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 El 22 de junio de 1854 se inauguraba el tramo del ferrocarril de 16 kilómetros entre Jerez y El Puerto, invirtiendo 28 minutos el convoy a cuya cabeza se encontraba la locomotora de nombre ‘La Jerezana’.

 Ilustración de ‘El Periódico Universal’. 10 de julio de 1854.

 Su Eminencia Reverendísima el Arzobispo de Sevilla bendijo la locomotora y vagones, entonando un ‘Te Deum’ de acción de gracias. Luego, al son de marchas militares, autoridades e invitados fueron ocupando sus asientos en el tren siendo recibidos en nuestra Ciudad por las fuerzas vivas y autoridades locales sirviéndose un ágape. A su regreso a Jerez más de 2000 personas esperaban en la estación, organizándose un baile en el que, según las crónicas de la época no se pudo terminar con todo el champagne y helados que se pusieron a disposición de los invitados.

576. El segundo tren de España: El Puerto-Jerez, en 1854.

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Desde el pasado viernes 16 de diciembre , La Bodeguilla del Bar Jamón y La Herrería-La Draga organizan: Sentidos y equilibrio “Maridaje de vinos y tapas” maridado por Spiritsherry Enoturismo y con la colaboración del Grupo Caballero. Se maridaran cuatro vinos del Grupo Caballero con tres tapas y un postre respectivamente en cada uno de los establecimientos. Un menú de tapas y postre maridados por 15 euros durante todas las fiestas navideñas. Ambos establecimientos pertenecen a la Ruta Urbana del Vino, Brandy y el Vinagre de El Puerto de Santa María.

En asuntos de amoríos gastronómicos lo divertido es experimentar, jugar a combinar sabores y texturas. Y descubrir el placer de acertar y notar que se origina algo nuevo, inédito. Y lo mejor es que cada uno encuentra su propia armonía, o maridaje… y disfruta comiendo y bebiendo…. Quien así lo anuncia es Spiritsherry, la empresa de enoturismo que ha asesorado a estos hosteleros en su propuesta.

La Bodeguilla del Bar Jamón y La Herrería-La Draga ambos situados en pleno centro de El Puerto de Santa María, inician el pasado viernes una interesante experiencia que se prolongará durante todas las fiestas y es la puesta en marcha de un menú especial en cada uno de los establecimientos en el que se proponen 3 tapas y postre acompañados de 4 vinos de bodegas Caballero.

Para ver los menús a mayor tamaño, pulsar sobre la imagen.

El precio de los menús es de 15 euros por persona y están compuesto por tapas especialmente diseñadas para la ocasión y que han sido luego combinadas con los vinos por la empresa gaditana Spiritsherry, especializada en enoturismo.

Mamen y Rafael, de la Bodeguilla del Bar Jamón.

Así La Bodeguilla del Bar Jamón propone el siguiente menú de tapas y postre:
•    Fino Pavon maridado con fritos de pimientos con chistorra navarra
•    Amontillado Don Luís maridado con tortitas de gambas al ajillo
•    Oloroso Rio Viejo maridado con pequeña hamburguesa de Kobe con helado de queso Payoyo
•    Pedro Ximenez maridado con delicia de crema de orujo con nueces de macadamia

Francis, de La Herrería-La Draga.

Por su parte La Herrería-La Draga propone estas tapas y su correspondiente postre:
•    Fino Pavon maridado con mejillones con mousse de pimientos y vinagreta de manzana
•    Amontillado Don Luís maridado con pez de espada con crema de puerros
•    Oloroso Rio Viejo maridado con brascada de mechada con piquillos y mermelada de cebolla
•    Pedro Ximenez maridado con daditos de trufas trucados

Estos menús estarán durante las Navidades en los dos establecimientos y se servirán tanto al mediodía como por la noche, en los horarios habituales de los establecimientos, con el acompañamiento de los vinos del Grupo Caballero. (Textos: Pepe Monforte).

