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Manolo Figueroa. Un capataz de las cuadrillas de cargadores antiguas #5.558

| Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz.

Manuel Figueroa Rueda (1918-2002), fue un popular personaje y mejor persona, que nos dejó hace unos años. Me referiré solo a una de sus facetas, la de capataz de las antiguas cuadrillas de cargadores profesionales de pasos de Semana Santa, algo que las últimas generaciones no han conocido puesto que hace cuarenta años que dieron paso a las cuadrillas de hermanos costaleros.

Me contó esto que referiré, resumidamente, sentados una tarde en el bar de la calle Santa Lucía, esquina con Pozuelo. Refería con orgullo que fue el capataz del paso nuevo de la Veracruz en la procesión Magna, paso que incluso lo sacó cuando estaba en la ermita de la Sangre, en calle Palacio esquina con Nevería (donde estuvo el bar La Mina, frente al bar Apolo).

Después de referir las dificultades que presentaban en aquella época para los hombres que trabajaban debajo, buscando un jornal extra para sus casas, el deficiente asfaltado de las calles, algunas adoquinadas y otras con albero solamente, llena de baches y algunas con los temibles "chinos", cuyo último recuerdo que tengo es precisamente el de la calle Caldevilla.

1.179. MANUEL FIGUEROA RUEDA. Monosabio y hombre sabio.

 

De especial relieve, decía, fue su compromiso con la Veracruz. Cuando sacaron por primera vez el palio, ya en época moderna, recurrieron a su experiencia, negándose tajantemente por puro amor propio --ya las cuadrillas profesionales habían sido desmanteladas-- José María Rivas, el párroco, como Fernando Terry Merello y su madre, Doña Isabel, que eran sus jefes puesto que él trabajaba en las bodegas Terry, intentaron convencerlo, afirmándose en su negativa. Tuvo que ser su mujer quien, apelando sentimentalmente a su boda, y al bautizo de sus doce hijos, celebrados en San Joaquín y la propuesta de José María Rivas, de que lo realizara discretamente, casi anónimamente, solo la salida y la recogida, lograron convencerle. Me dijo que lo celebró con Fino Caribe, de las desaparecidas bodegas Sancho.

También presumía de haber sido el que sacó el primer paso de El Olivo, la entrada del palio del Nazareno en la Pescadería y otras muchas vivencias que harían demasiado extenso este recordatorio a su memoria.

No puedo, sin embargo, dejar de citar la anécdota más emotiva de toda su amplia carrera como capataz. Le sucedió en Rota, estando de capataz de la Soledad. Un señor, de apellido García de Quirós se acercó a él y le rogó que, cuando pasase por delante de su casa hiciera el favor de parar el paso para que lo pudiera ver su hija, que estaba impedida --tenía 18 años la joven--. Efectivamente, así lo hizo cuando le indicaron la casa de García Quirós, parando el paso delante del balcón de la casa, donde detrás del vano podía verse a una joven de larga melena, sentada en una cama de esas que se elevan con manivela. Después de girar el paso, para ponerlo frente a ella, mandó agachar a los de atrás, como si la Virgen quisiera empinarse para ver a la joven impedida. Todos lloraron.

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