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A partir de 1840 los vapores fueron sustituyendo a los faluchos.

El brazo de mar que une El Puerto con Cádiz, el atajo y la alternativa al largo camino terrestre que bordea el arco de la bahía, fue una vía de comunicación abierta al tránsito de mercaderías y de gentes desde siempre, que es decir desde hace dos mil años, cuando Balbo el Menor fundó en la tierra firme frontera a Gades el Puerto Gaditano. Desde entonces y en todo tiempo la travesía debió realizarse en consonancia al mayor o menor desarrollo poblacional y económico de ambos enclaves en el curso de la Historia.

La primera mención a un pasaje la encuentro en la Crónica  de Alfonso X (1284), donde se refiere que en 1255, sublevado el Infante don Enrique a su hermano el rey Sabio, procedente de Lebrija y camino del destierro en el reino de Aragón, “fue al Porto de Santa María. Y como quiera que el lugar no era aún poblado, estaban  navíos y entró él en uno de ellos y fue por la mar a Cádiz…”.

UN MONOPOLIO DE LOS MEDINACELI

vapores2_2_puertosantamariaUno de los periodos álgidos de las travesías se vivió en tiempos de los Reyes Católicos, durante el último tercio del siglo XV e inicios del siguiente. En 1489 se cobraba a los portuenses por el pasaje 4 maravedís, 6 a los jerezanos y medio real a los demás foráneos, aunque los vecinos de Jerez de continuo se quejaban porque se les cobraba más de lo estipulado. Ya entonces –por antiguo derecho impuesto no sé cuándo- el paso de El Puerto a Cádiz estaba monopolizado por los señores de El Puerto, los duques de Medinaceli, y en sus manos permaneció hasta bien entrado el siglo XVIII, siempre explotado por vía de arrendamiento. /En la imagen de la izquierda, Luis Francisco de la Cerda, IX duque de Medinaceli (1689-1707). Retrato de Jacob F. Voet, hacia 1684. Museo del Prado.

Era la ‘renta del pasaje’, que proporcionaba a las arcas ducales estimables beneficios; y a quien osase contravenir el monopolio, la inmediata pérdida del barco infractor y una multa de 600 mrs. El privilegio provocó en repetidas ocasiones las quejas de los vecinos, hasta que en 1542 interpusieron pleito ante la Real Chancillería de Granada contra el duque, entonces don Juan de la Cerda, “que tiene puesta una Barca de pasaje en el Río que va del Puerto a Cádiz y no consiente que ningún vecino ni otra persona alguna tenga Barco en el dicho río ni nadie pueda pasar por otra parte sino por su Barca y la arrienda y el arrendador lleva excesivos derechos ahora sea rico o pobre el que hubiere de pasar”. Tampoco faltó por estos años la picaresca, porque fue costumbre que los tripulantes de los barcos exigieran a los forasteros “un quarto después que son salidos fuera del río”, leo en documento de 1536.

La exclusividad del pasaje continuó hasta el año 1743 (aun después de que El Puerto dejara de ser –en 1729- un señorío para convertirse en ciudad realenga), cuando una Real Orden de Felipe V eliminó el monopolio en razón a que “no ha habido título de concesión ni otro que la tolerancia anticuada, quiere Su Magestad que se quite enteramente este impuesto”. Pero los antiguos señores no cejaron en su pretensión, pues no fue hasta el año ¡1804¡ cuando la Chancillería de Granada definitivamente dio por zanjado el asunto.

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Navegando frente al Bosque de los Conejos del Coto de la Isleta. / Foto: Colección Miguel Sánchez Lobato.

Durante el siglo XVII, los barcos ducales del pasaje eran embarcaciones de porte, fragatas, los también llamados ‘barcos luengos’, con tres palos con aparejos de cruz y unos 30 metros de eslora. Notablemente mayores que los barcos del pasaje que se generalizaron en los siglos XVIII y XIX, los faluchos (o falúas y falucas), las embarcaciones empleadas desde la Edad Media en todo el Mediterráneo para la pesca y el comercio de cabotaje, arbolado con un palo inclinado a proa y vela latina. Fueron los barcos empleados en la travesía –más o menos acondicionados para ello- desde que se “liberalizó” el servicio en 1743 hasta mediado el XIX, cuando paulatinamente fueron desapareciendo ante la llegada de los “modernos” vapores.

TESTIMONIOS DEL PASAJE

vapores2_4_puertosantamariaLos testimonios de pasajeros que realizaron la travesía y que de ella escribieron son numerosos, especialmente durante el luminoso siglo XVIII gaditano y la decadente primera mitad del XIX. Acaso el más antiguo es de 1593, de un diario que a modo de guía de viaje escribió monseñor Camilo Borghese (1552-1621), a quien el Papa Clemente VIII envió como nuncio ante la corte de Felipe II. Recaló entonces en El Puerto, procedente de Sanlúcar, y escuetamente anotó: “A la salida de Sanlúcar saldrá una guarda para saber si llevan algo que deba aduana. Digan que no. Para ir al Puerto de Santa Maria, les saldrán dos guardas a enseñarles la guía que habían pedido en la aduana y darles algo. Ir a Santa Maria a dormir, y dejar allí las mulas, y pasar a Cadiz por mar, y volverse allí.” Hizo carrera monseñor, porque en 1605, a los doce años de su paso por la bahía,  fue elegido Papa con el nombre de Pablo V (pregúntenle a Galileo por él).   /En la imagen de la izquierda, el Papa Pablo V retratado por Caravaggio. Basílica de San Pedro del Vaticano.

vapores2_5_puertosantamariaPara ilustrar cómo eran aquellos viajes en faluchos surcando la bahía de Cádiz –siempre pintados con llamativos y chillones colores, al modo de las naves fenicias- no encuentro mejor manera que interpolar algunos fragmentos de las vivencias que dejaron escritas algunos ilustres personajes; que juntos pueden componer un pintoresco, aunque incompleto, cuadro. En 1794 el joven poeta sevillano José Blanco White dejó esta impresión de la travesía Cádiz-El Puerto: “…la comunicación entre estos dos lugares es tan constante como la de una gran ciudad con sus barrios suburbanos. Barcos llenos de pasajeros cruzan continuamente  la bahía desde el amanecer a la puesta del sol, aunque el viaje no deja de ser peligroso cuando sopla con fuerza el levante en verano o con los temporales del invierno. En la barra del Guadalete […] hay grandes bancos de arena que cambian de lugar y que todos los años causan no pocas víctimas. Los barcos de pasajeros suelen ir atestados de gentes de todas clases.”  /En la imagen de la izquierda José María Blanco White (1775-1841).

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El muelle de la Pescadería en un grabado de mediados del XIX.

EL EMBARQUE

Tradicionalmente, en El Puerto los embarques en los faluchos se hacían en el muelle de la plaza de la Pescadería y en la orilla inmediata a uno y otro lado (que no se canalizó con muralla hasta comienzos del XX). vapores2_7_puertosantamaria/En la imagen de la izquierda, Joseph Townsend (1739-1816).

Como testimonio de un embarque, plasmaré el de Joseph Townsend (1739-1816), un sacerdote, médico y geólogo inglés que en 1787 vino al Puerto: “Inmediatamente que hube llegado al Puerto de Santa María me informé de un barco de paso para Cádiz. Me dijeron en la posada que no pasaría ese día. A pesar de esa respuesta, fui a la orilla, donde pronto me vi rodeado de bateleros, que me aseguraron todos que había llegado demasiado tarde para el barco de paso ordinario, pero que por dos pesos fuertes podría tener uno para mí. No queriendo verme retenido allí todo el día, acepté la proposición y fui conducido a un barco medio lleno de pasajeros. Después de haber aguardado casi cerca de una hora antes de que estuviese completamente lleno, nos dimos a la vela. Como el viento era bueno, nuestro pasaje fue corto. Al dejar el barco tuve la mortificación de ver que cada pasajero no pagó más que dos reales o cuatro peniques y medio, en lugar de los dos pesos fuertes u ocho chelines, pero hubiera sido inútil quejarse.” Como ven, la misma “picaresca” que en 1489 y 1536, aún en práctica tres siglos después.

