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3.136. Pelayo Quintero Atauri. El arqueólogo y la Cueva de la Mujer en El Puerto.

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Intentaremos describirte, lector, en esta información de Heraldo de Madrid [firmada por Castor Patiño Sánchez el 9 de mayo de 193o y localizada y transcrita por Alejandro Día Pinto, el 9 de abril de este año], la visión dantesca de la cantera llamada cueva o gruta de la Mujer, y decimos lo intentaremos porque hay panoramas o sitios imposibles de describir ni de dar idea siquiera de su grandiosidad, aún valiéndose de la fotografía.

Tal ocurre con la cueva a que nos referimos. Igual que las catacumbas de Roma, a las que no cede ni en extensión ni en laberínticas, debe su origen a unas canteras explotadas desde hace más de treinta siglos. Acaso buena parte del templo de Hércules, en la isla de Sancti Petri, no lejana de este lugar, fuese extraída de la cueva de la Mujer.

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En la Cueva de la Mujer, Joaquín Calero Cuenca (2º por la Izquierda), Eduardo Ruiz Golluri, alcalde de la Ciudad, (5º por la Izquierda), el arqueólogo Pelayo Quintero Atauri (con barbas 6º por la Izquierda), Luis Perez Pastor editor de la Revista Portuense (1º por la izquierda abajo), Federico A. Sanchez Pece, secretario del Ayuntamiento (tirado en el suelo con bastón). El de la mano en el pecho junto a Ruiz Golluri puede ser Piodela (corresponsal de la Revista Portuense) A finales de la década de los años 20 del siglo XX. /Identificación de V.G.L.

Casi tenemos la convicción de que si los franceses o suizos o belgas, es decir, los países en que el turismo está tan desarrollado, tuviesen un sitio como las canteras de Puerto de Santa María, ya habrían hecho afluir hacia ellas una corriente de turistas y de ellos sacarían lo suficiente para sostener guardianes y obtener saneada fuente de ingresos.

¿No es deber de todos los españoles, cada cual en la medida de sus fuerzas, dar a conocer las bellezas de sus regiones o lugares y ponerlas de manifiesto para recreo de propios y extraños? Este es el fin que nos proponemos, y a fe que bien merece la cueva de la Mujer el que los turistas que recurran Cádiz y provincia la hagan una visita.

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Cómo y por quién supimos la existencia de las catacumbas de Puerto de Santa María

Invitados por nuestro admirado, el sabio amigo, el sabio arqueólogo D. Pelayo Quintero —luego te hablaré de él, estimado lector— a visitar las necrópolis fenicia, griega y romana, metódicamente por él descubiertas, me habló de la extraña belleza, durante el corto trayecto del Museo de Bellas Artes gaditano al sitio de las excavaciones, de las canteras conocidas con el nombre de cueva de la Mujer.

—No tengo la menor idea de ella, pues nadie me ha dicho nada acerca de su existencia.
—Si usted quiere, una tarde iremos a ella, y creo no le pesará efectuar el viaje, no sólo por lo pintoresco del camino, sino por la cueva misma, que con su grandiosa y arbitraria arquitectura muestra lo logrado por el trabajo constante del hombre en el transcurso de los siglos.
—Encantado, y más teniendo por guía a un hombre gran admirador del terreno y exquisito catador y conocedor de las cosas antiguas.

Porque he de advertir…; pero mejor es que diga quién es Don Pelayo Quintero, uno de esos trabajadores ignorados que viven en provincias, sin que conozcan su valer sino un reducido número de personas de la ciudad o población en donde viven. En cambio, en el mundo científico es bien conocido y apreciadas sus obras y excavaciones.

Merced a sus trabajos, las necrópolis de la zona fueron descubiertas con método, y han proporcionado inestimables datos sobre la venida y estancia de los fenicios a España. [...]

Es delegado regio provincial de Bellas Artes; director de la Escuela de Artes y Oficios; ídem de la Academia Hispanoamericana; delegado de la Junta Superior de Excavaciones; cónsul de Guatemala, y así hasta diecisiete cargos. Añade a esto treinta y cuatro años de servicios, y tendrás una idea de quién es D. Pelayo Quintero.

¿Para cuándo, Señor, se queda la medalla del Trabajo o la Cruz del Mérito Civil u otra condecoración análoga por las que se premia una labor tan intensa y prolongada? Porque hemos de advertir que sólo cobra por su cátedra en la Escuela. [...]

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Un cantero en plena faena con el pico, hacia 1925. / Foto, Justino Castroverde.

Una entrevista o charla a cincuenta por hora.

