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La zalea de los faluchos, un talismán milenario #5.120

Texto: Enrique Pérez Fernández y Juan José López Amador.        

A veces, los ritos y mitos creados durante la Antigüedad trascienden al paso del tiempo y han perdurado hasta nuestros días, o cercanos a ellos, como es el caso que vamos a relatar. La tradición oral, sostenida más allá de cuantas transformaciones ha vivido la humanidad, es el frágil eslabón por el que se canalizaron las antiquísimas tradiciones, asentadas y difundidas, eso sí, por las fuentes históricas y legendarias desde que la escritura surgió. | Faluchos abarloados frente al muelle de la plaza de la Pescadería, hacia 1910.

Hace muchos años, supimos de la sorprendente historia de las zaleas de los faluchos portuenses por nuestro amigo Luis Suárez Ávila [colaborador de Gente del Puerto], que la apuntó en dos publicaciones (1) siguiendo una interesante observación de Salvador Pérez Muñoz en su libro Exvotos marineros de la provincia de Cádiz (1991), donde relaciona las zaleas con los sacrificios de ovejas mencionados en la Eneida.

| Frente al Bosque de los Conejos del Coto de la Isleta.

| Ver Zalea en ‘Palabrario Porteño’.

Los faluchos

Se expandieron por el Cercano Oriente y el Mediterráneo durante la Baja Edad Media como eficaces embarcaciones empleadas en la pesca y el comercio de cabotaje, arboladas con un palo inclinado a proa –-la entena-- y vela latina. En El Puerto de Santa Maria, los faluchos fueron uno de los pilares en los que se sustentó su economía. En la época que nos va a ocupar --en dato de 1887--, la flota pesquera portuense (no exclusivamente de faluchos pero sí eran mayoritarios) la conformaba 238 barcos, y vinculados a ellos como trabajadores del mar, 785 en 1869 y 636 en 1890. (2) Basten estas cifras para dejar constancia del peso del sector pesquero en la sociedad portuense de antaño; cuando los faluchos llevaban en la punta de la proa una zalea.

 

| Entrando en el río, con la zalea a modo de mascarón de proa.

Las zaleas

¿Pero qué era una zalea?, se preguntará el lector curioso que lo desconozca. Es voz andalusí --saliha, del árabe clásico con significado de ‘desollar’-- que la RAE define como “Cuero de oveja o carnero, curtido de modo que conserve la lana, empleado para preservar de la humedad y del frío”. Así fue desde la noche de los tiempos en cuantas culturas y civilizaciones han sido. Un objeto siempre presente en lo cotidiano y también en la más alta literatura…

En el Quijote, durante el encuentro que tuvieron el hidalgo y Sancho con unos cabreros (I parte, cap. XI), la cena que compartieron la hicieron sobre zaleas: “…tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha prisa su rústica mesa y convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. Sentáronse a la redonda de las pieles seis de ellos […] Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas…”.

| La zalea con las avellanas del Quijote. Grabado de Bartolomeo Pinelli, 1833.

Pero también, al margen del efecto protector del frío y la humedad, las zaleas se disponían en la proa de los faluchos, enrolladas y atadas a su parte saliente, el caperol, del que el Diccionario Marítimo Español (1864) dice que es el Remate saliente y redondeado de la roda de los buques latinos, que suele estar forrado con una zalea.” Tal como los tenían los faluchos portuenses y en nuestro ámbito geográfico, que sepamos, los que tenían base en Cádiz, Rota, Chipiona, Tarifa y el litoral onubense hasta las primeras décadas del siglo XX.

| Detalle de la zalea de un falucho atracado a la muralla del río.

Los tarifeños los estudió Manuel Quero, de los que dice: “Respecto a su proa, hasta principios del siglo XX mantuvo la forma levantina del largo caperol con el típico remate saliente y redondeado, antiguamente, forrado con zalea”, que “puesta del revés y a modo de almohadilla en la parte alta del caperol, servía para amortiguar los posibles roces en dicha zona con el pujamen o batidero (dobladillo u orilla baja) de la vela latina).” (3) Función ésta con la que discrepamos. No había roce entre la vela y el caperol. Los faluchos no se armaban mal. Aun en el incierto caso de existir fricción, ¿la piel y lana de las ovejas era el objeto más adecuado y exclusivo para que se pusiera en los faluchos? No. La zalea nunca tuvo en los barcos un carácter funcional ni racional sino mágico y apotropaico, un antiquísimo talismán protector ante los peligros y avatares del mar. En los mitos de la Antigüedad está la respuesta…

El vellocino de oro de Jasón

| Detalle de crátera griega del siglo IV a.C. representando el regreso de Jasón con el vellocino de oro.

Decir vellón o vellocino es decir zalea. Célebre es el del carnero alado Crisomallos --hijo del dios del mar Poseidón--, el ‘vellocino de oro’ que protagoniza el mito griego de Jasón y los argonautas en fecha anterior a la guerra de Troya (h. 1200 a.C.). El príncipe griego Jasón, para recuperar el trono de Yolco usurpado por su tío Pelias, se vio forzado por él a recuperar el vellocino de oro que se hallaba en el extremo del mundo conocido, teniendo que superar (al modo de los Trabajos de Herakles/Hércules) sucesivas pruebas hasta alcanzar su objetivo tras una travesía llena de dificultades. Su memoria se ha conservado desde el s. XV como símbolo de la Orden del Toisón (o Vellón) de Oro que hoy ostenta el rey de España.  