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«En el siglo XIX, los lugares que tradicionalmente acogieron el tranquilo deambular de los portuenses –aparte de algunas áreas de ocio, como las caminatas que solían hacerse por el Camino Viejo de Rota al molino Platero, o en 'la Otra Banda' al pinar del Coto de la Isleta– fueron, a partir del siglo XVIII, el paseo del Vergel del Conde, ampliado en 1895 con la creación del Parque Calderón, y el paseo de la Victoria, y desde 1889 la plaza Isaac Peral. Hasta principios de nuestro siglo, fueron tiempos en que río y ciudad, fundidos, conformaban un mismo paisaje, materializándose el hecho de ‘vivir cara al río’: A un lado la ciudad, al otro el Guadalete, y en medio el vergel del Conde y su prolongación del parque Calderón.


El Cantil del Muelle y el Parque Calderón en 1870, sin urbanizar, ‘un sitio intransitable e inmundo’.

EL PARQUE CALDERÓN.
La muralla de encauzamiento del río entre la plaza de la Herrería y el puente San Alejandro, comenzaba a levantar en 1873, no se culminaría hasta 1884. Pero a los diez años, en septiembre de 1894, ante el mal estado que presentaba la nueva muralla y la más antigua –de 1735- frontera al paseo del Vergel, el maestro de obras del municipio, Miguel Palacios, requirió al Ayuntamiento la necesidad de su inmediata reparación. El proyecto formado por Palacios incluyó la rehabilitación del terreno ganado al río en la década de los 70, «un sitio intransitable e inmundo», al decir de entonces. Buena ocasión se presentaba para que el aspecto de la ribera entre el Vergel y el puente ofreciera una imagen más digna para un lugar tan señalado y principal de la población.

El Cantil del Muelle y el Parque Calderón, delimitado por unas rejas, a principios del siglo XX. La actividad portuaria, separada de la zona de ocio.

La Corporación surgida tras las elecciones municipales de junio de 1895, presidida por el conservador Severiano Ruiz Calderón, sería la encargada de ejecutar las obras de la ampliación del paseo, iniciadas en julio y concluidas, en su mayor parte, en febrero de 1896, mientras la reforma del muelle se prolongó algunos años más.

ACTOS FESTIVOS.
Desde la fundación del Parque Ruiz Calderón, al igual que desde 1846 venía ocurriendo en el Vergel, el ayuntamiento organizó, entre el 24 de junio, festividad de San Juan, y el 14 de agosto, víspera de la Feria de la Victoria, numerosos actos festivos y lúdicos en ambos paseos con el principal fin de atraer la llegada de turistas. Por citar algunos de los mas señalados de una extensa lista, mencionaremos las veladas marítimas, los teatros y cines de verano, los conciertos de la Banda Municipal, las barracas de la feria, las tómbolas y rifas, las casetas de baile, las regatas y cucañas marítimas frente al Parque, los fuegos artificiales... Y con ello, los establecimientos de bebidas, que en su tiempo fueron toda una institución, como la Caseta de Martínez, la de Pedro Morro o la de Luis Bononato, los kioscos de Pasage, de “el Chico”, de Murga, el Puesto de Fernando, El Parque, El Recreo, y otros tantos que el paso del tiempo dejó en el olvido» (Texto: Enrique Pérez Fernández).


El fotógrafo Cuellar --que no se llamaba Cuellar- delante del Bar Santa María.

REMODELACIÓN.
En 1996 se conmemoraba el centenario de la inauguración del Parque de Ruiz Calderón, que se abría como espacio de esparcimiento de aquellos portuenses en febrero de 1896 ejecutado bajo el mandato de la corporación presidida por el conservador Severiano Ruiz Calderón. La Tertulia ‘Un alto en el Camino’ reunía en torno a su mesa a uno de los coautores técnicos que ejecutó la remodelación de dicho Parque descendiente, precisamente, de aquel alcalde, el arquitecto Ramón Pico Valimaña.

‘NO HAY DIRECTRICES POLÍTICAS EN LA REMODELACIÓN DEL PARQUE’.
El proyecto no dejaba indiferentes a ningún porteño y al mismo asistieron, además de los habituales contertulios, los también arquitectos Alfonso Rodríguez Serrano, Jorge Gutiérrez Colosía y Rafael de los Santos.

Tertulia de 'Un Alto en el Camino', en 1996. /Foto: Andrés Mora.

