
(En la imagen, retrato de Modesto Barragán, caracterizado de José I ‘Pepe Botella’ y a su derecha, óleo con la imagen verdadera del fallido rey de las Españas, durante el pasado pregón del Carnaval de El Puerto 2010).
El pasado día 5 de febrero, se cumplieron doscientos años de la entrada de las tropas napoleónicas en El Puerto, donde durante el asedio del ejército francés a Cádiz había de mantenerse el cuartel general del I Cuerpo Imperial hasta el 25 de agosto de 1812. Casi con la vanguardia de este ejército, que mandaba el general Agustín Darricau, llegó el propio Rey José I, que estuvo en la ciudad del 16 al 25 de febrero.
Un recorrido por las actas capitulares de aquellos días revela, sin embargo, que la entrega la había decidido el cabildo portuense ya el día 1 de febrero, alineándose con la suerte seguida por Jerez a donde, en vista de "las noticias esparcidas sobre la aproximación del ejército francés" y "para tratar lo más útil a la salvación del pueblo", había enviado dos días antes a los regidores Juan Mª Añino y Miguel Bocanegra para conocer las decisiones de aquel cabildo y con la instrucción concreta que "caso que el ejército francés ocupare aquella ciudad se presenten a su comandante en jefe pidiéndole le manifieste su determinación sobre este pueblo".
Conocido el informe de estos regidores, el cabildo portuense decidió que ellos y los diputados de fiestas y del clero pasasen "a Jerez o al sitio que juzguen más oportuno para recibir y cumplimentar al Ejército francés y su comandante en jefe una legua de distancia de esta ciudad, dando parte a ella con oportunidad para que su Ayuntamiento, con su corregidor y demás vecinos de distinción, salga a recibirle con la solemnidad que acostumbra en su formación a las entradas de este pueblo".
Para el alojamiento de los franceses fueron comisionados el diputado de Guerra, Mariano de la Vega, y otros dos regidores: Diego Amador y Andrés Piña. Quedaba preparado el abastecimiento de trigo y de carne e incluso se acordó "hacer arcas" y entregarlo al comisario de Guerra, aunque extrayendo 34.000 reales pertenecientes al Hospital de la Providencia.
Inútil resultaba el alistamiento general para tomar las armas que se había llevado a cabo en la ciudad tan sólo tres días antes, precedido incluso de la predicación de una misión, aunque ya se había paralizado, al disponer el cabildo el día 30 que el pueblo permaneciese tranquilo y que los que habían sido alistados el día anterior se dedicasen a sus ocupaciones "pues nada se dispone de su marcha por ahora".

El momento histórico en el que se desarrolló el pregón de Carnaval 2010, el del 19 de febrero de 1810, 200 años antes del día en el que Pepe Botella ya está en El Puerto de Santa María- lleva solo unas horas ya que llegó la tarde anterior para asistir a la corrida de toros con la que le agasaja el ayuntamiento a la que prácticamente no acudió nadie de la ciudadanía. (En la imagen, óleo de Juan Lara. 'Corrida de Toros en la Plaza de la Herrería').
Sí fue efectiva para la defensa de Cádiz la decisión del cabildo portuense del 31 de enero de no cortar entonces el puente de San Alejandro "teniendo presente que ya se halla en la ciudad de Jerez un Ejército nuestro a cargo del Excmo. Sr. General Duque de Alburquerque, (en la imagen de la izquierda) a quien se le podría impedir el paso en una desgracia, obligándolo a entregarse o capitular, y atendiendo también a que la operación de cortar el puente de San Alejandro es instantánea y puede verificarse en el momento de mayor urgencia".
Era la respuesta portuense ante una orden del mismo día del gobernador de Cádiz, don Francisco Venegas, quien decía que "en la premura de acercarse el enemigo, es indispensable impedirle el paso por todos los medios posibles. Entre todos es el principal cortar los puentes por donde puede dirigirse a esta Plaza. Así lo ha determinado esta Junta Superior de Gobierno y lo comunico a V.S. para que sin pérdida de momento se ejecute, previniendo igualmente a ese pueblo por un edicto que en esta ciudad no se admitirán mujeres, niños ni ancianos y que sólo encontrarán en ella su asilo los jóvenes y hombres robustos que se presenten armados o vengan con designio de armarse, pues debe ser este el punto de reunión para atacar al enemigo y rechazarlo librando de su dominio a los pueblos de la comarca…"
Era también la respuesta que enviaba al cabildo de Puerto Real que, el mismo día y con dos escritos llenos de inquietud, había pedido igualmente a El Puerto las órdenes "que esta villa ha de practicar sobre y en razón de su defensa, mediante a carecer de persona que la dirija, pues está decidida a correr la suerte de esa ciudad" y preguntaba "si se ha de cortar el paso del río San Pedro, previniéndole que en esta villa no hay pólvora, cartuchos ni ninguna clase de armas". (En la imagen, tomo con las actas capitulares).
De la situación en El Puerto en aquellos días finales de enero de 1810 nos da idea la fuga, ante la orden de su traslado dada por el gobernador de Cádiz, de los vecinos franceses que se encontraban detenidos en el monasterio de la Victoria, de los que sólo quedaron cuatro enfermos y los ancianos, o el traslado unos días antes, el 25, a la Nueva Población de San Carlos de los 878 prisioneros franceses que permanecían en el Real Hospicio de Misiones y su embarque en pontones surtos en la Bahía, cerrándose con estos acontecimientos un ciclo de patriotismo vivido en la ciudad desde el levantamiento popular al favor de la monarquía española y contra la dominación francesa llevado a cabo el 29 de mayo de 1808. (Texto: José Ignacio Buhigas).


