
El padre de Amparo Gómez Recalde -y de Isidro, Servando, Nicanor, Curro, Pepe, Antonio, Lalo, ...- Nicanor Gómez Soto empezó a llevar el almacén o ultramarinos conocido como Casa Nicanor, hacia 1915 en la confluencia de las calles Ricardo Alcón y San Bartolomé (hoy Placilla); anteriormente había llegado como chicuco a El Puerto y estuvo trabajando en un almacén en la confluencia de la calle Cielos esquina con Espíritu Santo, del que se hizo cargo mas tarde, en 1920.
Amparo Gómez Recalde’s father, who is also Isidro, Servando, Nicanor, Curro, Pepe, Antonio, and Lalo’s father, Nicanor Gómez Soto, started to manage the corner shop known as Casa Nicanor where calles Ricardo Alcón and San Bartolomé meet (today called Placilla); before this he had come to El Puerto as a youngster and worked in a corner shop where calle Cielos and calle Espíritu Santo meet, which he came to run in 1920.
Fue en ese año cuando el padre de Amparo abrió un Bazar de loza, cristal y otros objetos de adornos y regalos junto a la tienda de la Placilla, por la calle Ricardo Alcón, establecimiento que permanece abierto y gestionado directamente por
Amparo, ya que la zona de Ultramarinos ha quedado como exposición del Bazar de Nicanor. La tienda de comestibles, al fallecer el padre de Amparo en 1962, la llevó su hijo Servando hasta su jubilación en1994 en la que deja de prestar sus servicios como tienda de comestibles y, como ya hemos dicho, pasa a ser exposición del Bazar. El Bazar había sido gestionado por Lalo y Amparo; Amparo viajó a Venezuela donde vivió unos años y a la vuelta se hizo cargo de la tienda.
La foto de arriba es del año 1948. Los hijos de Nicanor Gómez Soto pasaron todos por la tienda, pero luego cada uno se fue independizando y creando sus propios negocios, salvo Servando que continuó al frente de Casa Nicanor. Isidro explotó durante muchos años Ultramarinos La Diana, en la confluencia de San Bartolomé y Palacios, hasta que cedió su explotación a José Joaquín Sánchez Sena que hoy continúa al frente del negocio; también regentó Isidro el almacén Puerta del Sol, en la calle Vicario, esquina con San Juan y Plaza Juan Gavala y el novedoso Mesón del Montañés, donde los noctámbulos podían conseguir recenar una fabada. Nicanor, en Pozuelo con Cañas, tuvo una tienda de comestibles con trastienda de bebidas, de nombre Los Caballos, nombre que tendría luego su establecimiento con el mismo nombre en la calle Aurora, esquina a Pozuelo, frente a la Casa de las Rejas Verdes.
En la calle Larga Curro, debajo de lo que fue el antiguo Convento de Las Salesas, abrió una novedad en la época, un supermercado de la cadena Spar; Pepe regentó Ultramarinos Las Palomas, en la calle Federico Rubio y Larga que cerró en junio de 1998 (en 1961 abrió al lado una confitería), siendo también establecimiento de bebidas; y Antonio el novedoso igualmente Supermercado Crevillet, en la calle Tórtola y Ultramarinos La Montaña en Palacios esquina con Larga. Curiosamente este establecimiento lo arrendó luego a su cuñado Luis, otro “jándalo” que vino en viaje a novios a El Puerto, de profesión carpintero, y que no volvió a la montaña pues aquí se quedó hace cuarenta años mas o menos, hasta su jubilación. Curro y este Luis estaban casados con las hermanas Purón, montañesas también. Tristemente no queda ninguno de estos ultramarinos abiertos, salvo La Diana, de la que hablaremos en otra ocasión. El almacén de Nicanor, como ha sido conocida durante el siglo pasado, fue tienda de montañés con anterioridad a sus actuales propietarios, pues en 1771 se hallaba una tienda de comestibles y tabernón propiedad del cántabro Francisco Díaz. En 1804 estuvo llevada por Francisco Rubín de Celis. No nos han facilitado datos del siglo y pico que pasó entre esa fecha y la adquisición por parte del padre de Amparo. Si consta que durante unos cuantos años a principios de la década de los treinta del siglo pasado, la tienda de comestibles pasó a regentarla, provisionalmente, Juan Andrade, con el nombre de Ultramarinos Número 8. La fotografía a color muestra el almacén tal y como se ecuentra en la actualidad. (Fotografía tomada el 15 de octubre de 2008).