Pico Valimaña exponía aquel 1996 un resumen del proyecto, desglosando las actuaciones que se pensaban acometer en el Parque, Pozos Dulces y calles de la Ribera. Reiteraba que el Ayuntamiento le solicitó un diseño sencillo y práctico, retirando el epíteto faraónico. «--Se me ofreció la idea para desarrollarla sin cortapisas, sin directrices políticas alguna, un nuevo parque moderno, imaginativo, abierto a la Ciudad y al río», recogía en su crónica de Diario de Cádiz el periodista Francisco A. Gallardo, que incluso recibió el guiño de «que rozara lo utópico». Un proyecto englobado en la remodelación de la Ciudad y en toda la bajamar del Guadalete.

El Parque, ya con la remodelación, con el palmeral intacto. /Foto: Jorge Roa.

PROPUESTAS.
Los contertulios hicieron sus propuestas: se rechazó por falta de espacio, la ubicación de un anfiteatro, un recinto al aire libre para espectáculos. Sin embargo se insistió en la colocación de un templete de música, que inicialmente no se encontraba previsto, como otras mejoras en las que trabajaron los arquitectos redactores, como la habilitación de un espacio para contenedores o varios servicios públicos; la instalación de una carpa desmontable era rebatida por los hosteleros presentes y ninguna objeción al aparcamiento subterráneo de la plaza del Pescador.

Pico defendía la carretera que se ubicaría en el cantil del río porque confiaba en que, debido a los cambios viarios de la localidad y de los distintos aparcamientos, no crearían un tráfico denso, recordando que la acera inmediata al río sería ampliada a 12 metros, como el Paseo José Luis Tejada, durante la revisión del proyecto.

«El paisaje del Parque Calderón está cambiado; las palmeras se han transformado en un Parthenón de desmochadas columnas, cuyos capiteles han sido pasto de un invasor incontrolado que amenaza con convertirlo en un parque amputado» (Alberto Boutellier Caparrós). /Foto: Pepe Hidra.

LA REALIDAD.
La realidad ha sido otra, no es necesario comentarla, basta por pasear por este más que centenario lugar de encuentro de los porteños. Unido a ese presente que es hoy el Parque, el desastre en el palmeral por culpa del ya tristemente famoso picudo rojo, o la desaparición del Carrusel de los Caballitos --ojo podrían volver si encuentran algún tipo de ayuda para su restauración-- las cunitas y los tradicionales puestos, han conformado un espacio público que no es una de las mejores imágenes de la Ciudad, en pleno conjunto histórico.

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La Fábrica de Harinas ‘Virgen de los Milagros’ de la calle Postigo número 8, fue fundada en 1936, el año de la Guerra Civil, por Esteban Fernández Rosado. Se renovó completamente en 1949 tras sufrir un incendio.  En la actualidad la empresa es regentada por sus hijos, los Fernández Lópiz, especialmente Pedro quien, además es director del Instituto de Bachillerato Juan Lara. ¿Quien no recuerda, en el conticinio, en el silencio de la noche, el sonido de sus motores, cuando trabajaba las 24 horas seguidas.

La fábrica es un verdadero tesoro de maquinaría industrial situada en el centro de El Puerto de Santa María. La mayoría de los elementos que se utilizan para moler las harinas son de mediados del siglo XX, cuando a raíz de un incendio, se instala una moderna, entonces, maquinaría de tecnología neumática. El enjambre de tubos y conexiones son todo un espectáculo digno de ver. Sin embargo, al tratarse de un recinto aún en producción, no se puede visitar y la harina se vende en la fábrica tan sólo al por mayor, en horario de mañana de lunes a viernes.

Una de las salas de molienda de la Fábrica de Harina en 1949.

El mismo sitio durante este año 2011.

Producen distintos tipos de harinas como una especial para churros, bautizada con el nombre de ‘El Churrito’, otra especial para pan, muy utilizada para elaborar pan de telera y algo desconocido por el gran público y es que el pan artesano que se fabrica en numerosos municipios de la Sierra de Cádiz son surtidos por esta fábrica.

Cuatro estadios del seleccionado trigo duro durante la molienda.

Su producto más famoso, la harina especial para freír pescado ‘El Vaporcit’o, se vende en pequeños envases para uso doméstico. La harina de ‘El Vaporcito’ se puede encontrar en El Puerto de Santa María en Ultramarinos ‘La Giralda’ (ver nótula núm. 043 en GdP) y también se puede comprar en internet en la tienda La Alacena, que la envía a cualquier punto de España. (Texto: Pepe Monforte).

