El pasado sábado, primer día de otoño de un infausto 2012 en que la economía nos ha bajado de las nubes y se ha llevado hacia ellas a personajes relevantes de la vida nacional y local. Nombres como: Mingote y Tapies, Carrillo y Fraga, Marquitos y Zárraga, Pepe Rubio, Paco Morán y Sancho Gracia, Marisa Medina y Pedro Maciá entre muchos otros, y en El Puerto: a Faelo Poullet, Fernando Gago, Vicente el del Bar, Miguel Marroquín o Paco Artola. En casi todos los desparecidos era previsible por su elevada edad o enfermedades graves.
El viernes me llamaron para darme la triste noticia del fallecimiento de Antonio Vázquez, el indigente de los perritos, y hoy me dirigía por la calle Nevería hacia la Placilla donde Antonio se situaba a diario. Mediada la calle, dos señoras y un señor hablaban en voz alta sobre la noticia del vagabundo; el tono de voz me permitió enterarme de sus comentarios, por lo que al llegar a su altura me detuve y, tras unos segundos en los que intercambiaron distintas presuntas causas del óbito entre las que incluían sobredosis de droga, no pude contenerme; intervine visiblemente molesto y les increpé.
“--Disculpen, ¿están ustedes seguros de lo que están diciendo?” “--Eso es lo que dice la gente”, me respondieron. “--El vagabundo de los perritos solía molestar a los viandantes de la calle Misericordia”. “--Perdonen, pero el vagabundo de los perritos se llamaba Antonio, era amigo mío y no responde en absoluto a la imagen que están propalando sin más base que los rumores”. “--Era una buena persona y gozaba del afecto de numerosos vecinos que le ayudaban a subsistir”. Reconocieron el error y admitieron que mi versión sería más cierta que las habladurías sin fundamento porque lo conocía.
Me despedí y continué hacia la Placilla. Sentí impresionado, el vacío en el escalón donde Antonio se sentaba junto a sus perritos. Entré en El Cafetín y pregunté por él a la chica camarera del establecimiento. Con tristeza me respondió que había fallecido días antes, pero no conocía los detalles. Alguien me informó que en la chabola en la que vivía lo encontraron exánime. La presencia de la policía, un coche fúnebre y que lo trasladaron al Instituto Anatómico Forense de Cádiz para realizarle la autopsia, era todo lo que se sabía. No hay otra noticia.
Yo me he quedado sin la relativa amistad derivada de cortas charlas que con él mantenía en las mañanas de los sábados. Sus deudos más afectados son sus perritos; se quedaron huérfanos y no quisieron moverse de allí. Triste noticia a añadir, pues estaban bien alimentados y recibían las constantes caricias de su dueño y amigo. En ellos volcaba su soledad de cada noche y lo que le restara de pureza de sus sentimientos sin otro acomodo para depositarlos que en ellos.
¡Cuánto lo siento, Antonio! indigente de los perritos como yo lo llamaba. Te prometo que todos los sábados, cuando pase frente al Cafetín, me vendrá a la memoria tu
recuerdo, tu mirada triste, franca y agradecida, tu voz cansada y animosa, tus frases halagadoras para los que te dejaban alguna ayuda y la sonrisa para los que no lo hacían. Yo al menos así lo veía; respeto a los que tuvieron otra experiencia; no fue la mía. Descansa en paz, Antonio, y ya nos veremos. (Texto y foto: Alberto Boutellier Caparrós).
Más información de Antonio Vázquez en GdP.
EL INDIGENTE DE LOS PERRITOS (I)
EL INDIGENTE DE LOS PERRITOS. (II).




















Algunos niños de su edad se acercaban a ellos para verlos entrenar e, incluso, algún atrevido a participar con ellos en sus ejercicios. Aquella ilusión y sueño se fueron haciendo realidad y pasaron a ensayar en la sala de baile 'Picnic' en la calle Santa Clara, cuyo propietario era Ismael, el del 'Castillito de La Puntilla'. En aquel 'Picnic' empezaron a actuar en directo y de allí tomaron el nombre de 'Los Picnic de El Puerto'. La sala se llenaba para verlos actuar en directo. Sus paisanos estaban entusiasmado con 'Los Picnic', que se iban haciendo hombres y acróbatas profesionales. /En la imagen de la izquierda, Los Picnic actuando en la Plaza del Polvorista, en el Circo de los Hermanos Riola.


TELEVISIÓN ESPAÑOLA.



En cierta ocasión nos invitó a comer caracoles a su casa el cantaor José de los Reyes ‘el Negro’. Creo recordar que venían, entre los invitados, Miguel ‘el Gitano de Bronce’ y mi inolvidable amigo el guitarrista Robertito Ceballos. Cuando entramos en su cuarto, se habían escapados los caracoles, y estaban de paseo por la pared. ‘El Negro’ nos decía: «--Esperarse, que los caracoles se guisan muy pronto». Le tuvimos que convencer para que los cocinara otro día. (Texto: Antonio Cristo Ruiz).
Por el tiempo y la ignorancia olvidamos a personas que marcaron en su época una actividad artística en nuestra ciudad. Este es el caso de una estupenda cantaora y bailaora porteña, conocida como Rosa ‘la Chiva”. Trabajo me ha costado averiguar quién fue nuestra protagonista.
HABLAN DE ‘LA CHIVA’.
José de los Reyes ‘el Negro’: «--Rosa cantaba y bailaba, muy bien por fiesta». Pepa Campo: «--Era mayor que yo de edad, y una persona muy corta de genio, y estupenda cantaora y bailaora». Mi inolvidable amigo Ramón Orillo, me comentó: «--Yo no la escuché cantar, ni la vi bailar, pero mi abuela Antonia, ‘la Obispa’, decía de Rosa, que era un bicho cantando y bailando, por Luisa del Puerto, era muy humilde y rarita de carácter». /En la imagen de la izquierda, José de los Reyes 'el Negro'.


El poniente está protegido con plásticos y restos de una lona ferial con rayas blanquiverdes, como las del Betis. Junto a la entrada, un soporte de hierro sostiene una baldosa que sirve de velador y sobre la que reposa un vaso con agua. Al oeste y pegada a la balaustrada del malecón, dos de los esféricos remates cubiertos por recipientes de aluminio para pollos asados, marcan a modo de gálibo los límites de su propiedad. Tres mástiles sobresalen de la techumbre, que coronada con un cajón de madera, simula una chimenea.