LOS REZOS FRENTE A SANTA CATALINA

Fue costumbre adquirida de antiguo que los tripulantes y pasajeros de los faluchos, tras salvar la barra del Guadalete, frente a la ermita de Santa Catalina (fundada en 1472, donde hoy perduran, pese a los estragos del tiempo y del abandono, las ruinas de la fortaleza de su nombre), ofrecieran una oración a quienes habían perecido tras naufragar en la barra y la Punta de Sta. Catalina (la de Alejandría).

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La peligrosa Punta de Santa Catalina. /Foto, Trotones de Arcos

El primer testimonio es el de un anónimo viajero francés que en un falucho rumbo a Cádiz embarcó en El Puerto el 5 de mayo de 1670, y escribió: “El sitio donde va a juntarse el agua de su canal con el mar es muy peligroso. Se llama Santa Catalina. Hay allí una capilla donde los marinos se ponen en oración en ese paso y advierten a los que conducen que se pongan también; porque allí naufragan a menudo los barcos. 

Al paso de un siglo, otro francés, el diplomático Juan Francisco Peyron, completó en 1773: “allí perecen  a  menudo barcos y los marineros no dejan jamás, cuando están en la barra, de rezar a las almas del Purgatorio para que intercedan por ellos, y la oración no se acaba sin una colecta.” Donativos que se entregaban a la Hermandad de la Santa Caridad, que de antiguo era la encargada de recoger los cadáveres de los náufragos y de sufragar con limosnas las misas de difuntos y sus entierros. (Entre los años 1675-1786 la institución enterró 185 víctimas ahogadas en la barra.) El mayor número se produjo unos años antes de venir Peyron, el 19 de febrero de 1765, cuando un golpe de mar arrastró hasta uno de los bancos de arena, volcándolo, al barco de pasaje llamado El Leoncillo, muriendo todos sus ocupantes. Desconozco cuántos, pero la Hermandad se ocupó de dar sepultura a dieciocho, todos gallegos, que en Cádiz buscaban el sustento. En enero de 1774 naufragaría, cuando transportaba un cargamento de trigo, El Soberbio, uno de los viejos barcos del pasaje aún propio de los Medinaceli.

vapores2_9_puertosantamariaBlanco White continuaba apuntando en 1794: …en medio de toda esta risa y griterío, en cuanto el barco llega a los bajos, el piloto alza su voz con gravedad digna de un sacristán y se dirige al pasaje con palabras parecidas a las siguientes: ‘Recemos por las almas de los que han perecido en este lugar.’ La piadosa exhortación del marinero tiene un efecto sorprendente sobre los pasajeros, y durante unos minutos cada uno de ellos en particular murmura una plegaria, mientras un grumete recoge unas cuantas monedas de cobre de entre los presentes, que se gastan religiosamente en decir misas por las almas del Purgatorio. Concluida esta ceremonia se reanuda la jarana, que dura hasta el mismo momento de desembarcar.” /En la imagen de la izquierda, Cecilia Böhl de Faber, Fernán Caballero (1796-1877).

Y Fernán Caballero, rememorando el año 1814, recién llegada con su familia a la bahía,  en Elia, o La España treinta años ha: “Pasada la barra, […] quitóse el patrón su sombrero y entonó en alta voz un Padrenuestro por las almas de los muchos que han perecido en aquel peligroso escollo.

Otro testimonio del mismo tono lo firmó, de la travesía que realizó en 1826, el marino norteamericano Alexander S. Mackenzie (1803-1848). Pocos años después debieron de perderse los tradicionales rezos frente a la Punta de Santa Catalina, seguramente cuando la ermita dejó de cumplir su función religiosa y los vapores paulatinamente se establecieron, al tiempo que los faluchos, los ‘barcos del pasaje’, fueron perdiéndose  hasta desaparecer. Pero no el espíritu y las maneras de la gente de aquí.

LAS FESTIVAS TRAVESÍAS

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Dos faluchos partiendo para Cádiz.

Es de resaltar la insistencia de muchos autores –nacionales y extranjeros- por remarcar el carácter festivo con el que los viajeros, en gran parte de las clases populares, hacían ‘la carrera’, con frecuencia convertida en diversiones populares improvisadas, envueltas por el mar, el olor, el aire, la luz y el cielo de la bahía. Muchos romances, canciones (como la célebre ‘playera’ de Curriyo el marinero), los primeros balbuceos del flamenco, los chascarrillos, las palmas, las voces altas y subidas de tono… De esto, Blanco White, que era más que medio inglés, decía: Cuando hace buen tiempo y la parte femenina del pasaje no está afectada por el miedo o los mareos, los pasajeros entablan la alegre barahúnda propia del carácter de los andaluces y que se conoce con el viejo nombre español de jarana […] No sé si seré capaz de darle una idea de esta diversión. No admite ninguna libertad de acción, pero tolera todas las palabras y frases gruesas que no constituyan una abierta indecencia. Es, si puedo usar la expresión, como una especie de tiroteo conversacional”. 

A LA FERIA Y LOS TOROS

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Faluchos abarlobados frente a la plaza de la Pescadería y el Castillo de San Marcos

Especialmente significados eran los días en que la bahía se plagaba de faluchos repletos de gaditanos e isleños y portorrealeños que a El Puerto venían a las ferias y a las corridas de toros.

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Un falucho. /Foto: Colección Miguel Sánchez Lobato.

En 1777 ya estaba establecida, en el paseo de su nombre, la Feria de la Victoria, durante la segunda quincena de agosto. Ésta era la del sainete La feria del Puerto, del gaditano Juan Ignacio González del Castillo (1763-1800), cuya primera escena arranca en el muelle de Cádiz con la riña de dos patrones de faluchos disputándose –como ocurría en verdad- el embarque de los pasajeros. La misma escena se repite en otro sainete, Los Faluchos del Puerto (1834), de autor gaditano anónimo, en el que muchos de los que se embarcan en faluchos en el muelle de Cádiz lo hacen para asistir a la Feria del Puerto. Esta no era la de la Victoria –hacía años desaparecida del calendario festivo-, sino la Feria de Santa Ana, ya existente en 1790 y celebrada durante tres días, del 26 de julio (su festividad) al 28, en el Campo del Socorro, junto a la ermita de Nra. Sra. del Socorro, posterior de San Antón.

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La Puerta del Mar y el muelle de Cádiz en 1904

Y los toros... capítulo aparte requeriría, por lo que me limitaré a reproducir dos testimonios. Éste de Pedro Antonio de Alarcón, rememorando su estancia en El Puerto en 1854: “Cuando estuve por primera vez en aquel país se iba al Puerto en vapor o en falucho, en tres cuartos de hora...¡De Cádiz al Puerto!, decían los cantos populares llamados caleseras, refiriéndose con especialidad a la complacencia de ir a los celebérrimos Toros del Puerto, que es como quien dice de este Puerto por antonomasia”.

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Al fondo, el muelle comercial y la plaza de la Pescadería.