Logotipo de 'El Vaporcito', la primera harina de trigo de freir del mercado, hecha en El Puerto de Santa María.

RECOMENDADA.
La revista OCU Compra Maestra recomendaba como ‘Compra Maestra’, «para una fritura de buena calidad, use una harina especial. La merecedora del Mejor del Análisis es ‘El Vaporcito’», le siguen ‘¡Miau! Harina especial’ y la Harina de Trigo de El Corte Inglés, en el ranking de nueve marcas analizadas.

Tren de envasado de Harinas 'El Vaporcito'.

No hay que ser un experto para conseguir un auténtico ‘pescaíto frito’, para elaborar el conocido ‘frito gaditano’. En la fábrica de Esteban Fernández Rosado llevan casi un siglo haciéndolo. El secreto está en la harina del mejor trigo autóctono de la provincia de Cádiz, que capea la dura competencia frente a los gigantes de la producción harinera en nuestro país.

Otra maquinaria de molturación de la harina.

La harina de ‘El Vaporcito, pioneros en la harina de freír, sigue un proceso de elaboración heredero de la tradición de antiguas moliendas, lo que le da el característico sabor y propiedades. Un producto totalmente natural que se elabora y envasa a diario: cien por cien trigo duro de altísima calidad, seleccionado, sin aditivos químicos y sin conservantes.

Pedro Fernández Lópiz, gerente de la empresa, a la izquierda, junto al encargado de la Fábrica.

Contínua OCU Compra Maestra: «Una buena fritura debe perder poco peso durante la elaboración, indicativo de que la harina ha formado costra y que el producto final estará mas jugoso. Para ello, la harina debe cubrir todo el producto, adherirse bien y de forma uniforme. Teniendo en cuenta esto, hemos valorado las frituras que hemos realizado. En la degustación, las fruirás realizadas con las harinas especiales, en general, gustaron más, destacando por su adherencia, su aspecto y por lo crujientes las realizadas por las harinas de ‘El Vaporcito’».

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Hoy tengo que hacer una confesión: y es la sensación del tiempo perdido. Con lo escasa que es la vida, y lo efímero de su goce, he despilfarrado este don entre sueños no cumplidos, quimeras harto ambiciosas, rutinas alienantes y vacíos incomprensibles. He comido más chícharos que helados, y usado más el impermeable que caminar descalzo por el rocío que aún retiene la hierba.

Tres generaciones de memoria viva del Bar Vicente.

Hoy sentado en el velador del mejor rincón del Bar Vicente, el reservado para el patriarca de los Sordos; en el corazón del mentidero portuense, con la mirada perdida a través de los cristales, repaso algunas de mis incontables carencias. Tras cuarenta años de ‘paracaidista’ --expresión acuñada por Luis Suárez Ávila para calificar a los que no siendo porteños, abrazamos su bandera y decidimos adquirir el derecho y el honor de serlo-- lamentablemente, he llegado a conocer más su aspecto externo, que sus habitantes.

El año 2000 el Bar Vicente recibió el primer diploma del Centro Municipal de Patrimonio Histórico --obra exclusiva que año a año realiza Faelo Poullet--. En la imagen propietarios, familia, empleados y amigos delante del preciado galardón.

Nunca me he preguntado el por qué el Bar Vicente se matiene  impávido con el devenir de los tiempos; y no me refiero a su aspecto centenario y su merecida distinción como Diploma de Patrimonio Histórico, sino a las personas, al equipo humano, y a la dinastía de los Vicentes que son trasunto de las matrioskas, esas muñecas rusas, afines a la teoría cosmológica de que cada universo está anidado en otro mayor. La primera, Vicente Sordo el patriarca; dispuesto a cumplir el próximo decenio y llegar a la centuria. De su interior, más pequeño, otro Vicente Sordo: este, navega en esa indefinida edad en que se vuela inclinado, aferrando una mano a la juventud que se escapa, con la otra, rozando sin temor el tercio vital de la sabiduría, y en su vientre, el último de los clones, casi certificando el prosaico cambiable bancario de 30,60 y 90, con algún pequeño desajauste.

Sobre el letrero de 'Se reserva el derecho de admisión', la aljofifera (donde se guardaba la aljofifa, pedado de paño basto para limpiar las mesas) que permanece en el interior del local desde los comienzos de éste. A la derecha de la imagen, el Diploma de Patrimonio Histórico.