Eusebio Pérez Fernández, nace el 8 de febrero de 1967 en Cádiz, aunque a los tres días ya estaba en su casa de la calle Federico Rubio. Se consideera portuense hasta la médula si bien reside en Sevilla desde 1996 por cuestiones profesionales, aunque reconoce que Sevilla le ha conquistado pues su profesión le ha permitido vivir una ciudad a la que ama de la misma manera que El Puerto. "Amo las dos ciudades a las que considero compatibles, disfruto con sus gentes, sus calles, sus plazas, sus monumentos... aunque también sufro cuando se las maltrata, en más ocasiones de las deseables".

Fueron años duros, pudo conocer de cerca las consecuencias de la actividad terrorista y cómo afectaban aquellos asesinatos sin sentido a sus compañeros y a él mismo, aunque también guarda muy gratos recuerdos que hablan de la bonhomía de los guardias y su espiritu de sacrificio. Tras la experiencia, que siempre marca, en la Guardia Civil, decidió recuperar los estudios de Periodismo mientras compaginaba los libros trabajando en verano como socorrista de Protección Civil en las playas portuenses y, de noche, de pinchadiscos en diferentes locales de moda como los desaparecidos “ El Convento” o el pub “ A tope”. (En la imagen, Eusebio, en la Academia de la Guardia Civil, en Baeza).






Procura ir todo lo posible a El Puerto, de vacaciones, fines de semana y en Semana Santa, donde hasta el año pasado ha cargado el palio de La Piedad (en la imagen de la izquierda), bajo la maestría de su capataz Juan Luis Gutierrez y de Gabriel Heredia, apoyado por su hermano, Ignacio Pérez, veterano patero del palio. «Tengo la espinita clavada de la Feria, soy feriante de los “jartibles” de los que llega a las diez de la mañana, aunque me suelo marchar en cuanto cae la noche, pero no consigo que en los últimos años me cuadren las fechas. Necesito El Puerto. Mi esposa dice que me cambia la cara cuando veo el Parque Acuático y es bastante posible que sea así. No me pierdo, los sábados, pasear temprano por los puestos de pescado de la plaza, ir al muelle del vapor a escuchar los pitidos del Adriano III, tomarme mi café en El Liba y reunirme con mi suegro y con mi hermano Ignacio , en un lugar al que le tengo verdadera devoción como es la Taberna Obregón, donde departo con veteranos portuenses con los que se me cae la baba escuchando anécdotas de El Puerto de hace décadas». A eso, le llaman calidad de vida.