Y el barón Charles Davillier,  Caballerizo Mayor de Napoleón III, apuntó en 1862: “Los toros del Puerto es el título de una canción andaluza, popular en toda España y que pinta maravillosamente el entusiasmo de los habitantes de Cádiz por la fiesta nacional.” Ciertamente, ésta fue la canción más popular y más cantada en la España de la segunda mitad del XIX: “dio la vuelta a Europa”, decía Antoine de Latour.  Se estrenó en 1841, con música de Francisco Salas (1812-1875) y letra del político gaditano Luis González Bravo (1811-1871), escrita un año antes de ser nombrado presidente del Consejo de Ministros. Comenzaba con el pregón... Que vivan los cuerpos buenos/ que viva la gente crúa. /¡Avechucho! atrácame ese falucho. / ¿Quién se viene?, ¿quién se múa? / Aquí tengo el cielo abierto, / ¡que se larga mi falúa!/  ¿Quién se embarca para El Puerto? /Texto: Enrique Pérez Fernández. Continuará 

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retratodelgeneralqueipodellano_oleolienzoEl general jefe del Ejército del Sur, Gonzalo Queipo de Llano, fue recibido en septiembre de 1937 en El Puerto de Santa María como un triunfador al estilo de los generales romanos. El militar había sido desterrado, con anterioridad por el gobierno monárquico, por su condición de republicano, cumpliendo su condena en El Puerto en una casa de la calle Cruces donde vivía y trabajaba en una explotación salinera de la Ciudad. Era muy amigo de Abelardo González Franco ‘el manco Guindate’ (ver nótula núm. 495 en Gente del Puerto).

Pero ya en el segundo año de la Guerra Civil, con Queipo de Llano con mando en el ejército sublevado y rebelado contra la II República cuyas ideas defendió, la Comisión Gestora Municipal, presidida Manuel Rives Brest en funciones de alcalde no electo, acordó el 31 de agosto, pocos días antes de su llegada a El Puerto,  nombrarlo Hijo Adoptivo, distinción que recibiría el 5 de septiembre del mismo año, cuando presidió en El Puerto una corrida patriótica a beneficio del acorazado "España". Era un hombre fuerte, un señor de la guerra, al que había que contentar e intentar sacar algún beneficio para la Ciudad. Como ha ocurrido y ocurrirá siempre.

revistaportuense_queipo_puertosantamariaEL PERGAMINO, UN AÑO DESPUÉS

El pergamino con el nombramiento de Hijo Adoptivo de El Puerto, realizado por el calígrafo José Luis Valero, no se expuso sin embargo hasta un año después, en septiembre de 1938, en un ‘céntrico comercio’ de la localidad. Posteriormente, claro, la entrega del pergamino... Aquel día septembrino de 1938, a primera hora de la mañana Queipo de Llano presidió la inauguración y bendición del monumento a los Caídos en la plaza de Cristobal Colón que inauguraba, (ver nótula núm. 1.257 en Gente del Puerto). En la ceremonia pronunció un  discurso el joven Augusto Haupold Agüera. Terminado aquel acto, el general dirigiría junto a su comitiva hacia el Ayuntamiento donde recibiría el el pergamino con el nombramiento de hijo adoptivo de la población que, como hemos señalado, celebró un año antes. Queipo visitó posteriormente el comedor de Auxilio Social y almorzó en la finca La Manuela. /En la imagen, portada de la Revista Portuense que recoge la visita de Queipo de Llano, en su edición del 7 de septiembre de 1937.

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En la imagen el presidente de la Comisión Gestora Municipal en funciones de alcalde en 1938, Antonio Rives Bret, acompañado del General Queipo de Llano, en la inauguración de la plaza de Colón y monumento a los Caídos, ya desaparecido. | Foto: Colección de Juan Antonio Lores Palacios, biznieto de Antonio Rives Bret,

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El Museo ABC (calle de Amaniel, 29. Madrid) presenta una muestra dedicada a Eulogio Varela (El Puerto de Santa María, 1868 - Cercedilla, 1955). Bajo el título 'Modernismo y modernidad', la exposición homenajea a quien fue inspirador de numerosos artistas. Diseñador, ilustrador, pintor, decorador... Un hombre del Renacimiento en la época del automóvil, que se celebrará entre el 30 de enero y el 22 de junio de 2014.

eul_varela_1_puertosantamariaVarela fue un artista polifacético que no solo destacó en la pintura, sino que fue un consumado ilustrador y un portentoso diseñador gráfico y de piezas de decoración, sin olvidar su labor pedagógica y teórica.

En 1898 comienza su colaboración con la revista Blanco y Negro, convirtiéndose en uno de sus artistas más relevantes y duraderos. Esta revista fue su gran plataforma de despegue. Una colaboración que tiene su auge en las primeras décadas del siglo que acababa de nacer y que se apaga con la llegada de la Guerra Civil.

Fruto de esta colaboración, la Colección ABC custodia casi un millar de dibujos originales donde abundan ilustraciones, pero también diseños de caligrafías, adornos o mobiliario. Esta muestra tiene como objetivo poner en valor a un gran artista, rescatarlo del olvido y mostrar por primera vez sus dibujos y diseños como mejor ejemplo de una trayectoria única.

FANTÁSTICO, ESOTÉRICO Y EXÓTICO.

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La muestra que acoge el Museo ABC reúne piezas que viajan desde el costumbrismo al realismo y al Art Nouveau. Encontramos la influencia japonesa, germana y vienesa, los simbolistas prerrafaelistas ingleses, las temáticas wagnerianas y su interés por el medievalismo. Hay hueco para lo fantástico y lo esotérico, lo religioso y lo exótico, para la naturaleza… Entre los temas que podemos encontrar en la exposición destacan la mujer y sus imágenes como esencia de modernidad, disfrutando de su nuevo rol social o en forma de carteles, como reclamo publicitario de una nueva sociedad basada en lo comercial. También hay escenas inspiradas en la vida burguesa, sus ocios y sus preocupaciones o su hipocresía.

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Más información: Homenaje en El Puerto en 1980.

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El Cádiz tras la explosión en el muelle del Vapor. Detrás, en el centro, el Hotel Vista Alegre.

Ocurrió  a las doce y cuarto de la noche del 9 de julio de 1929. Tenía que haber sido una noche más, pero el destino quiso que para el vapor Cádiz fuera la última. Estando atracado en el muelle del Vapor, su caldera explotó al quedarse sin agua. Tres embarcaciones pesqueras, además del vapor, se fueron a pique, ocasionando el estampido el repentino susto a más de medio Puerto así como graves desperfectos en los tablones y herraje del muelle y la muerte a Joaquín Cano Paz, Carichi, un popular vendedor de coquinas que en la Plaza de Abastos se buscaba la vida y que en el Cádiz acostumbraba pernoctar. Se recogieron trozos de maderas y cristales del vapor a más de 50 metros del muelle. En noviembre una grúa pontona extrajo los restos de la embarcación, costando la operación 3.000 pesetas.

El suceso lo reflejaron los Niños vestidos de corto en el Carnaval de 1930. Así decía  la copla de Joaquín Suano: “Cádiz de mis entrañas, vapor del Puerto, Dios lo tenga en la gloria al pobrecillo que se quedó muerto. Estábamos en el Parque con papá Suano, y venían los tablones, las planchas y los pasamanos. Los pasajeros que ahora se embarcan no se marean, ya no molesta el humo que echa la chimenea. Del mismo susto mamá Gatica se desmayó, se le retiró la leche y nos cría a biberón.

Más allá del funesto percance, la explosión del Cádiz conllevó el fin de un largo periodo y el comienzo de la saga de los Adriano. Después de 89 años surcando la bahía para cubrir ‘la carrera’ (como se llamaba, ya en el siglo XVIII, a la travesía entre El Puerto y Cádiz), los vapores de pasajeros dejaron de cumplir para siempre su tradicional función. Al Cádiz le tocó ser el último vapor. Todo comenzó a fines de 1840…

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El Real Fernando en dibujo de Antonio Fitz, 1819. Museo Naval de la Torre del Oro de Sevilla.

EL BETIS

El 12 de diciembre de 1840 el Ayuntamiento otorgó la primera concesión del ya denominado muelle del Vapor –en el mismo lugar que hoy- a la gaditana Sociedad de Retortillo (promovida por José María Retortillo Imbrech) para el embarque y desembarco de pasajeros y cargamentos de su vapor Betis; que llevaba tras de sí una destacada historia, pues fue, con el nombre de Real Fernando con el que fue bautizado, el primer barco de vapor abanderado en España.

