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4.788. El venerable padre Fleming

Interesante relato que nos trae el investigador Antonio Gutiérrez Ruiz, sobre un personaje generoso y cuidadoso de los mas necesitados de nuestra Ciudad de hace 300 años. Interesantes y curiosas anécdotas que se vivieron en El Puerto de Santa María. | Ilustración: cuadro de  'La confesión católica'

El matrimonio Fleming Geynan, comerciantes irlandeses afincados en El Puerto en el siglo XVIII,  tuvo un hijo que nació, igual que los anteriores, en nuestra Ciudad el domingo, 28 de diciembre de 1732, ciudad en cuya iglesia Mayor Prioral fue “rebautizado” ese mismo día, imponiéndosele los nombres de Antonio, Pedro, Ignacio, Juan, siendo apadrinado por Pedro Francisco de Vos, del comercio con Indias como su padre, esposo de Jerónima Hernandez Winthuysen.

Crecer como segundón de una familia tan importante no debía ser demasiado agradable.  Tenemos la sensación de que esta circunstancia afectaba a Antonio Fleming, poco eficiente a la hora de gestionar los negocios familiares a pesar de demostrada inteligencia y brillantez intelectual, e igualmente su propio patrimonio, posiblemente debido al espíritu caritativo del que estaba imbuido, como podrán comprobar los lectores más adelante, aunque recibió si cabe,  mejor educación que el resto de sus hermanos, incluido el mayor, heredero del negocio familiar  que debió ayudar a la madre viuda en los mismos. Antonio Fleming  se formó en Inglaterra y Francia en todas las materias necesarias para el complejo negocio del comercio con Indias y en sus lenguas, amén del latín.

En Cádiz o Málaga, lugar que no hemos podido precisar, se casó en la primavera del año 1758, concretamente el 23 de abril, con una dama malagueña, Isabel MacNamara que  aportó una buena dote a la sociedad conyugal, incluida una casa en la ciudad de Málaga. En la siguiente década nacieron cuatro hijos: Juan María, que seguiría la carrera religiosa, Domingo María, apadrinado por su tío Domingo, fallecería joven sin sucesión,  Esteban María que sería andando los años propietario del inmueble y, finalmente, una niña que casi trajeron los Reyes Magos, pues nació el 4 de enero de 1770, recibiendo las aguas regeneradoras del bautismo al día siguiente en la Iglesia Mayor, de manos del cura de dicha iglesia, don Juan José Izquierdo que le impuso los nombres de Ana María, Dolores, Gertrudis, Josefa, Antonia, Jimena, Inocenta, Pascuala, Aquilina, siendo amadrinada por doña Gertrudis Hore, esposa de Esteban Fleming,  tío de la neófita.  Madrina  que ha sido reconocida recientemente como una importante poetisa de su época, merced al trabajo entre otros de una hispanista francesa, Frédérique Morand, que ha difundido su obra y publicado su biografía después de varios años de in-tenso trabajo de investigación en los archivos gaditanos.

| Astilleros de La Habana (Cuba).

Creemos que antes de enviudar Antonio Fleming estuvo en La Habana una temporada para organizar allí las operaciones mercantiles y administrar los bienes de una compañía nueva de ambos hermanos, Domingo y él,  en aquella colonia. Si bien es cierto que los tiempos que corrían no eran los mejores y que la decadencia del tráfico era palpable,  su gestión, lejos de paliar estos inconvenientes, condujo la empresa a la bancarrota, dejando algunas deudas allí amén de perder el poco patrimonio que le quedaba.  Esta escasa fortuna en los negocios tuvo su prolongación a nivel familiar, enviudando poco después del nacimiento de su último hijo. Todas estas circunstancias y una especial y casi enfermiza sensibilidad religiosa influyeron en la decisión de abandonar este mundo pecador para ordenarse sacerdote, dejando a sus hijos bajo el amparo y protección de su hermano Domingo al que nombró tutor y curador de ellos y quien sería, de hecho además de derecho, un padre para sus sobrinos hasta su muerte.