[Llegamos a El] Puerto de Santa María, con sus famosas bodegas y la mole gris de su penal; y así, como maravillosa cinta caleidoscópica, se va desarrollando el encanto de esta bahía de Cádiz, de mago atractivo.

Emplazamiento de las ignoradas catacumbas. La sierra baja de San Cristóbal

El «auto» se detiene un momento y enfila, por apenas perceptible carril, una ladera, se aparta a unos doscientos o poco más metros, y se para. Hemos llegado. A unos ocho kilómetros de Puerto de Santa María, entre Jerez y el histórico Guadalete, se levantan algunas colinas que siguen suavemente hasta llegar a la playa; es la sierra baja de San Cristóbal, en grandísima parte horadada para extraer la piedra arenisca, de la que están hechos Jerez, los dos Puertos, San Fernando y hasta algo de Cádiz.

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Según Pérez Fernández y López Amador, "La cantera de La Mujer en imagen que hacia 1925 tomó Justino Castroverde. Arriba, enmarcado por un óvalo, una cruz de Evangelistas.
Hace años un amigo que en los 40-50 se crió en la Sierra nos contó que su abuela le contaba –las tradiciones orales hay que escucharlas- que el nombre de La Mujer le venía de cuando una vez se adentraron en la cantera tres parejas de novios y salieron dos y media, porque de una de las jóvenes nunca más se supo. Antes de llamarse La Mujer era conocida por el apellido de su cantero más importante, Raison".

Frente a los manantiales de la Piedad, que surten de agua a la capital, encuéntrase una de las varias entradas a la explotación, y que da acceso a la Cueva de la Mujer, que forma solamente una pequeña parte de las canteras y que, por vez primera, reproduce la fotografía.

La impresión causada al viajero al encontrarse entre los ciclópeos muros que forman la calle de ingreso, capaz para el tránsito de vehículos y con el gran arco de entrada, es la de entrar en antigua fortaleza asirla o egipcia, con su cuerpo de guardia, cuyo dintel se percibe a la izquierda y en el que espera encontrar las siluetas guerreras de turdulos o tartesios, o de sus vencedores de Cartago, impidiendo el paso al interior…

Como visión dantesca se contempla, tan pronto se llega a la primera estancia, una serie de grandes graderías, de atrevidas y fantásticas líneas, con superficies reñidas con la geometría regular, y cubiertas de letreros y extrañas figuras, cuyo estudio sería curioso, y muchos de los cuales desaparecen entre la arena, que poco a poco va enterrando los más antiguos.

Ligera descripción del interior. Aspecto extraño de original arquitectura

Causa verdadero asombro el ver cómo en la construcción de aquellos grandiosos departamentos, como naves de fantástica catedral, no se haya seguido plan alguno, sino deseo de sacar materiales con mayor facilidad.

Esta carencia de pauta a seguir, esta falta de plan de explotación, ha producido la más extraña y original arquitectura que soñarse puede. Una decoración cubista para la representación de una obra de vanguardia, aun la más atrevida y producto de la febril imaginación del pintor, nunca pasaría de una infeliz y pobre parodia de la que aparece a los admirados ojos del viajero. Es algo absurdo, incongruente, exótico.

Aquí, una especie de rotonda, de altísimas paredes, como interior de horno gigantesco, cuya parte más elevada, y rara vez coincidiendo con el centro, está horadada y forma un tragaluz; con las paredes dando entrada a otras galerías, en las cuales los rayos del cegador sol de Andalucía producen los más sorprendentes y contradictorios efectos de luz.

Allí, la rotonda de irregular trazado circular se ha convertido en planta no prevista en la geometría; un arco, de arranque perfecto, se transforma por capricho del extractor de la piedra, al principio en un cuadrado, después en algo innominado, ya que es imposible describirlo geométricamente.

cueva de la mujer _ los pilares

Otra instantánea de J. Castroverde de La Mujer-Los Pilares.

Allá, una columna cuadrada en la base, hexagonal después y que acaba siendo o un prisma o un cilindro o un cono, unas veces regular y otras no, parece sostener un arco geométrico o irregular, partido en dos por la columna; otras veces el arco continúa, pero de arranque inverso varios metros más elevado del punto que le correspondería.