Construido en Triana, en el astillero de Los Remedios, se botó el 30 de mayo de 1817 por la Compañía de Navegación del Guadalquivir  para cubrir la línea entre Sevilla, Sanlúcar y Cádiz. Su casco era de madera, achatado, de poco calado y revestido con planchas de cobre. La máquina, inglesa, impulsada por ruedas de paletas situadas en los costados le permitía navegar a 6 nudos. La chimenea se alzaba en la mitad del casco, y debajo estaba el compartimento de la maquinaria, aislado con una cámara rellena de serrín para disminuir el calor que desprendía la combustión del carbón. El flamante vapor costó 20.000 pesos.

vapores1_3_puertosantamariaAl paso de los años, el Real Fernando o el Fernandino, rebautizado como Betis, cambió las aguas del Guadalquivir por las del Guadalete. En ellas seguía en julio de 1843, cuando en él embarcó un ilustre pasajero: el español más conocido de su tiempo, el general Baldomero Espartero, que alcanzó la más alta instancia del Estado en mayo de 1841, cuando asumió la Regencia. Su gobierno, caracterizado por una decidida política progresista y un talante cesarista, le granjeó en los tres años que duró su mandato la enemistad de muchos. Sublevados al general algunos compañeros de armas (Narváez, Serrano…), comenzó la huida de Espartero hacia el sur…   /En la imagen de la izquierda el general Espartero retratado por José Casado de Alisal. Congreso de los Diputados.

La noche del 29 de julio de 1843, perseguido por una columna militar, entró, a caballo, en El Puerto, siendo aclamado por sus incondicionales en el Café Nuevo, en la calle Larga. Aquí pernoctó, en la casa de doña Manuela del Castillo (la misma en la que en octubre de 1823 se hospedó Fernando VII), y al amanecer, acompañado de sus más fieles seguidores (entre ellos, el alcalde, Francisco Nicolau), en el muelle del Vapor embarcó en el Betis para Cádiz, de donde partiría, en el navío Malabar, rumbo a su destierro en Inglaterra. Lo contó Pérez Galdós en el relato Bodas Reales (cap.V) de sus Episodios Nacionales: “Espartero llegó al Puerto de Santa María sin más ejército que su escolta, sus ayudantes y un grupo de fieles amigos […] Refugiados en el vapor Betis, firmó el Regente su protesta, último resuello de un poder expirante”.

LOS VAPORES DE LASERRA Y DEL CORRAL

vapor1_4_puertosantamariaEl Betis fue remplazado en marzo de 1844 por el Veloz, propio del vecino de Cádiz Rafael Laserra. Pero el negocio no prosperó –los altos impuestos del Ayuntamiento- y a los tres meses el vapor se fue a Sevilla. Lo sustituyeron en agosto del 45 dos vapores de Pedro del Corral, de fabricación inglesa, el Andaluz y el Infante Don Enrique. Éste llegó desde las rías gallegas, donde cubrió la línea La Coruña-Ferrol (la misma que casi un siglo después realizó el Adriano I antes de su arribo al Guadalquivir y a la bahía de Cádiz). En él embarcó, en noviembre de 1846, el autor de Los tres mosqueteros, Alejandro Dumas, de cuya travesía dejó constancia en su libro De París a Cádiz (1847). Ambos fueron sustituidos en 1848 por un tercer vapor del mismo empresario, el Nerea, que continuó haciendo las travesías durante dos años y para el que se construyó una casilla de despacho de los ‘boletines’ al lado del muelle, frente a la recién inaugurada Posada de Vista Alegre.  /En la imagen de la izquierda, Alejandro Dumas (1802-1870).

LOS AÑOS DE GONZÁLEZ DE PEREDO, 1847-1872

vapor1_5_puertosantamariaLa corta permanencia de estos primeros vapores cambió a raíz de la concesión del servicio que el Ayuntamiento le otorgó en junio de 1847 al santanderino, avecindado en Cádiz, Juan González de Peredo. Durante un cuarto de siglo, hasta 1872, sus dos vapores, el Hércules y el Relámpago prestaron la función de forma simultánea e ininterrumpida. Antes, por encontrarse en ruina, Peredo sufragó la construcción de un nuevo muelle a cambio de su uso exclusivo. Y en la calle Puerto Escondido instaló los almacenes y la fragua de su empresa, y enfrente (antes de que se ganara al río el espacio que en 1895 ocuparía el Parque Calderón) en 1854 levantó otro muelle. Este año, en agosto del 54, recaló en El Puerto otro escritor francés, Antoine de Latour, que hizo la travesía en uno de los vapores. Lo contó en su obra La Bahía de Cádiz: “...a cierta distancia de la desembocadura, se eleva el Puerto de Santa María, o, como lo denomina la gente, el Puerto. Se comunica con Cádiz mediante un servicio de vapores que hacen el trayecto varias veces al día, siguiendo el horario de las mareas. El único obstáculo que encuentran es la barra del río cuya movilidad es a veces peligrosa para las barcas pero que sólo constituye un obstáculo y retraso para los vapores. [...] El vapor, cargado de pasajeros hasta zozobrar no es suficiente para tal número de curiosos; [...] Como ya dije, del Puerto de Santa María se va a Cádiz en un vaporcito que hace la travesía en menos de una hora. Cuando el tiempo es bueno y el mar está en calma es un agradable paseo, sobre todo si algún guitarrista quiere amenizarlo con sus canciones.” /En la imagen de la izquierda, Antoine de Latour (1808-1881).

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Y proseguía contando en verso su experiencia de aquella jornada en el Hércules o el Relámpago cuando un joven ciego acompañado de una guitarra cantó algunos romances y coplas de tono picante de las que circulaban por la Baja Andalucía a mediados del XIX. Debió pagar Latour 5 reales si hizo el viaje en popa, o 3 rs. si ocupó la proa, que entonces eran los precios de los boletines.

LA FAMILIA MILLAN, 1872-1929

Recién disuelta la empresa de González de Peredo, el 28 de octubre de 1872 comenzó la que andados los años se convertiría en la etapa más prolongada -57 años continuados- de la historia de los vapores de pasajeros entre El Puerto y Cádiz, por obra del emprendedor y naviero gaditano Antonio Millán Carrasco, fundador de la ‘Línea de vapores Millán’. Primero solo y luego con sus cuatro hijos (Antonio, José María, Salvador y Federico M. Núñez, bajo la sigla comercial ‘Antonio Millán e Hijos’) conformó, desde sus oficinas de la gaditana calle Nueva esquina a San Juan de Dios, una amplia flota de vapores que empleó en distintas rutas: en la bahía, además de la indicada, de Cádiz a Puerto Real, a La Carraca y al Dique de la Trasatlántica; con destino a otros puertos andaluces: Algeciras, Gibraltar, Sanlúcar, Sevilla y Huelva; a otros puertos peninsulares por las rutas del Mediterráneo y del Cantábrico; a las plazas norteafricanas de Ceuta, Tánger, Larache, Mogador y Casablanca; y a las Canarias. Al fallecer el fundador hacia 1916, los hijos continuaron  su labor agrupados en la sociedad ‘Herederos de Antonio Millán’.

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La plaza de las Galeras desde el muelle del Vapor de Millán. La caseta a dos aguas de la derecha era un urinario público.

En 1891 se instaló en la margen izquierda del río, frente a la calle Valdés, un varadero-emparrillado para la reparación y limpieza de los vapores. Y en 1901, tras largos e infructuosos intentos siempre paralizados por la burocracia municipal, consiguió construir un nuevo muelle del Vapor (el que destrozó el Cádiz en 1929) que remplazó al viejo y destartalado que levantara Glez. Peredo en 1848.