Nos ha sido posible conocer diversas facetas de su vida  gracias a un curioso opúsculo impreso al poco de morir en la imprenta que Francisco Muñoz tenía en la accesoria de la casa número 43 de la portuense calle Palacio, publicado por la Escuela de Cristo de esta localidad, con el título: “Pax Christi”, siendo el Padre Retamal autor del texto que se postula como “carta edificante que la Venerable y Santa Escuela de Jesucristo, nuestro soberano Maestro de la Ciudad y gran Puerto de Santa María remite a las Venerables y Santas Escuelas con quienes está compro-metida y hermanada, asociándoles la vida y muerte de nuestro hermano y Padre Antonio Fleming de este Ilustre y Venerable clero y le da a luz dicha Santa Escuela por medio de su Obediencia, nuestro hermano y Padre Juan Antonio Retamal Villarelo y Tamariz.”

Por su contenido biográfico y su interés reproducimos buena parte de este texto en el que definen al Padre Antonio Fleming como un sujeto de especial virtud y ejemplar vida:

| Convento de los Descalzos, en el lugar que hoy ocupa la plaza de Isaac Pera | Original del Museo Municipal.

Después de esta especie de prólogo espiritual, afloran interesantes datos biográficos de su infancia que solo sus contemporáneos conocían: Fue su padre Don Juan Fleming y su madre Doña Elena Geinan, esclarecida familia por su notoria nobleza y virtud. Estuvo en gran peligro la vida de su madre cuando nació nuestro venerable hermano, en conformidad, que fue preciso bautizarlo antes que acabara de nacer, lo que celebraba mucho toda su vida, diciendo: “Bendito sea Dios, que antes que naciera, fui cristiano”. Nació casi ahogado, con muy cortos indicios de vitalidad sin que bastase para volverlo todos los medicamentos que el arte de la medicina prescribe en semejantes casos; por lo que azorado el padre, mandó al punto al convento de los Reverendos Padres Descalzos de nuestro Padre San Francisco expusiesen la Majestad de Jesucristo Sacramentado y que, descubriendo al Sr. San Antonio, le cantasen una misa y hecha esta diligencia volvió del todo en sí, tomando nueva respiración y nuevos alientos de vida el que aún discurría difunto, motivo por el que quiso su padre le pusiesen Antonio en el bautismo, conservando nuestro Hermano toda su vida un especialísimo afecto y cordialísima devoción al santo de su nombre, dándonos a entender en esto que Dios preservaba esta vida para los altos destinos de su providencia… siendo de año y medio desapareció de la vista de sus padres y demás familia en su casa y buscándolo con cuidado, según el amor que le profesaban, lo encontraron desnudo por haber arrojado toda la ropa con que estaba vestido a unos muchachos muy pobres que a la sazón estaban bajo de una ventana alta de su casa, cubriendo nuestro Hermano la desnudez con tierra mojada de una maceta que estaba en dicha ventana. Aún que este caso pudiera atribuirse a la inocencia y sencillez de la edad, atendiendo al objeto, que miraba la pobreza de los muchachos y lo misericordioso que fue en lo sucesivo de su vida, que tantas veces se desnudó, ya de secular, ya sacerdote, podemos inferir sin violencia fue misterioso presagio de las Obras de Misericordia de vestir al desnudo y socorrer al necesitado, pudiendo decirse que con él había nacido la misericordia y desde su infancia crecía con el mismo la caridad con los pobres.

En 1769, fecha en la que contaba 38 años. se postuló para ingresar en la Santa Escuela de Cristo, en cuya sede estaba también la congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María y la hermandad de la Venerable Madre Sor María de la Antigua, y después de cuatro meses el Padre Obediencia que regía el oratorio lo admitió, pasando por delante de varios pretendientes anteriores, institución en la que permaneció diez años, primero como alumno, después Hermano y, finalmente, tras enviudar y ordenarse sacerdote, como Padre de dicha institución.

La cita que se hace en el opúsculo a este triste y trascendental momento en la vida de nuestro personaje, refiere lo siguiente: “… concediole el Señor (a su esposa) una muerte ejemplar, que hizo mucho eco en esta ciudad, y de su ejemplo se siguieron algunas conversiones de sujetos de primera distinción. Sintió a su esposa, como era justo, con una moderación y resignación cristiana, acompañada de una especial alegría en consideración de su ejemplar muerte, y prorrumpía en estas expresiones; “No me den pésame, que es mucho el consuelo que tengo de haber dado Dios tal muerte a mis esposa, cual yo quisiera para mí.”