Aquí quería llegar cuando al comienzo de este artículo citaba mi tiempo perdido. No he podido beber de la experiencia del abuelo, y me queda lejos confraternizar con el nieto; pero he comenzado a disfrutar y seguir aprendiendo al descubrir, que en el interior del padre, el que gobierna el timón, hay una caja de sorpresas; como en casi todas las personas, pero este, es capaz de transformar al desconocido en cliente, al cliente en amigo y al amigo en hermano.

Una vista del Bar Vicente desde las cristaleras de la calle Sierpes.

Cuando alguien te estrecha la mano, unos te transmiten abulia, te la dan como si fuese un lenguado; otros por su posición, establecen distancia empujándola hacia ti; otros descargan, en una demostración de falso poder, toda la fuerza hasta convertir tu mano en un revoltillo crujiente de metacarpos, carpos y falanges… Otros al fin, como Vicente, transmiten calor, afecto, energía positiva, sentimientos sin aspavientos, con naturalidad, huero de hipocresía comercial, y a veces, te regala un fraternal ósculo. Este es mi amigo Vicente, el depositario del arcano de los Sordos. Y este es el bar Vicente al que siempre que puedo visito, y al que ya conozco por dentro. (Texto: Alberto Boutellier Caparrós). (Fotos: Colección Bar Vicente).

Más información del Bar Vicente en GdP.
014. BAR VICENTE. O Las Mellizas (el Rubio), o Los Pepes.
655. MANUEL GARCÍA GÓMEZ. El Tabique.
977. DOS SONETOS AL BAR VICENTE.

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La jerezana Ángeles Valenzuela Carribero, casada con Eugenio Pedregal, natural de El Arahal (Sevilla), madre de Paquita, Conchita, Eugenio, Miguel, Enrique, José María y Angelita, una numerosísima y conocida prole de El Puerto de Santa María.

Pronto se quedaría viuda y para sacar adelante a tan larga descendencia regentaría un almacén, el que aparece en la imagen, en la esquina de San Bartoloméy Federico Rubio, donde hoy está el Bar Triana. Negocio que compatibilizaría con Muebles Pedregal, que empezó con los muebles en bruto en el número 7 de la calle San Juan, trabajadora incansable, que a veces no dormía de noche, trabajando, para poder cumplir los compromisos de la pequeña empresa. /En la imagen, Paquita Pedregal en el almacén.

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El club de El Puerto nació en 1928  en 'La Sacristía', un bar en la esquina de la calle Vicario con la actual plaza de Juan Gavala. Era un grupo de jóvenes, que hasta entonces formaban el equipo llamado 'Chiculero', que con la voluntad de los pioneros del fútbol quiso dar el salto a un club consolidado, organizándose y plantando cara a otros rivales de la localidad.

El año en que nace el profesionalismo del fútbol español, con la creación de la Liga, el 10 de febrero de 1928, nace el Racing Club Portuense, que no ingresaría oficialmente en la Federación Española de Fútbol hasta 1933. Los 75 años de historia no pudieron refrendarse con el ansiado ascenso a Tercera tras el rocambolesco descenso de 2002. omando el nombre del Racing de París, el más afamado equipo francés durante décadas, el Portuense iniciaba hace algo más de tres cuartos de siglo su andadura.

(Texto y concepto del gráfico: Francis A. Gallardo. Gráfico: Miguel Guillén).

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Cuando echamos la mirada a atrás a aquellos años anteriores a 1928 aún nos cuesta mucho imaginar nuestras calles, nuestras casas, nuestras gentes... Rememorar ese pasado supone dibujar en el lienzo de nuestra historia una imagen borrosa de lo que fuimos, una fotografía en sepia de una ciudad mucho más pequeña, mucho más costumbrista, y quizás, sólo quizás mucho más humana.

La Puntilla en los años 20 del siglo pasado.

Eran años de duro trabajo, de verbenas estivales y de carros tirados por mulas. La bonanza de nuestro clima fomentaba los baños terapéuticos en nuestras playas, y atraían hasta nuestra ciudad a los primeros turistas en aquellos trenes botijo utilizados mayoritariamente por las clases populares en los meses del estío andaluz, las cuales para combatir la sed y los rigores del calor complementaban el equipaje con botijos que permitían mantener fresca el agua en los interminables trayectos de la época.