Fue tradicional que la llegada de los vapores al Puerto se anunciara con dos pitadas, al pasar por la plaza de la Pescadería y al atracar al muelle. Y cuando partía a Cádiz, con tres sonoras pitadas, tal como lo continuaron haciendo -¿a que las oye todavía?- los Adriano.

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Que me conste, ocho fueron los vapores de la familia Millán que se emplearon en la línea Cádiz-El Puerto. No siendo posible aquí hacer una detallada historia de cada uno, me limitaré a apuntar la relación de los sucesivos vapores que se incorporaron a la travesía, no sin antes decir que en los primeros años, entre 1874 y 1879, la empresa de Antonio Millán tuvo la competencia de la llamada ‘Vapores del Puerto’, del gaditano Simplicio José Navarro –que había sido su socio-, quien puso en servicio el vapor Luisa, expresamente construido para cubrir la travesía y de la que fue patrón el portuense Andrés Montes.

DE EL PUERTO A CÁDIZ. 

El servicio entre El Puerto y Cádiz lo inauguró en octubre de 1872 el San Antonio, cubriéndolo hasta 1883. Ocupado luego en otras líneas en la bahía, continuaba activo en diciembre de 1902, cuando entró en el Guadalete remolcando una balandra cargada con maquinaria para la fábrica de cervezas de los hermanos Tosar de la calle Larga.

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Imagen propiedad del Centro Municipal de Patrimonio Histórico.

El Emilia (el nombre de la esposa de Millán) prestó la función, siendo su patrón el portuense Joaquín Gómez Roldán, entre 1883 y 1895, compartiendo los viajes a partir de 1888 con el Puerto de Santa María, que continuó hasta 1921, cuando dejó de surcar la bahía transportando pasajeros para reconvertirse en una gasolinera mercante.

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El Vapor Cádiz. /Foto: Archivo Luis Suárez Ávila.

En 1895 se incorporó a la flota el Cádiz, acaso el más emblemático de los vapores de los Millán, el del trágico fin en el verano del 29. (Un año antes sucedió en él otro suceso: al acceder al vapor su patrón, Antonio Bruzón, resbaló, se dio un golpe en el vértice de la cabeza y pereció ahogado. El cadáver se recuperó a los tres días, frente a Luja.) El Cádiz se botó en el gaditano astillero de Vea-Murguía el 6 de marzo de 1894, por iniciativa del naviero gaditano Modesto Martínez Escauriaza, pero no pasó a manos de Antonio Millán, por compra al extractor de vinos jerezano Ricardo Ivison, hasta abril del 45. Tenía 30 metros de eslora, 5 de manga y 2 de puntal, desplazando 183 toneladas con motores de 200 caballos. Fue diseñado por la empresa londinense ‘Novelli y Cía’. Al principio tenía capacidad para 210 pasajeros: 150 en dos cámaras (de primera en popa y de segunda a proa) con dobles hileras de bancos, y 60 bajo una toldilla central con bancos corridos. En 1917 fue reformado íntegramente, pasando a tener cabida para 320 (el Adriano III, con 5 metros menos de eslora, podían ocuparlo 200 pasajeros).

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 A bordo del Vapor Cádiz. /Foto: Archivo Luis Suárez Ávila.

vapores_anuncio_1903_puertosantamariaEn marzo de 1901 comenzó a navegar el Puerto Real, también construido en el astillero de Vea-Murguía y con diseño basado en el Cádiz, aunque algo menor: 27 metros de eslora, 5 de manga y 1’88 de puntal, desplazando 100 toneladas. Tenía la particularidad de que los interiores de las cámaras se decoraron con motivos árabes. Muy bonito, sí, pero sus prestaciones dejaron mucho que desear, originando frecuentes quejas de los viajeros, especialmente por su limitada y desesperante velocidad. Al año de botarse, en abril de 1902 se incorporó a la travesía el Mercedes (el nombre de una hija de Millán), hasta entonces dedicado a la línea  Algeciras-Gibraltar, que al contrario que el Puerto Real, por su comodidad y rapidez contó con el beneplácito de los viajeros. Ambos dejaron de hacer la travesía ya mediado los años 10. /En la ilustración de la izquierda, anuncio del Vapor en la Revista Portuense, año 1903.

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El vapor Cádiz. /Foto: Colección Miguel Sánchez Lobato.

En 1914 se sumó a la flota el Violeta, que no era un vapor, sino un barco con motor de explosión alimentado con gasolina, aunque, por la tradición acumulada, se le continuó llamando vapor, como continuaría ocurriendo hasta nuestros días con las motonaves de los Adriano. Aún cubría la travesía en el verano de 1926, al tiempo que las compartía con el Cádiz y, sólo en ocasiones puntuales en la década de los 10, especialmente cuando en el coso portuense se celebraban corridas de toros, con el Cristina.

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El Cádiz, el último vapor. /Colección Manuel Pacheco Albalate.

Tradicionales fueron aquellos auténticos DÍAS de toros de antaño, cuando la bahía se poblaba de todo tipo de embarcaciones para asistir a los espectáculos. En ocasiones, los vapores –por ejemplo el Infante Don Enrique en 1846- remontaban el río –ay, Guadalete- hasta el embarcadero de El Portal para recoger a los aficionados jerezanos, al igual que lo hacían con los isleños en el puente Suazo.

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A bordo del Cádiz con sombrero jipi japa. /Foto Colección Miguel Sánchez Lobato.

Larga historia la de los vapores de pasajeros entre Cádiz y El Puerto, como después fue la de los Adriano, pero no tan dilatada como la de los legendarios ‘barcos del pasaje’, la de los faluchos que cubrieron la carrera antes de los vapores. De ellos escribiré en una próxima entrega. /Texto: Enrique Pérez Fernández. 

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images"El ruido acompasado de la imprenta, el olor de la tinta, todo eso, oído y olido desde la calle, me recuerdan otros olores, al pasar: el del vino de las bodegas; el zumbido de la fábrica de harinas; el olor a resina y el sonido cortante de las sierras de la Aserradora Pastor, o el de las Aserradoras de las cajas de pescado; o el olor a brea de la Bajamar…" Luis Suárez Ávila.

Pregones antiguos de cemitas, arropías, aceitunas, currucos, higos chumbos 'al buen higo -albuhigo-, ... Y algún desvergonzado vendedor de higo que le dice a alguna mozita: 'Niña, ¿te pelo el jigo-?. O cuando te metes por el Mercado de Abastos y los pescaeros te interpelan para que te lleves su mercancía, 'un rancho', al final de la jornada... El sonido de las bocinas de las sirenas de las bodegas para entrar, salir o descansar: las de Terry, Osborne y la de Caballero que todavía funciona.

El graznido de una gaviota en el Guadalete: algo parecido a un 'cacacacacaacaca'. Me recuerda una canción que empezaba con murmullo de mar y sonido de gaviotas: "Aquí viene el paso caliente" de Ini Kamoze ("Here comes the hot stepper"). El sonido, ya desparecido, del Tren de la Costa -el tren de Rota y Chipiona- que iba paralelo a la Avenida de Sanlúcar, el Molino Platero, la Variante de Rota, y aquellos comentarios: 'Me cago en la leche que mamó el tren de Rota', por su potente silbato.

El campanario de la Prioral por la Patrona o Domingo de Ramos tocando a Gloria. Y el crotorar de las cigüeñas -'tra trac'-. La voz de Merche Macaria cantando el Ave María de Caballero, todos los años por la Patrona. El silencio. El silencio de la Procesión del Nazareno. El sonido antiguo de la Lonja del Pescado subastando la pesca -de madrugada-. El grito de un capataz mandando un paso de Cristo o Virgen de la semana santa. Una saeta de Aroa Cala. Los clarines de la Plaza de Toros. El acompasado ruido de un coche de caballos camino de la Feria. El sonido al entrechocar unos catavinos con fino de El Puerto. El viento contra las velas en una regata. El bocinazo del Vapor que, se ha cogido un respiro, quizás para no volver. /Texto: José María Morillo.