La continuidad del carnero como animal sagrado está atestiguada en nuestro entorno durante el comienzo de la romanización. De la finca jerezana Las Quinientas, en el borde izquierdo de las marismas del Guadalete, procede el prótomo (la parte anterior) de un carnero de caliza datado en el siglo II a.C. que debió formar parte de un monumento funerario de algún potentado. (4) 

 | Prótomo de carnero hallado en Las Quinientas. Museo Arqueológico de Jerez.

Carnero que recuerda a los que a principios del s. I d.C. Marco Columela tenía en sus tierras de la campiña jerezano-portuense, comprados en Gades y traídos de África, de los que decía su sobrino Lucio Columela: “…carneros silvestres y montaraces, de un color admirable, mi tío paterno, Marco Columela, varón de agudo ingenio y célebre labrador, compró algunos y los envió a sus haciendas y, después de haberlos amansado, los echó a ovejas cubiertas.(5)

En la Eneida

En el mito del ‘vellocino de oro’ está el origen de la piel curtida de oveja o carnero con su lana como objeto mágico y protector. Y en la epopeya de la Eneida (29-19 a.C.), el sacrificio de ovejas como ritual propiciatorio para tener una buena navegación. Tras la toma de Troya por los aqueos, el príncipe Eneas escapa y comienza un largo periplo por el Mediterráneo hasta alcanzar la costa italiana, donde libró algunas batallas. En esta obra cumbre de la literatura universal, Virgilio recoge en ocho ocasiones el sacrificio de ovejas antes de que los barcos de su flota zarparan para continuar la travesía; ofrecidas, por inveterada costumbre, “una oveja negra a la Tormenta y a los felices Céfiros una blanca” (libro III, verso 120). Aún hoy, al menos en el Alto Aragón se guarda la memoria de que las ovejas negras -las “martas”- protegen al rebaño de los rayos de las tormentas, por lo que todos los rebaños tienen una y los pastores las consideran sagradas. (6) Observen las fotos que adjuntamos y verán algunas zaleas de ovejas negras, o de carneros negros.

Apuntamos otras tres menciones en la Eneida:

El propio Eneas a una oveja de negro / vellón en honor de la madre de las Euménides y la gran hermana / la hiere con su espada (VI, 249-251)

“…mata Evandro igualmente / ovejas escogidas según la costumbre e igualmente la juventud troyana. / Se marcha tras esto a las naves y pasa revista a sus compañeros” (VIII, 544-546).

…y el sacerdote vestido de blanco puro / llevó una cría de la erizada cerda y una oveja / intonsa [que no tiene la lana cortada] y acercó los animales a los altares encendidos.” (XII, 169-171)

A nuestro juicio, Virgilio recoge en la Eneida una antigua tradición --del tiempo de Troya-- que se mantendría, sin el rito del sacrificio, por todo el Mediterráneo y el Atlántico Sur, difundida por los marineros de puerto en puerto, aculturada por los naturales y que en el golfo de Cádiz, por la “caprichosa” tradición oral, se mantuvo o se reintrodujo en época incierta hasta perderse en tiempos recientes.

Un caso semejante al de la zalea es el del hueso de corvina u otolito que uno de nosotros dio a conocer en Gente del Puerto, un amuleto aún en uso que se excavó, entre otros yacimientos protohistóricos, en un enterramiento fenicio de la necrópolis de Doña Blanca (ver nótula 1219). Y es que los caminos por los que transita la tradición oral son imprevisibles.

Dos exvotos de la Prioral  

Las representaciones gráficas más antiguas que conocemos de zaleas en las proas de faluchos portuenses se encuentran en dos exvotos de los que cubren las paredes que dan acceso al camarín de Nuestra Señora de los Milagros, publicados por el citado Salvador Pérez Muñoz. (7) 

| Óleo, 24 x 18 cm. Foto, J.J.L.A. | Cortesía de la Archicofradía y Esclavitud de Ntra. Sra. de los Milagros. 

El más antiguo puede datarse en la década de 1760, según fijó, por la vestimenta de la Patrona --a la que acompaña la Virgen del Carmen--, Luis Suárez. (7) Reparó Luis en la barretina que lleva uno de los oferentes del exvoto, que indica su procedencia catalana o levantina, siendo los levantinos quienes aquel siglo introdujeron en El Puerto el bou, la pesca de arrastre con parejas de faluchos.

| Óleo, 44 x 34 cm. Foto, J.J.L.A. | Cortesía de la Archicofradía y Esclavitud de Ntra. Sra. de los Milagros.

El otro exvoto lo ofrendó a la Virgen del Rosario (protectora de la gente del mar y antigua Patrona de los galeones de las flotas de la Carrera de Indias y de las galeras reales) doña Margarita Morphy de Shaw con motivo del naufragio de un barco en el cabo de San Vicente en marzo de 1816. Es un laúd, un tipo de falucho de tradición levantina y mallorquín que en aguas gaditanas se consolidó en Tarifa.