El gaditano Venancio González afirmaba que el chicuco «a los dos años ascendía a “dependiente”, a los dos siguientes, al puesto de “segundo”, y pasados otros dos, más o menos, a “encargado”. Luego, ya curtido en el oficio, su “padrino” le buscaba un establecimiento para regentarlo en calidad de arrendatario». La fotografía es de 1948.
La imagen muestra la tienda de Ultramarinos de calle Cielos esquina con Espíritu Santo en 1989, poco antes de su cierre. A ella vino de chicuco Nicanor Gómez Soto y de la que se hizo cargo allá por 1920. Luego pasaría, en la década de los cuarenta del siglo pasado a manos de Manuel Gatica, quien la tuvo abierto con una tienda de bebidas separada por una mampara, tal y como que se puede apreciar en la foto, hasta finales de la década de los ochenta del siglo pasado. (Foto José Ignacio Delgado Poullet. Centro Municipal de Patrimonio Histórico).



Antonio Arenas Aniceto, conocido por el mote de “El Ratón” es un personaje que forma parte del paisaje de El Puerto. Tal es así que una pintura sobre él, de cuerpo entero, se encontraba expuesta en una de las galerías de la Casa de la Cultura (Al día de hoy, cuando hemos ido a tomar una fotografía, nadie ha sabido darnos norte de donde se encuentra o si desapareció en uno de los actos vandálicos que sufrió el edificio cuando se trasladó la Biblioteca). El Ratón es un hombre que derrocha el mejor humor, el sentido del humor portuense. Que habla con cualquiera de buen grado. Que tiene un saludo para todo el que se acerca a él. Estudió en el Colegio del Hospitalito. Fue cabrero y guardapavos, pero un curso de soldador le propició el trabajo de su vida: trabajar en Astilleros hasta su prejubilación. (El Ratón, haciendo el camino del Rocío. Foto Colección Carlos Pumar Algaba).
Pero si algo define a El Ratón es su vestimenta. En la mano, debajo del reloj, una mata de romero y yerbabuena. «Tiene un ropero, un vestidor en su casa de La Angelita Alta, en plena campiña portuense, de lo más variado. Nuestro amigo es muy coqueto y tiene un estilo al vestirse, un “dandismo sui géneris” que le hace inconfundible. Se ducha, se peina los caracolillos, se afeita teniendo cuidado con tres puntos fundamentales de su colorada y sana cara: su perillita que es como la antena de su inspiración, sus patillas largas a lo “Tempranillo” y su finísimo bigote. El acto de vestirse con su estilo inconfundible que lo hace único es un acto de creación y como de liturgia torera. Pausada, lentamente se va colocando sus prendas. Una camisa blanca que es como el alba de un canónigo; un largo y estrecho pañuelo perfectamente acoplado al cuello; un chaleco a la “torera” que hace resaltar su torso bien formado; un pantalón estrecho, largo, ajustado y perfectamente planchado y un manojito de flores silvestres en un ojal o en el bolsillo superior de su chaleco que como su señal de identificación con la naturaleza, porque El Ratón es un ecologista por cuanto ama y respeta la naturaleza y su bastón que no le sirve para apoyarse porque es un atleta, sino para enseñorearse y afirmarse. Va sobre las doce del mediodía a beberse el mundo, a Ratonear. [...] Ni un general con sus entorchados en la época prusiana andaba y se pavoneaba como El Ratón. Ya está el paisaje de El Puerto al completo. ¡Cuidado, calle Ganado, Santa Clara, San Juan que baja El Ratón! Y comienza su retahíla de aludos, de cortesía, de sonrisas, de educación exquisita. Para todo el mundo tiene su pequeña inclinación de cabeza, su letanía de saludos, su forma peculiarísima de entablar un corto diálogo.» Antonio Muñoz Cuenca. De su libro, “Paisajes y Paisanajes”. (El Ratón, con un compañero, trabajando en Astilleros de Puerto Real. Foto Colección C.P.A.)




