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tomascologanosborne_puertosantamariaTomás Cólogan Osborne nació en El Puerto de Santa María, el 4 de mayo de 1920. Era hijo de Antonio Cólogan Zulueta y de Elisa Osborne Vázquez. Tenía seis hermanos más siendo Tomás el mayor. Su infancia la disfrutó en la casa paterna de la calle Pagador frente a la Iglesia Mayor Prioral, que ahora la ocupa el Museo Municipal.

Del él solo se guardan unas pocas fotos y su breve y triste historia que nunca olvidaremos en mi familia. Sólo tenía dieciocho cuando su vida se terminó y lo hizo de una manera cruel e inhumana. Su muerte cayó como un mazazo en su familia. Moría el hermano mayor, el guía para sus hermanos más pequeños y el orgullo de sus padres. Después de su muerte en 1938 ya nada fue igual.

En la madrugada del 6 de marzo de 1938, Tomás se encontraba embarcado en el crucero nacional Baleares, que navegaba acompañado de los navíos de igual clase Canarias y Almirante Cervera, todos bajo el mando del contralmirante Vierna. En el momento en que la flota partía de Palma de Mallorca se produjo un encuentro fortuito con la flota republicana, procedente de Cartagena, a las 00:45 horas de la noche. La flota republicana estaba formada por el crucero Libertad, el Méndez Núñez y dos flotillas de destructores, que representaban una fuerza superior a la nacional y necesitada de victorias, pues su inactividad estaba ocasionando un debilitamiento de la moral en su bando. A las dos de la madrugada, tras varios contactos entre ambas flotas, se encontraron a tan solo unos 2.000 metros de distancia, abriendo fuego, inicialmente, el crucero Baleares e iluminando con bengalas a la flota republicana. A este ataque respondió el crucero Libertad, y tras él, los destructores Sánchez Barcaíztegui, Antequera y Lepanto lanzaron una andanada de torpedos que impactaron en el Baleares. Inmediatamente se divisó una columna de humo de más de 1.200 metros de altura. Tras el impacto, el almirante republicano González Ubieta, ordenó el alto el fuego y ambos bandos abandonaron el combate.

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Dos destructores británicos, el Boreas y el Kempenfelt, que observaron la explosión, se dirigieron a toda máquina a la zona de combate. A las 3:50 h, el crucero Baleares seguía en llamas y se distinguía a los hombres en el agua. Cuando el Canarias intentó ir al rescate, el Baleares ya se estaba hundiendo, arrastrando a 788 hombres, pereciendo todos sus jefes, la casi totalidad de sus oficiales y la marinería. Solo se salvaron 460 hombres gracias a la ayuda recibida de los buques británicos. Fue el mayor desastre ocasionado en un buque de guerra en la historia de la marina española. A las 07:20 horas, reaparecieron los cruceros nacionales, iniciándose el traslado de los heridos. El Canarias permaneció con las máquinas en marcha y no arrió ningún bote, en previsión de otro posible ataque, que efectivamente se produjo a las 08:58 horas, cuando una formación de nueve Tupolev SB-2 Katiuska bombardearon los buques, llevándose la peor parte el Boreas, en el que se produjo un muerto y cuatro heridos. Triste tributo para una acción tan desinteresada.

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Tomás escribió en 1937 la siguiente carta desde el crucero Baleares y a sólo cinco meses del trágico hundimiento: A bordo 5 de octubre de 1937. ¡Viva Cristo Rey! ¡Arriba España!. Sr. D. Juan Lamamié de Clairac: Querido amigo: Como verás te escribo desde el invencible Crucero «Baleares». Por fin pude embarcar y aquí me tienes en Ferrol paseando por cubiertas y sollados o por las calles de esta simpática ciudad. Estoy muy contento, ya que es la primera vez que estoy haciendo algo por la patria en un puesto de vanguardia. Creo que dentro de unos 10 días nos darán permiso a los andaluces para ir a casa, yo me figuro estaré entre ellos, si no es así el día que llegue a esa te pondré un telegrama para que vayas a la estación y podamos charlar un rato. Yo iré con un muchacho del Puerto y  pensamos parar en las principales ciudades para aprovechar la ocasión y poder verlas, así es que espero que irás y nos enseñes algo de Salamanca.  Y de tu familia, ¿tienes buenas noticias?, espero que sí. Me he encontrado aquí a un muchacho de [...] muy amigo de Semprún y que estuvo en Curia el primer año, se llama Maríano Sachamargo, quizás le conozcas.  Bueno Juan, pues hasta pronto, porque espero que me den permiso aunque no me puedo hacer muchas ilusiones. Un abrazo muy fuerte de tu mejor amigo. (Tomás Cólogan Nº 566. Crucero «Baleares». Biblioteca. Ferrol) /Texto: Carlos Cólogan Soriano.

Más información en GdP: Nótula 1.545 Cuatro portuenses en el Crucero Baleares.

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   Desde que una tarde lluviosa de invierno te sentaron en la bodega de Osborne encima de un señor con falda con pintas de no haber pisado jamás una barbería, y que amablemente te entregó un paquete grande envuelto en papel de embalar, ya nunca te abandonó la intuición de que, hubiera lo que hubiera dentro, eran la magia, la ficción y el juego los verdaderos regalos que debías cuidar con esmero el resto de tu vida.

Poco importó que años más tarde un día de fin de año descubrieras por casualidad un paquete parecido encima del mueble de la cocina, confirmando lo que el listillo de la clase había venido propagando desde el inicio del curso: que los reyes no eran tres, sino cinco, y que una de ellos era reina. Aquella primera pérdida de la inocencia cambió para siempre tu manera de mirar el mundo, pero con el tiempo te alegraste porque esas dos nuevas incorporaciones al cortejo real humanizaron aún más el establo de Belén. De hecho, aquellos magos,  que no venían de Oriente sino de una infancia de pan negro y tuberculosis, también tenían poderes sobrenaturales. Con un sueldo miserable, cuando lo había, hacían, nunca mejor dicho, unos números prodigiosos. Pucheros que aumentaban el tamaño de la olla; prendas que traspasaban armarios al inicio de cada estación; cuentos y tebeos que crecían y se multiplicaban en el liberato de Casa Juana, la biblioteca pública de la época.

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Fachada de la Biblioteca Pública, en 1971. Estaba situada junto al Ayuntamiento, sobre la Comisaría de Policía. /Foto: Rafa. Archivo Municipal.

En lo sustancial, eres el mismo mocoso que espera con ansiedad que le cuenten buenas historias con las que poder seguir iluminando las habitaciones oscuras de la infancia. El adulto que, a pesar de los achaques, acude cada sábado con sus compañeros al patio del recreo a echar un desafío aunque sea de portero y que sigue gritando mientras corre hacia el centro del campo que penalti gol es gol. El que subido a la torre más alta del Exín Castillos se reconoce sin avergonzarse en el niño que juega abajo con sus amigos a las chapas, al boli o al trompo. El que colorea los días grises de la madurez con el estuche de lápices Alpino.

Nadie envejece por dentro si sigue creyendo a pies juntillas en la magia, la ficción y el juego, esos regalos antiguos que, si se cuidan bien, duran toda la vida. /Texto: Pepe Mendoza.

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dionisiogomezcarvajal_casa_puertosantamariaDomingo López de Carvajal vivió y murió en El Puerto, aunque nace en el pueblo gallego de Santa María de Duancos en 1697, emigra tras la muerte de su padre a México, regresando a finales de la década de los 30, para establecerse en nuestra ciudad, donde desarrolló su actividad comercial como Cargador a Indias.