En las fotos antiguas

Pero son las fotografías antiguas los mejores documentos que muestran la pasada y habitual presencia de las zaleas, siempre amarradas al caperol, al modo de un mascarón de proa de antiguo y desconocido origen, precedentes ¿o herederos? de los barcos pesqueros gaditanos de origen fenicio conocidos como hippoi (caballos, por la representación que figuraban en sus proas).

| En la imagen, tomada en 1925, cuatro faluchos abarloados en el muelle de la plaza de la Pescadería, con sus respectivas zaleas. A la derecha la Pescadería que se levantó en 1682 (hoy pub Milwaukee).

No conocemos (quienes esto escribimos) ningún testimonio oral o escrito de aquellos viejos marineros sobre qué representaba para ellos colocar la zalea en la proa. No conocían nada del vellocino de oro de Jasón ni de las intrépidas aventuras de Eneas, pero seguro que sí sabían, por tradición heredada, que aquella piel dispuesta en el caperol ejercía --o creían que ejercía-- algún efecto protector contra las adversidades del mar.

Los ojos griegos

Habrán observado en las fotos otro elemento que se repite en casi todos los faluchos: en los costados inmediatos a la proa y sobre un fondo pintado de blanco, dos círculos a modo de los iris y pupilas de los ojos, que es lo que ciertamente representan.

 | Detalle de los ‘ojos griegos’ de un falucho en el muelle de la Pescadería. 

Son los nazares, también conocidos como ‘ojos griegos’ y ‘ojos turcos’, que aún hoy son un popularísimo amuleto contra el mal de ojo muy difundido, especialmente, en esos países y tradicionalmente pintados en azul, blanco y azul.

Han estado presentes en los barcos de vela a lo largo y ancho de todo el Mediterráneo desde la Antigüedad. Fueron, como las zaleas, amuletos protectores de la navegación y que, como bien señaló Manuel Parodi para los ojos de las barcas  de Puerto Real, también “servían para convertir a estas modestas embarcaciones en elementos naturales, en seres marinos, evitando así el mítico ataque de los monstruos del mar al convertirse, de manera mimética, en “monstruos” a su vez, en un elemento vivo más, en algo no artificial y por tanto no ajeno a ese medio natural en el que se desenvuelve, sobre el que navega.(8)

En El Puerto, al parecer, los ojos no eran azules sino rojos. Así los vio el hispanista Charles Davillier cuando en 1862, embarcado en un falucho de pasajeros de los que hacían la travesía entre Cádiz y El Puerto, escribió: “Salimos de Cádiz una fresca mañana en una de esas barquitas de mástil corto y larga vela latina que los andaluces llaman falúas y que estaba adornada por delante con dos grandes ojos pintados de rojo como un speronare siciliano.(9)

Pero el Guadalete que conoció el hispanista francés, muy distinto al de hoy, aún rebosaba vida. Y el Mediterráneo que hoy agoniza tampoco es el puente de culturas que fue, la cuna donde nacieron las señas de identidad de nuestra civilización, entreveradas por mitos y ritos cuya reminiscencia, a veces, llegaron hasta nuestra época. Como las zaleas de los faluchos, de cuya existencia, hace muchos años, supimos por un amigo.

Notas del texto en Comentarios

2 comentarios en “La zalea de los faluchos, un talismán milenario #5.120

  1. Redaccion

    NOTAS

    (1) L. Suárez Ávila: “Puntualizaciones al artículo ‘Los exvotos pictóricos a la Virgen de los Milagros, Patrona de El Puerto de Santa María’ de Antonio Miguel Nogués Pedregal”, Revista de Historia de El Puerto nº10, 1993, en págs. 97-98. Auto sacramental llamado de La Perseverancia o El marinero y el demonio. Ed. El Boletín, 2018, págs. 18-19 y 69.

    (2) Javier Maldonado Rosso: “Introducción al subsector pesquero portuense en el siglo XIX”, Trocadero nº3, UCA, 1991, pp. 157-174.

    (3) Manuel Quero Oliván: “La construcción naval en Tarifa. El Falucho tarifeño o Gran Laúd (y II)”, Aljaranda nº60, 2006, pp. 10-15.

    (4) T. Chapa Brunet: La escultura zoomorfa ibérica en piedra. Universidad Complutense de Madrid, 1980, pp. 670-672 y 903-906.

    (5) De re rustica, libro VII, capítulo 2.

    (6) José Damián Dieste: Esquilas y estrellas. Cultura, ritos y creencias de los pastores del Alto Aragón. Zaragoza, 2016.

    (7) Exvotos marineros de la provincia de Cádiz. Diputación de Cádiz, 1991, pp. 70 y 89-92.

    (8) “Historia de Puerto Real: Los ojos de las barcas”, Puerto Real hoy (edición digital), 18-3-2017.

    (9) L’ Espagna, París, 1874. Viaje por España. Madrid, 1957, pp. 340-341.

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