La calle Larga, en la década de los veinte del siglo pasado.

La ancestral tradición del fuego purificador en el solsticio de verano, firme y arraigada desde tiempos remotos en los pueblos y ciudades de toda la costa mediterránea, primero con la quema de muebles viejos o cartón, y más tarde con una festividad agrícola en la que los labradores aprovechaban el día más largo del año para la recolección de las cosechas, y la noche más corta para la destrucción de todos sus males, nos sirve de nexo de unión con nuestro personaje de hoy.

José María Py y Ramírez de Cartagena, nació en El Puerto de Santa María en el año 1881. Después de haber residido en Valencia durante más de 25 años –enrolado en varias Comisiones Falleras, llegando a plantar dos Fallas en el año 1917-, llegó a Alicante en 1922, donde su padre, Don José María Py y Puyade, ejercía de notario en su despacho de la Plaza de Isabel II. Su casamiento con Doña Mercedes González y Gutiérrez, de origen cubano, fue el motivo por el que sus padres lo desheredaron. Poseía el título de Barón de Rosta por vía materna, título del que jamás hizo ostentación. Tenía por aquél entonces 41 años y seis hijos: Gloria que murió con 17 años, José María, Mercedes, Elvira, Juan y Pilar. /En la imagen, José María Py.

Estableció su domicilio en el Barrio de Carolinas, en la calle Plus Ultra, para trasladarse más tarde a la Avenida de Alfonso el Sabio, trabajando de dependiente y ayudando a su padre en la notaría. Más tarde, haría labores de funcionario en el Ministerio de la Gobernación con destino en la Administración de Correos.

José María fue un portuense inquieto, alegre, alto de estatura, enjuto, con un destacado bigote borgoñés, simpático y acumulador de amigos. Frecuentaba varias tertulias de la capital alicantina, especialmente la que se reunía en “Alicante-Atracción”. Allí dio a conocer por primera vez su idea –acogida con entusiasmo por todos- de que, carente la ciudad de grandes festejos, se podría implantar la fiesta del fuego a la usanza valenciana pero dotándola de características y personalidad propias: celebrándose en el mes de junio, coincidiendo con el solsticio de verano y con la denominación de “Fogueres de San Chuan”. Era intuitivo y voluntarioso, excesivamente trabajador y desinteresado, tanto que llegaron a denominarle “el formidable”. Su artículo “Les Falles de San Chusep en Valencia y les Fogueres de San Chuan en Alacant”, publicado en “La Voz de Alicante” el 28 de marzo de 1928, prende la mecha y entusiasma a los alicantinos, que comienzan a interesarse por el tema.

Las hogueras de San Juan.

Py, acompañado por Don Miguel Llopis Reyner, presidente de “Alicante-Atracción”, visita al alcalde de la ciudad Don Julio Suárez Llanos para explicarle la cuestión y pedir su conformidad. Su objetivo principal no era la atracción de forasteros, sino el que Alicante, todos los alicantinos, llegasen a encontrarse a sí mismos, a salir de lo que alguien había llamado “modorra suicida” y no era más que el residuo  de un siglo romántico en una ciudad adusta y liberal en nupcias con el buen tiempo perenne y el mar.

Comienzan inmediatamente a formarse comisiones en diversos distritos, siendo la de la Plaza de Isabel II la primera que se inscribe en el registro, por lo que es la más veterana y antigua de todas las hogueras alicantinas. El 22 de junio de ese mismo año, el alcalde publica un bando autorizando la fiesta y pidiendo al vecindario, comercio e industria, que se asocie a tan feliz iniciativa. Este bando dio carácter oficial a las Hogueras.

Aquel primer año se plantaron nueve hogueras. La fiesta había comenzado su andadura y poco a poco fue tomando tal auge que en 1930 se hizo necesaria la creación de una comisión gestora que coordinara la labor de las diversas comisiones, a la vez que organizase los actos oficiales a celebrar.

José María Py fue elegido presidente de esta primera comisión gestora, falleciendo dos años más tarde (15 de marzo de 1932) de un infarto en su casa de Alfonso el Sabio, precisamente en vísperas de las Fallas Valencianas. En 1961 se instala una placa en su casa mortuoria, una calle con su nombre y un concurso bibliográfico. Sus restos reposan en el Cementerio de Alicante en el “Jardí del Silenci”.