Ya en El Puerto se casó con Margarita Carrión Benavides, perteneciente a una familia de la nobleza media urbana de caballeros de hábito. Domingo López asciende socialmente y solicita la hidalguía. Pasó la mayor parte de su vida en El Puerto, donde es recibido como 'hijodalgo' por el Cabildo local. En cuanto a su residencia en nuestra ciudad ocupó la casa que se encuentra junto al actual instituto de Santo Domingo, donde hasta hace poco se ubicaban unas oficinas del Área de Bienestar Social del Ayuntamiento. Perteneció a la alta burguesía de negocios, constituida por cargadores a Indias, aunque de una manera peculiar pues se interesa en la inversión en propiedades inmobiliarias y bienes muebles, siendo propietario en El Puerto de un buen número de fincas. /En la imagen, casa blasonada de Domingo López de Carvajal, en la calle Santo Domingo, donde en el siglo XX estuvo la Academia de Bellas Artes, los Juzgados y el Área de Bienestar Social.

Aunque su actividad comercial apenas ha sido investigada, el profesor Juan José Iglesias dice de él que "estaría entre los tres únicos cargadores que superan o igualan la cantidad de 100.000 reales", comparándolo con Diego Vizarrón. De la documentación consultada no parece que Domingo López fuese naviero además de cargador, más bien tienden a corroborar que cargó las mercancías en barcos que no eran de su propiedad.

domingolopezcarvajal_expediente_puertosantamariaFUNDACIÓN DE ALGAR.

López de Carvajal, vizconde de Carrión y marqués de Atalaya Bermeja funda en 1773 la villa de Algar con el nombre de Santa María de Guadalupe. Dicho noble adquirió las tierras al Ayuntamiento de Jerez por 155.000 ducados. Se dice que lo hizo para cumplir una promesa al naufragar durante un viaje desde México a España. La donación se establecía con arreglo al reparto de 25 fanegas de tierra, una yunta de vacas y casa para cada uno de los 90 pobres de solemnidad reclutados entre las poblaciones de Bornos, Ubrique, Benaocaz y Villaluenga del Rosario. Los favorecidos habrían de abonarle al fundador la octava parte del producto anual, incluyendo ganado, y sembrar la mitad cada año. Algar significa cueva en árabe, y es posible que ello derive de las muchas que existen en su dominio. El pueblo de Algar mantiene una relación especial con el virreinato, ya que ostenta el patronato, único en España, de la Virgen de Guadalupe de México. /En la imagen, portadilla de su expediente de nobleza que se conserva en el Archivo Histórico Municipal.

Aunque la leyenda relaciona la creación de Algar con una promesa realizada por su fundador a la Virgen de Guadalupe, lo cierto es que la iniciativa de López de Carvajal coincidió con la política de colonización y explotación de nuevas tierras, emprendida por la administración.

Sea como fuere, decidido López de Carvajal a establecer una nueva población, compró en 1757 las dehesas de Algar y Mesa de Sotogordo al Concejo de Jerez. Poco después, en 1766, solicitó permiso al gobierno para instalar a 90 colonos con sus familias. El proyecto, que contemplaba la cesión de una casa y un lote de tierra a cada colono -que debería entregar a cambio una octava parte de la cosecha-, fue aprobado por Real Provisión de 13 de octubre de 1773.

virgenguadalupe_puertosantamariaEl nombre está compuesto del artículo 'al' y el lexema 'gar' que significa concavidad o cueva en árabe. Este sustantivo puede deberse a la cantidad de cuevas que existen en sus proximidades. En Algar, el proyecto de López de Carvajal fue haciéndose realidad, siendo completado por sus sucesores, que dotaron al pueblo de casas capitulares, pósito, cárcel, carnicería y posada. Desde un primer momento, sus habitantes se dedicaron a tareas agrícolas y ganaderas, actividades que se combinan en la actualidad con otros sectores económicos como la industria de la piel, el trabajo de la madera y las cooperativas agrícolas y ganaderas. Fue artífice también de la fundación del municipio gallego de Castro de Rei, en 1776.

VIRGEN DE GUADALUPE.

López Carvajal dejó la impronta de su viaje a México fundando Algar y extendiendo en la ciudadanía portuense su admiración por la Virgen de Guadalupe azteca. De muestra, las representaciones guadalupanas de los conventos de las Concepcionistas o Capuchinas o los desaparecidos Monasterio de San Miguel Arcángel o de las Madres Agustinas. Octogenario, vital y perseverante, fallece en El Puerto un hombre que se debatió entre sus universos mentales y materiales, dejando a medias el sueño por cumplir, la consolidación del municipio de Algar, buen ejemplo de la aportación portuense al entorno más cercano. /Texto: Enrique Bartolomé.

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En 1914, mientras el mundo se levantaba en guerra, era alcalde de El Puerto de Santa María, Manuel Ruiz-Calderón y Paz. Los militares porteños se negaban a participar en los desfiles procesionales de aquel año.

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Anuncio en el carné de verano de El Puerto de Santa María, donde se hace un símil entre el bar llamado Verdún, en la calle Ganado y la Antigua de Cabo. En la Batalla de Verdún, los alemanes resultaron vencidos en dicha localidad francesa durante la I Guerra Mundial. /Ilustración: Archivo Municipal.

La Primera Guerra Mundial, también llamada la Gran Guerra, se iniciaría el 28 de julio de 1914 finalizando el 11 de noviembre de 1918, que involucraría a todas las grandes potencias mundiales enfrentadas en dos bandos: los Aliados de la Triple Entente y las Potencias Centrales de la Triple Alianza.

En los años de la Gran Guerra, nuestro país sirvió de sustento a las potencias que intervenían en el conflicto, exportando productos de primera necesidad, lo que elevó los precios del consumo interior, desestabilizando el poder adquisitivo de los trabajadores, dificultando el acceso a los mismos. En El Puerto se vivió una gran agitación social: la clase trabajadora solo veía como beneficiados a los patronos, tomando un fuerte impulso el asociacionismo sindical, pasando de 9 sociedades obreras en 1914, a más de 20 al finalizar la década.

José-Font-y-de-AntaEn 1914 Pedro Muñoz Seca estaba ya consolidado como autor teatral, colaborando con diversos autores, entre los que destacan Pedro Pérez Fernández y Enrique García Álvarez con quienes, ese año, estrenarían ‘Fucar XXI’, obra escrita en común por los tres autores.

En 1914 el pintor Joaquín Sorolla visita El Puerto de Santa María, buscando la inspiración para el que sería su sexto panel para la decoración de la biblioteca de la Hispanic Society of America, una de las cinco obras dedicadas a Andalucía, ‘El encierro’.

El pintor Enrique Estévez Ochoa, más conocido por su firma ‘Enrique Ochoa’ se traslada a Madrid en 1914, con 23 años y, desde su primera exposición el año de la primera conflagración mundial, hasta la Guerra Civil, llegará a realizar una veintena de exposiciones en España, Francia e Italia, además de concurrir a otros certámenes y exposiciones colectivas, como los Salones de Humoristas, la Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, los Salones de Otoño... /En la imagen foto dedicada (4/12/1914) a la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia del violinista y compositor José Font y de Anta que a los 22 años conquistó el primer premio del Conservatorio de Bruselas, y que fue miembro de una generación de músicos -todos muy conocidos en su época- por sus importantes contribuciones sobre todo a la música cofrade y procesional. /Foto y pie: Academia BB.AA. Santa Cecilia.

El fundador de la Revista Portuense, Dionisio Pérez Gutierrez había resultado elegido diputado a las Cortes españolas en 1910, de la mano de Canalejas por el distrito de El Puerto de Santa María, por el partido liberal, causando baja el 2 de enero de 1914. Volvería a ser elegido diputado en las elecciones de 1918, --el año que finaliza la Gran Guerra-- también por El Puerto (obteniendo 2.787 votos de 4.632 votantes), cargo que mantuvo hasta el dos de mayo de 1919.