Con independencia de esta vida casi mística, Antonio Fleming fue nombrado Diputado del Común del cabildo local, ejerciendo como Juez de Paz en  las juntas del mismo, donde eran apreciados y bien recibidos sus comentarios y consejos. Y no pasó mucho tiempo desde que enviudara, cuando después de consultar con su hermano mayor y jefe del clan familiar, Domingo Fleming, del que obtuvo su conformidad y apoyo, se dirigió por escrito en estos términos a su confesor: “--Padre mío, me parece me llama Dios vivamente para ser sacerdote. Yo, por mi elección, conociendo soy un pecadorazo, no fuera más que Donado (persona que, previas fórmulas rituales, ha entrado por sirviente en una orden o congregación religiosa, y asiste en ella con cierta especie de hábito religioso, pero sin hacer profesión) de un convento para arrear a un jumento detrás de una noria; pero por el obstáculo de tener cuatro hijos no me admitirán en convento alguno, no yo puedo dejar la obligación de padre para educarlos y solo clérigo puedo ser para dejar totalmente el mundeo y sus respectos.”

| Ruinas del convento de Ntra. Sra. del Rosario, en Bornos (Cádiz), primer monasterio en España dedicado a dicha advocación religiosa.

El confesor, que era el padre jerónimo Fray  Julián de San Bruno y Candiani, residente en el convento de Nuestra Señora del Rosario, en Bornos, le respondió que condescendía con su determinación pero que antes debía pedírselo a Dios si le convenía para salvación de su alma y empezó a disponerlo mandándolo a comulgar todos los días.” Gracias a la extraordinaria preparación humanística y escolástica recibida en su juventud, poseía buena parte de los conocimientos exigidos para ordenarse y, además empezó a prepararse sigilosamente y sin desatender su empleo de diputado del común en las materias morales de la orden de San Jerónimo con la ayuda y complicidad del confesor, practicando o ejerciendo al mismo tiempo, como pretendiente eclesiástico que era, piadosas obras de misericordia, consolando a enfermos y moribundos o dando de comer a los hambrientos que se tropezaba en sus excursiones caritativas para las que salía de su casa con las ocultas faltriqueras de su vestido llenas con carne para el puchero de familias pobres y pan y bizcochos que repartir especialmente entre los niños que mendigaban por doquier.

Refiere el Padre Retamal en su monografía una anécdota que nos proporciona una idea del espíritu de servicio hacia los demás que poseía nuestro personaje y las dificultades con las que podía tropezar un “señorito” como él en ambientes diferentes a los suyos: “… yendo una noche a llevar unas velas y mortaja a una difunta que bajo una escalera había muerto, en suma pobreza, no sabiendo la casa, se extravió y entró por equivocación en una casilla de gitanos (en la Ribera), donde llenándole de injurias e improperios, tuvo bastante que ofrecerle al Señor, y escapando como pudo encontró la desdichada casa mortuoria donde pasó toda la noche encomendado a Dios a la difunta que, por más decencia, la habían puesto en una carbonera.”  Y añade el cronista que consoló a los dolientes, costeó el entierro y le mandó decir alguna misa, cargando con el cuerpo en el entierro desde donde vivía hasta la iglesia Mayor, sin permitir que le hicieran ningún relevo. 

No sin salvar reveses y problemas, contratiempos y zancadillas alcanzó los últimos pasos de su ansiada meta. Allanadas todas las dificultades finalmente, pudo partir hacia Sevilla para ordenarse en la capital andaluza. Superados todos los exámenes lo destinaron al convento dominico de San Pablo para realizar allí los ejercicios para las Sagradas Ordenes, ejercicios en los que, como ya el lector puede imaginar, llamó la atención de aquella comunidad por el fervor y rigidez con que se desenvolvió los días que duraron: Por mortificarse, comía tan escasamente, que dudaban pudiera mantenerse. En el tiempo de los diez días de ejercicios no pudieron averiguar cuando dormía porque a todas horas del día y de la noche lo encontraban en el coro, de rodillas, inmóvil ante el Santísimo Sacramento, dándose diarias y rigurosas disciplinas en el tiempo que duró los ejercicios.”