El pleno del Ayuntamiento de Alicante, en sesión ordinaria celebrada el día 22 de julio de 2011 con el acuerdo unánime de todos los miembros de la corporación municipal, acordó conceder el honor de ‘Hijo predilecto de Alicante’ a título póstumo a este portuense casi desconocido en su propia tierra en un acto celebrado el pasado día 10 de noviembre. (Texto: Manolo Morillo)

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El cocinero y propietario del Bar Pepito, David Fernánez Bonmati.

El bar lo inaugurará José Fernández Gallero “Pepito” en el año 1964, en el número 7 de la calle Crucero Baleares. Es un Bar de tapas muy cuidadas con una terraza y algunas mesas en su interior. La barra es pequeña. En todo el establecimento se puede comer de tapas o por medias y raciones. David Fernández Bonmati, es el propietario, de 44 años, hijo de José, el fundador, se ocupa de la dirección y también de la cocina, que se inició en el bar con tan sólo 13 años para ayudarle a sus padres, . La carta es muy original con propuestas de estilo clásico pero muy cuidadas. Hay desde ensaladilla o un huevo con pisto hasta algunas propuestas de otros cocinas como unos rollitos primavera, unas creppes de rabo de toro o una fajita de pollo. Triunfan tapas como la lasaña de berenjenas, la bomba de patata y queso o el solomillo de queso de oveja. La relación calidad precio muy interesante.
Recomendamos la fabada, la ensaladilla,  el solomillo al queso de oveja y la bomba de patatas y queso.

Amplia presencia de tropezones en la fabada que son de chorizo, morcilla y panceta, el famoso compango de la fabada, pero a lo que David,  incorpora un toque ‘andaluz’ con unos taquitos de jamón picado y la originalidad de unos pedacitos de carrillada.

LA FABADA.
Nos encontramos ante uno de esos guisos en los que una vez que metes la primera cuchará ya no puedes parar hasta el final, que requiere un rebañeo porque la salsa, de esas untuosas, está mejor que un domingo en la playa. Aunque su nombre es fabada, lo cierto es que sabe a un potaje de habichuelas de los de toda la vida. Eso sí, preparado con judiones de la Granja que son como los frijoles de Conil pero mucho más fuertotes, es decir bastante grandes. David Fernández Bonmati, que así se llama el cocinero que realiza esta obra logradísima del potajismo, señala que el guiso es una mezcla entre la fabada y la receta clásica del potaje de habichuelas de su madre, Antonia Bonmati, la primera cocinera del bar que abrieron los padres de David, Antonia y José Fernández Gallero allá por 1964. Apreciamos en el potaje de David tres grandes virtudes. Por un lado el punto de la legumbre, tierna y mantecosa, en segundo lugar, la untuosidad de la salsa, ampliamente comprobada por los inspectores con un ataque de pan pan  masivo (cayeron los dos bollitos de pan en la operación) y la tercera virtud es la amplia presencia de tropezones que son de chorizo, morcilla y panceta, el famoso compango de la fabada, pero a lo que David,  incorpora un toque ‘andaluz’ con unos taquitos de jamón picado y la originalidad de unos pedacitos de carrillada. El guiso se realiza en olla expres y se sirve en unas tapitas abundantes que se cotizan a 1,90 euros y con derecho a rebañá. La tapa la ponen en invierno y especialmente los fines de semana y la tienen desde hace un año aproximadamente. El panidaje se realiza con pequeños bollitos y picos de aceite de la Panadería Santa María de El Puerto.

Impresionante documento donde se puede comprobar la magnitud de la bomba de patata y queso del Bar Pepito.

ENSALADILLA Y BOMBA DE PATATA.
Los inspectores incluyen en el informe dos “piezas” adjuntas, una dedicada a la ensaladilla de la casa (ver el anterior Informe Ensaladilla), también muy original y otra relativa a la bomba de patata, una tapa clásica gaditana y que tanta hambre ha quitado. En cuanto a la primera David, señala que la hacen con una mayonesa hecha en el propio bar con huevo pasterizado y que ahí está la clave de esta ensaladilla de tipo minimalista ya que sólo lleva atún y patatas. La receta es de su madre. La bomba, de tamaño generoso la sirven de masa de patata y de masa de patata y queso. (Texto y fotos: Pepe Monforte).

