaron como “nunca vistas en este Puerto y que tanta celebridad tienen en el país Vascongado, pudiéndose asegurar que cuando se verificó en San Sebastián cuando estuvieron los reyes fue de lo que más les agradó.” Aún siguen celebrándose, con algunas variantes y el animal previamente muerto, en algunas poblaciones del país vasco, especialmente en el río Lea de Lequeitio, con el nombre de ‘antzar eguna’ (día de gansos), y en tierra, en la localidad toledana de El Carpio de Tajo. En las localidades donde sigue celebrándose las fluviales, se extiende de orilla a orilla una maroma de la que cuelgan, boca abajo, al ganso, y al paso de las lanchas, los participantes se agarran al pescuezo del animal y aguantan las zambullidas que provocan quienes tiran de la maroma a uno y otro lado del río. 

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En El Carpio de Tajo. Foto, David Utrilla Hernández.

Los pocos datos que recopilé en el Archivo Municipal no me permiten precisar el modo de ejecución de la corrida en las aguas del Guadalete aquel verano de 1849, pero apuntan a que los ocho ánsares que se emplearon (comprados a José Valenzuela por 180 reales) se colgaban de una ‘beta’ (cuerda o cabo de las embarcaciones) extendida entre dos faluchos por la que pasaban, en embarcaciones menores, los cuatro paisanos que participaron (vestidos para la ocasión con trajes de alquiler), quienes saltaban para agarrarse al animal y –desconozco el objeto o modo empleado- descabezarlo y caer al agua. La celebración costó a las arcas municipales 1.125 reales, incluidos los 400 rs que le dieron, por amenizar la corrida, a Luis García, ‘músico mayor de León’. 

Para los festejos veraniegos de 1852 se programaron nuevas corridas, “que tanta celebridad tuvieron la única vez que se ha visto en esta ciudad”, se decía desde el Ayuntamiento; pero un día antes de su celebración, el 23 de julio, el alcalde conminó a la Junta de Festejos a suspenderla en vista de que un grupo de vecinos le había manifestado “el desagrado que producía las corridas de ánsares anunciadas para la tarde de mañana, siendo un espectáculo sangriento y repugnante”. Y así, no sin ciertas reticencias por parte de los organizadores, el acto se suspendió, siendo sustituido por una cucaña marítima.

Naumaquia entre las fuentes.

También en una sola ocasión las Fuentes de las Galeras y del Sobrante dejaron de cumplir su tradicional función para convertirse durante unas horas en improvisadas fortalezas. Fue durante las Fiestas de San Juan de 1850. Este singular espectáculo consistió en un combate naval simulado, de mentirijillas, mantenido entre dos barcos pesqueros –transformados en embarcaciones de guerra empavesadas (con lonas de colores vistosos en la borda y banderas y gallardetes en los mástiles)- y dos réplicas de fortalezas dispuestas en ambas fuentes.

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A la izquierda, la Fuente del Sobrante (1741-1895); al otro extremo del paseo del Vergel, la de las Galeras (1735).

La Junta de Festejos del Ayuntamiento estableció la distribución del combate así: “Dará principio arrojando las embarcaciones a las fortalezas abundantes bombas y éstas les corresponderán. Avanzarán las embarcaciones queriendo meterse debajo de las baterías. Las fortalezas arrojarán bombas, balas rojas [las de hierro que se enrojecían al fuego para introducirlas en las piezas de artillería, usadas para incendiar], palanquetas [barretas de hierro con dos cabezas gruesas utilizadas como proyectiles en la artillería de Marina], camisas embradas [pedazos de telas impregnadas con materias inflamables] y granadas de mano. Las embarcaciones se verán precisadas a retirarse con alguna pérdida considerable, venciendo las fortalezas. La banda de música militar tocará y se ejecutarán varios fuegos de regocijo en las fortalezas, concluyendo la función con la elevación de dos mangas de cohetes voladores.” Su ejecución costó 1.300 reales. 

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La figuración de combates navales con fuegos artificiales fue un recurso habitual empleado como cierre a las funciones que amenizaban las tradicionales veladas marítimas en el río. Las ficticias naumaquias (del latín, ‘combate naval’) tuvieron su origen el año 46 antes de Cristo, cuando por primera vez se celebraron en Roma a iniciativa de Julio César.

La huella alicantina

Acerca de una variante de las tradicionales fallas levantinas sólo tengo certeza de su celebración el 25 de agosto de 1940. La idea surgió de la colonia alicantina establecida en nuestra ciudad, tan significativa y enraizada entonces. Pepe Ferrer Andrade, amigo e historiador prematuramente fallecido, cifró los alicantinos residentes en El Puerto en 1945 en 700, entre ellos 211 pescadores, 131 naturales de Calpe.

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Barcos en la margen derecha del río Guadalete, secando las redes. Al fondo a la izquierda, el Castillo de San Marcos y, a la derecha, el Convento de San Agustín.

El festejo consistió en un concurso de embarcaciones pesqueras decoradas con escenas de “libre” elección, al modo de las fallas terrestres. Participaron tres barcos, fondeados entre el muelle del Vapor y el de la Pescadería, que presentaron estos motivos: Una de las fallas, realizada por las organizaciones juveniles de Falange, se componía de un gran emblema del partido con el letrero ‘Viva Franco’ y las figuras de un grupo de labradores vestidos con típicos trajes regionales españoles, sosteniendo cada uno el emblema de Falange: el haz de flechas y el yugo. Otra falla, presentada por el Pósito de Pescadores, reproducía la escena de los molinos de viento del Quijote, obra del polifacético artista Francisco Ameneiro Lucuix (quien diseñó el Bar Santa María del Parque Calderón) y Luis Molins. La tercera presentaba un patio andaluz con un cuadro de cante y baile flamenco, interpretándose in situ un ‘escogido repertorio’. Fue realizada por Félix Tejada Mayo y por un joven -19 años- Juan Lara Izquierdo. Las 500 pesetas que estaban previstas conceder a la mejor falla terminaron por repartirse entre las tres presentadas. Al final de la jornada se quemaron las fallas –es de suponer que fuera de los barcos- y se lanzaron desde ‘la otra banda’ fuegos artificiales y, como correspondía a un festejo organizado por alicantinos, una traca final. / Texto: Enrique Pérez Fernández.

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