Pintor, dibujante y grabador, Francisco Lameyer y Berenguer, nace en El Puerto de Santa María en 1825, localidad a la que llegó su abuelo, natural de Bremen, como vicecónsul de Prusia. En 1839, Lameyer llega a Madrid, traído por su tío el general de la Armada Dionisio Capaz, al quedar viudo. Con catorce años Lameyer ingresa en los talleres de Vicente Castelló. Su facilidad para el dibujo, le lleva rápidamente a colaborar en publicaciones de la época y en 1841 se matricula en la Academia de San Fernando, hasta 1843, dejando constancia por un ejercicio que allí se conserva y firmado al reverso por su maestro, Juan de Ribera. En aquel tiempo, contrajo matrimonio con Isabel Soriano, sobrina del Conserje de la Academia y tuvo dos hijos, Francisco de Paula y Alfredo, muertos ambos a temprana edad. (En la imagen, Francisco Lameyer, en un cuadro pintado por Raimundo Madrazo en París, en 1866).
Academia - para socorrer al Papa Pío IX en la revolución italiana y en 1854 como destinado en Filipinas, en su aifición por los viajes a países exóticos para descubrir el Lejano Oriente. (A la izquierda, firma del pintor).
De vuelta a Madrid, alterna prolongadas estancias en París junto a la familia Madrazo. Una larga enfermedad le lleva a fallecer en Madrid en 1877. Francisco Lameyer forma con Leonardo Alenza y Eugenio Lucas la escuela madrileña costumbrista llamada de "veta brava" en la estela dejada por Francisco de Goya a innumerables seguidores, pero su encuentro con Fortuny en África y su admiración por Delacroix le llevarán al orientalismo como estilo y temática predilecta. (En la imagen, 'Moros corriendo la pólvora'. Museo Lázaro Galdiano. 1860). (Texto: Fernando J. Martínez Rodríguez).

Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, príncipe y general francés, exponente de las tendencias más reaccionarias de la Restauración nació en Versalles en 1775. Era hijo primogénito del conde de Artois, que llegaría a ser rey de Francia con el nombre de Carlos X, a quien acompañó al exilio al estallar la Revolución Francesa en 1789. Diez años después se casó con su prima María Teresa Carlota, única hija de Luis XVI y de María Antonieta, que había sido liberada por los revolucionarios en 1795.


Dionisio Capaz y Rendón nació en El Puerto en 1780 y murió en Madrid en 1855. En 1799 sentó plaza de guardiamarina, embarcando en el Conquistador , que mandaba Churruca, y al año siguiente ascendió a alférez de fragata. Participó luego en la expedición francesa de Leclerc a Santo Domingo, y en 1802 en la Comisión cartográfica que debía levantar los planos del archipiélago griego. Asistió a la batalla de Trafalgar, embarcado en el Bahama, y fue hecho prisionero por los ingleses. Al ser puesto en libertad se reintegró a Cádiz, ascendiendo a alférez de navío, y sucesivamente a teniente de fragata y de navío.
MINISTRO DE MARINA.
RETRATADO POR FRANCISCO LAMEYER
Abelardo González Franco, era el pequeño de los seis hijos del matrimonio formado por Antonio González Ávila natural de Medina Sidonia y de Francisca Franco Felices natural de Morón de la Frontera, asentados en El Puerto a principios o mediados del siglo XIX. Familia de ricos agricultores antiguos de El Puerto, poseían fincas de labor en propiedad y arrendadas, casa grande con granero y cuadras en El Ejido de San Juan, negocios de transporte con carros, tanto de mulos como de bueyes, (estos heredados de la familia Felices) teniendo en exclusiva el acarreo de carbón de la serranía de Cádiz a El Puerto.
Más tarde se casó con Manuela Gutiérrez, natural de El Puerto. Al igual que Abelardo, Manuela era una persona muy querida por todos los que la conocían, llegando a conocerse por “Tía Manola” sobrenombre puesto cariñosamente por sus cuñados. El matrimonio tuvo 5 hijos: María, Abelardo, Manola, Manuel y José (Pepete), siendo éste último el único descendiente directo que aún continua entre nosotros viviendo en la vecina localidad de Rota. (En la imagen, Tía Manola).
EL MANCO CUATRO MIL REALES.
PERCANCE CON LA JUSTICIA.
LA ÚLTIMA DÉCADA.


Allí aprendería las primeras reglas y, con seis años se vería de monaguillo, a las órdenes de su padre, el Sacristán, en San Joaquín. Luego estudiaría en el Pósito de Pescadores, en Puerto Escondido, aunque por poco tiempo: hacía falta arrimar algún dinero para la familia y dejó pronto la escuela. (En la imagen, Ramón de monaguillo, en 1926).


LA GUERRA Y SU NOVIA.