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La nueva presentación de las Tejas de El Puerto.

Las Tejas de El Puerto refuerzan aún más su vinculación con la ciudad y su carácter de producto típico de la localidad con la nueva imagen de la firma presentada el viernes en el Aula de Estudios Alfonsíes, en el Castillo de San Marcos, uno de los monumentos a los que hace alusión la nueva marca escogida por la familia Ibañez Herrera: Cien palacios.

De izquierda a derecha, el pintor Humberto Parra, el emprendedor José Manuel Ibáñez y el concejal de Comercio, Raul Capdevila.

El nombre, que junto a toda la nueva imagen de la empresa ha sido creado por la  empresa gaditana ODM, la firma del diseñador gráfico gaditano Pedro Alvarez, el creador también de chocolates ‘Pancracio’, mantiene el mismo aire clásico de la imagen de la empresa portuense y sus característicos envases en latas pero refuerzan su vinculación con la ciudad al reproducir como imagen en los envases dos monumentos emblemáticos de la ciudad, la fuente de las Galeras, situadas junto al muelle donde amarrara el Vaporcito, que también se reproduce en la estampa, y el palacio y la Casa de los Diezmos, un edificio situado en la plaza de la Herrería.

Los dos monumentos han sido recreados para la ocasión por el pintor Humberto Parra, un especialista en pintura taurina y costumbrista que ha realizado dos obras en tonos pastel y ambientadas en el siglo XIX que son las que ilustran tanto las nuevas latas como las etiquetas y bolsas de la nueva marca. /En la imagen de la izquierda, el periodista Antonio García Barbeito.

Asimismo en la parte posterior de las latas y en las bolsas se reproduce una poesía de Antonio García Barbeito en la que juega con el lema de El Puerto de Santa María como ciudad de los cien palacios.

«Pueblo de los Cien Palacios,
cien barcos de piedra dura
al pie de la mar; soñando.

Escudos en las fachadas:
cien mascarones de proa
abriendo tu luz salada.

Piedra que en el aire canta
al admirar la Bahía…
Cien Palacios tu levantas,
Puerto de Santa María».

José Manuel Ibáñez, el gerente de la empresa, señaló en la presentación que la nueva marca permite identificar aún más a las tejas con su ciudad de origen y permite identificarlas más fácilmente. Asimismo esto permitirá a este pequeña empresa familiar acometer nuevos proyectos con la creación en el futuro de nuevos productos.

La familia Ibáñez Herrera, durante la presentación, en la que se obsequió a los asistentes con una lata del producto.

Las nuevas latas ya están disponibles en la tienda de Cien Palacios en la calle Misericordia de El Puerto que también será remodelada para adaptarse a la nueva imagen de la empresa. La firma comercializa en la actualidad cuatro productos: tejas de almendra, tejas de piñones, tejas de coco y tejas de almendra y chocolate.

Las tejas comenzaron a elaborarse en 1995 en la antigua panadería de la familia. Gómez de Requena, muy conocida en El Puerto. Con posterioridad la empresa decidió centrarse únicamente en la producción de este peculiar producto. Ahora, en noviembre de 2011 acaban de presentar su nueva marca comercial, Cien palacios, que hace alusión al sobrenombre de El Puerto de Santa María, conocido como la ciudad de los cien palacios.

La tienda se adaptará a la nueva imagen de marca de 'Cien Palacios'.

En tan sólo 15 años la familia Ibáñez Herrera, que produce este producto, ha logrado que sus tejas se hayan conseguido en un producto típico de la ciudad, todo un logro. Las tejas, unas pequeñas y crujientes galletas, cuyo ingrediente principal son las almendras, fueron creadas por José Manuel Ibáñez en base a una receta encontrada en un libro antiguo de pastelería francesa sobre galletas. Luego fue perfeccionando la fórmula hasta hoy día en que la firma elabora cuatro especialidades: tejas de almendra, de piñones, de almendras y chocolate y de coco. La segunda gran clave de su éxito está en la presentación en vistosas latas con decoraciones de monumentos de El Puerto. (Texto y fotos: Pepe Monforte).

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