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Año 1914, en el Colegio de los Jesuitas. José Francisco Añino Gil, quien tuviera el taller de motos y bicicletas en la calle Albareda, es el primero por la izquierda en la segunda fila, con camisa blanca y corbata.

Aquel año de 1914, el Estado cedía al Ayuntamiento de El Puerto de Santa María los terrenos del solar y edificio de la basílica de San Juan de Letran –calle San Juan arriba, esquina con Santa Fe— pero con la condición de su reversión al Estado si al cabo de cuatro años no se edificaba en ellos.

En 1914, el Athletic Foot-ball Club, de El Puerto, recibía la invitación para participar en el Campeonato de Andalucía ‘Copa del Duque de Santo Mauro’, organizado por la Escuela Naval Militar Sporting de San Fernando, según recogía la revista decenal ‘Deportes’, dedicada a los aficionados a las Cienteas, Artes, Literatura, Sports y de Sociedad, que se editaba en Cádiz.

El que fuera Obispo de Kansas (EE.UU.) de la Iglesia Metodista Episcopal e inspector de las misiones de esta confesión religiosa en Europa, conservaba en su archivo privado sendas fotografías monumentales de El Puerto fechadas en 1914.

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Estación de Ferrocarril de El Puerto.

La Compañía Belga de los Ferrocarriles Vecinales de Andalucía, que tenía en servicio la línea Jerez – El Puerto de Santa María, puso en circulación en dicho tramo en 1914, un automotor térmico de dos ejes, motor de gasolina de 50 CV, que disponía de 8 plazas de 1ª clase, trece de segunda y 21 de tercera y furgón. El primero que circulaba con esas características por la vía ancha española. Había sido construido en Francia dos años antes.

Natalicios y óbitos: Nacía el Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz Lozano, cuya abuela materna, era de El Puerto de Santa María; nacía, también, el industrial de frutas y verduras Agustín Vela Mariscal. Nos dejaba el músico Rafael Taboada Mantilla.

archivohispalenseEn el número 20 del Archivo Hispalense del año 1946, (Tomo VII. Pgs. 225-227) está recogida esta «Noticia sobre los ‘belenes portuenses’, que el zamorano Angel Peña Martín enviaba a nuestro embajador del belenismo porteño, Vicente Rodríguez Gimenez, --administrador de Sucesores de Angel Martínez-- y que reproducimos para los lectores de Gente del Puerto.

Existen muñequeros populares que realizan durante el año su tarea de figuraría tosca que, por este tiempo cercano a la navidad, se encargan de extender como mercancía de trueque, por toda la región andaluza, expendedores ambulantes, aceptando en cambio los trapos inservibles de las casas, que son enviados luego a los telares regeneradores de tejido. [En el caso de Ángel Martínez, que trabajaba en el Colegio de San Luis Gonzaga, vendía figuritas a los hijos de la burguesía andaluza que estudiaban en ese centro; tuvo una gran producción ayudándole hasta 20 aprendizas, lo que propició que figuritas suyas se extendieran por Andalucía, Extremadura y Sudamérica].

angelmartinez_retrato__puertosantamriaEntre las poblaciones españolas que se distinguen en la producción de figuras de nacimiento, destaca el Puerto de Santa María, con un taller familiar que ha llegado a alcanzar justo renombre en España e Hispanoamérica. Al tratar aquí este tema, no tenemos otro interés que el de registrar en Archivo Hispalense las noticias que hemos podido adquirir sobre el orígen, desarrollo y estado actual de esta industria , que pone el nombre de nuestra región a la mejor altura en este aspecto de la producción de las figuras de nacimiento.

Nuestro colaborador ilustre don Hipólito Sancho afirma que el origen de la industria artesana local de figuras de barro cocido para nacimientos es muy remoto. Tal vez pueda demostrarse documentalmente alguna vez la versión que atribuye a un discípulo de Salcillo la implantación en El Puerto de Santa María de esa labor artesana. De este escultor existen en esta ciudad todavía algunos misterios magníficos, muy superiores a los que aún producen los talleres murcianos de figurería. /En la imagen, Ángel Martínez.

hipolitosanchodesopranis_puertosantamaria copiaLos portuenses que, como suele decirse, peinan canas, recuerdan que hace cincuenta años [es decir, a finales del siglo XIX], aproximadamente, la producción de figuras estaba en manos de algunas señoras particulares de la localidad, especialmente en las de dos que, por más conocidas, se les llamaba las muñequeras en razón de su trabajo. Desaparecidas estas señoras, que mantuvieron hasta hace unos cuarenta años [año 1906] el último taller importante, los continuadores trabajaron con mala fortuna y peor orientación, y por repetir constantemente los mismos modelos, produjeron una lamentable decadencia artística. /En la imagen, Hipólito Sancho.

En realidad, fue siempre una industria en pequeño, estrictamente de artesanía, cuyos productos se extendían sólo en los meses de noviembre y diciembre en tiendas que se abrían expresamente para este menester, en El Puerto, Jerez y Cádiz; poblaciones que absorbían toda la producción, no de mucho volumen por cierto.

am_estantes_puertosantamariaHace cosa de treinta años [año 1916] un hábil carpintero, llamado Ángel Martínez, hombre ingenioso y con temperamento artístico, quiso elevar el nivel de la industria y comenzó sus tarea recurriendo a escultores para que les proporcionaran modelos adecuados; pero fracasó en el intento, pues solo obtuvo figuras amaneradas sin ningún carácter. Ni siquiera tenían la gracia ingenua y fragante de las tradicionales figuritas toscas de nacimiento. Pero el maestro Ángel era tenaz en sus empresas y decidió acometer de nuevo la tarea, comenzando por perfeccionar sus naturales condiciones para el modelado. Logrados los modelos personales que su gusto peculiar exigía, montó taller y horno y lanzó figuras variadas y graciosas, muy correctas dentro del género; con lo cual despertó el interés de los compradores y dio nueva categoría artística y nueva vitalidad material a lo que ya resbalaba por la pendiente del olvido. /En la imagen, estanterías con la producción de Ángel Martínez. /Foto Colección Vicente Rodríguez.

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Grupo costumbrista de Ángel Martínez. Un carretero transporta una bota de vino, junto a un letrero que señala la dirección 'El Puerto de Sª María-Sevilla'. /Foto: Colección Vicente Rodríguez.

Lo que no pudo hacer Martínez fue formar discípulos que continuasen su obrar, mantenida, sin embargo, mientras vivió con la ayuda de su esposa y una sobrina y esforzándose en atender las crecientes demandas nacionales y de los países hispánicos --sobre todo de la Argentina-- que estimaban sobremanera los grupos y figuras portuenses.

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La Anunciación a los pastores, figuras de Nacimiento del taller de Angel Martínez. /Foto: Archivo Hispalense.

El benemérito maestro Martínez falleció en 1945, no sin conocer el halago del reconocimiento oficial que el nuevo Estado --tan propicio a reavivar la artesanía folklórica nacional-- hiciera de su arte, otorgándole premio en una exposición característica.

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Nacimiento costumbrista con figuras del imaginero porteño. /Foto: Colección Vicente Rodríguez.

En la actualidad, la producción de figurería de nacimientos en el Puerto de Santa María, está mantenida por personas de la familia de Ángel Martínez, que desde luego realizan una producción estimable, como calidad artística, pero tan escasa que no cubre una mínima parte de la demanda comercial. Sería de desear que no decayese de nuevo esta producción de encantadoras figuras, que llevan a los hogares por modo misterioso, la ternura y el gozo que emanan los Nacimientos, que invita a cantar: ‘Venida es venida/ al mundo la Vida...’, bajo el altísimo eco de las sublimes palabras: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». /Texto: Pedro de San Ginés.  Diciembre de 1946.

 

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