Seguramente, para la gran mayoría de ciudadanos y ciudadanas, el nombre de Blas de Lezo les es desconocido. Quizá hayan oído hablar de una fragata de la Armada que lleva ese nombre y la gente de la vela sabrá que hay una importante regata nocturna que organiza el Club de Mar Puerto Sherry -el pasado 2008 asistió el actual Marqués de Ovieco, descendiente de Lezo-. Pero, por fortuna, en los últimos meses la figura del insigne marino vasco Blas de Lezo y Olavarrieta (también conocido como El Almirante 'Patapalo') ha sido difundida a través de conferencias, artículos periodísticos y radiofónicos, cientos de páginas web -algunas de ellas con errores y anacronismos-, varios vídeos que se pueden visionar en 

se fueron acentuando en los distintos frentes en los que participó. Era tuerto, cojo y manco. (Foto Juan Carlos Muñoz).
Las diferencias de estrategia que mantuvo con el virrey de Nueva Granada, Sebastián Eslava, en la defensa de Cartagena hizo que éste conspirase contra el marino (en el cuadro de autor desconocido que aparece a la izquierda de este texto) y el rey Felipe V actuase de tal manera que su determinación ocasionó a su familia la ruina económica y social, hasta el punto que ni siquiera pudieron pagarle una sepultura digna, por lo que se desconoce su enterramiento. Incluso después de muerto fue destituido. Finalmente y, pasado un tiempo, fue rehabilitada su figura y el 26 de agosto de 1760 el Rey Carlos III le otorgó, a título póstumo, el Marquesado de Ovieco, que recayó en su hijo Blas Fernando de Lezo y Pacheco, el cual fue investido en diciembre de 1771 por el Rey como maestro de ceremonias de la Orden de los Caballeros de las Grandes Cruces de Carlos III. Gracias a este reconocimiento, los descendientes de Lezo empezaron a obtener privilegios y nombramientos y a emparentarse con la aristocracia del país. Tomás de Lezo y Pacheco murió en Santa Cruz (Bolivia) en 1782, siendo gobernador.
Un sobrino de los anteriores, hijo de una hermana, llamado Alvarado Lezo, llegó también a ser Almirante. Blas de Lezo y Castro, Marqués de Ovieco, fue nombrado Académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1815. Otro Lezo, José Lezo y Vasco, durante el período 1858 a 1900, año de su muerte, fue Senador vitalicio, además de llevar el título del Marquesado. En la actualidad, el título está regentado por Antonio Marabini y Bérriz. (En reconocimiento de sus servicios al Rey, este le concedió en 1731 como estandarte para su capitana la bandera morada con el escudo de armas de Felipe V, las órdenes del Espíritu Santo y el Toisón de Oro alrededor y cuatro anclas en sus extremos).
Tras las investigaciones realizadas en los padrones de la época por Miguel Ángel Caballero Sánchez -historiador de Patrimonio Histórico de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de El Puerto- al que agradezco su constancia y dedicación ya que, sin sus aportaciones, no se hubiesen podido divulgar estos datos que se relatan a continuación, hemos podido saber fehacientemente tras el estudio de los padrones de la Iglesia Mayor Prioral que Blas de Lezo, su mujer, Josefa Pacheco Bustos -una criolla peruana con la que se había casado el 5 de mayo de 1725 en Lima- sus hijos y un criado (¿?) afroamericano llamado Antonio Lezo, vivieron desde 1736 en una casa de la calle Larga, para ser más exactos en Larga, 70, hoy reconvertida en apartamentos de alquiler. Tras su muerte, su viuda -conocida en la localidad como 'La Gobernadora'- y sus hijos permanecieron en ella hasta la muerte de ésta el 31 de marzo de 1743. (En la imagen, la 'Casa de la Gobernaora', hoy Apartamentos 'Larga 70').
A la izquierda, firma del Almirante Blas de Lezo. 



El primero de los hijos fue militar, la ultima de las noticias que tenemos es que viajo rumbo a las Américas en el año 1712. El segundo fue sacerdote, y se marchó a Nueva España con un ilustre familiar, D. Juan Antonio Vizarrón Eguiarreta, concretamente a Méjico, donde llego a ser prebendado de la Catedral, donde esta enterrado, y administrador del Hospital del Amor de Dios, falleciendo en el año 1755. Teresa sabemos que falleció a la corta edad de 10 años. Catalina, se casó con Pablo Miguel Vizarrón, con quien tuvo 5 hijos. (En la imagen, el escudo de la fachada principal del Palacio de Valdivieso, en la década de los ochenta, antes de la restauración del edificio).







A finales de este mismo año es nombrado Almirante, cargo que disfrutara poco tiempo, su médico José de Salazar tiene que tratarlo por una enfermedad, que le causó la muerte el 22 de marzo del año 1.691, siendo enterrado en el panteón familiar, que se encontraba bajo lo que hoy es el Altar Mayor en nuestra Iglesia principal. (En la imagen de la izquierda, pintura de Rafael Tardío Alonso).