El 28 de julio de 1771, en plenitud de su madurez, recibió el presbiteriado de manos del obispo auxiliar del arzobispado hispalense, Sr. Don Domingo Pérez de Rivera, con asistencia –-suponemos-- de buena parte de su familia, entre ellos sus hijos, tutorados por su hermano Domingo que verían con emoción y lágrimas el ordenamiento sacerdotal de su padre. Un acontecimiento tan notable y entrañable en la vida de cualquier sacerdote como es su primera misa, la presentación en sociedad a la comunidad cristiana de un nuevo ministro, tuvo lugar la semana siguiente, el 4 de agosto, en la flamante iglesia conventual de las monjas capuchinas, que apenas hacía un cuarto de siglo que había sido terminada, acontecimiento que fue muy seguido en toda la ciudad, llenándose el templo y el amplio atrio de este magnífico monasterio de San Miguel Arcángel.

| Monasterio de San Miguel Arcángel (Capuchinas), hoy convertido en hotel.

Su corta vida sacerdotal está llena de anécdotas y acciones edificantes de las que reproducimos algunas de las que menciona su biógrafo, el Padre Retamal. Su confesor aseguraba que de las veinticuatro horas que tiene el día y la noche pasaba cinco horas de oración mental, que realizaba siempre de rodillas, de cuya continuación se le formaron dos fistulas en ellas, las que le molestaron mucho tiempo, y fue preciso hacérselas curar secretamente, resultándole después unos callos que cada uno por su dureza era un clavo.” Tanto silicio e intensidad emotiva en todos sus actos, con independencia de mermarle seriamente sus facultades físicas, debieron deteriorarle las mentales, conduciéndole hacia una “santa demencia”, claro reflejo de la cual podemos ver en otra de las anécdotas reproducidas por el Padre Retamal, que la data en 1778, un año antes de su muerte:… saliendo del Ejercicio de las Tres Horas que hizo el viernes santo en el convento de las RR.MM. Capuchinas, en memoria de las tres que nuestro Amante Redentor estuvo pendiente del árbol santo de la Cruz, como se inflamó su corazón tanto en el amor del Señor de resultas de una meditación tan dolorosa, que siéndole estrecho continente el de la iglesia y el de las calles, empezó a exclamar y a decir a un eclesiástico: “Compañero, al campo, al campo”, echando a andar apresuradamente y, llegando a él, vio el compañero que le seguía que empezó a correr desatinado, con los brazos abiertos, caído el sombrero y el manteo, los ojos centelleando y diciendo: «--¡Montes, tierra, árboles, plantas, aves y criaturas todas, sentid, sentid, sentid la muerte de vuestro Criador!» Vióse muy apurado el compañero para alcanzarlo y sosegarlo. Y asegura que el habla no podía echarla de la boca de la palpitación y el temblor que le había acometido, tanto que le persuadió haber perdido el juicio.”

La familia estaba de vuelta de tantas extravagancias y sobresaltos, un día sí y otro también. Podía llegar desnudo bajo la sotana porque metiéndose en una casapuerta se quitaba chupa y calzones para darlo a algún pobre, o cuajado de piojos, de los pies a la cabeza tras velar a un pobre difunto y rezar en la cabecera del mísero jergón donde yacía, y cuando querían en su casa quitárselos y le pedían que se mudase de ropa decía: “No, no los quiten, que los piojos de los pobres son perlas”. Y que contar de los disgustos que se llevaba el servicio cuando aparecía por la cocina y sin mediar palabra vaciaba el puchero de la olla y se lo llevaba precipitadamente, o en otra ocasión, estando de visita en casa de un familiar “vio unas gallinas que para su recreo tenían (como mascotas) y con gran desparpajo le dijo: “No es razón tenga vuestra merced gallinas aún para recrearse y divertirse y que Don fulano este muy malo en el hospital, sin ellas en el puchero”;  y tomando con aceleración las gallinas bajo el manteo, que iban piando reciamente, se fue en medio del día por la calle Larga hasta el hospital de San Juan de Dios.”