Acullá, el ingreso a las galerías es cuadrado, triangular, hexagonal…, de todas las formas posibles e imposibles, bien como tirados a cordel, ora con sinuosidades que rompen la armonía de la recta o de la curva.
Las galerías, si tal nombre puede aplicarse a la más ilógica arbitraria originalidad en las perforaciones, no puede ni intentarse siquiera el describirlas: tan singulares y extrañas son. Donde se cree que las paredes siguen una dirección que pudiéramos llamar normal se encuentra una excavación, cuadradas unas veces, circulares otras. Unas siguen el nivel del piso; otras se hunden en las entrañas de la tierra, formando otro piso de tan anómalas formas como el superior o una sima de varios metros de profundidad. Las hay de alto techo y de pocos metros; unas son cuadradas, otras semicirculares, triangulares éstas, aquéllas pentagonales, y todas comunicándose entre sí y con las rotondas.

De cuando en cuando, sin obedecer a otra ley sino la necesidad o el capricho, ancho tragaluz hace penetrar en aquellas sombrías estancias la nota alegre de un rayo de sol. El visitante, entonces, mira a su alrededor y le parece encontrarse en medio de algo imposible de definir, de algo que resiste a toda descripción. Los extraños cortes, los tonos variados de la piedra, la luz solar de mediodía penetrando por las altas claraboyas, el silencio majestuoso e imponente que allí reina, la visión de las innumerables rotondas y galerías, y negras simas con su sorprendente gradación de rayos luminosos, todo, en fin, dan un aspecto único y fantástico a través de lugares que más parecen fondos de cuadros dantescos o producidos por imaginaciones enfermas que una realidad tangible y material.

Desde luego, para visitar estas canteras se hace imprescindible la presencia de un guía o numerosas señales indicadoras. Por la Historia sabemos de algunos laberintos famosos, entre ellos el de Creta; pues bien: aseguramos que aquéllos no es posible fuesen más enrevesados que estas canteras. Ocupando una superficie de 25 ó 30 kilómetros cuadrados, aun con las varias entradas que tienen, hay cinco mil probabilidades en contra de una de no acertar con la salida y caminar kilómetros y kilómetros perdidos por las que, por darles algún nombre, llamamos rotondas y galerías.

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Carretero sacando su carro tirado por cuatro mulas de una cantera de San Cristóbal a fines del s. XIX. / Foto gentileza del Centro Municipal del Patrimonio Histórico

Y no se piense, una vez perdidos, en un auxilio del exterior; los tragaluces se asoman en el suelo de las colinas; pero como se han caído por ellas muchas reses, mayores y menores, que no han podido salvarse, ni aun siquiera pastores y cabreros transcurren por lo que pudiéramos llamar techo de las canteras o catacumbas, y éstos encuéntranse a veinte o más metros del suelo de las canteras.

Palabras finales
No creas, caro lector, que la pálida referencia que he intentado hacer del interior de estas cuevas es producto de la fantasía más o menos exaltada, de un periodista, o que tiende a «hinchar» la descripción de un sitio o cosa determinada. La realidad supera en mucho a cuanto pueda escribirse en gran número de casos y éste es uno de ellos. Nosotros nos hemos limitado a dar a conocer este sitio, ignorado aún entre gentes de los pueblos circunvecinos; nunca acostumbramos a escribir inexactitudes, y menos cuando la comprobación es tan fácil de realizar; así que ten la seguridad, lector, de que la Gruta de la Mujer es enormemente más fantástica de cuanto nosotros hemos podido decir, y si no, como dijo el otro: «Con verlo, basta».

Envío al Patronato [Nacional] de Turismo

Las canteras de Puerto de Santa María conocidas con el nombre de gruta o Cueva de la Mujer son dignas de visitarse por los turistas; para ello son necesarias tres cosas, indispensables todas, y de fácil ejecución dos de ellas.

Primera. La construcción de un trozo de carretera de unos doscientos o pocos más metros para unir la más pintoresca de las entradas con la carretera, y en ésta un cartel indicador.
Segunda. La colocación de gran número de señales orientadoras dentro del laberinto de las canteras; y
Tercera. Quitar la gran cantidad de arena procedente de las mismas excavaciones, si no en toda la extensa área de aquéllas, en algunas entradas y galerías más atrayentes y caprichosas, aun cuando todas lo son en grado sumo, para facilitar la entrada y el paso por esas rotondas y galerías.

Como es posible el acceso de carros —nosotros hemos visto las rodadas que hacen en la arena y las pisadas de las caballerías—, la visita a las canteras y su recorrido, sin bajarse los turistas del automóvil, sería algo tan nuevo y singular que creemos difícil que otro cualquier sitio del Mundo pudiera presentar cosa parecida, y el viajero quedaría verdaderamente admirado y encantado de lo que a sus ojos se ofrecía.

Es de esperar que el Patronato [Nacional] de Turismo recoja estas indicaciones y podría ofrecer en breve plazo a propios y extraños un espectáculo como habrá pocos en la Tierra. /Texto: Castor Patiño Sánchez

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