Bendito loco este que, en frase de San Francisco de Sales, era “un todo para todos y todo para cada uno”, alivio y consuelo en las dolencias de los enfermos, socorro de las necesidades de los pobres, ministro fervoroso e incansable en la cabecera de los difunto y tolerante y comprensivo con los presos, que le profesaban especial cariño.         

Otras de las numerosas anécdotas que se refieren en la “Carta Edificante” confirman la entrega total hacia los menesterosos y desvalidos, fiel al mensaje más genuino del evangelio:Llegó en cierto día a su confesor, muy alegre y gustoso, diciéndole: «--Padre mío, me he encontrado un tesoro muy grande. Vengase Usted conmigo, partiremos las ganancias. Me han dado noticia  que en lo último de la calle San Sebastián está un pobre tullido de pies y manos. Usted lo cuidará en lo espiritual y yo en lo temporal» (no era entonces confesor, por que por su mucha humildad no había querido exponerse) y tomándolo a su cuidado le vistió de su propia ropa, le buscó cama, enviábale la comida todos los días, hacía que su confesor lo confesase cada semana, hacíale visitas bien a menudo, leyéndole a su cabecera libros espirituales, durándole ésta tarea más de dos años, hasta que asistiéndole en su muerte le dio su propio manteo para mortaja, le costeó el entierro y le dijo muchas misas por su alma.  Asistió también mucho tiempo a otro desvalido que tenía comida parte de la cara por un chancro (llaga ulcerosa), con una intolerable fetidez. Tanto, que arrojándole de la casa donde estaba por no poder sufrir el mal olor, le condujo en silla de mano al hospital, donde no pudiendo sufrirlo en la enfermería, lo pusieron en un cuarto aparte y allí con igual esmero le asistió hasta el último suspiro, sin precaución alguna de vinagre o cualquier otra cosa que evitase el contagio y hedor que expedía.”.

Según indica el Padre Retamal, Antonio Fleming murió de enfermedad. Es para ponerlo en duda, después de revisar el epígrafe titulado: “De su abstinencia, mor-tificación y penitencia.”  Parecería increíble, comenta admirado el sacerdote, para quien lo viera con semblante tan alegre y placentero que fuera tan penitente. Era preciso, continúa exponiendo el Padre Retamal, que su confesor modificara sus impulso de seguir una vida tan austera y penitente, aunque no siempre lo conseguía; “… tres días a la semana ayunaba todo el año: miércoles, viernes y sábados y a estos ayunos agregaba los de la Iglesia, los de Adviento y Cuaresma, todas las vísperas de nuestro Señor y su Santísima Madre, así mayores como menores; siempre era su comida muy escasa…muchas veces a pan y agua. Con la continua tarea de ayudar (al prójimo)muchas partes de las noches del año ni dormía ni se desnudaba y otras dormía en su casa, sobre el suelo o unas tablas con un libro por cabecera, siempre abrazado a una cruz.”

Mantuvo duros cilicios hasta que, postrado en una cama, en sus últimos días terrenales, sus cuidadores le impidieron tenerlos. Después de fallecido  encontraron en su gaveta diversos cilicios, uno muy grande en forma de cruz que,  puesto,  le cogía todo el pecho, lleno de púas de alambre grueso; otro bastante extraño, que se lo ponía sobre el corazón y otros varios para la cintura brazos, muslos, etc., incluso dos  tenacillas con muelles para cogerse pellizcos y espantar el sueño y cinco disciplinas, tres de hierro y dos de cordel, todas manchadas de sangre.

| Patio del antiguo convento de los dominicos en El Puerto de Santa María.

Falleció Antonio Fleming, el 1 de mayo de 1779, en el convento de los franciscanos Descalzos de Bornos, en cuya iglesia fue enterrado con sus hábitos sacerdotales. Su hermano, con poderes otorgados años atrás, realizó meses después su testamento en el que ratifica la ausencia de bienes privativos o propios, informando incluso de la «decadencia en alguna parte de los dotales de su mujer»,  ocupándose de trasladar sus restos a la capilla propiedad de la familia en el convento dominico de Santo Domingo, de El Puerto de Santa María, siendo enterrado bajo la grada del altar del sagrario, el mejor sitio que habría elegido él mismo para descansar eternamente. | Texto: Antonio Gutiérrrez Ruiz | A.C. Puertoguía.

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